Pesimismo tras la cumbre
A pesar de haber defendido el riesgo que suponía la burbuja que finalmente estalló, la posibilidad de una crisis crediticia y el crecimiento disparatado de la construcción, no me encuentro entre los que auguran una larga depresión económica que arrasará con la expansión lograda en la última década. Es cierto que la recesión no será cosa de dos trimestres y las consecuencias de esta crisis con múltiples frentes se van a dejar sentir al menos hasta 2010. Pero mirar a más largo plazo y plantear un escenario catastrofista con el paralelismo años 30 no es realista: todavía no sabemos en qué medida influirán las políticas económicas que aún se discuten.
Una previsión pesimista puede pecar, en este caso, de simplista. Porque no añade factores que pueden hacer que la deriva de la crisis varíe: la expansión fiscal, una política de tipos de interés coordinada que reactive el mercado de crédito, el relevo en los sectores que tiran del crecimiento. Sin embargo, ante el deseo unánime de que la cumbre del G-20 de este fin de semana haya servido para «reformar el capitalismo», uno prefiere echar mano de la definición de Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo para declararse pesimista obligado.
pesimismo, s. Filosofía que se acaba imponiendo a las convicciones del observador ante el descorazonador predominio de los optimistas con sus esperpénticas esperanzas y sus sonrisas insoportables.
Es de esperar que las intenciones expresadas en la cumbre de Washington terminen materializándose en regulaciones efectivas del mercado financiero. Si no logran establecer las bases de un nuevo Bretton Woods, al menos que las propuestas de control de los riesgos globales de crisis como la actual lleguen a buen término. Pero las sonrisas de los líderes mundiales nos trasladan otro mensaje: tranquilos, que es sólo cuestión de tiempo que volvamos a la buena senda. Pues a la vuelta de la esquina nos espera la nueva burbuja económica, a la que dejaremos hacer mirando para otro lado mientras nos trae crecimiento, beneficios disparatados, inestabilidad financiera y las semillas de una nueva crisis.
Jesusland retrocede
Con la victoria de Obama se materializan varios hitos históricos, se pasa página a la era Bush de dominio neoconservador en el gobierno USA y se abre una etapa en la que numerosas promesas pueden llevarse a la práctica como manifestación del cambio político votado por los norteamericanos. Pero, sobre todo, la apabullante victoria del demócrata de nombre Barack pone fin a la expansión de Jesusland. El territorio de los «newborn christian» se ve reducido por la conquista para la causa de Obama de estados como Nevada, Colorado, Indiana, Ohio y Virginia.
Con todo, la mejor noticia de las elecciones estadounidenses reside en los datos de participación, los más altos en casi un siglo y que, indudablemente, fueron decisivos en el resultado final. Con el nuevo voto joven y el esperanzado voto de las minorías bajo el brazo llega Obama a la Casa Blanca. Ahora tiene que liderar un cambio durante cuatro años que además de político sea social, para que el peso de Jesusland no arrastre a ese gran país de nuevo a la política «redneck» de Bush o Palin.