Emilio Botín: el poder con nombres y apellidos
Los medios de comunicación de este país han superado estos días una prueba para la que desconocíamos si estaban preparados: hablar del Poder con nombres y apellidos. La muerte es lo que tiene. Como todo asunto personal, el fallecimiento del presidente del Banco Santander obliga a preocuparnos por la persona, su trayectoria vital y su papel en la dinastía bancaria del principal grupo privado de la zona euro. Y transmitir el pésame a sus allegados. Pero las ocasiones en que los medios hablan de Emilio Botín son contadas, y con este motivo el trato hacia el personaje «más poderoso de España» no ha sido muy diferente del que cabía esperar de una estructura de medios en la que Santander es parte interesada, accionista o cliente. Todo esto me ha recordado la columna que publicó el periodista Javier Ortiz en El Mundo y que fue la única, según contó, que le hicieron cambiar, le censuraron, en toda su trayectoria. Nombrar a Botín a cuenta de las numerosas manchas en la trayectoria empresarial de su coloso bancario es terreno vedado para muchos periodistas: no es extraño, pues, que el consecuente descrédito del público soberano muestre en las redes sociales la opinión que los grandes medios no mostrarán jamás de Don Emilio.
Emilio Botín se ha llevado a la tumba también su obsesión por controlar todo lo que se dijera de él. Y no me parece mejor ocasión para recordar la columna de Javier Ortiz, que reproduzco a continuación en homenaje del fallecido periodista.
El gran Poder
Ya se saben ustedes lo de los tres famosos poderes definidos por Montesquieu: que si el legislativo, que si el ejecutivo, que si el judicial. Hace algunas décadas -en plan inicialmente tirando a metafórico-, se empezó a hablar también del cuarto poder, en alusión a la influencia de la Prensa sobre los asuntos del Estado.
Pues bien: vayan olvidándose ustedes de todas esas antiguallas.
Ya no existe más que un poder real: el Poder. El Poder con mayúsculas. El Poder por antonomasia. El Poder que lo amalgama todo. Un Poder que puede sobornar parlamentarios, comprar gobernantes, enfeudar jueces y alquilar periodistas a tanto la docena.
La doctrina marxista clásica analizaba cómo la clase económicamente dominante se las arreglaba para que las instituciones del Estado y los aparatos de creación de la opinión pública actuaran en última instancia a su servicio. Se suponía que el conjunto funcionaba a través de un complejo entramado de relaciones sutiles, no fácilmente desvelables.
Todo ese rollo ha periclitado. En el momento presente, el tropel dominante pedalea no ya en el mismo pelotón, sino incluso en el mismo equipo. Según los días -y a veces según las horas-, la misma gente puede tomar decisiones políticas, financieras o mediáticas, sin cambiar ni de ocupación ni de sede, porque no son sino diferentes negociados de la misma Dirección General: a las 10, proteger a tal político corrupto -hoy por ti, mañana por mi-; a las 12, echar la persiana a un banco -y ahí se las arreglen los pequeños accionistas-; a las 18, decidir qué debe decir o dejar de decir la Prensa… Tan ricamente. Son meros cambios en el orden del día de la misma ocupación.
A veces se enfadan entre ellos. Porque el uno quería 50 y se ha llevado sólo 45. O porque aspiraba a figurar en el puesto 3 del ránking y lo han dejado en el 5. Pero no atribuyamos cualidad a la cantidad: son los mismos perros con los mismos collares.
Pertenezco al gremio de los que se supone que deberíamos contar todo eso. Audaz suposición. A la mayoría tanto le da: pregunta qué es lo que tiene que escribir o decir, lo dice, cobra y calla. Y a los pocos que aún quisiéramos seguir fieles al mandato fundacional de la profesión -que si la verdad, que si Agamenón, que si su porquero- sólo nos queda una aparente opción: callar o que nos callen.
Hay quien sostiene que cabe una tercera vía: contar lo que ocurre, pero manteniéndose en el plano de la pura teoría, sin descender al relato de enojosos ejemplos prácticos. Sin mencionar quién, cómo y con qué trampas se hace de oro.
Es lo que he hecho yo hoy: hablar del Poder omnímodo establecido, sin mencionar el botín.
Javier Ortiz. El gran Poder. El Mundo. 11 de julio de 2001.
Me quito el sombrero ante este post. Siendo un zote en todo este tipo de asuntos (y en casi todos la, verdad), me ha llamado la atención los artículos de alabanza a este señor en la prensa. Da toda la impresión de que quieren quedar bien con el patrón (o, en este caso, con la patrona)