Capítulo CXI: Jaime II “El Justo”

Año de nuestro Señor de 1291

Jaime II estaba destinado, en virtud de los pactos de su hermano con el Papado, a abandonar el trono de Sicilia, cuestión que en principio no acabó de ser bien acogida por el monarca y por sus súbditos, ilusionados de ser gobernados por un español. Pero hete aquí que cuando Jaime había acabado de afilar sus espadas para atizarse con Alfonso III el Liberal, con Francia, con Carlos de Anjou, con el Papado y con quien hiciera falta, rizando el rizo, no sólo no pierde el reino sino que accede también al trono aragonés, y por largos años (1291-1327).

Auténtico monstruo de la política, Jaime II desarrolló todo su reinado en torno a dos grandes líneas de actuación complementarias y perfectamente incardinadas en lo español: se pegó casi cuarenta años soltando yoyah en el exterior, y otros tantos repartiendo chapapote en el interior, de manera que el buen pueblo catalano-aragonés-valenciano acabó denominándole “el Justo”, por su demostrado afán justiciero y por lo que ajusticiaba el tío. Aquello era el paraíso de los verdugos, todos los años convocaban oposiciones y ni siquiera hacía falta haber pasado unos años por la situación de interino para acceder al funcionariado, si te gustaba matar el rey te ponía un sueldazo y a matar se ha dicho.

Complemento de la política de matanzas, Jaime II fortaleció a las ciudades frente al predominio de la nobleza, que vio como parte de sus privilegios, recién conseguidos con el sarao de la Unión, eran recortados en pro de unas Cortes ciudadanas con amplias competencias, que por supuesto también se subían a las barbas del rey si tenían oportunidad (aunque no a las de Jaime II “el Justo”, habida cuenta de que, al fin y al cabo, al rey no le costaba lo más mínimo convocar oposiciones extraordinarias y cambiar la composición de las Cortes por defunción masiva de los parlamentarios pretéritos, si éstos le tocaban los cataplines), pero al menos actuaban con autonomía respecto de los nobles, y tendían a asociarse más bien con la Corona. Con esto, y una vez más, España sentó las bases de lo que luego sería el Renacimiento, caracterizado por el germen del capitalismo basado en las ciudades comerciales que superaban el anacrónico sistema feudal, fundamentado en la posesión de tierras por parte de la nobleza.

En el frente exterior, lo primero que hizo Jaime una vez se vio gobernando este magno Imperio comercial fue repetir la jugada de su hermano, esto es, dividir de nuevo el reino por la vía de colocar a su hermano Fadrique (el tercer hijo de Pedro III el Grande, ya ven qué peazo familia “pata negra”) como rey de Sicilia. Pero a continuación, y visto que, una vez más, el Papado no aceptaba el pequeño pasteleo de que Sicilia continuase en manos de la Casa de Aragón, Jaime II firma un acuerdo con Francia y el Papado en virtud del cual, una vez más, se otorga Sicilia al pesao de Carlos de Anjou y a cambio el rey de Francia renuncia a sus derechos sobre la Corona de Aragón (ya ven Ustedes qué chollo era ser Papa en determinados momentos de la Edad Media: regalabas reinos a tus amiguetes “porque yo lo valgo”, con la excusa del natural herético de sus legítimos gobernantes y, si la jugada te salía mal, a continuación negociabas con los derechos creados ex profeso) y el Papa levantaba la excomunión a los reyes de Aragón y además los nombraba “Almirantes de la Iglesia”, así de fácil era prosperar en la consideración del Papado en aquellos días.

Al parecer, el Papa soltó lo de “Almirantes de la Iglesia” sin que se le escapase la risa, y Jaime II aceptó el acuerdo encantado con lo de ser “Almirante”. Vaya mierda de acuerdo, dirán Ustedes. ¿Qué había ocurrido? ¿Renunció Jaime a leerse la letra pequeña del contrato, por considerarlo poco viril e indigno de su honorabilidad? ¿Se había convertido “el Rey Justo” en una reinona, a la que le hacía ilu vestirse de Almirante, en plan Hefestión? (Y, además, “Almirante de la Iglesia”, “mitad curilla, mitad marinerito”, difícilmente encontrarán una denominación más Gay en los disfraces Gays de las caravanas Gays del Día del Orgullo Gay en el lugar más Gay que puedan imaginarse).

Nada más lejos de todo esto: en realidad, si Jaime II aceptó fue por la jugosa cláusula secreta del Tratado, que otorgaba a la Corona de Aragón derechos sobre las islas de Córcega y Cerdeña, con lo que, en realidad, la pérdida de Sicilia venía a ser como un cambio de cromos que, a la larga, mejoraban la posición del reino como potencia mediterránea. Este acuerdo, claro está, tampoco resultó del todo convincente para el hermano de Jaime, Don Fadrique, que declaró la guerra a todos los abajo firmantes, es decir, la Corona de Aragón, Francia, el Papado, y al principal beneficiario, Carlos “fracasado” de Anjou, “quiero y no puedo” rey de Nápoles. Pero siendo español, hijo de Pedro III el Grande y con ese nombre, “Don Fadrique”, ¿qué esperaban? Exudaba testosterona por todos los poros de su piel, el tío.

Así que Jaime II ordena a Roger de Lauria que envíe una flota a Sicilia para repartir yoyah contra el ejército de su hermano Fadrique, del que formaban parte los almogávares, al mando de Roger de Flor. Aquello parecía “Gran Peazo Animal VIP”, por cómo las yoyah volaban por un lado y otro. Los franceses y el Papa se contentaban con mirar el espectáculo desde la barrera, no les soltaran alguna leche a ellos, mientras los españoles se atizaban una y otra vez, y aparentemente gozando con lo que hacían, ante el horror del respetable: Roger de Lauria cosechaba victoria tras victoria en el mar, pero Roger de Flor hacía lo propio en Sicilia, y al final se llega a un sospechoso impasse producto del cual Fadrique logra mantenerse en el trono (y se apresura a enviar a los almogávares a Constantinopla para librarse de ellos), y la Corona de Aragón, impotente, se conforma con ir a por Córcega y Cerdeña.

Qué raro. ¿No creen? Casualmente, los dos hermanos empatan la guerra, y ambos se conforman con la situación de empate, algo totalmente impropio para un español, pues es sabido que empatar es de maricones, y sigue siéndolo incluso aunque el Papa, rijosillo y juguetón como es, te llame “Gran Almirante de mi Iglesia”. Casualmente, empatando los dos hermanos consiguen dar la vuelta a la tortilla del acuerdo con Francia y el Papado, mantienen la situación anterior, y además Jaime II consigue el derecho de conquista sobre Cerdeña y Córcega, islas en las que la Corona de Aragón dejó 12.000 muertos, aunque logró hacerse con ellas, con lo que al final de su reinado Jaime II dejará una Corona de Aragón más fuerte que nunca.

¿Qué tenemos aquí, en consecuencia? Los aprendices de brujo (Francia y el Papado), cual si de víctimas de trilero se trataran, se dejan engañar, ni siquiera son mínimamente conscientes del engaño cuando éste se ha producido, y además le dan palmaditas en la espalda a Jaime II “el Justo”, “hay qué ver, qué hombre más honorable es nuestro Gran Almirante de la Iglesia, qué cumplidor y hacendoso, qué carisma tiene”. Ni siquiera algunos comentarios alarmados aparecidos en la prensa vaticana sobre “el poder subyugador del jaimismo”, ni siquiera los comentarios de Jaime II sobre cómo “la Corona de Aragón es el territorio donde es posible enriquecerse más rápidamente”, ni siquiera el envío de los almogávares a Constantinopla para engrandecer aún más el Imperio, les pusieron sobre aviso: habían sido engañados por la corrupción, el despilfarro y el Crimen de Estado del precursor de Felipe González Márquez.

Pero no se crean que las ansias de conquista terminaron aquí. Nada de eso, además Jaime II cierra una alianza con Alfonso de la Cerda, pretendiente al trono castellano, frente al rey de Castilla, Fernando IV “el Emplazado” (de quienes ya hablaremos, no se preocupen, que no se quedarán sin saber a qué obedecen esos pedazos de apodo), alianza que Jaime utiliza, con un felipismo axiomático, en su propio beneficio: bajo el demagógico grito de “Justicia para todos”, se lanza contra el Reino de Murcia, entonces castellano, y conquista la actual provincia de Alicante y la zona costera de Murcia, a los que hace desde entonces partícipes de la obsesión de la Corona de Aragón por el agua, y en el momento en que se encuentra en posición de ventaja, como indican todos los manuales de Felipismo Aplicado, firma la paz con Fernando IV.

En ese momento, y sin solución de continuidad (“castellano blanco, castellano negro, lo importante es que cace ratones”), Jaime firma una alianza con Castilla contra los reinos musulmanes de Granada y Marruecos, alianza en la que a la Corona de Aragón le corresponderían Almería y Túnez (más y más ciudades costeras en el Mediterráneo en las que desarrollar un comercio justo). Jaime II se lanza contra la ciudad musulmana de Almería (al fin y al cabo, en tanto Gran Almirante de la Cristiandad, ¿no estaba Jaime enarbolando la Causa de la Cruz?), pero el sitio de la ciudad es un fracaso, con lo que la Corona de Aragón no tiene más remedio que renunciar a su expansión en la Península.

Finalmente, el Gran Rey muere en 1327, dejando un legado imposible de igualar para cualquiera que no sea español: dio la vuelta a la difícil situación con el Papado, fortaleció enormemente la posición de la Corona de Aragón en la Península y en el Mediterráneo y contribuyó a crear un contrapeso de poder importante a los señoritos feudales, por la vía de promocionar las Cortes de los distintos reinos. Y además, y ahí reside su auténtica grandeza, todo lo hizo engatusando a sus enemigos, convirtiéndolos en amiguetes y sacándoles la pasta y las posesiones al mismo tiempo que rendidas alabanzas por su rígida moral, su acendrado catolicismo y su pasión por la justicia. No cabe extrañar que su hijo y sucesor no le llegara a la altura de los zapatos: “Alfonso IV “El Benigno” “.ольга матвей рецептыустановка радиаторов отопления в квартире


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