Gemma Nierga

El diálogo es Hablar por Hablar – Artículo enviado por Antonio G. ínclito lector

Conocí a Gemma Nierga cuando aterricé en Levante y pude ver TV3, la inteligente televisión de los países catalanes. Formaba trío con otras dos chicas – ángeles de charlie del periodismo catalán, que hacían entrevistas de perfil “humano” a políticos catalanes. Era el mismo programa que hace Pedro Ruiz, con la diferencia de que allí eran tres entrevistadoras guapísimas y listérrimas, que podían bromear soterrada y sexualmente con el político masculino de turno, en un juego de seducción muy grato para la audiencia de prime time en cualquier programa en directo que, evidentemente, le está vedado a Pedro Ruiz dada su acendrada contundente (e inexplicable, por cierto) heterosexualidad apoyada en sus facciones de neandertal atapuerco, aunque a veces, con su actitud en el plató, parece que él no opina lo mismo. Gemma Nierga simultaneaba aquel programa con su nocturno Hablar por hablar, versión local, de gran éxito.
Poco después, Hablar por hablar dio el salto a la parrilla nacional de la Ser, cruzando la Nierga el rubicón de cualquier periodista ambicioso con el pontón movedizo y arbitrario de la fama. Tener un programa nacional, aunque sea de madrugada, significa haber sido elegido por el dios darwiniano de “muchos son los llamados y pocos los elegidos”, que desde su morada inasequible en el Consejo de Administración de la cadena, te dice que se ha fijado en ti.

Era el tiempo en que las cadenas de televisión ejercían el olimpismo inverso, más bajo, más feo, más sucio, y nos metían las cámaras en la clase de las niñas de Alcàsser para transmitirnos en directo los lloros de sus compañeros. La Ser, algo más que una emisora, el referente ético de la radio española, EGM obliga, batalla mediática obliga, guerra de las plataformas obliga, había tenido ya que rectificar en su desdeñoso desprecio por el cuerpo a cuerpo con la competencia, obligando a bajar a la arena de las sangrientas tertulias matutinas a semidios Gabilondo El Limpio, eso sí, siempre con guantes de látex. Por la tarde, Javier Sardá cometía flagrante parricidio con el Señor Casamajor y salía del armario de los periodistas convertido en “comunicador”. Inmediatamente, como la pela es la pela y está en la esencia de los catalanes el diálogo y la negociación sobre cualquier aspecto de lo realmente importante de la vida de las personas (Maragall dixit), por ejemplo la nómina, negoció con Tele 5 el pulso con el plusmarquista nacional de olimpismo inverso, Pepe Navarro, el cual cometió el error de batir su propio récord lanzando demasiado lejos la jabalina de la calumnia en el caso Alcàsser, así como, a continuación, durante el calentamiento de un lanzamiento de peso, provocar el aplastamiento de los callos de un pie equivocado con el asunto del corpiño. Gemma Nierga, en aquel tiempo, tuvo el honor de realizar el primer reallity show radiofónico nacional, si no contamos a Encarna Sánchez y sus llamadas en directo de taxistas y camioneros recios y raciales.

Por aquel entonces y por las mismas causas miserables que ahora me hacen escribir esto, tuve la desgracia de conocer por dentro la radio. Aprendí entonces, de boca de otro comunicador con aspiraciones empeñado en vadear el rubicón, a propósito de Gemma Nierga y su Hablar por hablar, el concepto de “follar con el micrófono”, tecnicismo del argot de los comunicadores radiofónicos, que significa hacer trampas, incluso en el ámbito elástico que delimita la muy laxa barrera ético-técnica que se imponen estos profesionales. Follar con el micro es una trampa formal que se tiende a la audiencia para lograr su seducción facilona, su fidelización, apelando más a las partes blandas de vísceras y entrepierna de los oyentes que a sus facultades intelectuales de comprensión o de disfrute estético. Es el equivalente a la música de susto que precede el hachazo sangriento del asesino sobre la jovencita estúpida que se empeña en rezagarse del grupo o bajar sola al sótano; un truco fácil de película mala del género de asco. Curiosamente, mi pedagógico comunicador se centraba en estos peros formales y no compartía mis objeciones de fondo a la Nierga y su Hablar por hablar, que básicamente eran la presentación como ficticio servicio público – privado de ayuda mutua para oyentes desesperados, de lo que no era más que la exhibición morbosa de vergüenzas desmesuradas, a más desmesuradas más extensamente exhibidas, con gran complacencia de la “comunicadora” que ésta disfrazaba constantemente de tan imprescindible como ficticia neutralidad. La Nierga, tan espontánea y emotiva en la manifestación de Barcelona, que se dejó llevar por el sentir de su corazón vibrando al unísono con los manifestantes y la familia del difunto, se situaba en Hablar por hablar en un limbo ético, cuya necesidad inexorable reiteraba de vez en cuando, que, según ella, le obligaba a dar paso a descerebrados skin heads de vuelta en casa después de una razzia que nos contaban cómo acababan de aplastarle la cabeza a un moro o a un maricón, a los que dejaba explicarse con el único intercalamiento de los imprescindibles conectores de conversación telefónica (si… si… ya… ya… en fin…), sin que saliese de su garganta el más leve parpadeo ético. Exactamente igual que cuando llamaba un enfermo sexual narrando su zoofilia o su necrofilia. Exactamente igual que cuando llamó un hombre desesperado anunciando un suicidio inmediato que, efectivamente, consumó. Gemma Nierga hizo de Hablar por hablar un éxito de audiencia en su franja horaria y consiguió el premio gordo de la sustitución de Sardá en la tarde de la Ser, así como algún efímero programa en la tele y la pedrea del lanzamiento de un libro con las mejores jugadas de Hablar por hablar.

La Nierga puso en antena La Ventana, un programa mediocre en inicio que nunca ha dejado de serlo. La mediocridad fue debida posiblemente, la pela es la pela, a la migración a Marte de la mayor parte de los guionistas con la estrella rutilante, y sólo se notó cierto parcial alivio con la devolución de varios (guionistas), previo aumento de sueldo. Además, por entonces, emergió la Julia Otero en Onda Cero, otra “comunicadora” que tuvo la decencia de no salir del armario periodístico en completo deshabillé, la cual consiguió relegar a un ostensible segundo puesto, con probabilidades ciertas de ser tercero, a nuestra bienintencionada meliflua y frágil muchacha flaca. Por los insondables designios del Consejo de Ministros y la no menos insondable política de inversiones en medios de comunicación del Consejo de Administración de Telefónica, este problema se resolvió. En éstas estamos.

La bienintencionada meliflua y frágil muchacha flaca, nuestra dialogante Gemma Nierga, tiene talento y ambición. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Posee carácter. Y a diferencia de otras que también derrochaban carácter, como aquella inolvidable locutora de combate, Encarna Sánchez, que no parecía bienintencionada ni meliflua ni frágil ni muchacha ni flaca, además y a diferencia de otras, digo, si es necesario, sabe follar con el micro en el aire. De momento, se ha garantizado un puesto vitalicio en las trincheras mediáticas del Grupo Prisa, a la espera de tiempos mejores, a la espera, tal vez, de dar el gran salto a la televisión. El horizonte es ilimitado y nada es descartable. Por ejemplo, es un decir, es hablar por hablar, pero todo el mundo sabe que la cuota – florero en el Consejo de Ministros es difícil de cubrir… ¿Qué tal Ministra Portavoz? Quién sabe… al tiempo.
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