Rock y derecha
“Some people will work, some simply will not, but they’ll complain and complain and complain and complain and complain”
Tradicionalmente se ha venido asociando a la música rock con la contracultura y los movimientos contestatarios. Los regímenes de poder, en especial los de carácter más conservador, han sido frecuentes blancos de las punzantes letras de los francotiradores musicales, en el afán de estos por construir un mundo más justo y libre. Pocos líderes políticos se han salvado de la quema: desde la reina Isabel II del Reino Unido hasta George W. Bush, pasando por nuestra reciente aportación al emporio Murdoch, José María Aznar, existe un amplio abanico de dirigentes vituperados desde los escenarios y los discos. Como muestra, un botón. En el recuerdo colectivo quedan, por lo memorables, las cariñosas palabras que Moby dedicó a Bush hijo durante su concierto en el Festival de Benicàssim 2003, en las que le calificaba como un “jodido gran idiota”.
Podría parecer una obviedad señalar que el rock nunca gozó de buena prensa entre los círculos conservadores. A partir del nacimiento de la música moderna con Hank Williams (y posteriormente el del rock and roll con Bill Halley), el enorme aparato mediático conservador, desde emisoras de radio y televisión, diarios y púlpitos eclesiales, lanzó su insistente perorata: la música rock and roll era un sonido demoníaco, y por eso había que erradicarla. Más aún en una sociedad, la norteamericana de los años 50 y 60, marcada por una fortísima política de disgregación racial, el rock sonaba a música de negros. Su triunfo sobre los insulsos country y bluegrass oficiales no resultaba aceptable ni asumible para las élites políticas de Dixielandia. Todo lo que sonara a negro era suavizado o silenciado. Ante el más que posible boicot de las estaciones de radio, muchos artistas grabaron, en sus discos, canciones para emisoras “blancas” (country relamido) y para emisoras “negras” (rock and roll retocado). Elvis Presley salía en la televisión en un plano medio que imposibilitaba ver su típico baile agitando la pelvis, mientras que artistas negros como Chuck Berry o Little Richard fueron perseguidos y silenciados, acusados de corromper a la juventud.
Eso dice la historia oficial del rock. Sin embargo, a lo largo de todos estos años ha existido una doble moral, subterránea en ocasiones, muy presente en otras, que ha ligado a los protagonistas de la música popular contemporánea con el mundo conservador. Una actitud que persiste en nuestra sociedad y que pocos revisan por miedo a destrozar una imagen alternativa creada cuidadosamente a retazos. Los devaneos de los artistas con los políticos no son beneficiosos para sus imágenes y deben ser olvidados. Sólo así se explica que Eric Clapton pase de puntillas sobre su pasado apoyo al extremista y racista Enoch Powell o que constantemente se olviden las simpatías pro-republicanas de Bon Jovi.
Si existe un caso paradigmático en el apoyo de los músicos a los rancios valores conservadores es el de los Beach Boys. Felices y sonrientes, sirvieron como escaparate durante los primeros años 60 a la cultura bienpensante norteamericana, llena de playas y coches. Las “desviaciones” de un Brian Wilson cada vez menos consciente de la realidad (narcóticos ayudan) eran corregidas con creces por el cantante del combo, Mike Love, un rendido seguidor de los republicanos y los valores del establishment estadounidense. La influencia de Love se puede atisbar en canciones como Wouldn’t it be nice, que recientemente ha sido alabada en la lista del Nacional Review como un canto a la abstinencia sexual y al matrimonio. Love creó un himno que hoy podríamos escuchar sin rubor en Encuentros Mundiales de las Familias y eventos similares. Años más tarde, los Beach Boys estrecharían sus lazos con Ronald Reagan al tocar en su ceremonia de toma de posesión como presidente en enero de 1985. Poco antes, contraviniendo las leyes del estado que gobernaba (California), Reagan había permitido el entierro del hermano díscolo, Dennis Wilson, en aguas del Océano Pacífico.
Muchos conocen la instrumentalización de Elvis por parte del gobierno norteamericano y la campaña propagandística que se hizo de su incorporación al servicio militar en Alemania. En sus años europeos Elvis le había tomado afición a las pastillas, pero esa faceta de su personalidad fue conscientemente silenciada. Convenía convertir al antaño escandaloso Elvis en un héroe defensor de los valores tradicionales frente a la altanería de los grupos de la invasión británica. La reclusión de Elvis en sus jaulas doradas lo acercó cada vez más a postulados conservadores y le llevó, durante los años 70, a ofrecerse al presidente Richard Nixon como delator de drogadictos y comunistas. Conocedor de los primeros por méritos propios, no pudo culminar su obra, víctima de sus propios excesos.
Avanzando un poco más en esos mismos años 70 nos encontramos con la explosión del punk en Nueva York. Uno de sus principales estandartes es los Ramones, un grupo de desaliñados de Queens que facturaba como churros sencillas canciones (en cuanto a temática y ejecución). Lo que a primera vista podría haber parecido una banda cercana a posiciones antisistema dio claras muestras de simpatía por los republicanos. Salvo en el caso del cantante del grupo, Joey, confeso anarquista, los Ramones se mostraron muy próximos a Ronald Reagan y a su política conservadora de corte militarista. A pesar del reproche Bonzo goes to Bitburg, dirigido al propio Reagan tras su visita a un cementerio donde se enterró a soldados nazis, la línea ideológica del combo no varió un ápice. De hecho, la tardía incorporación del bajista CJ (ex marine) al grupo para sustituir a Dee Dee echó más leña al fuego: suyo es el alegato pro-armas Scattergun.
Una de las principales paradojas que se dan en el mundo del rock es la adscripción de ciertos músicos con pedigrí progresista a opciones políticas conservadoras. Dos casos sobresalen entre el resto: en 1964, el entonces profeta del folk Bob Dylan declaró públicamente su simpatía por el extremista republicano Barry Goldwater, y Neil Young, que acaba de lanzar un excelente disco anti-Bush (Living with war), mantuvo durante bastante tiempo posiciones cercanas a Ronald Reagan. Dos casos que han sido silenciados en las biografías oficiales de ambos artistas.
Sin embargo, la gama de colores es muy amplia. Dentro del mismo saco hay apoyos circunstanciales, como los de Clapton, Johnny Ramone, Britney Spears o Toby Keith, y carreras musicales entregadas a la defensa de estas posturas. En este extremo se encuentra la figura de Ian Stuart, el principal instigador del movimiento Rock Against Communism desde su grupo Skrewdriver. Stuart, líder skinhead con gran predicamento entre los suyos, utilizó sus canciones (claramente influenciadas, en el aspecto musical, por The Who) para trasladar al público un discurso racista y violento. También, por lo reciente y lo extremo de su mensaje, hay que destacar la campaña pro-Bush que lleva a cabo el dúo The Right Brothers. Su tema Bush was right sirve como cojín al presidente norteamericano para justificar las guerras que quiera emprender. Canciones como ésta muestran el apoyo que mantiene el actual líder norteamericano en gran parte de su país.
La ligazón entre conservadurismo y música popular tiene como ejemplo paródico el falso documental de Tim Robbins Ciudadano Bob Roberts. En la película, el actor norteamericano se mete en la piel de un reaccionario cantante country que aspira a senador estadounidense y que, respaldado por asesores de dudosa honradez y apoyado por el montaje de una gran gira, consigue sus propósitos. El filme lleva al límite la campaña para mostrar las interioridades y bajezas del mundo de la política. Manipulación, mentiras sobre el adversario demócrata para minar su popularidad y un gran golpe final motivarán la elección de Roberts como senador.
Como banda sonora para la película, Robbins compuso varios temas con Bob Dylan como espejo, pero llevándolos al extremo opuesto de lo representado por el cantautor de Minnesotta. Si Dylan supuso una figura central en el movimiento pacifista y de derechos civiles durante los 60, Roberts se posicionaba en contra. Las canciones de los discos de Roberts (estos, con títulos claramente paródicos como Freewheelin’, Bob on Bob o The times they are a-changin’ back) destilan individualismo, egoísmo, un fuerte sentimiento patriótico (impagable la relectura del This land is your land de Woody Guthrie) y un acendrado odio a lo diferente. El propio Robbins evitó su comercialización para no publicitar las ideas racistas y xenófobas que representaba su personaje en la película.
Son sólo algunos ejemplos de una evidente paradoja: el mundo derechista reacciona con las armas y el lenguaje de la modernidad para recuperar el terreno perdido. Se arman los ultraconservadores. ¿Acaso nunca lo estuvieron?
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