David Cameron y Alex Salmond han acordado la celebración de un referendum para preguntar a los escoceses si se quieren separar del Reino Unido. En la misma semana, el TEDH ha vuelto a condenar al Reino de España por un caso de torturas, en este caso el del director de Egunkaria, un medio cerrado por motivos políticos ante el aplauso de la CT a la sacrosanta lucha contra el terrorismo.
Mientras, en la prensa internacional se reproducen las críticas a la anti-democrática negativa del PPSOE al referendum apoyado por 4 de cada 5 catalanes y se destacan las amenazas chifladas de militares, obispos y vicepresidentes de parlamentos europeos. En medio de todo ello, el Gobierno nacional-constitucionalista está en vías de aprobar el diezmilésimo endurecimiento del código penal del Reino, reduciendo aún más su raquítica musculatura democrática con una contrarreforma diseñada para criminalizar el ejercicio de derechos fundamentales como los de reunión, manifestación o libre expresión.
A todo esto, la Comisión Europea se ha negado a la petición del Gobierno español de que se pronuncie en contra del independentismo catalán la misma semana en que el Gobierno del Reino ha dado por liquidada la única represalia legal que tomó, en modo pataleta, después de que Cristina Fernández Kirchner nacionalizara Repsol.
Pero eso sí, aún se puede empeorar, como se verá en las próximas semanas tal y como se vayan concretando las nuevas «condiciones muy favorables» bajo las cuales el Reino pedirá su segundo -y por el momento último- rescate en menos de medio año.
En cualquier caso, yo empiezo a estar acojonado. El hundimiento de la CT y el penoso régimen político, social y económico que ha hundido a los españoles, empezando por el tercio de la plantilla de El País al que el Soros de la Meseta va a dar pasaporte, se produce en un momento crítico y con una deuda imposible de asumir, y menos aún con un rescate encima de otro aplastando toda posibilidad de recuperación.
Las dos únicas experiencias democráticas españolas de los últimos siglos llegaron después de lo que hoy en día se conoce en términos técnicos como «leve desaceleración» o «desaceleración sincronizada». La primera república, llegada después de que los bwanas de la Meseta hicieran la última suspensión de pagos del Reino después de arruinarse haciendo ferrocarriles impagables, se hundió ante la imposibilidad material de remontar el lastre. También la segunda, que llegó después del crash del 29 y con la hiperinflación alemana -después del pelotazo de la Expo del 29, Barcelona tiene más deuda que todo Portugal- fue incapaz de remontar la situación.
No tengo muy claro si el hundimiento del chiringuito saldrá de una reforma lampedusiana del chiringuito, de un proceso constituyente como el que proponen protestas como el 25-S o la de la semana que viene con los presupuestos o de la útil y razonable liquidación de la unidad del estado. Sea lo que sea, y más en los dos últimos casos, hay que descartar ya que el hundimiento de la CT va a suponer un camino de rosas, por el simple motivo de que la herencia dejada por las élites políticas, económicas y culturales españolas es directamente proporcional al prestigio internacional de lo que va quedando del Reino, y no se va a volatilizar después de 76 años más bielorrusos que británicos.
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