Francia

La República Francesa, La Republique, se aparece en el camino de la España más noble que imaginarse pueda: la Roja. Lo hizo también en la Eurocopa de 2000, de infausto recuerdo. Dado que Francia presenta desde entonces el mismo equipo, prácticamente, gran cita tras gran cita, la cosa promete. España, la Roja y sobre todo Rulo pueden vengarse de los mismos jugadores que hace 6 años apearon a “la mejor generación de futbolistas españoles de todos los tiempos” del sueño de la Eurocopa.

Desde 2000, año en que con algo de suerte Francia se convirtió en Campeona de Europa (recuerden que la estrella fue un tal Wiltord, uno de esos cientos de negros que copan las delanteras francesas porque son capaces de correr rápido y disparar con un porcentaje de acierto algo mejor, pero sólo algo mejor, que el de Fernando Torres), Francia ha firmado una trayectoria difícil de mejorar en los grandes torneos: sólo ha logrado ganar un partido en 6 años, contra Togo. Con tales números, ¿imaginan un bálsamo mejor para los franceses antes de caer en cuartos que enfrentarse a España y mojarnos la orejita como de costumbre?

La historia de las relaciones franco-españolas es la de una patética busca de afirmación nacional española a base de contraponernos a nuestros vecinos ultrapirenaicos, como diciéndoles que “somos rivales peligrosos”. Ellos nunca nos han tomado demasiado en serio, preocupados como estaban por Inglaterra o Alemania o más recientemente con sus chaladuras en plan “somos los rivales de Estados Unidos” (aquí se reproducen los papeles, pero a la inversa, porque para EE.UU. Francia es poco menos que una mosca cojonera exótica y despreciable, por mucho que ellos crean ser oposición al Imperio de relieve y magnitud comparable a la de la URSS, China o Rodríguez Zapatero). España, por no lograr, ni siquiera consiguió nunca merecer más credibilidad como posible amenaza que Italia, que ya es decir. Así las cosas, y tras una sucesión de batallas perdidas y de subordinación más o menos vergonzante (y nunca reconocida, por supuesto, por los españoles de pura cepa), los franceses ya directamente nos clavaron a su dinastía reinante y ahora el Príncipe Niñato se dedica a presenciar en el palco los España-Francia como queriendo legitimarse ante el vulgo. ¡Es como los demás, uno más de entre los españoles!

Futbolísticamente, el rollete franco-español es entrañablemente semejante al reflejo de la geo-política. Si Francia ha pintado poco en el mundo del fútbol, España todavía menos. Pero si Francia, en plan juego ofensivo, en plan qualité, en plan “jugamos el V Naciones con juego de mano que te cagas”, ha tenido buenos equipos, excelentes jugadores, ahí aparecía siempre Alemania y les daba pal pelo. Platini, comandando una maravillosa selección, se encontró con Harald Schumacher, portero-leñador alemán, en las semifinales del Mundial de España’82. Y la historia volvió a repetirse cuatro años después en México. Tanta desgracia sólo tuvo como bálsamo una Eurocopa, la de 1984, jugada en casa, y ganada frente a, cómo no, España.

Porque la inoperancia futbolística de Francia tiene una segunda vertiente histórica: no sólo son parados en seco por el rigorista y luteranamente marcial juego alemán cada vez que merecen algo, sino que sólo han logrado ganar cosas en casa. Así en 1980 y en su Mundial, de 1998. Así también en la Eurocopa de 2000, dado que se jugaba en Bélgica, que viene a ser como si España jugara en Portugal (es decir, para hacer el ridículo como equipo local, al igual que en España’82 y en Portugal’04).

Con todo, la selección francesa que ganó en el 98 y en el 2000 no lo hizo por jugar en casa. Esto era requisito imprescindible tratándose de Francia y su fútbol, un país que sólo es superado por Argentina en la magnitud de la brecha existente entre su real valía y la creencia de sus ciudadanos respecto de la misma. Con una selección, en consecuencia, que únicamente bien arropadita por los organizadores, por la FIFA y por algo de suerte puede aspirar a ganar algo. Así ha sido históricamente y así ha quedado por siempre demostrado. Pero no sólo el amparo explica los éxitos de Francia al final del siglo XX. También es precisa una mínima base, un equipo frente al que no te entre la risa, la carcajada histérica.

Y Francia como país lleva tres décadas en decadencia. Pero de las buenas. Algo así tiene que notarse, inevitablemente, en el fútbol. Fíjense en el Real Madrid desde que alguien como Alberto Ruiz Gallardón ocupa la Alcladía de la capital, fie testigo del declive moral y de la fibra patriótica de los españoles. Pues en Francia igual. A país en decadencia fútbol de mierda. Pero había que ganar el Mundial que se jugaba en casa o, al menos, intentarlo. Grave dilema para los franceses que, egocentrismo obliga, consideran estas cosas como actos de fe, como manifestaciones imprescindibles de la esencia grandiosa y mística de su Nación. Algo había que hacer, pero no era fácil encontar una solución a la vez real y bonita. Para romper huevos, a veces, hay que hacer tortillas.

Para salir del embrollo Francia hizo algo que nunca, si no hubiera sido verdaderamente desesperada la situación, hubiera sido concebible. Permitió que l’équipe de France se llenara de moros, árabes nacionalizados, gentes de banlieue y, para más escarnio, negros de las colonias, de los departamentos de ultramar o incluso de Saint-Dennis y Bobigny. Se trataba de quemar las naves, claro está, y la nación más racista de Europa aceptó lo inevitable: o se recurría a los mercenarios o era directamente imposible hacer nada. A los putos mercenarios inmigrantes, buenos para recoger basura os er cajeras de Carrefour, para sacar las castañas del fuego por cuatro perras siempre y cuando, claro, tuvieran un puesto social bajo, nula visibilidad y reconocimiento y el desprecio de todos los franceses. No obstante, no había otra alternativa, a ellos hubo que recurrir. Añadieron a Barthez para hacer anuncios de L’Oreal y a Petit para poner una nota de color blanco e hicieron de tripas corazón. Haciendo de la necesidad virtud ensalzaron el carácter interracial de su selección y la pusieron como ejemplo de integración, hubieron de asumir que unos cuantos hijos de inmigrantes ganaran pasta y se tiraran a mujeres guapas… tragaron saliva y se comieron su inquina. A fin de cuentas la cosa salió bien y, de aquella manera, ganaron el Mundial de 1998 y el Campeonato de Europa de 2000. La France de tous y majaderías semejantes acababa de nacer.

Cualquiera que haya estado en Francia sabe, por supuesto, que toda la identificación, enorme, dado su patético chauvinismo, del país con su equipo es una ficción psicológica de extrema fragilidad. Que a la mínima puede romperse hecha pedazos. Porque el alma de Francia, por mucho que los apóstoles de los políticamente correcto se empeñen, no se parece nada a su equipo. Ni al del 98 ni al de hoy. La concentración de argentinos nacionalizados y tipos de suburbio convertidos al Islam, actuales reductos blancos del equipo, ya es de por sí baja en la sociedad francesa que pinta algo. La de negros, musulmanes practicantes, argelinos, georgianos y demás es directamente inexistente. Pero el equipo de Francia, cuando es repasado por la tele mientras hacen como que cantan La Marsellesa (porque Le Pen y la gente del Frente Nacional les lincharían si demostraran abiertamente su desprecio por el canto, por su letra y por la puta nación a la que representan), supone repasar lo más patibulario de la sociedad francesa. Y acojonan, claro que sí. Porque eso no es la Francia a la que cualquiera derrotaría riéndose de sus patéticas pretensiones de sentirse gloriosos. Eso no representa Francia ni nada de su sociedad con excepción, quizá, de las cuerdas de presos de la cárcel de La Santé. La alineación de los bleus es lo más parecido a lo que puede encontrarse cada mañana en una prisión de alta seguridad gabacha a la hora de pasar lista.

Como es evidente, la sociedad francesa se mira a estos mercenarios como los aficionados del Atlético de Madrid a sus fichajes de relumbrón de cada año: ilusionadísimos con ellos si ganan, claro, en ese caso “son de los nuestros”. Pero, como pierdan, ya saben lo que les espera. Asistir a un partido de la selección francesa en el Mundial de Corea y Japón, por ejemplo, donde tan grande ridículo hicieron, junto a las hordas de gabachos que se concentraban en las pantallas gigantes del centro de París era digno de analizarse sociológicamente. A partir del minuto 70 de partido, si la inoperancia seguía siendo la tónica, los gritos de aliento se tornaban en simpáticas imprecaciones racistas: “putain de nègre”, “sale arabe”, “putain d’équipe de bougnoles” y cosas de esas.

Pues bien, a este equipo heredero de esa tradición y en su esqueleto, con el bereber Zidane a la cabeza, idéntico al de los últimos años, han de enfrentarse los españoles. Son magrebíes como Zidane, negros de suburbio como Henry, Thuram o Vieira y Makelele los que compenen el núcleo central del equipo. Los que siguen haciéndolo. Con algún blanco de aliño y el espectáculo de la nueva joyita, Ribéry, con la faz llena de cicatrices y convertido al Islam. Cualquier francés medio, si se cruza con él por la calle, llama a Sarkozy para que lo deporte a Guantánamo. Una selección decadente, con el atractivo de tener a un seleccionador loco, como demuestra que cree en el Zodíaco (no puede alinear a más de tres leos juntos y los cáncer le dan grima) y su origen catalán. Antiespañol por los cuatro costados, el tío. En principio no podrán aspirar a mucho en el Mundial, porque además llegan desgastados por una temporada extenuante (desde diciembre quemando coches, en plan akelarre integracionista), pero ojito porque se enfrentan a España.

España va a responder con un equipo livianito de pijos de escuela privada de fútbol, de coches de lujo y matrimonios con modelos, a este conjunto malencarado y macarramente inmigrante. Si vence puede poner una pica en Flandes y tratar de impedir que haya un semifinalista negro en el Mundial. Si gana Francia, de una forma (Francia) u otra (Brasil, Ghana) el fútbol de los desharrapados estará presente. España es pues la esperanza de la Europa que lava más blanco para truncar el sueño del fútbol multiétnico.

Como es obvio, mal se presentan las cosas a los nenes de la Moraleja, rubitos, con la piel cuidadita, finos, amigos de los intelectuales, buenos estudiantes… Porque esta Francia está mayor, es decadente, tiene golpes hasta en el carnet de identidad, pero presenta a la batalla a una serie de tipos que, si de lo que se tratara fuera de dar una paliza a alguien que te debe diinero, serían los que elegiríamos para la tarea, sin ninguna duda. Y en unos octavos de final de un Mundial, normalmente, es importante que alguien se encargue del trabajo sucio.заказать сайт москваnorwegian translation software


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