Controlar la red
Escribe Félix Bayón en una columna que publican los diarios del Grupo Joly: «Hace ocho o nueve años, cuando le dije a un tipo al que conocía que había comenzado a conectarme a la red, me observó frunciendo las cejas y sentenció: «Me han dicho que hay mucha pedofilia en internet». Le miré con cara de bobo –que dentro de mi escaso catálogo gestual era lo que más se alejaba de poner cara de psicópata– y me consolé pensando que todos los grandes inventos despiertan en sus inicios una vehemente desconfianza. Aún, un par de años después, tuve que escuchar al entonces portavoz del Gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, que se iba a elaborar una ley para controlar internet. Afortunadamente, ese proyecto –que nos hubiera equiparado con China en cuestión de libertades– acabó olvidado.»
Todavía muchos lectores de las ediciones en papel que no conozcan internet encontrarán este tipo de opiniones como la excepción frente a un conjunto de noticias que suele reflejar más los aspectos negativos de la red. Por si fuera poco, dos elementos como Cebrián y Pedro J. insisten recientemente en la idea de que la prensa digital no es fiable y los confidenciales están llenos de basura, rumores e informaciones interesadas. Pero la descalificación no queda ahí, claro, pues se desliza también la necesidad de controlar la información digital. Como dice Bayón, que se declara lector de prensa y blogs en internet, son quienes empiezan a experimentar que pierden el control de su negocio los que más recelan de la red:
«Es difícil entender por qué la prensa digital levanta suspicacias entre los dos periodistas más poderosos de este país. Quizá –como sugiere el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Fernando González Urbaneja– tenga que ver con el hecho de que para conocer los problemas que se viven en los medios de comunicación hay que recurrir a las web, porque si la Prensa de papel informa sin problemas de –pongamos por caso– un caso de ‘mobbing’ cuando ocurre en una fábrica o en un supermercado, sólo los confidenciales se ocupan de lo mismo cuando sucede en un periódico. Perro no come perro, sigue siendo el principio.»
Matrículas, otra vez
Sinceramente, no termino de comprender la importancia que se le da a las referencias territoriales en las matrículas. La decisión de incluir -parece que de forma obligatoria- un distintivo autonómico en las mismas me suena, por tanto, a fruslería burocrática que sólo cabe interpretar en un contexto nacionalista. ¿Es motivo de celebración la «diversidad» automovilística como un rasgo más de la España plural? No lo capto, lo siento. A Javier Ortiz, además, le molesta tanto lío identitario con el coche como protagonista:
«Nos remite eso a la importancia capital que muchos hombres –y bastantes menos mujeres– dan a sus coches como una extensión importantísima de su identidad. No se toman el coche como un útil más, como un aparato que les sirve para desplazarse y ya está, sino como una exhibición pública de sí mismos. Como una muestra de lo que son. Si su preocupación fuera la de de afirmar de manera constante y visible su pertenencia a tal o cual comunidad, ¿por qué hacerlo sólo cuando van en coche? ¿Por qué no llevan un signo distintivo también en la ropa, en el cochecito del niño, en el portafolio o en el bolso?»
Añádase también el argumento de la barrera que supone la identificación territorial de los automóviles en el mercado de segunda mano.
Es la economía, estúpido
No sabemos si en la estrategia electoral de Bush se contempla como principio fundamental llevar en cualquier circunstancia la contienda hacia el terreno de la seguridad. Lo cierto es que la economía y el bienestar no están siendo temas centrales de la campaña estadounidense. ¿Sigue vigente aquello de «es la economía, estúpido»? Hasta el momento, las encuestas no se muestran muy favorables a Kerry. El economista Joseph Stiglitz tiene claro cuál será el factor de peso en caso de que la campaña de Bush le lleve a la reelección:
«Pregunta. ¿Cuál ha sido el legado económico del primer mandato de George W. Bush?
Respuesta. Por una parte, está el hecho innegable de que Estados Unidos ha crecido más que Europa, aunque no lo suficiente como para crear empleos: ha sido la primera legislatura desde la Gran Depresión en la que se pierden puestos de trabajo, un millón y medio en el sector privado. Además se ha pasado de un superávit del 2% a un déficit del 5%, un récord absoluto. Curiosamente, Clinton heredó un 5% de déficit y dejó un 2% de superávit. Bush ha dado la vuelta a la moneda en poco más de tres años. Finalmente, la renta per cápita ha caído en 1.500 dólares.
P. ¿Cómo puede bajar la renta disponible con unas tasas de crecimiento del PIB sobre el 4%?
R. La política fiscal de la administración Bush ha sido extraordinariamente clasista. Han salido bien parados los muy ricos, ese 1% de la población que se ha beneficiado de un tercio de las rebajas impositivas totales, además de las grandes empresas. La clase media, mientras tanto, afronta primas de seguro médico (necesarias, pues no hay sanidad pública) un 50% más caras que hace cuatro años, gasolinas por las nubes por el alza del petróleo… En definitiva, más gastos y menos ingresos.
P. Bill Clinton dijo aquello de ‘Es la economía, estúpido’ para ganar las elecciones. ¿Cómo es posible que, con el panorama que usted nos pinta, las encuestas sigan dando ganador a Bush?
R. Los asesores del presidente saben que está perdido si la campaña se centra en la economía o en la guerra de Irak. Son sus dos flancos más débiles, y ambos llevarían a la victoria de Kerry. El equipo de Bush ha hecho una apuesta clara: meter el miedo en el cuerpo de la gente. El miedo a cambiar de líder cuando se está en medio de lo que llaman ‘Guerra contra el terrorismo’. Bush tiene posibilidades porque el miedo pesa más que la economía.»
Inmigración y consenso
Después de un furor legislativo sin igual, que ha supuesto hasta tres cambios de la ley en poco más de cuatro años, parece que una vez más existe la intención de diseñar un marco legal estable para la inmigración. El gobierno ha anunciado que en un mes deberá aprobarse el reglamento que desarrolla la Ley de Extranjería, de manera que queden establecidos los procedimientos de regularización y las circunstancias que se tendrán en cuenta para otorgar permisos de residencia y de trabajo. La política de inmigración lleva un tiempo en la batalla partidista, aunque ni los más enconados debates que han mantenido sobre la misma los dos grandes partidos permiten vislumbrar muchas diferencias entre lo que defienden unos y otros. Hay un límite evidente en el margen de actuación que tiene el gobierno español: la política inmigratoria de la UE, basada en la legalidad y el control de fronteras. De forma que sólo aspectos como los derechos han suscitado controversias importantes. En lo demás, el consenso de facto en los principios que inspiran la regulación de la inmigración desplaza el debate a la eficacia de los instrumentos: ¿de qué forma hacer que la inmigración sea legal? Se estudian normas y sus posibles resultados.
Zapatero ha proporcionado en una sesión parlamentaria un dato, por primera vez oficial, sobre el número aproximado de inmigrantes de los llamados ilegales o irregulares que viven actualmente en España. Se trata de una población 800.000 personas. Es fácil suponer que una mayoría no sólo vive sino que además trabaja aquí. Aunque sin papeles, están perfectamente integrados en un relevante sector productivo: la economía sumergida. Cuando se combate la ilegalidad de la situación de muchos extranjeros, nunca debe olvidarse que es consecuencia de la ilegalidad del trabajo que se les proporciona. Hay propuestas interesantes que abren la puerta a la regularización de un buen número de inmigrantes con trabajo pero sin permiso de residencia. Esa política necesita ante todo ser eficaz a la hora de vincular la realidad del mercado laboral con los aspectos legales, para evitar así situaciones de explotación. En general, la normativa de extranjería es susceptible de aprobarse con acuerdo amplio en el Congreso. Es además lo deseable, por aquello de la estabilidad de las leyes.
El consenso, que a veces no es más que el ‘rodillo’ de los partidos mayoritarios, no siempre es la mejor opción. Pero cuando se alcanza en un asunto como la inmigración, propicio para demagogias de todo tipo, es de prever que tenga efectos pedagógicos positivos. En el PSOE están dejando de ver la inmigración desde la barrera. Una vez en el gobierno, su política ha de ser por fuerza factible y convincente. Y en el PP empiezan a dudar de la rentabilidad electoral de una continua disputa sobre las cuestión inmigratoria. Es posible que entren a pactar con el gobierno el reglamento para evitar que se convierta en tema central de su estrategia de oposición. Que se acordaran en el Parlamento los aspectos básicos de la política de inmigración nos ahorraría bastantes debates inútiles sobre un fenómeno que no es fácil de regular y para el que no existe varita mágica que solucione todos sus problemas asociados.
Humanismo cristiano
Hablando de divorcios y otras hierbas. Por aquello de que el más conocido club de célibes tiene difícil que quienes les escuchan sigan su mensaje y quienes los representan defiendan su doctrina. Resulta que el PP va a decidir en su próximo congreso eliminar de los estatutos del partido la referencia al humanismo cristiano. En su lugar, dirá que los principios inspiradores de su ideología se basan en el «humanismo de tradición occidental». Entre las reacciones a la noticia hay una muy, digamos, inequívoca en sus planteamientos. Sobre todo por la seguridad con que su autor, Juan Manuel de Prada, define a una derecha cristiana en contradicción con otros elementos ideológicos de la derecha.
(sigue…)