Elogios póstumos
Dice Gregorio Morán sobre el fallecimiento de Adolfo Suárez que «ni uno solo de los que le liquidaron política y humanamente se abstuvo de ofrecer su óbolo de elogios». Hoy ha publicado esta sabatina intempestiva en La Vanguardia: «Ambición y destino… y cuajo».
Imaginemos Palermo, tarde de domingo en un hospital madrileño, donde el hijo de un viejo político perdido por la ambición, la mala suerte y el alzheimer, va recibiendo a los compañeros de oficio de su padre. Todos gente del bronce, duros y amenazadores como una pistola descargada. Me detengo en uno, Jordi Pujol, expresident de la Generalitat, enemigo acérrimo del finado pero superviviente de “las matanzas” de la transición, que fueron muchas y “sangrientas”. El veterano Pujol se acerca al chaval, el hijo del Duque, tan crecido él, y le apoya la mano en el hombro. Ese gesto que en Sicilia, tan española, tiene el valor de precisar quién manda y quién escucha. Y le va hablando, casi al oído; no sabemos lo que le dice, sólo la mano sobre el hombro en señal de superioridad y la palabra prieta que no da lugar a respuesta.
Cabe pensar si no le habrá dicho en italiano, porque el chico no hubiera entendido la variante siciliana: “Tuo padre e io siamo stati così bravi e tanto felici”.
Diez años
Diez años después sigue siendo legítimo, y necesario, expresar rabia y esperanza.