Capítulo LXIV: Alfonso II, el Invertido

Año de nuestro Señor de 792

El largo reinado de Alfonso II (792 – 842) fue pródigo en acontecimientos. En primer lugar, Alfonso II trasladó la capital de su enorme reino, que hasta entonces se había situado en Cangas de Onís (por no decir que toda la corte se refugiaba en cuevas para que no se los comieran los osos), a la ciudad de Oviedo, donde por cierto tuvo que sortear numerosas dificultades, pues una parte de la población ovetense lo acogió con hostilidad, al considerar a Alfonso II un rey imperialista que quería destruir las tradiciones asturianas. La réplica de Alfonso (cómo leches queréis que destruya las tradiciones asturianas si mi reino comprende poco más que Asturias) no fueron convenientemente atendidas, pues algunos intelectuales, alma del pueblo asturiano, consideraban que Alfonso hablaba un bable escasamente puro, con acento extranjero, y eso no podía ser. Así que Alfonso fue depuesto por una sublevación bablista en el año 803 y confinado en un monasterio, pero poco después le echó arrestos y recuperó el trono. Su reinado está también trufado de acontecimientos bélicos contra los árabes, con derrotas y victorias alternas que, a grandes rasgos, dejaron las cosas como estaban.

Pero sin duda se estarán preguntando por qué hemos llamado “el Invertido” a Alfonso II. ¿Se nos han acabado los sobrenombres para los monarcas españoles y ya ponemos cualquier cosa? No es tan sencillo. Los efectos de la política revolucionaria de Mauregato I se empezaron a notar en esta época. Las doncellas escaseaban y por otro lado Alfonso II tampoco tenía muy claro si deseaba acostarse con alguna. Su estancia en el monasterio acabó por definir claramente su sexualidad y a lo largo de su vida se negó tajantemente a casarse, liberándose como ser humano y, ocasionalmente, dando el coñazo a los nobles de su Corte con lo fascinante y distinto que se sentía desde que había asumido su homosexualidad en forma plena. El hecho de que los nobles, tan aficionados a deponer reyes, no lo asesinaran por este motivo da cuenta de lo tolerantes que ya por entonces eran todos en España.

Por otro lado, la no descendencia de Alfonso II permitió a los nobles prolongar un poco más su divertida costumbre de elegir al monarca. El honor recayó en Ramiro I (842 – 850), que en su corto reinado mostró, eso sí, mucho más entusiasmo bélico que su antecesor, atizándose con los normandos, que por esa época desembarcaron en Asturias, y con los propios nobles, que en su ausencia (le habían cogido vicio a lo de elegir reyes) escogieron a un sucesor al que Ramiro I no tuvo más remedio, repitiendo la jugada de Alfonso II, que meter en un convento. Eso sí, Ramiro dio muestras de que los tiempos habían cambiado y antes de meter al noble en cuestión en el convento le hizo ver la complejidad de la situación dejándole ciego.

Pero Ramiro I destacó, sobre todo, por sus luchas contra los árabes, a los que arrebató ricas Tierras de Nadie para engrandecer su reino; tenemos ciertas dudas de que Ramiro I se encontrara realmente a algún árabe o, en general, a alguien durante sus batallas por la Tierra de Nadie, pero el hecho es que en pocos años consiguió que el reino asturiano se desplazase hacia el sur, llegando hasta León. Su hijo (como Ustedes comprenderán un monarca con los arrestos de Ramiro I se aseguró de que no quedara noble alguno capaz de elegir a su muerte a algún sucesor que no fuera su retoño) Ordoño I (850 – 856) completó la obra de su padre repoblando con cristianos y mozárabes que huían de los ramalazos autoritarios que comenzaban a emerger en Al – Andalus las tierras valientemente conquistadas a los árabes, dejando las cosas preparadas para la llegada de un gran rey: “Alfonso III, el Magno (con mucho hielo)”.подбор запросовdrawing party


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