Capítulo LXXXI: Decadencia del Pensamiento Navarro

Año de nuestro Señor de 1134

García Ramírez el Restaurador (1134 – 1150) tuvo considerables problemas para mantener la independencia de sus menguadas tierras. El expansionismo castellano se dirigía a todas partes, y echó sus ojos sobre La Rioja; en condiciones normales, unos navarros que habían seguido durante años los preceptos aragoneses de la Sed no se habrían dejado arrebatar esas tierras, plenas de vino y surcadas por el río Ebro, pero Navarra ya no era lo que había sido antes y ante la amenaza de desaparecer como reino García Ramírez se alía con Portugal, reino pujante de nuevo cuño surgido al amparo de las posesiones leonesas al sur de Galicia (es decir, que Portugal es también España), y consigue mantener el conflicto con los castellanos en un impasse, preservando la mayor parte de Navarra de las acometidas de los habitantes del páramo mesetario.

La guerra acabó de forma típicamente española: con una doble boda, la del heredero castellano de Alfonso VII el Emperador, Sancho III, con la Elefanta Blanca de Navarra, por un lado, y el heredero navarro, Sancho VI, con la Elefanta Sancha de Castilla. Pero no se preocupen, que nuestra Histeria no se va a convertir en una especie de crónica rosa; si les he puesto los nombres es para que vean la absoluta falta de originalidad de nuestros reyes, llamando a sus hijos Sancho a diestro y siniestro (bueno, por eso y también para poder escribir dos veces “Elefanta”, que uno no es de piedra).

Así que el Restaurador, asentado su reino una vez extirpada la grasa, los michelines sobrantes de La Rioja, puede morir tranquilo y le encomienda el mando a su hijo Sancho VI el Sabio (1150 – 1194), que como su sobrenombre indica era un hombre muy culto. La verdad, en la postergación en que se encontraba su reino no le quedaba más remedio que ser culto, pues en cuanto a conquistar, lo que se dice conquistar, no había mucho. Ya hemos relatado que Navarra queda encajonada entre Castilla y Aragón, sin posibilidad de crecer en territorios si no era a costa de otros reinos cristianos, lo cual, dada la enorme divergencia de potencial entre Navarra y los cada vez más grandes y más sedientos reinos vecinos, no resultaba realista.

En estas condiciones, no nos extraña que Sancho VI se dedicara, aburrido en su castillo, a escuchar a intelectuales orgánicos que le interesaban por las artes y la cultura, a leer e incluso a escribir, a perder el tiempo en vez de matar enemigos, vaya. Pero tampoco perdió totalmente el tiempo en sus 44 años de reinado; dado que no tenía más territorios que rascar, se dedicó a cuidar los que ya tenía, particularmente los territorios vascos, esto es, Álava y Guipúzcoa, que tras siglos y siglos de cultura vasca seguían como los vascones deseaban: igual que muchos siglos atrás. Así que Sancho VI decide volcarse con estas gentes dejadas de la mano de Dios y funda Vitoria para estructurar el territorio alavés, concede una serie de privilegios a San Sebastián que, siglos después, continúan de radiante actualidad (pues siguen vigentes en el aspecto, extendido a todo el País Vasco, de no pagar impuestos) y repobla tanto Álava como Guipúzcoa con gentes venidas de otros lugares de la Península que esperemos que a estas alturas ya hayan conseguido integrarse, sin que se les mire de forma sospechosa.

Al morir el Sabio, sube al trono su hijo Sancho VII “El Fuerte”, que devolvería a Navarra su grandeza, tras las veleidades intelectuales de Sancho VI, de la única manera posible: a mandobles: “Vivan las cadenas”позиции сайта googlebusiness translation from russian to english


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