The Ladykillers

Los abuelos Coen

España es un país de ideas fijas. A pesar de que ya llevamos algunos meses con Bin Laden en la Moncloa, hay cosas que no cambian. Y una de ellas son los títulos de las películas. Es la gran batalla que deberían plantearse las cabezas pensantes de Al Qaeda: no llegarán a ningún sitio si siguen estrenándose en nuestro país tantas películas con títulos en inglés. La sombra del Tío Sam es alargada y, a pesar de que vivimos en un país en que no hablan inglés ni nuestros políticos (bueno, los ministros de Exteriores parece que algo sí que lo hablan), proliferan cuales caracoles tras la lluvia títulos enteros en inglés. Es normal, resulta muy “cool” salir un “weekend” tras ir al “gym” para ver una película con un título en inglés. Pero, oigan, que tampoco nos parece mal, a ver si se creen que somos unos Amando de Miguel cualesquiera, sólo que hace gracia.

Habría mucho que hablar de por qué algunos títulos no se traducen. Se nos ocurre, por ejemplo, el caso de “French Kiss”, aquella comedieta romántica cuya traducción literal sería “Beso francés”, y que, por un cierto sentido de la decencia, ni siquiera se opta por su traducción real (“Beso de tornillo”, ¿no?). Pero no es cuestión de extendernos en esto. Porque hay que indicar que si no se traducen es porque en inglés todo suena mejor, desde las canciones de rap hasta las películas de gangsters. Y eso es importante: la sonoridad. Una característica que determina que una película tenga éxito, pero también vale para el nombre de un director. Veamos. Un director de cine que tenga un nombre ridículo siempre tendrá más difícil acceder a la mitología del cinéfilo de turno. Es decir, que si un director se llama Benito Perojo, pues, la verdad, tiene que pasar su tiempo para que la cosa cuadre. Porque lo que mola cantidubi es un buen nombre sonoro inglés. Hay varias categorías:

– Los clásicos: John Ford, Alfred Hitchcock, Paul Newman… Suenan siempre bien. Vamos, sólo basta con traducirlos al español: Juan Seat, Alfredo Pollorresbalón, Pablo Hombrenuevo… Un desastre. Nada como tenerlos en inglés.

– Los europeos: Son tan exóticos que infunden respeto: Kiarostami, Tarkovski, Oliveira… Con ellos no hace falta ni siquiera ver las películas, basta con decir que hacen cine poético muy personal para definirlos a la perfección.

– Los jóvenes. No hay nada como hablar de directores jóvenes (extranjeros, ojo, nunca españoles) para demostrar que, a pesar del paso de los años, nos mantenemos en un espíritu juvenil rockero y acorde con los tiempos que corren. Así, hablaremos de los hermanos Coen, David Lynch y compañía (jóvenes en comparación con los vejestorios anteriores, se entiende) para demostrar que somos aún jóvenes y que no padecemos de andropausia ni nada parecido.

A este respecto, mola mazo defender a los hermanos Coen. ¿Por qué? Muy sencillo:

– Porque son dos americanos con pinta de grunge, lo que siempre vende en la escena piojosa-pijera alternativa.

– Porque sus nombres suenan bien. Pronuncien en voz alta: “¡Los hermanos Coen!”. No es lo mismo que pronunciar en voz alta “¡Miguel Albaladejo!” o “¡Ramón de España!” (nombres que parecen más de folclóricos travestidos que de directores de cine, porque en nuestro país no hay seriedad ni para bautizar a las criaturas).

– Porque hacen películas modernas. ¿Qué significa esto? Que ponen muchas canciones en sus películas.

Así, los Coen se han ganado una cierta reputación de colegueo entre los cinéfilos del mundo occidental. Hablar en una conversación sobre los Coen es como si hablamos de ese tío nuestro solterón que siempre va cuidadosamente desarreglado y que toca la guitarra en sus ratos libres. Los cinéfilos jóvenes, lectores de cómics de superhéroes y poseedores del síndrome de Peter Pan, son todos fans de los Coen por eso, porque transmiten una imagen de amiguete en el que se puede confiar.

Y eso está bien cuando eres joven. Cuando tienes unos treinta años y haces películas como “Sangre fácil” o “Arizona Baby”, todo tiene gracia y te salen cosas hasta simpáticas. Incluso te puede salir algo muy serio de las lecturas de Hammett y Chandler de la adolescencia, y ahí está “Muerte entre las flores”. Pero cuando uno entra en una cierta edad, el rockero joven se convierte en un carca pesado y llegan las cosas que no se digieren ni con bicarbonato: “O Brother!” y “Crueldad intolerable”.

Y para que luego digan que si en La Página Definitiva disparamos indiscriminadamente contra todo lo que se mueve, que si no hay criterio, que si el “Fotogramas “ sabe más que nosotros, y todas esas tonterías, pues, nada, va y los Coen hacen un remake. Y lo peor de todo es que la película tiene mucha menos gracia que la película original, “El quinteto de la muerte”, de Alexander Mackendrick. Lo que hacen los Coen es adaptar la película a sus golpes de humor exagerado y escatológico para provocar las risas de su parroquia. Porque al final, todo es eso: un gran globo hinchado con buenos actores (Tom Hanks sigue de manera sorprendente con su largo aprendizaje y borda su papel) y algunos golpes humorísticos. Que en este caso ni siquiera son originales.

Porque lo original, lo de Mackendrick, aparece muy dañado por los Coen. Obsesionado como estaba Mackendrick por hablar de las falsas apariencias y de la fortaleza de los que parecen más débiles (recordemos a los cándidos niños de “Viento en las velas”), los Coen renuncian a ello y desdibujan el rol de la anciana, aquí una negra corpulenta que parece una jugadora de rugby y que en ningún momento sirve como el elemento articulador del guión que tan bien funcionaba en la historia de Mackendrick. Es decir, que en la película original aparecía una abuelita indefensa (muy parecida físicamente a la de “Dúplex”, de Danny DeVito) cuyo físico ofrecía un fuerte contraste con el desarrollo de la historia.

De todos modos, ya llegará la edición en DVD y las comparaciones resultarán odiosas. Como seguirá siendo inexplicable e inoportuno un remake que aporta bien poco y que resulta un nuevo frenazo en la producción de los Coen. Parece que se les fue la juventud con “Fargo”. O a lo mejor ya no tienen muchas más cosas que decir. Como consuelo, siempre podemos pensar que “Crueldad intolerable” era mucho peor. Algo es algo.marketing services site webчугунная гусятница


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