Gallardón hace campaña en el juzgado
Jiménez Losantos y Ruiz Gallardón están hechos el uno para el otro. El alcalde de Madrid presentó una querella por injurias contra el locutor de radio que desde hoy está siendo juzgada. La respuesta del propagandista de la Cope ha sido, lógicamente, una defensa de su libertad de expresión. Cualquiera que sea el resultado, el espectáculo organizado en torno a las declaraciones a favor y en contra coloca la pugna política entre dirigentes del PP y periodistas especializados en marcarle la agenda al partido conservador en su momento más agrio. Pero, en el fondo, se trata de una guerra entre contendientes que se necesitan mutuamente.
Gallardón asume que para seguir siendo minoría dentro del PP y tocar poder tiene que obtener, a la vez, el apoyo de la corriente mayoritaria del partido y la aversión del sector ultra. Losantos, por su lado, está desde hace años en su lucha por radicalizar las posiciones del PP con el referente del «gallardonismo» como el enemigo interior a batir a toda costa. Mientras las tensiones precongresuales empiezan a hacer peligrar la continuidad de Rajoy, el alcalde aprovecha el juicio para ensayar el gesto de pararle los pies a la derecha que insulta y convoca manifestaciones en la calle Génova. Y Losantos, dispuesto a pelearse por esta causa con todo el PP si con ello incrementa su poder (es decir, audiencia y capacidad de influencia).
Piove, porco governo
El discurso del gobierno sobre la crisis económica ha dado un giro notable en pocos meses. Es de destacar que en ese tiempo sucedieron dos cosas: han pasado las elecciones y las estadísticas oficiales han florecido como la primavera con signos más que preocupantes. Dadas estas dos circunstancias, era absurdo continuar con la estrategia del avestruz. La crisis es una crisis y habrá que tratarla como tal, incluso aunque el catastrofismo de la oposición no esté justificado. De ahí se ha pasado a una estrategia de realismo que permite que veamos, por ejemplo, al ministro de Trabajo advirtiéndonos de que lo peor está por venir. El cambio es positivo si el gobierno quiere ganarse la confianza de los ciudadanos que colocan como principal preocupación el paro y las expectativas económicas.
Pero con saber comunicar las malas noticias no está todo hecho. Se agradece el realismo pero hay que hacer cosas. En este otro aspecto, hay que destacar el conjunto de medidas de reactivación económica que se ha aprobado recién iniciada la legislatura. Alguien podría argumentar que con la rectificación del discurso se ha resentido la credibilidad del gobierno, pero ahí están los hechos para apuntalar el nuevo mensaje con acciones concretas para demostrar que «no están paralizados» ante la situación adversa. Se pueden resumir en rebajas fiscales, inyectar liquidez a la economía y adelantar gasto público de los planes de infraestructuras y vivienda. Sin embargo, ¿qué más puede ofrecer el gobierno para «salvarnos» de la desaceleración?
Queda la sensación de que a pesar del cambio de discurso y el lanzamiento del típico paquete de medidas anticrisis, el gobierno pierde credibilidad. Y no es un simple análisis de opinión pública el que toca hacer aquí. La imagen de un ministro de Economía al que se convierte en centro de todas las críticas no es nueva; la percepción de que es inútil hacerle cargar con todas las culpas, puesto que no tiene instrumentos para corregir el rumbo de la crisis, sí es nueva. Quizás empezó con Rato y el nacimiento del euro, y está llamada a convertirse en constante que afectará a la imagen del gobierno con independencia del partido que esté en el poder. Hablarán de los subsidios por desempleo, el aumento de la obra pública o los recortes de impuestos, pero ningún gobierno se podrá mostrar más como el timonel de la economía nacional. Los ciudadanos lo sabemos. Pero de vez en cuando nos gusta criticarlos como si fuera su culpa la subida del euribor.
De adversarios, enemigos y compañeros de partido
Dice Zapatero sobre la crisis del PP que pasan tantas cosas que cualquier análisis corre el riesgo de quedar invalidado al día siguiente. No está mal visto, aunque también es cierto que las diferentes escaramuzas que podemos presenciar en la arena de los medios de comunicación empiezan a tener elementos en común. Por ejemplo, el apuñalamiento de Rajoy a manos de María San Gil se parece bastante a la oposición interna que le ha crecido al líder del PP en la Comunidad de Madrid. Al final, todo consiste en crearle a Mariano una colección de sambenitos que permitan, en su debido momento, la defenestración de la dirección «marianista» y su sustitución por un cartel electoral afín a la influencia que los popes mediáticos de la derecha vienen ejercitando desde la misma noche electoral del 9-M.
El centro de la última polémica se ha situado en la ponencia política que se presentará en el congreso del partido y las dos versiones existentes de la misma. Oficialmente, el PP dice haberse acogido a la filosofía de María San Gil a este respecto, pero sigue en el aire el cambio de posición que supuestamente motivó el portazo de la lideresa vasca. La clave: el acercamiento al nacionalismo conservador en aquellas comunidades donde el PP tiene verdaderas dificultades para crecer electoralmente. Ya sabemos hacia dónde irá la crítica cada vez que Rajoy tienda hacia esa posición contraria a lo propugnado por el aznarismo y el losantismo: Rajoy lleva al PP hacia la «complicidad» con la «dictadura nacionalista» y con el «cambio de régimen» constitucional de los socialistas. En definitiva, Mariano como enemigo público número uno. Parafraseando al viejo de aquel anuncio del todoterreno: ¿y Aznar qué opina de esto?
La crisis del ladrillo y el fin de la ilusión
La economía española se ha despertado de un sueño y ha resultado que, cuando despertó, el espectacular crecimiento del PIB de la última década ya no estaba allí. Algunos lo llaman desaceleración y otros crisis, pero el nombre no tiene verdadera importancia. Lo relevante es el hecho que desencadena este frenazo, el fin de la edad de oro del mercado inmobiliario español durante la cual las casas se vendían sobre plano, y también el conjunto de circunstancias agravantes. Entre éstas últimas, cabe destacar la crisis financiera internacional derivada del pánico a las hipotecas «subprime» en EEUU, pero también la ineficaz política económica de los tres últimos gobiernos de España en lo referente a reequilibrar nuestra economía.
Solo muy recientemente se ha impuesto el criterio de incentivar el crecimiento de la productividad por medio del desarrollo de sectores más competitivos, en vez de jugárnoslo todo a la carta de la construcción y el consumo interno. Ante el agotamiento de este modelo, las críticas que algunos ya formulábamos hace años adquieren otro significado. Y es que no hay más que echar un ojo a las luces de alarma que vienen encendiéndose en la economía española al menos desde 2002, cuando el incremento del precio de la vivienda se acercaba al 20% anual, para evitar la sorpresa ante la aparente rapidez con que se está poniendo fin a la burbuja inmobiliaria.
El sueño del que hemos despertado puede convertirse en la peor pesadilla, pero no es fácil prever el alcance que tendrá el llamado «ajuste» de la construcción. La reconversión del sector lo mismo puede concretarse en un periodo corto de sequía de nuevas construcciones, hasta el vaciado del stock de viviendas existente, o en el caso extremo en una crisis de precios tan prolongada como la de Japón. Hemos terminado un banquete que proporcionará una segura indigestión del ladrillo, pero también es cierto que el crecimiento puede mantenerse en niveles decentes con el impulso de otros sectores. La revalorización infinita de la vivienda ha quebrado, y con ella los ilusos pronósticos de quienes no vieron en la burbuja inmobiliaria la semilla de su destrucción.
El crecimiento sin límites de la construcción, con la inversión en ladrillo por bandera, no podía sostenerse sin considerar que tarde o temprano llegaría un final de ciclo. El papel del sistema bancario en el auge del sector inmobiliario ha sido tan relevante como el jugado en su caída. El sector financiero ha pasado en poco tiempo de promocionar cualquier proyecto urbanizador a mirar con lupa hasta la última hipoteca concedida. La indigestión pondrá contra las cuerdas el negocio de muchos, pero no hay nada más saludable que el sistema económico purgue sus excesos. En este caso, terminando con la ilusión que alimentó un precio de la vivienda sobrevalorado durante una década de burbuja inmobiliaria.
Un Dos de Mayo ucrónico
Entre los acontecimientos históricos más utilizados por la ucronía está el levantamiento del pueblo contra la invasión napoleónica de Madrid el 2 de mayo de 1808. En este bicentenario de la «Guerra de la Independencia» se ha escrito mucho análisis del significado de aquella fecha en la historia de España. Pero ¿qué habría pasado si…? ¿Cómo sería Europa si en aquel momento Francia se hubiera anexionado nuestro país? Quizás aspectos esenciales como la economía o la cultura no serían muy diferentes, pero es evidente que la organización política no sería la misma. ¿Cabría la posibilidad de una cohabitación entre un francés y un español en el gobierno? La opción de tener a Sarkozy como presidente de la República y a Zapatero como primer ministro de la Gran Francia que iría de Cádiz a la Normandía es una idea que no agradaría a muchos. ¿Tendría el nacionalismo español un poder equivalente al de los nacionalismos «periféricos» de la actualidad? Lo cierto es que si así fuera, algo no habría cambiado con este pasatiempo ucrónico: considerar a alguien «afrancesado» sería igualmente un insulto.