Capítulo CV: Jaime I el Conquistador: la pulsión anticipatoria

Año de nuestro Señor de 1214

Jaime I ya se había ganado a pulso, según ha quedado claro en nuestro capítulo anterior, el apodo de “el Conquistador” por la vía de fornicar sin freno, pero el hombre, que como español no era fácilmente conformista, quería ser recordado por algo más que por su pericia en la cama. Los siempre agudos súbditos ya habían comenzado a retorcer el sentido primigenio de su apelativo, “el Conquistador”, y aunque algunos derivados (“Jaime I el Machote”, “Jaime I el Sifredi”, etc.) le causaban a nuestro hombre más orgullo que otra cosa, otros insertaban preocupantes equívocos (“Jaime I el Romántico”, “Jaime I el Enamorado”, “Jaime I Capullito de Alhelí” y similares). Aquello no podía ser, y tras rechazar una idea un tanto impropia de sus asesores de marketing (ejercer el derecho de pernada a lo bestia, indiscriminadamente y sin cesar), Jaime I se dispuso a clarificar de una vez por todas que su masculinidad no se circunscribía a ningún ámbito en concreto, sino que abarcaba y consumaba la totalidad de los posibles.

Vamos, que el hombre se puso a repartir chapapote, aprovechando la positiva coyuntura sociohistórica (almohades recién vencidos, reinos de taifas inermes, etc.), y haciéndose paulatinamente con un capital en territorios no comparable al de Castilla pero superior al de los demás reinos peninsulares (y, por supuesto, a cualquier reino extranjero, aunque eso, hablando de España, se da por hecho).

En primer lugar, a lo largo de la década de 1230 Jaime se dedica a reconquistar las islas Baleares. Dichas islas, como cualquier territorio que alguna vez haya formado parte de esta construcción divina que llamamos España, eran españolas de toda la vida, y aunque durante siglos sus habitantes habían vivido felices en el seno de mamá España versión musulmánica, ahora comenzaban a preocuparse. Pérfidos extranjeros, burócratas advenedizos, habían dictado las órdenes desde Andalucía en nombre de tonterías como Alá y similares, en lugar de la simpática discrecionalidad que caracterizó siempre al Califato. Malvados nacionalistas baleáricos comenzaban a hablar de su ridículo reino de taifa como si fuera ajeno a España; se rumoreaba, incluso, que el taifa de Mallorca, que no sé cómo se llamaba pero supongamos que Ibn – Arr – Eche, había mandado redactar un absurdo texto jurídico en el que buscaba algún tipo de acuerdo de asociación con Españaza, basado en la comprensión mutua, la tolerancia, el diálogo, los impuestos especiales y bla, bla, bla.

Naturalmente, Jaime respondió como en él se esperaba: desembarcando en Mallorca y soltando yoyah hasta quedarse solo. En pocos años se hizo con todas las islas, muy interesantes desde la perspectiva de recalificar territorios y construir apartamentos y, en particular, para esa época atrasada en la que el comercio, y no la construcción, era la mayor fuente de riqueza, para comerciar por todo el Mediterráneo, nuevo territorio natural visto que la expansión por el sur de Francia había dado en el pasado tan malos resultados.

La conquista de las islas Baleares había sido alentada, financiada y apoyada por el Principat de Catalunya, y por tanto Jaime, imparcial como sólo un español sabe serlo, le anexionó este reino. No en vano era Cataluña la principal impulsora de la incipiente expansión por el mar Mediterráneo, y de la aparición, ya a finales del siglo XIII, de la Corona de Aragón como potencia comercial capaz de rivalizar con venecianos y genoveses, quienes hasta la fecha se habían quedado con el casi monopolio del comercio.

Hecho esto, Jaime se echó ufano a dormir. Ya había fornicado sin freno durante años, ya había conquistado un chiringuito para pasar el verano, así que ¿qué más se podía pedir? Sin embargo, los malvados aragoneses no pensaban igual, y llevados del recuerdo de Alfonso “El Batallador” se manifestaron dispuestos a soltar hondonadas de yoyah allá donde fuera posible. Pasando olímpicamente de Jaime, los nobles aragoneses levantan mesnadas de soldados y se dedican a expoliar, matar y saquear en las fronteras de la taifa de Valencia, incluso conquistando territorio para darle el toque excéntrico a la orgía de sangre.

La ambición de los aragoneses no conocía límites, y además dejaban un tanto en ridículo la supuesta hombría de Jaime (ya me dirán Ustedes qué imagen daba al recio pueblo español un tío que veía cómo sus súbditos se morían de ganas por soltar yoyah y él no se ponía al frente de la cuestión), con lo que el gran rey no tuvo más remedio que liderar la conquista del Reino de Valencia en un claro adelanto de la doctrina de los “ataques anticipatorios” proferida con clarividencia por nuestro actual líder hispánico, Joe Mary Ánsar, que no consiste, como algunos ineptos antiespañoles pudieran pensar, en “ataquemos antes de que (el país subdesarrollado en cuestión) nos ataquen a nosotros”, sino en “ataquemos antes de que (la potencia rival en cuestión) ataquen ellos y se queden con el petróleo / territorio / riquezas”. El ataque, claro, fue un gran éxito: “Jaime I el Conquistador: la pulsión creativo – destructora”вертикальные радиаторы отоплениядать рекламу интернет


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