El blog maketo abandona por un día su radical apoyo al genocidio del castellano para dar cuenta de la publicación de una excelente guía de lo que es la literatura en España hoy. Se trata de «Visto para sentencia», de Rafael Reig, y está editado por Caballo de Troya. La parte del león de «Visto para sentencia» está formada por los artículos de Reig en el Cultural, el suplemento literario del periódico monárquico y nacionalista El Mundo.
Con el uso del humor -lo contrario que la simpatía- como bandera y huyendo de los ladrillos especializados, Reig homenajea merecidamente al santoral de la literatura española y a los usos y costumbres patrios: la sustitución de la crítica por la publicidad, la proliferación de premios, la falta de debate, la incapacidad para usar nombres propios si no es para la práctica desvergonzada de felaciones, en fin: el penoso funcionamiento del sistema literario en España.
A continuación, tres muestras: Juaristi, Pérez-Reverte y Gamoneda.
«Han sido vistas las diligencias seguidas contra Don Jon Juaristi y ha sido probado y así se declara como:
HECHOS PROBADOS
1. -Que D. Jon, apreciable poeta y ensayista y director que fue de la Biblioteca Nacional y el Instituto Cervantes, ha escrito y publicado la novela La caza salvaje, con la que obtuvo el premio Azorín 2007. Que dicha novela cuenta la historia de un cura vasco, llamado Martín, que está presente en “momentos estelares” de la historia de Europa, desde la guerra civil a la oposición a Franco, pasando por el búnker de Hitler o la Yugoslavia de Tito. Que el tal Martín deambula por guerras y despachos sin otra ocupación que la de servir de recipiente para que D. Jon nos endose sus reflexiones sobre el nacionalismo, el fundamentalismo y el totalitarismo.
2.Que el tal Martín y el resto de los acartonados personajes de la obra hablan por los codos, a veces durante páginas, en diálogos tan inverosímiles como somníferos, con la única finalidad de permitir a D. Jon una exposición aun más prolija e insufrible de sus ideas. Ítem más: que la sedicente novela está escrita a vuelapluma y repleta de personajes que “copularon hasta quedar rendidos” o empeñados en “mascullar frases sin sentido”, para no hablar de los “burros con las albardas grávidas de pimientos verdes”.
3.QUE en la novela los personajes históricos son predecibles y el humor digno de un programa de televisión: hay un psiquiatra de Córdoba que se llama Astilla del Fresno (je, je) y frases como “Franco puso cara de franco asombro” (je, je). Al final de la novela, el propio autor, Juaristi, aparece como personaje y se enfrenta a su criatura, Martín, a quien le dice: “Usted no puede morir, porque tampoco ha vivido”. Ítem más: que no nos evita D. Jon en este trance la mención de Unamuno, Pirandello y las nivolas.
FUNDAMENTOS DE DERECHO
Los hechos probados son constitutivos de un delito de trivialidad y fraudulento menosprecio de la historia. D. Jon es muy libre de exponer sus ideas, con cuanta prolijidad considere conveniente, en libros de ensayo, como a menudo lo ha hecho y así, si le place, “desvelar los sustratos míticos del terror”. Sin embargo, ¿qué necesidad tenía de perpetrar una novela? Peor aún: una novela de las históricas al uso, en las que un personaje no demasiado atractivo da la casualidad de que habla con Unamuno, d’Ors, Hitler y el mariscal Tito, que también pasaba por allí en el momento apropiado y que le confía un mensaje para que el protagonista se lo transmita al Papa de Roma. Los diálogos son como cabría esperar: “¿De qué leches me habla? –preguntó Goebbels, sinceramente sorprendido”. Aunque no tan sorprendido como el indefenso lector, que debe soportar al jerarca nazi diciendo: “Me suda la polla […] ¡Y dale con las etnias de los cojones! –Goebbels se iba sulfurando”. Esta clase de novelas en las que las grandes figuras históricas aparecen por casualidad en relación con el protagonista se han constituido en una plaga cuya finalidad manifiesta es la abolición de la historia, que se ve remplazada por una serie de viñetas y estereotipos que impiden toda reflexión adulta. En estas obras, si aparece Julio Caro Baroja en 1936, lo hará “con traje gris y pajarita”, conforme a la más convencional imagen que de él tenemos; si los personajes han de desplazarse en un automóvil, nada podrá evitar que sea “un enorme Hispano-Suiza”; y si alguno no tiene más remedio que escribir, lo hará “en la vieja Olivetti requisada a los italianos”. La historia europea queda de esta forma convertida en una tira cómica adecuada para ser llevada al cine por Walt Disney y el “trepidante ritmo narrativo” del que alardea la contraportada no es en realidad sino un adormecedor traqueteo ferroviario.
ACUERDO
Que debo condenar y condeno a D. Jon, como autor de un delito de trivialidad y fraudulento menosprecio de la historia, a la pena de traducir al vascuence la Decadencia y caída del imperio romano, de Gibbon y convertirla en un guión de cine en el que todos los personajes sean interpretados por animales domésticos, sin que por ello deje de ser una “historia de aliento ambicioso y trepidante ritmo narrativo”.
Así lo pronuncio, mando y firmo,»
«Han sido vistas las diligencias seguidas contra Don Arturo Pérez-Reverte y ha sido probado y así se declara como:
HECHOS PROBADOS 1. Que D. Arturo ha escrito una novela titulada Corsarios de Levante, de su serie Alatriste. Que se trata de una obra de hazañas bélicas para jóvenes lectores. 2. Que se ha acusado a D. Arturo de describir una España decadente y derrotada, denostando así la grandeza de la patria. 3. Que el propio D. Arturo, con la humildad que le caracteriza, ha expuesto: “No es justo poner a Alatriste en la estela de la novela popular de aventuras […] Va más allá que Dumas […] Hay en Alatriste una cantidad de información, reflexión y trama complejísima que trasciende el género. El lector lúcido constata que hay un trabajo ímprobo de creación de un lenguaje”. (Babelia, 2-XII-2006). Ítem más: ha dicho que “a los españoles nos destrozaron la vida reyes, aristócratas, curas y generales […] hoy es la clase política la que ha ido organizándose el cortijo” (El Semanal, 3-XII-2006). Ítem plus: que sobre la adaptación cinematográfica de sus obras anteriores, D. Arturo ha dicho que se trata del “retrato fiel, trágico, conmovedor, de la España de antaño y de siempre. Una España infeliz, feroz, a trechos heroica, a menudo miserable, donde es fácil reconocerse. Y reconocernos.” (El Semanal, 20-VIII-2006)
FUNDAMENTOS DE DERECHO Los hechos probados han sido calificados por la Fiscalía como constitutivos de un delito de lesa patria. Dejó dicho el Ausente que “ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en la vida” y esta frase resume el espíritu de la obra de D. Arturo. No habla de la España circunstancial, secuestrada por politicastros y chupatintas, sino que nos revela la esencia de la España eterna, el verdadero espíritu de la españolidad que trasciende la historia y cualquier circunstancia externa. Los soldados españoles (depositarios de la esencia nacional) son arrogantes, temerarios, pendencieros, nobles y generosos. Los ingleses, en cambio, son mercachifles calculadores y en definitiva “hijos de puta”, como se dice en el bronco y castizo estilo de D. Arturo, que ha aclarado en Babelia que los ingleses “vienen de fuera, a robar […] Al moro lo conoces bien. Si tiene reaños, se le admira […] Se le odia, se le degüella, pero con un respeto”. En la novela, entre los moros hay alguno hasta bueno, como Guarramón, que es de remoto origen cristiano (por supuesto), y que “moriría ante nuestros ojos, al cabo, como buen infante español”. ¿Hay acaso muerte más dulce y más honrosa o mayor privilegio para un moro o ser humano en general? La novela nos recuerda que: “Como españoles, nuestra familiaridad con la muerte nos permitía aguardarla de pie y nos obligaba a ello”. Durante la vista oral, los peritos del Juzgado hubieron de interrumpir la lectura en varias ocasiones, rompiendo todos a una a cantar el himno de la Legión. Según su informe, la gesta de la Mulata (un barco) nada envidia a la del Alcázar de Toledo; la prosa de D. Arturo recupera un casticismo viril y patriótico sólo comparable a Cela o García Serrano. Hay escenas de honda emoción (mozalbete al abordaje con el nombre de su amada en los labios) y “gentil camaradería” entre compañeros de armas, con un españolísimo desprecio por la vida y la muerte que enorgullecería al propio Millán Astray. No hay aquí, en efecto, patriotismo al estilo de los políticos, ese blandengue patriotismo constitucional; sino un patriotismo testicular, el de la España eterna, mística y guerrera, esa patria que defienden un puñado de valientes y “el muro de los cojones de España”. Pardiez, un libro para santiguarse al abrir la primera página y lanzarse a leer gritando: “¡Santiago! ¡España! ¡Cierra! ¡Cierra!”
ACUERDO Que debo absolver y absuelvo a D. Arturo, con todos los pronunciamientos favorables, del delito de lesa patria que se le imputa. Otrosí, que debo recomendar y recomiendo que este libro se constituya en texto básico para la edificación de una nueva y auténtica juventud española conforme al eterno espíritu de la patria, el del soldadito español. Se recomienda, por lo tanto, la obra para la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, alternativa a Religión y evaluable para los varones (por supuesto; las hembras seguirán leyendo vidas de santos y misioneros en África).
Así lo pronuncio, mando y firmo.»
«Han sido vistas las diligencias seguidas contra Antonio Gamoneda y ha sido probado y así se declara como:
HECHOS PROBADOS
1.- Que D. Antonio escribió un prólogo para la antología de poemas de D. César Antonio Molina titulada El rumor del tiempo. Que dicho prólogo ha sido calificado en informe pericial como “infumable galimatías”. Ítem más: que no se entiende una palabra de lo que dice. Otrosí: que nada aclara o explica sobre los poemas, su autor o su contexto, salvo el hecho de que D. Antonio es muy amigo de D. César Antonio y que, cuando le conoció, no le pareció que escribiera poemas, sino que “la poesía emanaba de él”.
2.- Que en apenas seis páginas D. Antonio acumula tal cantidad de abstrusas trivialidades y pretenciosas flatulencias que el lector siente mareos repentinos y un deseo invencible de salir de inmediato a tomarse una caña. Verbigracia: D. César Antonio escribe poemas sin signos de puntuación ni mayúsculas y semejante pamplina (¡a estas alturas!), según D. Antonio, “le da una ‘esbeltez’ poemática que insinúa un ahilamiento perpendicular”. ¡Toma ya: ahí queda eso! Ítem más: “los accidentes, las corporeidades naturales, convertidos en símbolos de sí mismos, provocan la creación de lo que no era”, “la libre asociación lingüística crea relaciones que deponen la causa, poéticamente dudosa, de la verosimilitud informativa en beneficio de la comprensión poética, tan parcamente denotativa como afiladamente expresiva” (estas cursivas a boleo, rimas internas y multiplicación de adverbios en mente son características de la prosa de D. Antonio), “bien entendido que la noción de aura no ha de considerarse externa a la poesía, dado que tiene un poder y una dirección intrarreferentes”, etc.
3.- Que el propio D. Antonio parece ser consciente de su incapacidad para expresarse, como lo prueban los continuos “quiero decir que”, “mejor me explico un poco”, “está clarísimo: ¿no lo ven ustedes?”, “estas páginas que llaman prólogo, por un error avalado por la amistad”, etc.
FUNDAMENTOS DE DERECHO
Los hechos probados son constitutivos de los delitos de estafa mayúscula y rimbombancia esotérica. Leídos los poemas de D. César Antonio, el tribunal comprende (si bien no excusa) el aprieto en que se ha podido ver D. Antonio, toda vez que no parece concebible decir nada muy sensato de versos como: “abandonado / a los rascacielos de / man / ha / ttan” o «antes de / pensar / hay que / estudiar/ los / filósofos / que piensan / al
principio / y poetas / que velan / velan/ velas / si la vela / desvela / el duermevela”. Cualquiera que sea el motivo (o desorden metabólico) que haya impulsado a D. César Antonio a escribir Manhattan separado en tres versos y en minúscula, el comentario de D. Antonio incurre en ilícito penal: “Versos cortos, encabalgamientos y aliteraciones, así como encadenamiento de poemas, conforman un decir que penetra con acerados filos en la comprensión que se da a partir de la sensibilidad visual”. Si bien en los prólogos la ley tolera un cierto grado de ditirambo y adulación gratuita, así como de vacuidad maquillada de espesor filosófico, el perpetrado por D. Antonio transgrede todo límite y merece el calificativo de “deposición taurina” (el llamado bullshit de la legislación anglosajona, conocido en román paladino como yuxtaposición de inconexas banalidades pretenciosas). El daño que alevosamente se inflige al indefenso lector, al que en esta clase de prólogos se apabulla con abstracciones prestigiosas, paradojas, ahilamientos perpendiculares, auras, cursivas y otras ruedas de molino, merece sin duda el más severo reproche penal. Se aprecian, empero, en la conducta del culpable, la atenuante de compromiso amistoso y la de arrepentimiento, como queda patente en sus disculpas por no alcanzar a explicarse.
ACUERDO
Que debo condenar y condeno a D. Antonio, como autor de un delito de estafa mayúscula, a la pena de pasar a limpio su prólogo y reescribirlo a la manera de Mairena: “lo que pasa en la calle”, en lugar de “los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. Se le conceden para ello dos renglones (uno más de lo que en justicia necesita).
Que debo condenar y condeno a D. Antonio, como autor de un delito de rimbombancia esotérica, a la pena de escribir cien veces en la pizarra el consejo cervantino:
“Llaneza, muchacho, y no te encumbres, que toda afectación es vana”, con la accesoria de fotografiarse sonriendo.
Así lo pronuncio, mando y firmo.»
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