RBBE REDACCIÓN SAN CHINARRO Salían de rodar un episodio de Little Britain. No llevaban pelucas, gafas horribles de los ochenta ni dentaduras desdentadas de broma ni nada por estilo. No se habían maquillado para la ocasión, simplemente pasaban por ahí y les pidieron aparecer en la grabación, un cameo, como se dice ahora, por sus naturales cualidades físicas. Los susodichos eran más reales que reales son Matt Lucas y David Walliams en tan afamada serie. Tanto que uno no sabe si tan sucio y maloliente estilo de vida lo han tomado como modelo de la sociedad inglesa o viceversa: la sociedad inglesa de la serie. El caso es que todos se sienten bien entre estercoleros. Son los hooligans del Manchester United y hablaré de ellos desde mi perspectiva, la del Fondo Sur del Estadio Santiago Bernabéu que, a falta de mayores motivaciones vitales, podrá responder a vuestras dudas, ruegos y sugerencias este jueves en Irún. Me localizaréis por la rojigualda de blasón imperial, la misma que llevé a Innsbruck.

Salieron tan victoriosos de tal oportunidad artística que lo celebraron con unas pintas. En el mismo bar donde se emborrachan todos los días después de descargar lavadoras para su empresa familiar en un oficio traspasado con esmero de padres a hijos y a hijos bastardos también. Los colegas, calvos, gordos, de mediana edad, de barba descuidada y grasienta y con algún que otro diente de menos, lucían sus tatuajes, horteras y descoloridos, con esmero gracias a sus camisetas de manga corta en plena noche de invierno inglés. Su presencia en tal taberna autóctona pasó desapercibida, incluso se confundían con seres semejantes de dudosa actividad y de vidas arrabaleras, hasta que tropecé con ellos. Mi error fue acabar mi pinta y acercarme a pedir otra justo a su lado. Ni dios sabe por qué empezamos a hablar, ni por qué brindamos, ni por qué nos tomamos otra ronda juntos, pero mi solitaria tarde tornó en una entretenida reunión cervecera hasta que uno de los tipos realizó la pregunta del millón ¿y tú, de qué coño de equipo eres? Por lo acontecido, ser del Real Madrid no está muy bien visto en Manchester. Pensé en tener una profunda y analítica discusión de fútbol internacional, pero ellos no. Uno se remangó la camiseta hasta mostrar sobre su hombro el escudo del United, se creció, me enseñó la Copa de Europa tatuado en el otro, se creció aún más y sacó el 7 de Cantona en su omoplato derecho. Blasfemó, escupía fuego mientras se cagaba en la marica de Beckham, en el mierda de Van Nistelrooy y hasta en el “judío” de Pérez (Florentino para los nacionales). Me empujó, dijo que no sabíamos lo que era ser un equipo de verdad, tener un entrenador 20 años seguidos, y me invitó a salir a la calle, supongo que para mear juntos… sólo dios, el mismo que me juntó con ellos, me salvó del apaleamiento.

No es una excepción. Los cariñosos ‘hooligans’ del United odian con todas sus fuerzas al Madrid y, por consiguiente, a todos sus seguidores y de tal manera ha quedado corroborado en encontronazos acontecidos desde Chamartín al otro lado del mundo, pasando por Benidorm, claro. Aunque como todo en la vida, la primera vez, la de los chicos de Little Britain, siempre es la más bonita, la mejor, la que con más cariño se recuerda.

Uno no sabe donde están los enemigos hasta que se toma una cerveza con ellos, aunque un madridista sabe de antemano que no tiene que ir a Bilbao, Barcelona, Valencia, Coruña y demás en día de partido y por Roma (gloriosos laziales aparte), Turín, Munich y (desde entonces) Manchester el resto, laborable o festivo. Puede que el odio madridista no llegue a tales cotas de violencia, según el caso también, pero a los ingleses, y cuanto más al norte más brutos, les gustan las reyertas más que el té con pastitas y un after-eight. Y qué mejor para demostrarlo que una buena oportunidad para salvar el honor de Sir Alex. Todavía hay quien no es consciente de tal odio, pero tal vez si un mismo equipo me meara en casa dos veces, con uno de los mejores regates jamás visto (sí, el de Redondo a Berg), me quitara al jugador más mediático, al más goleador e intentara llevarse a la nueva estrella europea, me empezaría a mosquear.

No son ni por asomo la mejor hinchada de Inglaterra, pero sí una de las más numerosas y violentas. En Roma, después de llevarse a cuatro al hospital, volvieron a pegarse al bajar de la ambulancia y encontrarse de nuevo con los romanistas, con dos cojones. Todos son ‘casuals’ y se mantienen dóciles en Old Trafford por las duras leyes inglesas, donde te piden los datos al sacar tu entrada y si estás fichado no vuelves al fútbol en tu vida, esencial para los que presumen de empezar el hooliganismo allá por 1912 en una visita a su eterno rival de Liverpool. En su última aparición por el Bernabéu hicieron alarde de su amor a la grada haciéndose con un reducto del ‘gallinero’ con puños de por medio y donde los de seguridad del estadio se cagaron por la pata baja. En los prolegómenos, dos gorilones se salieron del rebaño para mostrar sus tatuajes y beber enfrente de ‘El Refugio’ y el ‘Akí Madriz’, históricos lugares de trasiego madridista, donde fueron vacilados e insultados por los presentes, pero aguantaron impasibles, se cagaron en McManaman -que por aquel entonces rondaba la banda derecha del Madrid sin hacer ni un solo regate- y miraron atónitos a todos como pensando: “haced lo que queráis, estáis en vuestra casa, pero no tenéis huevos a daros de hostias con nosotros”. Asi fue.

Sin embargo, a mí donde me tocó fue en el Bangkok de los huevos, a quince horas en avión de casa y en un garito donde estábamos todos más pendientes de la tía que te ibas a llevar -porque te llevas una, como poco- donde otra cerveza y el destino me juntó en la barra con un gordo de 2’10 metros. Después de unas risas llegó otra vez la gran pregunta. Me enseñó el puño y me dijo: ¿ahora os vais a llevar a Ronaldo? ¿Sólo sabéis hacer equipo a base de dinero? Y empezó a entonar una canción de “Cristiano the one and only… there´s only one Ronaldo”. Y pensé: Hay que joderse. Hasta en el Gulliver´s, en pleno Khaosan Road, al otro jodido lado del planeta, me la tiene que liar un neardenthal de estos, hijo de la grandísima Gran Bretaña. De modo que me piré sin más a por mi thailand. Ella no discutía sobre fútbol y le gustaba ‘Nistelrooy’, sin ‘Van’ como allí le llaman. Qué dulce. No era muy alta, delgadita, con el culo duro, sin muchas tetas (nota: Todo espécimen tailandés femenino con aspecto occidental, alta y con tetas, no es una tía y tiene sorpresa, allá ca’ cual) muy guapa, mayor de edad y simpática, y cumplía la tarifa estándar de 20 euros el día. Al irnos del bar de la mano vimos la desgracia del gerdo (gordo y cerdo) representada en su cuerpo fofo posado en tu taburete, solo, deprimido, de borrachera melancólica y con 10 tías alrededor que no le hacían ni caso, y le dije al oído a Jenny, “y encima es del Manchester United”.

No se puede hablar de fútbol con ellos, o no saben. Y tal vez debería haber una tregua olímpica para discutir fuera de los terrenos de juego y fuera de los días de partido. Como excepción, una vez aguanté más de 10 minutos hablando sobre fútbol con un seguidor del United. Fue en un bar de Londres, viendo un partido ajeno a nuestros respectivos equipos, después ya de la llegada de Beckham al Madrid, cuando el paisano, claro, de ídolo se convirtió en un mierda y ya no era el de antes según el anglosajón. El tío decía que el mejor del mundo, por encima de cualquiera, era Scholes. Y yo pensaba: una cosa es barrer para casa y otra ser gilipollas. Volvió a decirme lo ya oído, lo de tener un sentimiento de equipo, el orgullo del entrenador, lo de fichar por fichar y bla bla bla. Cuando se dio cuenta de que nadie le contestaba se calló. Luego, en el descanso, le pregunté qué le parecía la serie Little Britain.

Este artículo fue publicado el martes, 28 octubre 2008 a las 4:57 am en la categoría de Reportajes.