Capítulo LXXV: El Pensamiento Navarro y sus reyes

Año de nuestro Señor de 1035

El pueblo navarro, fortalecido por las inquietudes culturales vascas, se caracterizaba por una hondura intelectual sin precedentes en nuestra Península. El Reino de Navarra era siempre pionero en todo tipo de tradiciones culturales de gran valor sentimental y (según dicen algunos) nulo valor artístico que constituían el eje sobre el que Navarra adquiría razón de ser. Con estos mimbres, no es de extrañarnos que Navarra siempre quisiera estar a la última en lo que respecta a movimientos artísticos peninsulares. De esta suerte, si Aragón contaba con un gran levantador de piedras, los navarros presentaban a dos fuertes gudaris vascos que levantaban piedras aún más grandes; si los castellanos se jactaban de cortar troncos como ninguno, allí estaba Navarra con sus aizkolaris que devastaban bosques enteros en un santiamén; si unos y otros, envidiosos de la hombría de los navarros, generaban bailes ridículos para intentar ganarles en el plano de lo estilístico, Navarra fabricaba vestidos y bailes populares a un ritmo taylorista de producción.

Las cosas llegaron a tal índice de gusto por la alta cultura en Navarra que tanto castellanos como aragoneses tuvieron envidia de su grandeza, de tal suerte que unos y otros se lanzaron contra el soberano navarro, García I (1035 – 1054), con el deseo de dirimir quién de los tres reinos podía considerarse más bruto, esto es, más español. Y hay que decir que la competición estuvo reñida. Durante unos años los tres reyes anduvieron a la par, y aunque Ramiro I, como ya hemos dicho, contó con el refuerzo de los condados de Sobrarbe y Ribagorza, al final la balanza se inclinó del lado navarro. Pero fue una victoria pírrica, pues poco después, en la gran final contra el imperialismo castellano que intentaba destruir las trandiciones navarras, la batalla de Atapuerca, Fernando I de Castilla destroza totalmente el ejército navarro, captura a García I y le aplica la ley de fugas; es decir, que lo degüella y allí mismo, tirando el cuerpo exánime de García I al suelo, como queriendo decir “aquí no hay más bruto que yo”, nombra nuevo Rey de Navarra al hijo de García, Sancho IV (1054 – 1076), que la Historia conocerá con el curioso nombre, en apariencia, de “El de Peñalén”.

Bien pronto Sancho IV, nervioso de que alguien pudiera dudar de la hombría navarra, se alía con Sancho I Ramírez, el sucesor de Ramiro I en el reino de Aragón, y juntos se lanzan contra Sancho II el Fuerte de Castilla, que demostró que en aquellos momentos Castilla era la más Fuerte venciendo a ambos. Sancho IV, derrotado, se vuelve a sus territorios y allí decide dedicarse a hacer vida familiar. Pero un infortunado día Sancho IV tuvo un infortunado accidente; estaba el rey en una jornada de caza, preocupado, como siempre, por las necesidades de sus súbditos, y de repente resbaló con tan mala suerte que cayó al río Arga, cerca de Peñalén (¿entienden ahora lo del mote? Por cierto, ¿dónde está Peñalén?), y allí mismo se ahogó.

Puesto que Sancho IV, preocupado de mostrar sólo su masculinidad en el campo de batalla, no tenía hijos, los cortesanos navarros comenzaron a discutir sobre su sucesor; en un principio los mejores candidatos eran sus hermanos, Emersinda y Ramón el Fratricida, pero el hecho de que fueran ellos precisamente los únicos que acompañaban a Sancho IV el día de su muerte, unido a la constatación de que un tío que había sido apodado por el pueblo “El Fratricida” no era muy de fiar, les decidieron a nombrar nuevo rey de Navarra a quien ya lo era de Aragón, Sancho I Ramírez, uniendo de nuevo ambos reinos. ¿Quién era este tipo medroso y arribista que consiguió engrandecer el espacio vital aragonés de tal forma? Descúbranlo en nuestro siguiente capítulo, “Sancho I Ramírez”.услуги по наполнению сайтапомощь в продвижения бренда его ценность и стоимость


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