¿Qué es soberanía?
Me pregunto mientras clavo mi pupila en la tele, que retransmite la histórica tercera última diada autonòmica de l’onze de setembre, millonaria manifestación a favor de un Estado propio. ¿Qué es soberanía? Y es que es una pregunta que muchos catalanes hemos tenido que hacernos bastantes veces últimamente. Tiene su ironía poética, la verdad, que millones de europeos entiendan soberanía como eso de tener un Estado-nación dentro de la UE, en plena crisis del euro y del Estado-nación, sobre todo justo meses después de que Merkel se pasara la soberanía del Estado griego, independentísimo desde 1832, por el arco del triunfo. Si precisamente algo ha quedado claro con el asedio y rendición -esperemos temporal- de Grecia, es que hoy en día, en Europa, ese Estat propi dins de la UE i de l’euro tan anhelado por los catalanes no es en absoluto garantía de soberanía. O, mejor dicho, que quizá esa soberanía popular tiene que ser planteada a escala europea. De eso precisamente se alegraban los eurócratas y sus palmeros letizios (como Garicano, sin ir más lejos), casta suprema europea, cuando consiguieron arrebatar la política monetaria a los Estados y someterlos al yugo de la moneda única: frente a una crisis fiscal, ya no podrían devaluar su moneda, sino sólo sus salarios, aunque fuera por debajo del nivel de subsistencia. Toma la soberanía que nos concede graciosamente la Troika, ésa que consiste en gestionar la miseria. Un plan perfecto.
It’s the political economy, stupid!
Como hemos visto desde el inicio de la “austeridad expansiva” en 2010, un plan perfecto, sí, pero sólo si uno no tiene ni idea de economía, claro está, o, lo que es lo mismo, es de la escuela neoliberal o, en su versión alemana, la escuela ordoliberal de Friburgo, nata en la República Federal Alemana de posguerra, deconstruida por Foucault en su célebre “El nacimiento de la biopolítica” -el biopoder como regulador de la vida y la muerte- y encumbrada, fortalecida y triunfante, cuando la RFA se anexó la RDA bajo el eufemismo de “reunificación”. ¿Quién supervisó el total desmantelamiento y privatización de la industria oriental, en términos espeluznamente idénticos a los del tercer rescate griego? En efecto, el actual ministro alemán de Finanzas y entonces de Interior, Wolfgang Schäuble, oh casualidad, de Friburgo. Las pingües expectativas de beneficios siempre corrompen y Schäuble, también tesorero de la CDU, se convirtió en el Bárcenas alemán de los noventa. Es que ya lo dijo su compatriota: primera vez como tragedia, hoy como farsa. El shock de la reunificación y la expansión hacia el este europeo aportaron nuevas bolsas de trabajadores baratos para la potente industria alemana -crecida al calor del patrocinio gringo planes Marshall y quitas en 1953 mediante, al mismo tiempo que en el sur pactaban con los fascistas, never forget- permitiendo la represión de salarios durante dos décadas y asegurando plusvalías constantes en la balanza comercial alemana bajo la estabilidad del euro. Su contraparte, los déficits de los países del sur, acumulando una bolsa de deuda insostenible que estalló en 2010. No fue irresponsabilidad; fue pura dinámica económica. Tampoco fue una estafa, es que fue una crisis capitalista pura y dura -y resulta que éstas siempre incluyen estafas financieras, sólo hay que leer a Minsky.
Si uno repasa historia económica, se dará cuenta rápidamente que el euro es copia clavada del patrón oro y el patrón oro, que nunca tuvo nada de estabilizador, no terminó precisamente bien: dos guerras mundiales y varios genocidios. Recapitulemos. Para el liberal, que acostumbra a poseer capital e invertirlo (a diferencia del trabajador), es esencial que el valor del dinero sea estable (que no haya inflación) para que pueda seguir acumulándolo. Pero, mal que le pese al liberal, el dinero no es algo pétreo, objetivo y natural: su valor depende simplemente de si la gente lo acepta con la expectativa de que lo podrá usar para comprar otra cosa. Eso es, el dinero es una compleja relación social. Todo el mundo acepta dólares, menos gente acepta euros y alguien acepta libras esterlinas: son comunidades sociales de intercambio, “comunidades monetarias”, bajo el patrocinio de una autoridad política. Es por eso que históricamente siempre fue el soberano -el Estado- el que emitía el dinero que circulara por esas comunidades de intercambio. A cambio, el Estado les pedía dinero en forma de préstamos o impuestos para poder seguir con su represión interna y sus aventuras bélicas y coloniales de exterminio y latrocinio, consolidando y expandiendo la misma comunidad monetaria en el proceso, desposeyendo a campesinos en masa convirtiéndolos en proletarios, esclavizando a africanos en campos de concentración adelantados a su tiempo y así asegurando al liberal tan preocupado por su dinero que la acumulación de capital hasta el infinito y más allá seguía intacta. En palabras de Max Weber, en ese delicado equilibrio consistía la “memorable alianza” del capitalismo del siglo 18 entre bancos y Estados, que se originó en las ciudades-Estado mediterráneas del siglo 14 y culminaría -tenía que terminar mal la cosa- en la Primera Guerra Mundial. El imperialismo como última fase del capitalismo, ya lo decía aquel ruso.
Dicho de otro modo, la economía no existe en el vacío del espacio sideral, sino está acoplada a la misma sociedad. En tiempos de crisis, el liberal mira los números y calcula fríamente que para asegurar sus ahorros hace falta recortar Estado de bienestar y devaluar los salarios. Lo que olvida el liberal es que no son sólo números, sino vidas humanas, recortadas y desahuciadas, oh casualidad, de los mismos trabajadores que con el sudor de su frente le generan los ahorros al liberal: ésa es la paradoja del ahorro keynesiana. Precisamente en ese fundamentalismo de mercado que quita la subsistencia a los trabajadores -mismo biopoder de Foucault- yace la pulsión autodestructiva del Minotauro europeo. Por eso el valor del dinero, sea euro o patrón oro, lo determinan las luchas sociales, entre clases, razas, géneros y naciones: y es que su dichosa y psicópata “estabilidad” se grava en fuego en el cuerpo de trabajadoras y colonizadas en tiempos de crisis. Es el clásico doble movimiento que nos recuerda Polanyi, con la vista puesta en la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial: ante el cataclismo social periódicamente perpetrado por el libre mercado, la sociedad terminará por organizarse y reaccionar, por mera simple supervivencia – en forma de comunismo o de fascismo o, en jerga más moderna, eurocrática y sensata, de populismo. Bienvenido sea, entonces, el populismo, única alternativa al cataclismo social periódico y circular: significa que los días del Minotauro europeo, sea patrón oro o euro, están contados.
Es ahora o nunca y no hay vuelta atrás
Ciertamente, vivimos momentos históricos, en los que la realidad social, económica y nacional construida a partir de la crisis del patrón oro se cae a pedazos y otra de nueva viene. No hay vuelta atrás al mundo anterior a 2008. Las placas tectónicas de la historia se mueven, inexorablemente, abriendo ventanas de oportunidad que sólo se abren cada 30 años. Como advierte Guillem Martínez, estamos viviendo una Segunda Transición: entonces no repitamos los mismos errores que nos llevaron al candado del 78. Como la historia funciona a modo de péndulo, eso nos obliga a pensar dialécticamente, acción-reacción, tesis-antítesis-síntesis, y ahora es la nuestra. El futuro -la soberanía- vive latente en nuestras contradicciones y esto implica alianzas absurdas como la de Syriza con ANEL, el abrazo de David Fernàndez y Artur Mas y Podemos con el aparato del Estado español. Eso es el populismo, que en Podemos tienen bien claro, cortesía de Laclau y Mouffe, pero también en la CUP: y es que en el mundo de hoy, las luchas sociales sólo se pueden articular en clave nacional. Frente a la tremenda polarización social causada por el libre mercado, los que se quedan en el medio -las clases medias- articulan su lucha por la supervivencia apelando a lo nacional, basculando hacia arriba -el elitismo fascista- o hacia abajo -el socialismo nacional-popular. Es así cómo ya se está articulando en toda Europa el doble movimiento de Polanyi, queramos o no: sólo apelando a la soberanía, uno es capaz de incorporar a la derecha y movilizar a la masa crítica necesaria, al pueblo, para llevar a cabo las reformas estructurales necesarias de modo radicalmente democrático y desde abajo. Al igual que Keynes salvó el capitalismo de los capitalistas en los años treinta, sólo así se puede salvar a Europa de los europeístas que la llevan inexorablemente al fascismo, llámese Aurora Dorada, Le Pen o UKIP, en la pulsión autodestructiva de su analfabetismo económico que desconoce en qué consiste realmente ese vil metal.
Uno dirá: fácil (aunque aún insuficiente) en Grecia, pero triple mortal en España, país de identidades nacionales duales e híbridas, y es que haberlas haylas, aunque siempre sobrelapándose. Hace 4 años, justo antes de las elecciones municipales, nos dijeron al 15-M: “pues si no os gusta presentaos a las elecciones”. Lo hicimos, y ganamos las elecciones, gracias a una potentísima tradición municipalista. ¿Pero cómo ir de lo local para arriba -a lo nacional- constituyendo pueblo de modo legítimo, sin prisa pero sin pausa? Ahí está el movimiento del péndulo, el de múltiples relatos en positivo; en continua conversación, en contradicción, pero sólo así se hace camino andando. El independentismo catalán creció vertiginosamente al ritmo del Espanya és irreformable, al que la irrupción de Podemos replica – y termina estancándose, para decepción de muchos. Ahora la pelota vuelve a estar en las calles de Barcelona: se da la única y sorprendente circunstancia de tener a la amplia y conservadora base social de Convergència lista para hacer una revolución para romper con el régimen del 78, no sé rían, porque parece creíble. Recordemos que Convergència siempre había fluctuado entre dos polos: el primero, el del PP en su versión neoliberal, el de la contrarreforma democrática y siempre lubricado con generosa corrupción a cambio de no ser indepe, cortesía de la Unió de Duran Lleida y el 3% de Ferrovial y Javier de la Rosa; el segundo, el de ERC en su versión más nacionalista. Fusionándose con ERC -y cooptándola en el proceso, no nos engañemos- CDC parece haber roto puentes con las élites del Estado español -eso es, la famosa Casta- y su versión nostrada, el Puente Aéreo, esta vez sin vuelta atrás o así lo atestiguan las recientes declaraciones de la patronal bancaria. Bienvenidas sean, entonces.
Pero si de ellos sólo dependiera, Catalunya nunca sería soberana. Si Mas hubiera sido soberanista de veras, ya en 2010 hubiera desobedecido la cadena de mando eurocrática, se hubiera negado a aplicar los psicópatas recortes impuestos por Zapatero y luego Rajoy por orden de Merkel, hubiera montado una hacienda propia y bon vent i barca nova. Pero no lo hizo, como buena élite subalterna, hasta que la situación fue insostenible – para su propio partido. El soberanismo de Junts pel Sí, sincero pero naíf (sobre todo respecto a la UE), es uno de clases medias y clases medias-altas, el grueso de los catalanohablantes, y ha roto con las élites nostradas, ferozmente españolistas -¡lo son por interés propio, si son los que van a salir perdiendo más de cortar con el Estado español! En la ciudad de Barcelona y área metropolitana, el independentismo correlaciona con la renta, en efecto, pero 1) hasta un máximo a partir del cual cae súbitamente (eso es, el Puente Aéreo) y 2) si uno evalúa en todo el territori la relación se difumina y el factor más relevante es la lengua propia: eso es, hay un eje rural-urbano que muchos análisis de fuera pierden de vista cuando identifican, de modo simplista, independentismo con burguesía. Ahí también hay clases populares, bien no-representadas por la CUP, mientras que en Barcelona lo están por la confluencia popular que incluye a Podemos e ICV, Barcelona en Comú. Mucha tensión desafortunada entre estos partidos evoca sus genealogías de los años 30 a modo de discurso, praxis y organización: la CUP, heredera del anarcosindicalismo y asamblearismo de POUM y CNT, Podemos del PCE e ICV del PSUC, más centralistas y jerárquicos.
Cálculos electorales
Como el nacionalismo burgués de toda la vida, Junts pel Sí necesita de las clases populares, tanto a nivel de cómputo electoral como de masa crítica para el reconocimiento fáctico de la independencia. Dicho de otro modo: con recortes al bienestar nunca habrá soberanía, ni nominal ni efectiva. Según las encuestas, JxS se van a quedar justo por debajo de la mayoría absoluta y van a necesitar a la CUP para conseguir mayoría absoluta de escaños y de votos (excluyendo blancos y nulos). Eso le da a la CUP, partido anticapitalista y feminista, la llave para escoger presidente y marcar el tiempo a la Segunda Transición y que no nos lo marquen: finalmente, la dichosa centralidad del tablero. Si fuera por mí, yo haría a Artur Mas president de la República Catalana, cargo simbólico, y Romeva, que será el número uno de la lista ganadora, de president de la Generalitat, que por algo es el número uno. Esa doble mayoría le da a una declaración de independencia una legitimidad rotunda: es puro mandato democrático. Pero en la práctica la vida es muy chunga y eso no asegura el reconocimiento de su soberanía ni a nivel interno, ni español ni internacional, haciendo peligrar la cohesión social.
Siguiendo los ritmos de la CUP, el gobierno tendría que ser de concentración. Lo primero, implementar una soberanía real: un plan de choque social que revierta los recortes en sanidad y educación y pare desahucios, cortes de suministro energético y reformas laborales. A cambio, Catalunya Sí que es Pot y, por extensión, Podemos, reconocerían la soberanía de Catalunya. JxS, CUP y CSQEP rozan los 90 diputados, dos tercios del Parlament, y los tres están de acuerdo en lanzar un proceso constituyente, soberano y no subordinado a la agenda española: ergo, bloque constituyente contra bloque del 78. Sólo con una alianza entre soberanistas (tanto independentistas como federalistas) se consigue masa crítica suficiente para romper el candado -en 1978 el PSUC proponía programa común con PSC y Convergència, por cierto– y se inicia la cuenta atrás hacia el 20-D: a veces, tontos de nosotros, casi parece que olvidemos que el líder en las encuestas estatales es un partido posfascista escorado a la extrema derecha que de ningún modo va a reconocer Catalunya, ¡pero si ni ha reconocido Kosovo, que cuenta con el patrocinio gringo! Del PP sólo podemos esperarnos lo peor y lo peor es una guerra. La alternativa -en mi humilde opinión, mejor- es el gobierno de coalición mejor valorado en los sondeos, PSOE-Podemos. Y precisamente Catalunya es un granero de votos para Podemos en las generales.
¿Cómo pagar el plan de choque de la CUP con una Generalitat en bancarrota, que en plena crisis de ingresos sólo sobrevive gracias a la línea de crédito que le presta el Estado español, directa desde el BCE? ¿Cómo pagar tal auténtica fiesta de la democracia? Cómo no: Varoufakis nos marca el camino. Varoufakis quemó una etapa, imprescindible para el camino hacia la soberanía: dejó bien claro que con la Unión Europea, casta suprema sin mandato democrático, ya no se puede negociar nada: sólo quieren la sumisión total de los pueblos y sustituir los parlamentos nacionales por la férrea disciplina del euro. Gracias a Varoufakis, quedó bien claro, que el principal motivo para el cual los catalanes quieren la independencia según el CEO, “capacidad y deseo de autogestión económica”, ya no es posible bajo el Minotauro europeo. El Eurogrupo nos dejó bien claro que su modest proposal, único modo de salvar Europa de su pulsión autodestructiva, ya no es posible bajo el euro. Quemada esa etapa, ahora hace falta una ambitious proposal, a ser iniciada por una amplia mayoría parlamentaria en Catalunya (e invitando otros parlamentos europeos a unirse) que responda, a modo de relato en positivo hacia delante, a los graves problemas que hoy existen a escala europea. No es casualidad que Catalunya, entre avisos de corralito y bancos pirándose, se enfrente a los mismos dilemas que Grecia (¡pero también España!): Varoufakis dimitió cuando no pudo crear un sistema de pagos alternativo, o sea, introducir una moneda alternativa (ya que entonces hubiera implicado una salida del euro de facto). Patriotes: el peligro de corralito en Catalunya es muy real. Como nos recuerda el ejemplo griego, es así cómo hoy en día se someten pueblos enteros en Europa. Y sólo enfrentándose a él, los pueblos europeos podrán resolver su soberanía económica y política. Es más: sólo planteando los dilemas de Catalunya como dilemas de cualquier otro pueblo europeo, de tú a tú, obtendremos el reconocimiento fáctico de nuestra soberanía.
Els meus cinc cèntims
Para resolver la contradicción que nos presenta el doble movimiento de Polanyi, hacen falta propuestas “ni de izquierdas ni de derechas” -no se rían- que al mismo tiempo sean radicales, eso es, yendo a la raíz, no lanzando vivas a la Guardia Civil:
1) lo dicho: que el 27-S desencadene una multitud de procesos constituyentes, articulando pueblo soberano, de modo paralelo y coordinado pero nunca subordinado, en todos los parlamentos de Europa y Mediterráneo que así lo quieran: un confederalismo radicalmente democrático a base de hechos consumados. Democracia política.
2) Sólo por serlo, los pueblos en proceso constituyente tienen el derecho a emitir moneda. En plena crisis fiscal, sólo así podrán pagar la auténtica fiesta de la democracia a funcionarios y proveedores, pero también pensiones y demás subsidios: con una moneda alternativa, en la línea ya propuesta por Barcelona en Comú. Existen 3500 monedas alternativas en el mundo (más allá de los Pirineos, sobre todo, ¡hasta en Suiza!) para corregir los desequilibrios que tienden a generar las monedas más ‘grandes’. El gobierno anunciaría que todos los pagos de impuestos serían en esa moneda. Es así cómo se crea una “comunidad monetaria” que también es comunidad política: un pueblo articulando su propia soberanía, económica y política. El gobierno no convertirá los depósitos bancarios a la nueva moneda, dejándolos en euros, ni impondrá un tipo de cambio fijo, sino lo dejará variable. No hay problema en la coexistencia de moneda alternativa y euro: ante el imposible dilema político entre quedarse dentro del euro o salirse del euro, por qué no un “que decida la gente” mirándose el bolsillo antes que montar referéndums. De lo que se trata es que el dinero circule, la gente trabaje y se cree valor. En el fondo, la credibilidad de la moneda depende de la credibilidad que el pueblo tiene depositada en sí mismo.
3) Según la propuesta de Pilkington y Mosler, la nueva moneda no se depreciaría demasiado, porque sólo se pondría lentamente en circulación vía gasto público. Este gasto público se tendría que articular vía banco nacional de inversión creando programas de trabajo garantizado –job guarantee programs-, elegidos y votados en procesos participativos y democráticos a nivel vecinal, municipal, regional o nacional, supervisados por expertos, al estilo de los presupuestos de Porto Alegre. De ese modo, se consigue re-definir lo que es el trabajo, de modo colectivo y democrático. Economistas de prestigio internacional, de corte post-keynesiano, defienden estas propuestas. En España están los hermanos Alberto y Eduardo Garzón, de IU. En Inglaterra Corbyn lo llama “people’s quantitative easing”.
4) En la misma línea que comenta el experto en desarrollo surcoreano Ha-Joon Chang, hagamos lo que el país rico (Alemania) realmente hizo para ser rico y no lo que nos dice que tenemos que hacer: eso es, soviets. No es coña: en efecto, por ley cada empresa alemana con cinco o más empleados está obligada a tener representación de sus trabajadores en las decisiones empresariales, una característica fundacional del marco institucional alemán, stakeholder capitalism, opuesto al shareholder capitalism anglosajón que la casta española lleva copiando desde 1959 con probado éxito (para ellos). En el espectro continuo y no lineal de la propiedad de los medios de producción que va de lo privado a lo colectivo, la democracia cristiana alemana -modelo exitoso donde lo haya- está muchísimo más cerca de los soviets que nuestro capitalismo de Estado castizo, gobernado con el culo. No es casualidad que en Alemania la austeridad «funcionara»: los trabajadores no tienen problema en rebajarse el sueldo si es decisión pactada y democrática – sólo hay que mirar cómo funcionan las cooperativas. Democracia económica.
5) Después del asedio y rendición de Grecia el pasado julio, el ex ministro italiano de Finanzas, Stefano Fassina, argumentó la necesidad de crear una alianza de frentes de liberación nacional a nivel europeo que forzara una desintegración controlada del euro. Grecia sola simplemente no puede: su espacio monetario potencial es demasiado pequeño. En cambio, lo que recomiendan los expertos (¡incluyendo los que están en Ciudadanos!) es una salida del euro coordinada entre varios países o, mejor, la introducción de una moneda alternativa y un sistema de pagos alternativo coordinado, que podría ser entre Catalunya, Grecia, Italia, España y Portugal y los que siguieran. Y es que para la periferia, sin ningún control de facto en el BCE, el euro funciona como una marea violentísima: un tsunami previo a 2008 y una brutal sequía después. El BCE siempre fijó los tipos de interés que convenían a Alemania y Francia, bajándolos antes de 2008 (desatando un tsunami en el sur) y subiéndolos en 2011 (prolongando y endureciendo la crisis). Lo que está quedando cada vez más claro es que bajo la férrea disciplina del euro, no es posible ni democracia política ni democracia económica, porque van de la mano: sólo nos queda una lenta y gradual devaluación de nuestro bienestar impuesta salvajemente vía represión policial. Y es que en las condiciones actuales vamos directos a convertirnos en la Florida de Europa, una sociedad totalmente dual con una élite integrada sin problemas en Europa, los letizios de intelectuales orgánicos dando palmas y un pueblo convertido en plebe con una educación y sanidad devaluadas, dando servicio a los jubilados del norte. Eso es lo que nos depara la doble dictadura económica y política. Basta ya de pensamiento esclavo. Es ahora, cuando han petado tanto China, tercer destino de exportaciones alemanas, como Volkswagen, la empresa que tira del carro alemán, que el diktat alemán está en su posición más débil. Estas ventanas de oportunidad sólo se abren cada 30 años.
¿Qué es soberanía? ¿Y tú me lo preguntas? Soberanía…