Viaje al fin de la noche – Céline
Novela total
Título: Viaje al fin de la noche
Autor: Luis Fernando Céline
Categoría: Novela autobiográfica
Siglo: XX
Comentario
Céline (apodo literario de LF Destourches, 1894-1961) es el arquetipo del escritor maldito y poco conocido fuera de su país, Francia. Fue lo que podríamos llamar un “pacifista antisemita”. Sirvió en el ejército durante la primera guerra mundial, viajó por Europa y África, estudió medicina tardíamente. Fue colaborador literario de la Francia ocupada por los nazis y tuvo que exiliarse en Alemania con los petanistas durante el ocaso del 3er Reich. Condenado en su país, se refugió en Dinamarca, donde asimismo se chupó un año de cárcel. Indultado en el 51, volvió a casa para acabar su obra en el ostracismo, e intentó, muy francés él, autojustificar su “martirio ideológico” en sus últimas novelas.
El autor fue creando a lo largo de su obra un universo tragicómico y esperpéntico delirante, en el estricto sentido de la palabra -a la vez mezcla de experiencias propias y ficticias, usando un estilo telegráfico (la llamada petite musique), rebosante de molestos puntos suspensivos que cortan el hilo del discurso lógico y obligan al lector a un ímprobo esfuerzo para enterarse de algo de lo que le están contando. Pero no se asusten, el “Viaje”es legible. Pero que muy legible, vaya si lo es.
Dejemos que hable del “Viaje” lo más granado de la crítica de su época (1932):
“Céline es el Marat de este tipo de novela que, adentrándose con una alucinación casi sádica en la realidad de la triste existencia cotidiana, descubre en ella un océano de estupros y de abominaciones” (Léon Daudet)
“…puede ser considerado como la descripción de los contactos que un hombre mantiene con su propia muerte, en algún modo presente en cada imagen de la miseria humana que aparece en el curso del relato” (Georges Bataille)
Interesante, verdad? En esta obra seguimos el rastro de Bardamu y su oscuro “amigo” Robinson, en dos partes diferenciadas:
La primera comienza con Bardamu (Céline) apuntándose al ejército y sigue con su experiencia de la Gran Guerra, en una visión apocalíptica y absurda sólo comparable a la de los “Poemas a Lu” de su coterráneo Apollinaire. A su invalidez tras recibir un obús (igualito que Guillermito), se nos va a Togo a trabajar en colonias. Agárrense si quieren emociones fuertes: blancos y negros degradados en la violencia y el canibalismo, a nivel tal que ni nuestro héroe lo resiste y casi se nos vuelve loco. Desgarrante descripción del mundo colonial. A su huida de África, esta vez Nueva York y América. Prostitutas y sueños inconclusos, crítica acérrima al capitalismo con la genial anécdota de la cola de la factoría Ford en Detroit: Bardamu es rechazado porque supo rellenar su ficha de inscripción. Y a Henri no le gustan los alfabetizados, son carne de sindicato.
La segunda cuenta la vuelta a Francia, sus estudios de medicina, y su consulta. Lo peor del alma humana sale a flote. Una escena, vivida a través del débil muro de cuasi-papel de la periferia parisina, de violencia infantil y coprofagia, puede desalentar al más machote. Aparecen los Henrouille, proponiendo con sus planes el asesinato de la vieja rica (guiño encubierto a “Crimen y castigo”, ¡pero qué diferencia en el desenlace!). El ataque frustrado acaba en la ceguera castigo -de Robinson. Y en la huida a Toulouse y su submundo hetario y macarra (de “maquereau”, arenque, pero también chuloputas). La vuelta a París es con un trabajo en el frenopático. Qué les voy a contar..seres castigados por el Señor, sexo sucio. El reencuentro de los personajes principales camino de una fiesta de reconciliación acaba como el Rosario de la Aurora. Bardamu sobrevive para poder continuar su historia.
En palabras de Bettina Knapp (una ilustre desconocida con una web con comentarios sobre el tremendo autor), Céline fue “un ser incapaz de comunicarse salvo a través de una visión innovadora, caótica, pesismista y antiheroica del sufrimiento humano. Sus personajes sienten el propio fracaso, con ansiedad, nihilismo e inercia”. Bueno, ahí queda su opinión. LPD lo ve como el final de una forma autobiográfica de entender la novela, la culminación de una gran tradición francesa que, comenzando por Chateaubriand (“Memorias de ultratumba”) va librándose de mentiras y barroquismo, depurándose en su autocrítica y estilo (“La educación sentimental”-Flaubert) hasta llegar a las realizaciones monumentales de Proust (“En busca del tiempo perdido”) y de nuestro querido Luis Fernando, un grandísimo hideputa. Y un punto final.
No se lo pierdan, vale la pena. Cinco estrellas.
Con la inestimable colaboración de http://perso.infonie.fr/garp01
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