Capítulo XXIX: Don Pelayo

Año de nuestro Señor de 718

Estamos en el año 718. Toda la Península está ocupada por la herejía islámica. ¿Toda? ¡No! Un grupo de pringaos caracterizados por su salvajismo intentan representar la herencia de la Monarquía visigótica, la auténtica España (luego no se extrañen de que apareciera el franquismo con estos antecedentes), en las montañas de Asturias. Para ello, resistirán, ahora y siempre, al invasor musulmán que tenía contenta a la inmensa mayoría de los españoles (sí, YA éramos españoles), los cuales habían abjurado en parte de la verdadera religión tentados por el oro y la falta de latigazos de los árabes.

Todos ellos serán acaudillados por un noble godo, Don Pelayo, que al parecer había escapado de la batalla de Guadalete sin necesidad de violar a ninguna doncella y había decidido, posteriormente, tomar las riendas de la resistencia (¿?) frente a los moros. Don Pelayo, recio caballero, monta su gloriosa corte en un par de cuevas de las montañas, desde donde, valientemente, espera la llegada del ejército árabe. Este, compuesto por malvados españoles herejes, comienza a recorrer el valle con el propósito de destruir la resistencia cristiana y apropiarse de todas sus riquezas (se comenta que Pelayo disponía incluso de bayas silvestres para alimentarse; sólo él, claro, que el resto de su Corte se conformaba con hierba del campo, a imagen y semejanza de sus coetáneos baskones).

Aquí se produce la primera de una larga serie de intervenciones divinas que permitieron que, en sólo 700 años, los árabes fuesen vencidos: cuando los árabes, desde el valle, comienzan a disparar con sus arcos a los montañeses cristianos… ¡Milagro! Las flechas islámicas dan la vuelta y se lanzan en pos del ejército musulmán, sin duda a causa de la intercesión divina de la Virgen, porque, como todo el mundo sabe, eso de la Teoría de la Gravedad es una mariconada que no fue inventada hasta siglos después. Para más inri, las piedras que tiraban los cristianos desde lo alto del desfiladero no se volvieron contra ellos y alcanzaron el objetivo (el ejército árabe), con lo que sólo nos cabe concluir que Pelayo y sus hombres fueron tocados por la Gracia de Dios.

De esta manera, Don Pelayo, primer rey de la era posvisigótica (un rey ridículo, sí, pero menos si lo comparamos con los que le precedieron) puede comenzar el arduo proceso de expulsar a los árabes de España. Desde su poderoso reino, compuesto por un par de valles asturianos, se convertirá en una terrible pesadilla para los dominios árabes de la Península, porque tras sus actos estaba la Verdadera religión, claro. Covadonga fue el principio del fin de la dominación árabe en España, a juzgar por la relevancia que se le dio (siglos después, por supuesto, que los envidiosos cronistas hispano – árabes no dejaron nota alguna al respecto).

Pese a tan gran victoria, convenientemente glosada durante los siglos posteriores, curiosamente los árabes no abandonaron a toda prisa sus recién conquistados dominios peninsulares. De hecho, no sólo no los abandonaron, sino que, esquivando al terrible ejército de Don Pelayo, se lanzaron a por más conquistas allende los Pirineos, hasta que fueron parados por los gabachos en “Poitiers”.from english to portuguese translationдизайн ванной комнаты с душевой кабиной фото


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