Capítulo LXXXVI: Alfonso II tiene aún más sed
Año de nuestro Señor de 1162
El sucesor del Pederasta, Alfonso II, intentó superar la molicie sexual en la que había caído el reino durante el gobierno de su padre, que como ya saben era un pervertido, y se lanzó a la conquista de territorios, demostrando que el alma aragonesa anidaba en él. Y es que Alfonso II, como dirían los más reputados historiadores, era todo un tío.
Es más, podríamos decir que era “El Tío”. Uno de esos reyes con que de vez en cuando la Providencia ha regalado a España, o a cualquiera de los miles de fragmentos que componen España. A lo largo de su reinado, Alfonso II (1162 – 1196), no sólo consiguió extenderse aún más hacia el Sur, sino que también lo hizo hacia el Norte, demostrando la vocación europeísta de la Corona de Aragón, que le llevaría a asestar espadazos por todo el continente. ¿Cómo lo hizo? Vayamos por partes. En primer lugar, vence en batalla a las temibles huestes del rey taifa de Murcia, a la que convierte en tributaria de Aragón. Los murcianos se ven obligados, para sobrevivir, a pagar grandes cantidades de oro a los catalano – aragoneses, que según cuentan las crónicas Alfonso II recibía sentado en su trono y mientras bebía grandes cantidades de agua, como diciendo a los murcianos, con cierta sorna, “¿Tenéis sed?”.
El oro le permitió a Alfonso II mangonear en la política allende los Pirineos; en aquellos momentos, Francia era una amalgama de posesiones feudales poco cohesionadas en las que un aventurero con valor y astucia podría medrar bastante. Eso es lo que hizo nuestro Tío, que convierte al conde de Tolosa en vasallo de la Corona de Aragón y se queda con todas sus tierras, de tal forma que una porción importante del sur de Francia se convierte en parte de la Corona, continuando aquí la hermosa tradición de humillaciones asestadas por los catalano – aragoneses al ridículo imperialismo francés medieval. Los aragoneses, y particularmente los catalanes, comienzan a hacer oír su recia voz en el Mediterráneo, presentándose como alternativa a los mangoneantes comerciantes italianos de Venecia y Génova, que hasta ese momento lo tenían todo atado y bien atado.
Pero Alfonso II, además de estas conquistas que contribuyen a dejar patente el poderío y españolidad de la Corona de Aragón, también se ocupó de mejorar sus tierras, de forma que en las riquísimas tierras del sur de Aragón, viendo Alfonso II que por ahí era imposible encontrarse con ningún Tío en mitad del páramo, decidió implementar medidas para fomentar el crecimiento poblacional, convencido de que bastaba con meter a dos aragoneses (macho y hembra) en un cobertizo para que procreasen como conejos. Así que a Alfonso II debemos la fundación de la gigantesca y mítica ciudad de Teruel, donde, situado al lado de la estatua del Torico, el gran rey emitió un emotivo discurso a sus súbditos en que venía a decirles que vieran qué paraíso se estaba configurando alrededor de la urbe, de la que, al colocar su primera piedra, profirió, como símbolo de su fundación, la frase “Teruel Existe”. Naturalmente, nadie le hizo caso, y cuando Alfonso II hablaba de la suavidad del clima, la riqueza de la tierra, el dinamismo empresarial de sus gentes, etc., los súbditos a duras penas conseguían mantener la risa. Pero, al menos, muchos de ellos se quedaron, lo cual es mucho, o al menos mucho más que ahora.
A su muerte las cosas se iban a poner un poco mal en la Corona de Aragón: “Pedro II y los albigenses”.
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