Gibraltar independiente
El gusto por los anacronismos no tiene límites. A buen seguro no serán todos, pero cuentan que muchos gibraltareños están entusiasmados con la visita de la Monarquía británica a la última colonia en territorio europeo. Un gesto muy acorde con la retórica de la Constitución europea. Afortunadamente, del otro lado no han llegado manifestaciones nacionalistas de «¡Gibraltar español!» en la plaza de Oriente. Habría sido la guinda de la vuelta a los 50. Tenemos en el Estrecho un territorio integrado de pleno derecho en la UE cuyo estatus es tan peculiar que, con vistas al futuro, es referido en el nuevo texto comunitario de la siguiente manera: «El Tratado que establece la Constitución se aplica a Gibraltar como territorio europeo de cuyas relaciones exteriores un Estado miembro es responsable. Esto no implicará cambios en las posiciones respectivas de los Estados miembros afectados».
La soberanía podrá estar siempre en permanente disputa. Pero lo más seguro es que nunca se admita la autodeterminación de los gibraltareños, lo que permitiría la consolidación de un microestado asociado al Reino Unido (esta fórmula me recuerda a algo) en posición tan estratégica como privilegiada para competir con otros paraísos fiscales. La utopía de un Gibraltar independiente no es posible con una Constitución que sitúa la soberanía del Peñón en manos de un Estado de la UE, sin especificar en cuál. De todos modos, el disparate puede continuar si no hay voluntad de impedir que el territorio gibraltareño se sitúe al margen de la normativa europea.
La princesa Ana saludando a las autoridades gibraltareñas, entre las que no se pudo ver a un representante de los monos del Peñón, excluidos de tan importante visita
En este contexto, la visita de la princesa Ana de Inglaterra con motivo del Tricentenario de la Ocupación por el Reino Unido es no sólo inoportuna, sino verdaderamente decepcionante. Dicen que se ha reunido con las autoridades y la sociedad civil de Gibraltar, pero no consta que haya tenido un detalle con colectivos tan importantes como la Asociación de Empresas Fantasma, el Círculo de Defraudadores Fiscales o la Sociedad de Amigos del Lavado de Dinero. Una injusticia evidente, pues quienes más se esfuerzan por la prosperidad del Peñón son olvidados por la Monarquía en su primera visita oficial en 50 años. ¿Será porque está en peligro la economía de Gibraltar? En el fondo, a quién pertenezcan esas pocas millas cuadradas de territorio importa poco. Lo trascendente es el fabuloso negocio montado con la «fiscalidad especial» (el eufemismo que no falte).
¿Perdurará mucho tiempo el privilegio gibraltareño? Si nos fijamos en sus modelos de referencia, habremos de concluir que los paraísos fiscales no ven declinar su respetabilidad en el plano internacional. Ignacio Camacho escribe hoy sobre la «centrifugadora» y la compara con otros casos peculiares: «En Europa hay un príncipe que reina sobre un casino (Rainiero de Mónaco), otro sobre un grupo de bancos (Hans Adam de Lietchtenstein) y hasta un jefe de Estado cuyos ciudadanos son todos solteros (el Papa), pero quizás el caso más pintoresco de soberanía sea el de cierto lavadero de dinero sucio al que la Reina de Inglaterra hace el honor de considerar una colonia, por más que no destile exactamente un perfume de rosas».
Vuelven los masones
España está intranquila. Mientras las mentes más lúcidas andan enfrascadas en discusiones sobre la influencia comunista en nuestra sociedad, por los numerosos comisarios políticos bolcheviques que pretenden llevarnos a todos al Gulag, y la presencia de católicos en las élites de poder, debido a los contados casos de numerarios del Opus Dei que ocupan cargos de relevancia, el verdadero enemigo permanece oculto. Mientras el pueblo se entretiene con discusiones intrascendentes, la influencia masónica avanza de nuevo sobre la Nación. Necesitamos a personas de bien que nos muestren la indeleble mancha que el pensamiento de los masones empieza a extender en todos los ámbitos. ¿Es que nadie se da cuenta? Nos entregamos a intereses extranjeros, inician una ofensiva con la bandera del laicismo, se dictan leyes para moldear la sociedad a su conveniencia… ¡Que me expliquen por qué el Gobierno oculta su masonería! Don Federico Jiménez Losantos, certero como siempre, lanzó la pregunta clave: «¿Por qué no sabemos qué ministros del PSOE son masones?»
Ya tras el discurso de investidura de Zapatero, se advirtió que fue un discurso «típicamente masón». El diálogo de Don Federico con un preocupado compatriota vuelve a inquietarnos: «Pregunta: ¿Estará nuestro presidente Sr. Zapatero sometido a los dictámenes de su logia masónica, afincada y dirigida desde Francia? ¿Estará creando la II Leyenda Negra sobre España? – Respuesta: No, pero actúa como si lo estuviese. Me gustaría que alguien estudiase la presencia masónica en este Gobierno, porque me temo que es abundante. Y nefasta.» Es evidente que los masones están de vuelta: ocultan sus intenciones para que el buen pueblo español no sea consciente del peligro que le acecha. Menos mal que gracias al Areópago hemos podido acceder a una prueba definitiva, en forma de cómic, de la maldad intrínseca de la masonería. Nadie debe pasar por alto el valioso mensaje que nos enseña. Porque, recuerden, los masones están de nuevo entre nosotros.
El rumbo o la deriva de IU
Cuando se plantean debates de este cariz, es como si nos acercáramos al abismo de preguntas del tipo «¿qué futuro tiene la izquierda?». Pero lo cierto es que las crisis políticas de las formaciones que intentan representar a la izquierda social no pueden obviar la dimensión del problema. Se puede decir que en tales circunstancias todo está en cuestión: desde la práctica cotidiana de comunicación con la sociedad hasta las bases del proyecto político. Después de los recientes fracasos en las urnas de Izquierda Unida, parece que los hechos obligan a replantear la estrategia de la coalición. Aunque también se ajusta a la realidad el diagnóstico que hacen otros: la opción política que se sitúa a la izquierda del PSOE, que muchos consideramos imprescindible para la salud democrática del país, está en crisis desde la ‘transición’. La historia de la última década no ha sido sino la de una profundización en la falta de rumbo claro, pero las amenazas que conducen a la caída en el número de votos están ahí desde hace tiempo.
El votante de IU es un resistente que persevera en el apoyo a una organización que cada vez se asemeja más a un club de ‘robinsones crusoes’. Para aumentar o siquiera mantener el grueso de sus votantes, IU necesita realizar cambios. Hasta ahí todo el mundo está de acuerdo. Pero la orientación que más conviene al partido suele ser origen de luchas internas que tampoco favorecen la imagen de seriedad que debe dar la tercera opción política en el ámbito estatal. A la hora de ponderar qué reformas son más necesarias para reconquistar la confianza de la gente, los responsables de la coalición y sus diversas corrientes pueden encontrarse con que la falta de identidad no sólo dificulta la elección del rumbo, sino que arrastra a su espacio político a una deriva que no son capaces de controlar. Aunque parezca más o menos lejana, la pesadilla de IU es siempre la misma: entrar en el círculo vicioso de la irrelevancia política, que conduce inevitablemente a la desaparición.
Felipe Romero escribe un completo análisis sobre la situación en “Izquierda Unida: Ahora… ¿qué?”. Lo que sigue es un fragmento en el que apunta algunos de los problemas: «Dentro de la estructura organizativa de IU destacan dos cuestiones relacionadas con la ausencia de identidad. Por un lado, la existencia de diferentes partidos y corrientes refleja la ausencia de una identidad compartida, de forma que ha favorecido la pretensión de hacer convivir proyectos con distintas pretensiones, como ICV, Espacio Alternativo o Corriente Roja. Por otro, la permanencia en los puestos de responsabilidad de buena parte de las mismas personas de los últimos 20 años (particularmente en Andalucía, con Romero, Alcaraz, Meyer,…) favorece la creación de una élite «política» que ha hecho de IU su medio de vida y de las elecciones el eje de su proyecto. En este sentido, la obtención de representación se convierte en un medio en sí mismo, al margen de la misión de la organización».
Destaco del artículo el planteamiento de las diversas posibilidades que se le abren a IU tras el diagnóstico de sus debilidades y fortalezas: «Ante este listado de deficiencias asociados a la ausencia de identidad, necesariamente se plantea la pregunta: ¿qué identidad? Al menos tres posibles identidades alternativas se abren ante IU: ser una opción socialdemócrata que se pretende diferenciada del PSOE pero en actitud de colaboración con éste, lo que viene a ser la misma opción que hasta el momento se ha desarrollado. Otra posibilidad es constituir un opción ecosocialista con un espacio propio, a semejanza de los Verdes alemanes. Y finalmente, una apuesta por un modelo comunista con pretensiones de adaptación, al modo de Rifondazione Comunista».
Europeos con Constitución
Una vez aprobada la Constitución Europea, el problema sigue estando ahí. Debe ser motivo de satisfacción para el objetivo de una unión política que se haya acordado por fin un texto que, si lo ratifican los ciudadanos, sirva de marco impulsor de la propia construcción europea. Pero al margen de las críticas que se le podrían hacer, queda la impresión de que el escepticismo con que los ciudadanos de la UE acogen los pasos dados por los estados de la UE tiene causas profundas que habrán de ser abordadas. Es demasiado evidente el alejamiento de las instituciones y políticas europeas de la voluntad popular: todo parece estar en manos de estructuras estatales que defienden los intereses particulares sin darse cuenta de la crisis en la que sumen al mismo proyecto sobre el que trabajan. ¿Dónde queda el interés general de esta Unión? Manuel Castells apunta hacia dos crisis que afectan a la UE, aunque una de ellas tiene su origen en el estado de opinión sobre la representación democrática.
En el artículo “¿Europeos contra Europa?” señala que «la Unión Europea tiene una profunda crisis de legitimidad como consecuencia de una crisis de identidad y una crisis de representatividad». La importancia formal de la Constitución deberá trasladarse a los hechos, que actualmente demuestran que el concepto de ciudadanía europea va despacio: «Crisis de identidad: con los datos del eurobarómetro, en el 2003, cuando se pide a los ciudadanos europeos que definan su identidad política primaria, en promedio un 40% señala como identidad exclusiva la nacional y otro 44% primordialmente nacional, mientras que sólo un 4% se declara sólo europeo y un 8% primordialmente europeo». Dice Castells que «los ciudadanos europeos no se sienten políticamente europeos, sino que transitan por sus canales nacionales». Y en éstos nace la crisis de representatividad: «Muchos ciudadanos piensan que su país “está dirigido por unos cuantos grandes intereses que sólo se cuidan de sí mismos”».
Lo que «pasa en Europa», sucede para la mayor parte de la gente en un ámbito extremadamente distante de su idea de configuración de la voluntad colectiva. La solución a las crisis de legitimidad democrática es más democracia. En la UE hace falta lo mismo: más mecanismos para que la participación esté presente en los engranajes de las instituciones supranacionales. Más democracia y menos consensos intergubernamentales. Va siendo hora de que las propuestas acordes con una demanda ciudadana tomen la delantera al escepticismo. Remata Castells el artículo reconociendo que nadie tiene la varita mágica del europeísmo: «¿La solución? Por favor, señores eurodiputados recién electos, no querrán que además de identificar el problema también les facilitemos la respuesta. Pero algo tendrán que pensar, si les queda tiempo entre tanto aeropuerto».
Los tres fracasos del PP
Sabemos que los resultados electorales resisten cualquier interpretación: todo el mundo sabe encontrarles una lectura a su favor. Pero no es menos cierto que los fríos datos sólo pueden dar un vencedor. Aunque en el PP se digan ‘ganadores morales’, nadie puede negar que quien gana de verdad es el que gobierna, y no es este el caso. El PP puede seguir durante un tiempo desorientado, como le ocurrió al PSOE en el 96, al no encontrar el tono de la oposición. Pero lo que no podrá obviar es que van tres elecciones perdidas: municipales, generales y europeas. Es decir, que no se trata de una mala racha: ha cambiado el ciclo. Actuar como si la salida del PP del gobierno fuera un mero paréntesis, puede causarle al partido en la oposición demasiado nerviosismo e impaciencia, y así no es posible realizar eficazmente la tarea parlamentaria de control del Ejecutivo que tienen encomendada. Cierta euforia post 13-J no se comprende; será mejor que se serenen, porque faltan casi tres años para la próxima campaña electoral.
Sin embargo, también es evidente para cualquiera la fortaleza del PP tras las últimas elecciones. Es un partido derrotado pero con gran apoyo para ejercer de oposición desde el primer día: Rajoy sale reforzado, y es esa una buena noticia para un partido que se ahorrará así demasiados movimientos internos. Aunque con algo de dificultad por la presión de cierto aznarismo recalcitrante, se intuye que Rajoy terminará contagiado del Nuevo Talante de la legislatura y no será atizador de la crispación gratuita. Pero coger el tono adecuado de crítica a ZP no es fácil, y es de temer que el manido discurso de descalificación de los socialistas siga vigente de alguna manera. Los apoyos mediáticos del PP acudirán a los viejos tópicos, sin duda, pero hay que dejar claro en qué medida tendrá que renovar el PP su argumentario. Porque no son intrascendentes las tres derrotas de los populares: justamente simbolizan el desmoronamiento de los tres pilares de la crítica a Zapatero.
Las tres elecciones que ha ganado ZP demuestran que son argumentos inservibles, que no tienen gran efecto sobre el mercado electoral. El primero es el del irresponsable Zapatero, convertido en ‘pancartero’ de la mano de los socialcomunistas. Quedó desactivado con la primera victoria. Y una vez ya en el gobierno, casi se puede asegurar que el impacto de este ‘asustaviejas’ es cero. Bien al contrario, el PSOE ha cosechado una confianza mayoritaria en la izquierda al tiempo que se volvía a hacer con el centro. En lo económico, nada está en riesgo con ese valor seguro que todos defenderán como digno seguidor de Rato -y éste a su vez continuador de su primera etapa de ministro- apellidado Solbes. En definitiva, ¿qué miedo va a causar a priori un ZP demasiado ‘izquierdista’ si todos saben que en el gobierno los socialistas se comportan dentro de un orden? Las críticas vendrán por los resultados y no por la existencia de un gen del ‘mal gestor’.
El segundo de los argumentos que queda desechado es el de un Zapatero rompepatrias. Según alguna encuesta, la confianza en que ZP sabrá tratar mejor con los nacionalismos es más que mayoritaria. Nadie se cree que la estrategia autonómica del PSOE la dirige un comité en la sombra presidido por Carod-Rovira. Los socialistas tienen importantes contradicciones, pues en cada comunidad defienden lo que más importa a su población, pero esto es sin duda un valor para muchos votantes que no esperan una visión monolítica del partido. La recurrente estrategia de los populares de sacarle los colores a ZP por su disposición a negociar con todo el mundo o a pactar con independentistas no tiene sentido: con la unidad de España como reclamo, no logran convencer a nadie para que deje de votar al PSOE. Más bien al contrario, se viene demostrando que éste gana de forma abrumadora a costa del PP justamente en las comunidades donde más se debería ‘temer’ a los nacionalistas.
Por último, la tercera de las victorias que ha podido celebrar ZP ratifica que no ha perdido apoyo, ya en el gobierno, por su estrategia exterior. La idea de un Zapatero insolvente que coloca a España en una posición indigna no cala en la opinión pública. La política exterior del PP es conocida por todos: no es creíble que ZP vaya a ser capaz de empeorarla. La nueva actitud en la UE puede, incluso, darle buenos resultados. Cuanto menos, se obtendrá estabilidad en las relaciones con los países que más nos convienen.
En definitiva, las sucesivas derrotas de los populares marcan el fracaso en los tres frentes por donde atacaban la legitimidad y la capacidad del PSOE para asumir el gobierno. Coinciden estos argumentos con tres ideas muy acariciadas por el PP, al considerarlas activos propios de cara a su electorado: la economía, la idea de España y la posición en el exterior. Pero se han demostrado tres argumentos fallidos en tanto no han servido, como se pretendía, para hundir al PSOE en la oposición y quitarle apoyos en su camino al gobierno. Ahora la situación es distinta: las críticas del PP deberán venir por los resultados, pero no por la incapacidad que a priori se le achacaba a ZP. Incapacidad e insolvencia en las que insistía un discurso que no hace recordar a otra cosa sino a la soberbia de todo gobernante -y de esto el anterior presidente estaba bien servido- en el sentido de creer que sólo él está preparado para ocupar el poder.