El Papa Francisco y el fin del mundo
La elección papal ha dado un resultado a priori nada conservador. Cuando aún está vivo Ratzinger en su retiro como papa emérito, los cardenales han puesto en su lugar a un papa no europeo, perteneciente a una congregación religiosa arrinconada durante el periodo de Juan Pablo II, con un mensaje social muy propio de su país de origen y con edad tan avanzada que anticipa otro papado corto. Pero que el resultado no haya sido conservador no quiere decir que el perfil de Bergoglio sea el de un revolucionario: más bien todo lo contrario. La elección no es conservadora porque deja entrever un cierto giro no se sabe bien hacia dónde. Aunque el mensaje doctrinal de la Iglesia Católica va a ser difícil que se separe mucho del conservadurismo que lo impregna para desesperación de muchos de sus fieles. Con todo, el papa argentino será una alegría para los jesuitas, que vienen a ser lo más progre que se despacha en congregaciones católicas, y un cierto dolor de cabeza para los miembros del Opus Dei que tan alto llegaron con el reinado de Wojtyla.
El Papa Francisco ha generado ya millones de chistes sobre argentinos, duración de las misas y revisión psicoanalítica del sacramento de la confesión. Pero lo que de verdad le importa a muchos de los espectadores ‘neutrales’ de la elección del nuevo papa es la dimensión política y, en consecuencia, el devenir del papado en función de las decisiones que tome. Este es un papa que viene del fin del mundo geográfico, de las antípodas romanas. A sus 76 años podría pasar a la historia como el último papa si hacemos caso a San Malaquías, pero mucho más interesante sería que el fin que se atreviera a invocar fuera el de una Iglesia que, como institución, está tan alejada de muchos creyentes, a través de una renovación de la doctrina. Para los más conservadores, sería algo parecido al fin del mundo. Para otros católicos, la única salvación posible. Por una simple cuestión de edad, la incógnita Bergoglio debe empezar ya a desvelarse.