Un pájaro y un avión se parecen en que, en efecto, tienen dos alas y vuelan. Del mismo modo, la CT y lo que hay una vez franqueas los Pirineos guardan similitudes, apuntadas en la reseña de González Férriz del libro sobre la CT. GF agarra esas similitudes para explicar que, en el fondo, en el resto del mundo andan más o menos igual que aquí, citando cuatro ejemplos: el berlusconismo italiano, elsesentayochismo parisino, la renuncia del presidente alemán y el escándalo de Murdoch con Cameron en UK.
El ejemplo parisino es el mejor trabado, ya que a diferencia de los otros tres casos, por diversos motivos, la CT comparte con la cultura parisina su carácter de cultura de Estado, si bien con una diferencia importante: mientras la CT sale de una dictadura, la cultura parisina sale de una democracia. No es lo mismo, en fin, andar haciendo tríos en el 68 que estar sentado en el Consejo de Ministros de una Dictadura militar. Ni es lo mismo dedicarse a fortalecer una república francesa que una monarquía borbónica.
Los otros tres casos, sin embargo, están en las antípodas de la CT. Berlusconi ha tenido unos pitotes con la justicia ajenos totalmente a la CT -que fomenta la intervención del estado en todos los ámbitos, empezando por el judicial que, en los casos del CGPJ y la fiscalía, quería copiar Berlusconi ante una feroz oposición tanto en el interior como en el exterior de Italia-. De hecho, Berlusconi significa exactamente lo contrario, esto es: la toma del estado por un empresario, operaciones que han intentado aquí, en mayor o menor medida, Conde, Ruiz Mateos o Gil, encontrándose en el camino algo que Berlusconi no se encontró.
En el caso británico, las relaciones entre políticos y periodistas, lejos de estar subnormalizadas como por aquí, han acabado en un escándalo mayúsculo, con dimisiones, con peticiones de disculpas, con comparecencias parlamentarias y hasta con el cierre de un medio de comunicación, con un imperio contra las cuerdas y, en fin, con una mayoritaria constatación del carácter democráticamente aberrante de lo que en España es lo más normal del mundo.
El caso alemán -con el presi amenazando al Bild por publicar sus chanchullos; nota épica, tuvo que dejar el recado en el contestador, porque el director del medio no se le puso al teléfono-, por último, también sirve para explicar diferencias. La primera, que ni Felipe González, ni Aznar, ni por supuesto el Borbón, se verían jamás en la tesitura de llamar a un medio para pedir explicaciones sobre una investigación periodística sobre su patrimonio. La segunda, demostrada en su día por la defensa en bloque de las vías de investigación abiertas por el Gobierno sobre el 11-M, es que aquí el periódico de turno se hubiera cuidado muy mucho de molestar al poder. La tercera, que el presidente alemán, además de pedir perdón y contestar centenares de preguntas sobre el caso, se fue a su casa, como si los cabrones rencorosos de la prensa alemana no se conformara con un campechano «lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir».
A todo esto, queda una pregunta en el aire: ¿Una gallina es un pájaro?
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