Chicago
Breve repaso a las causas del óbito de un género
Al parecer, si hemos de hacer caso a los pronósticos de los especialistas y de quienes aseguran saber lo que se cuece en los mentideros de la industria, Chicago es la máxima favorita para optar a lograr los más importantes galardones en los Oscar’2003. Y, además, con todo merecimiento. Porque, igualmente, y si hacemos caso a la crítica especializada, Chicago es una gran película, que ha venido a revitalizar un género que muchos daban por perdido: el musical. Por último, caso de que nos fiemos de lo que es la opinión dominante en la materia, parece ser que es un error, no obstante, catalogar a la película como una mera sucesión de numeritos artísticos de mayor o menor mérito. Lejos de ello, la película es mucho más. Chicago es un thriller psicológico de profundidad nunca igualada, Chicago es un drama judicial de tensión y robustez pocas veces vista, Chicago habla de las mujeres y sus relaciones como nadie desde Shere Hite se atrevió a hacer y Chicago, en suma, es una historia densa, inteligente, de ayer, de hoy y de siempre.
Una vez visionada la cinta, no podemos sino reafirmarnos en la conveniencia de sospechar sistemáticamente de los comentarios de los especialistas y, sobre todo, de los que provienen de las gentes de natural entusiastas (ya sea por tendencia biológica o previo pago). Máxime cuando aquellos están perfectamente imbricados en el engrasado mecanismo de producción-comercialización-rentabilización de productos de consumo como el que nos ocupa. Por mucho que se nos presenten disfrazados, aviesamente, de cultura.
Chicago es un claro ejemplo de película sobrevalorada que pasará a la historia de la propaganda hollywoodiense más como labor de autoafirmación y confianza en los mecanismos publicitarios de la industria que como ejercicio de cine reflexivo o, simplemente, con un mínimo de interés.
El problema arranca, al parecer, del éxito de Moulin Rouge. Una película impresentable, con unas cabareteras enseñando piernas y pechos (eso sí, de forma moderada) que logró éxito en la taquilla por el hecho de que su actriz principal ha adquirido cierto renombre gracias a la sabia publicitación de asuntos íntimos de naturaleza casquivana. En realidad, la película no deja de ser un bodrio que imitaba de forma pacata y miserablemente rancia un concepto ya desarrollado por Paul Verhoven en Showgirls. El director holandés, un avanzado, no obtuvo ni el éxito de público esperable ante el despliegue pectoral de las protagonistas ni el apoyo de la crítica, que no acabó de entender la profundidad de la trama. Años después, y con coristas de la Vieja Europa que sustituyen a las niñas de Las Vegas del original, sin embargo, la cosa fue tenida por cine de calidad. El público acudió a raudales y, al parecer, ello confirmó que el musical es un género viable.
En este punto, sorprende que sea necesario un moderado éxito en taquilla para llegar a concluir que el musical sigue siendo posible. Básicamente porque la concatenación de numeritos musicales tiene y tendrá su público. ¿Cómo es posible que esto lleve a nadie la sorpresa? ¿No exageramos en ocasiones con esta tendencia nuestra a descubrir constantemente el Mediterráneo? Si la perpetuación en la pequeña pantalla con una aceptación espectacular de productos como Noche de Fiesta no resulta una prueba demoledora de que ciertas cosas nunca pasan de moda, bastaba mirar hacia Europa (Francia o España) para comprobar cómo a cualquier cinta costumbrista bastaba con añadirle unas cancioncillas para que la cosa funcionara de maravilla (On connaît la chanson, El otro lado de la cama…). El caso es que, sea por unas cosas o por otras, Chicago optó por recoger el testigo y, en plan qualité, hacer el primer gran Musical del Siglo XXI.
La película, sin embargo, es un pastiche en toda regla que, ignorando si confirmará o infirmará ese pretendido prejuicio sobre la muerte del musical sí podemos asegurar que convalida punto por punto cualquier prevención que pueda albergarse respecto del interés que una película volcada hacia la exhibición cantora y danzora de su reparto en cuestiones que vayan más allá de los gorgoritos y saltitos de turno. Porque Chicago no tiene ni una trama coherente o interesante, ni la más mínima profundidad ni, por sintetizar nuestra opinión, el más mínimo interés. Excepción hecha, claro está, de los numeritos musicales de turno, que a los amantes del género o a quienes hayan crecido educando su gusto a la sombra de José Luis Moreno pueden emocionar de modo supremo. En lo que a nosotros respecta, nos reservamos el juicio de quienes se confiesan ignorantes respecto de las claves básicas que permiten realizar una valoración al respecto. Pero sí podemos señalar que, al margen de este factor, la película carece de interés, es un verdadero bodrio y, lo que es peor, extraordinariamente aburrida.
Ahí es donde radica la parte más indignante del asunto para quienes, ingenua y tiernamente, creímos a pies juntillas eso del “apasionante thriller judial”, eso de “la intriga psicológica”. Acabada la proyección, sinceramente, no puede uno sino preguntarse si directamente se cachondean de uno. ¿Es posible que pretendan vender, donde no parece haber más que una burda farsa de opereta sin el menor rigor, matiz ni contradicción, que subyace en realidad algo más? ¿Qué aviesos intereses mueven a quien pretende algo así? ¿O acaso es que se trata de una mera cuestión de diversidad de opiniones? Lo más triste del asunto es que, pobablemente, la explicación es más sencilla: quien así opina de verdad cree en la virtudes del film. Tal es el páramo intelectual de los críticos cinematográficos de hoy en día.
De todas formas, y para evitar que quienes puedan acceder a este texto reciban este mismo shock sin aviso, quede desde aquí claro que lo que les espera en el cine es más un espectáculo de ópera bufa circense que otra cosa. Y, de hecho, sólo mejora cuando más claramente se agrava la sensación de no-realidad, de no-seriedad (sea ésta buscada o casual), algo a lo que contribuyen poderosamente las apariciones de Richard Gere y su voz atiplada. Con diferencia, lo único potable de la película.
La producción carece del más mínimo interés para todos aquellos que busquen algo más que presenciar numeritos musicales (bastante repetitivos) o asistir al despliegue de las actrices y actor protagonistas.
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