Capítulo LXXIX: Alfonso I, el Cornudo Apaleado
Año de nuestro Señor de 1104
Cuando muere Pedro I lo hace, cosa extraña vista la fertilidad de sus súbditos, sin dejar descendencia. Como Aragón seguía teniendo sed, se nombra rey a su hermano, Alfonso I, que la historia conocerá con el sobrenombre de “El Batallador”. Afortunadamente, Sancho I Ramírez sí que había cumplido con el cupo aragonés de natalidad, con lo que la sucesión quedó asegurada. En este caso, hay que concluir que para bien, pues El Batallador hizo honor a su nombre y se pasó toda la vida atizándose con los almorávides para conquistar más territorios. El tío tenía una sed que no veas, y sus súbditos no le iban a la zaga. En sus treinta años de reinado (1104 – 1134) dobló los territorios aragoneses, posibilitando que, por primera vez en mucho tiempo, sus súbditos tuvieran el suficiente espacio vital para solazarse. El Batallador conquistó Zaragoza, pudiendo, por fin, beber en las aguas del Ebro y cargándose la taifa del mismo nombre, con lo que amplió considerablemente sus tierras, de tal forma que, con Alfonso I, Aragón abarca más o menos los territorios actuales
Sin embargo, el tío tenía aún más sed, y en sus cuitas con los almorávides llegó a intentar conquistas que en principio se antojan absurdas, como Granada; cómo se ve que Ustedes no han visto el inmenso caudal del río Genil, ni las nevadas montañas de Sierra Nevada, pensaría el Batallador al intentar la conquista. Sin embargo, y como era de esperar rodeado de territorio enemigo por los cuatro costados, la cosa no fue demasiado bien, y al hombre le esperaba un largo camino de vuelta hasta el Ebro, sin poder beber ni nada, así que adoptó una solución drástica: en lugar de subir, bajó aún más, hasta Velez-Málaga, donde tomó posesión (simbólicamente) del Mediterráneo, viejo sueño de todos los reyes peninsulares y sueño perverso del Batallador, porque ¿se imaginan la de agua que había allí? Una vez se hizo la foto y ya se pudo tirar el prurito de conquistador del Mediterráneo, y tras comprobar que, después de todo, el agua salada no era para tanto, Alfonso I, su sed momentáneamente apagada, se volvió a sus tierras, que siguió extendiendo, hasta que en 1134, intentando la conquista de Fraga, muere y deja un bonito problema sucesorio a los notables del Reino.
¡Un momento! ¿A santo de qué venía aquello de “El Cornudo Apaleado”? ¿No creerán Ustedes que yo, incauto lector, he llegado hasta aquí para leer tonterías de batallas y demás? Si yo he pinchado compulsivamente en este capítulo ha sido por la promesa del Bien Preciado, aún más que el agua. Un capítulo titulado así debería contener picardías de alguna clase. En efecto, pero quería obligarles a leer lo demás. Allá van: el Batallador, siempre ansioso de nuevas tierras, concertó un matrimonio con Urraca, que por entonces era reina de Castilla, uniendo bajo su égida ambos reinos. Alfonso I se las prometía muy felices, pues siendo él el Macho del matrimonio era indudable que acabaría llevando la voz cantante. El tío ya se veía batallando por aquí, batallando por allá, y bebiendo cada vez más agua. Pero no sopesó lo suficiente que en España ser un Macho no es sólo atizar a diestro y siniestro, sino también cumplir con holgura en los verdaderos momentos importantes. Alfonso I se dedicó a batallar pero descuidó sus deberes matrimoniales, de suerte que su flamante esposa, la sin par Urraca, “no tuvo más remedio” que buscar sustitutivos.
¡Y vaya si los buscó! Esta mujer era el equivalente en el imaginario popular a un Macho, esto es, una puta de mucho cuidado, que se acostaba con unos y con otros, en la Corte y fuera de ella. A la chica le iba la marcha, pero en un sentido muy distinto al del Batallador, cuyas victorias quedaban enormemente minimizadas ante las derrotas que diariamente le infligían múltiples enemigos en la cama. Al final, el hombre acabó harto de la cuestión, e incapaz de sublimar su deseo sexual únicamente pegando mandobles a los moros, pidió la nulidad del matrimonio a la Iglesia, lo cual, sustanciosa donación mediante, le fue concedido, así que cada uno a su casa y Dios en la de todos. Pero quizás con esto no tengan suficiente para entender la compleja personalidad del Batallador, así que lo completaremos en el capítulo siguiente: “El fantasma del separatismo recorre Aragón”.
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