Memoria Histórica
Continúa nuestra Opinión Publicada de la semana con una segunda parte, dedicada a la Memoria Histórica, que viene a prolongar la entrevista con D. Manuel Fraga Iribarne, a quien dedicamos íntegramente la anterior.
Memoria Histórica
La opinión de Fraga es la opinión de lo que podríamos denominar «derecha civilizada» en este país: la opinión de quienes consideran que remover a estas alturas la Guerra Civil sólo puede ser fuente de pesares. Es la opinión, por ejemplo, de Luis Suárez Fernández, en la mítica Tercera de ABC del lunes (¡y firmado «De la Real Academia de la Historia»!¡Con todos los ingredientes del mito!).
– Tercera de ABC, 09/10/06: El artículo es una desaforada loa de la Monarquía en tanto única posibilidad de llegar a la democracia. Ya se sabe, sin el Monarca la debilidad mental y moral inherente a los españoles nos habría perpetuado en dictaduras de cirujanos de hierro durante milenios. Menos mal que llegó Juan Carlos I con su escalpelo envuelto en un guante de seda y nos salvó a todos. Suárez Fernández ocupó buen número de cargos durante «el Régimen anterior» y fue siempre alguien claramente afecto al franquismo, con obras en su haber de tan bello título como «Francisco Franco y su tiempo» (como tantos y tantos monárquicos, luchando contra el Régimen «desde dentro» y teniendo clara su vocación democratizadora ya desde los años 40, al poco de que su entonces líder, Juan de Borbón, intentara infructuosamente apoyar la Cruzada como cruzado, además de hacerlo también como referente moral que era). Pero no se me equivoquen, tampoco estamos ante un Pío Moa cualquiera. Durante el franquismo y la Transición Suárez Fernández no sólo no se dedicaba a asestar martillazos a todo opresor que se le pusiera por delante, sino que fue autor de buen número de estudios, muchos aparecidos bajo la forma de monografías, sobre la historia medieval de España; estudios, naturalmente, de gran calidad y rigor histórico (tampoco estamos, en efecto, ante Juan Ricardo de la Cierva). Al menos, a esa conclusión llegué tras leerme su manual titulado «Historia de España: Edad Media» más que recomendable. En fin, que estamos ante un señor «de derechas de toda la vida», como Manuel Fraga, aunque más pacato. ¿Y qué nos dice el señor Suárez Fernández mientras se atusa su bigotillo al leer su Tercera de ABC tomando chocolate con picatostes? Lo siguiente:
La senectud me permite ahora evocar aquellas mañanas luminosas. Creía, de buena fe, que estaba en marcha el propósito formulado desde 1947 por el que hacía cabeza de la Dinastía: «Para todos los españoles». Había llegado la hora de deponer los odios, barrer las distancias y sin reclamar abjuraciones ni engaños, entrar en el futuro. Temo mucho que me estaba equivocando de punta a punta. El odio no perdona ni renuncia a lo suyo. Y vuelve a aparecer ante nosotros pretendiendo decirnos que solo es Historia lo que conviene a los propósitos políticos de cada hora. La memoria pertenece únicamente a la voluntad individual. Ahora se trata de imponerla desde un determinado sector confundiendo poder con legitimidad. Hace ya mucho tiempo que Jacobo Burckhardt el mejor historiador europeo nos hizo una seria advertencia. Cada generación recibe su pasado como un patrimonio. Puede encerrarse en él negándose a avanzar, grave error; puede intentar destruirlo volviendo a la nada, error todavía más grave. Pero puede emplearlo como un capital, la parábola de los talentos, y hacerlo fructificar. Los pueblos que eligen la destrucción de su pasado, añadía, están condenados a sucumbir en manos de tiranos que se erigen en conductores. Él, curiosamente, utilizaba el término alemán, fuhrers. Desde mi propia amargura pido a Dios que nos ayude a recobrar el sentido. Dejen a los historiadores, a todos, hacer su trabajo. Sólo la verdad, sin paliativos, puede hacer libre al hombre.
Vamos, lo mismo que Fraga: la izquierda es muy mala por ponerse a estas alturas a remover lo de la Guerra Civil; más vale no meneallo. ¿Y por qué más vale no meneallo? Pues porque la derecha civilizada de este país, que en realidad se avergüenza (y bien que hace) de lo que pasó antes, durante y después de la guerra, no quiere que se les eche en cara lo que pasó. Pero como la derecha civilizada es también, por lo común, culta, sabe incluso leer y escribir, su respuesta no es embarcarse en una espiral de historia / comunicación basura para darle la vuelta a la tortilla, sino limitarse a echar toda la tierra encima que pueda echar. Lo cual, por cierto, es un grave error. Porque, como ya intenté explicar en un artículo de la versión anterior de este blog (lo siento, no soy capaz de encontrar el link), la derecha actual no es culpable de lo que pasó hace setenta años. Y, precisamente porque es democrática -cuando lo es, que probablemente sea en la mayor parte de los casos; al menos, en lo que a la derecha civilizada concierne-, debería ser capaz de distinguir entre lo suyo y las barbaridades que sus antecesores ideológicos perpetraron. Es decir, debería ser capaz de hacer, no una autocrítica, sino precisamente una crítica «desde fuera», demostrando así la superación tanto de los odios ancestrales como de la fundamentación ideológica que pretendían justificarlos en su día. Ejercicio de razonamiento que, por cierto, también debería hacer la izquierda, en lugar de tontear «sentimentalmente» con las insensateces y desatinos de la revolución puesta en marcha conjuntamente con la Guerra Civil. Ahora bien, esto, buscar el olvido, es lo que hace, lo que ha hecho siempre a partir de un cierto momento, la derecha civilizada. ¿Qué está haciendo la otra, la de los hooligans iletrados? Esto lo sabemos mucho mejor, pero nunca viene mal ilustrarnos de nuevo sobre hasta qué punto dichos hooligans son, en efecto, iletrados:
– Artículo de José García Domínguez en Libertad Digital (08/10/06): Como Ustedes saben, la nutrida sección de Opinión de Libertad Digital es una especie de mezcla entre una serie de freaks ultraderechistas de provecta edad (en plan Alfonso Recarte, Amando de Miguel, Carlos Semprún Maura o Ignacio Villa) con una larga serie, continuamente ampliada, de lo que podríamos denominar los «cachorrillos» ideológicos de Jiménez Losantos. Algunos de ellos son gente preparada y con criterio (tengan Ustedes presente que tienen la suerte de contar con Pablo Molina, entre otros); otros, que suelen ser también los que hablan fundamentalmente de política española, son meros voceros histéricos -e histerizantes, que de eso se trata- cercanos al analfabetismo funcional. Bueno, pues el ejemplar que seleccionamos hoy pertenece claramente a dicha recua. Verán, se supone que el motivo del artículo es hablar de una Biografía de Lluís Companys, pero en realidad su autor se dedica a poner a caldo a todos aquellos que quieren reivindicar a Companys y, de paso, a soltar unas cuantas chorradas de marca mayor. Sólo al final entra en el análisis (la biografía de Companys) que se supone justifica el artículo. ¿Y en qué consiste su sesudo análisis, de esos de «queremos saber la verdad», «queremos investigar con todas las consecuencias», y tal? En esto:
De ahí, primero el asombro, después la perplejidad y más tarde la admiración, al dar uno en leer «Lluís Companys. La veritat no necessita màrtirs». Que el viernes, coincidiendo con el setenta y cuatro aniversario del Seis de Octubre, Enric Vila, un catalán catalanista –es decir, nacionalista– haya osado publicar la verdadera historia de aquel pobre hombre, y en catalán, es un acontecimiento memorable. Sobre todo, para los filólogos. Que permanezcan muy atentos a la pantalla los de ese gremio: el catalán parece que está a punto de convertirse en una lengua viva. Por fin.
Traducción: no he leído una sola línea de este libro pero, coño, es que el título ya lo deja claro. Y no esperarán que lo lea, joder, que no está en cristiano. Así se las gastan estos spin doctors de tres al cuarto, generadores de comunicación basura (otro día hablamos de la «comunicación spin»; Dios mío, se me acumulan los temas): hablan de todo sin tener ni idea de nada, sin ni siquiera molestarse en saber algo de aquello de lo que más hablan. Claro que como la mayoría de los fieles tampoco sabe nada al respecto, ni le importa, la cosa funciona.
El problema de la Memoria Histórica, a mi juicio, no es que a estas alturas haya que hacer un juicio sumarísimo a unos u otros (sobre todo, a unos, los que ganaron, quienes ya se encargaron en su día de hacer, no uno, sino muchos, juicios sumarísimos a los perdedores). Ni entrar en una espiral absurda de debate con propagandistas de medio pelo. Se trata de asumir que la historia de España es lo que es. Que la Guerra Civil es, también, historia, y que ya es hora de entrar en esta cuestión sin deudas de un pasado afortunadamente inexistente. Y ello supone abandonar de una vez el pacto de silencio, fomentado por la derecha civilizada y aceptado por la izquierda, porque en la izquierda, al menos en la izquierda que manda, que en este país ha sido durante décadas la misma generación que ha mandado en la derecha, proliferan los conversos. Y no hay nada más irritante que un converso, no por su conversión, sino porque, producto de la misma, se permite dar lecciones, desde su púlpito, que nadie le ha pedido y que, además, no pueden ser más inaceptables dados, precisamente, los «pecadillos de juventud» que atesora el converso. Guillem Martínez lo explica muy bien en la entrevista que le hace Popota en LPD. Aquí terminamos citando un último trabajo que se manifiesta en parecido sentido.
– Artículo de Javier Marías en El País Semanal, 10/09/06: El artículo se publicó hace un mes, pero llegué a él porque ha sido recientemente glosado en Escolar.net. Javier Marías es un columnista a veces irritante, lenguaraz, incluso chulesco, pero casi siempre lúcido. Viene a ser una especie de Pérez Reverte, pero en versión currada (y lúcida, claro). Al menos, normalmente tiene cosas que aportar. Y en esta ocasión, desde luego, lo hace. El artículo es una denuncia del doble rasero de los medios y, sobre todo, la intelectualidad española. Unos y otros no se recatan en, muy recientemente, poner de vuelta y media a Günther Grass por su pertenencia a las SS (revelada por el propio Grass hace muy poco). Pero tal altivez moral contrasta poderosamente, dice Marías, con el profundo silencio que unos y otros (los de izquierda y los de derecha por igual) han mantenido siempre respecto de casos, no ya comparables, sino mucho peores, ocurridos en España durante la Guerra Civil y, sobre todo, la dictadura de Franco. Terminamos la Opinión Publicada de hoy con una larga cita de este artículo, que habla por sí sola:
Y mientras proliferan los sesudos o frívolos artículos sobre cualquier intelectual extranjero repentinamente “manchado”, en España sigue siendo casi imposible contar –sólo contar– las pringosidades fascistas o stalinistas de nuestros escritores. Se sabe –pero se ha procurado acallar– que otro Nobel, Cela, se ofreció a los veintiún años a la policía franquista como delator de “la conducta de determinados individuos”, con lo que eso significaba en plena Guerra Civil; que se pasó voluntariamente de Madrid a Galicia para unirse al ejército golpista; que fue censor durante la postguerra; que el régimen de Franco lo condecoró; y yo poseo un ejemplar de un libro suyo dedicado de su puño y letra en 1953 a Millán-Astray (sí, el de “Viva la muerte” y “Abajo la inteligencia” y el enfrentamiento con Unamuno, si no recuerdo mal), al que llama “padre y amigo”, “con tanto cariño como respeto, su muy devoto …”, en fin. Nada de esto ha armado nunca ni la mitad de revuelo mediático que el pecado juvenil de Grass. Al revés: cada vez que yo u otros hemos intentado que se conocieran hechos comprobados o citas literales de algunos de nuestros escritores durante la Guerra o después, tanto la derecha como la izquierda han hecho llover sobre nosotros chuzos de punta. Que a qué venía eso; que si pelillos a la mar; que si todo el mundo había hecho lo mismo (lo cual no es cierto, algunos no, y les costó muy caro); que si mentíamos; que cómo nos metíamos con figuras que “luego” habían sido muy democráticas y antifranquistas, como si la encomiable rectificación de antiguas posturas vergonzosas obligara a dar éstas por no existidas y a silenciarlas o falsearlas eternamente.
En este país grotesco, ni la derecha ni la izquierda tienen el menor interés en que se sepa la verdad, y ambas están aún dedicadas a maquillarla a su favor, cuando no a tergiversarla con desfachatez. No cuente usted lo que escribieron o hicieron Cela, Laín Entralgo, Tovar, Maravall, Ridruejo, Sánchez Mazas, D’Ors, Giménez Caballero o Foxá, porque no fue nada malo, exclama la derecha, o empezó a serlo sólo cuando se apartaron del falangismo o de la dictadura, los que lo hicieron. No cuente usted lo que escribieron o hicieron Aranguren, Haro Tecglen o Torrente Ballester, porque acabaron siendo muy “progres” y amigos nuestros, exclama la izquierda indignada, y menos aún Bergamín, que fue rojo de principio a fin. Por ambos lados la consigna es callar. Todo lo contrario que con Grass, Heidegger, Jünger o Cioran, no digamos con Drieu la Rochelle o Céline.
¿A qué se debe esto, a cinismo puro? Por supuesto. ¿Al doble rasero, según los intereses de cada cual? Desde luego. Pero hay algo más. El Gobierno, con una ingenuidad rayana en la idiotez, prepara una “Ley de la Memoria Histórica” que, si se aprueba, no tendrá el menor efecto real, por la sencilla razón de que no se dan en España las condiciones indispensables para semejante proyecto. No pueden darse sin un amplio consenso social y político sobre lo aquí ocurrido entre 1936 y 1975. Y lo cierto es que hay demasiados españoles –empezando por el Partido Popular y la Iglesia Católica, acabando por muchos fieles de ambos y parte de la prensa– a los que es obvio que el franquismo no les parece mal. Por el otro lado, son pocos los izquierdistas oficiales que aceptan que sí se puede y se debe sentir orgullo por los años de la República, pero no por los de la Guerra, con salvedades concretas como la heroica resistencia de Madrid y otras ciudades. Se cometieron demasiadas bestialidades en los dos bandos, y que las de los franquistas fueran más y mayores sirve de muy escaso consuelo.
Comentarios cerrados para esta entrada.
Qué ritmo lleváis, Guillermo.
Tranquilidad, que no damos abasto.
Comentario escrito por Danuto — 11 de octubre de 2006 a las 1:46 pm
¡Joer, creo que hacía como tres años que ningún lector de LPD me achacaba este tipo de reproche! Estoy a punto de echarme a llorar. Supongo que me moderaré con el tiempo, pero mientras me lo pase bien con este ritmo, ¿por qué no?
Un abrazo
Guillermo López
Comentario escrito por Guillermo López — 11 de octubre de 2006 a las 4:11 pm
Felicito a Danuto por ser el primero en decir lo que, estoy segura, más de uno ha pensado últimamente al entrar en LPD y nadie ha dicho. Supongo que después del parón estival, las ansias de escribir largos textos hacen mella, sobre todo en blogs como este. Menos mal que la estética ha mejorado notablemente. (Enhorabuena «señora») Internet tiene esa parte esencial que todo medio debe poseer: la necesidad de ser visualmente atractivo. Ello hace que me resulte más amena la lectura, y a mí, como mujer de masa que soy, me hace sentir realizada, je.
PD: ¿Por qué se considera actualidad la «Jornada de Liga» y no se consideran actualidad las críticas de cine?
Comentario escrito por Silvia GL — 11 de octubre de 2006 a las 5:20 pm
En el fervor creativo afecta el parón (que no ha sido sólo estival, llevábamos más de un año escribiendo poquísimo) y, sobre todo, las maravillosas herramientas de publicación que la «señora» nos ha otorgado cual regalo caído del cielo. Es totalmente congruente la duda que te planteas (venga, te lo dedico: que «tí» planteas) sobre la Jornada de Liga vs. las críticas de películas. La verdad es que el principal motivo es que consideramos que las jornadas de Liga tienen un carácter más coyuntural y asociado a la actualidad que las críticas de cine, que pueden archivarse con un criterio más «permanente».
Dicho esto, yo también me indigno y me rebelo ante esta situación, dado que a nadie se le escapa que el contenido cultural y artístico de cualquier jornada de Liga es mucho mayor que el de no importa de qué película se trate.
Un cordial saludo
Comentario escrito por Guillermo López — 11 de octubre de 2006 a las 5:28 pm
Oiga, ¿Le parece una Ley del conocimiento histórico primero? ¿Le hace? Es que se nos cae el patrimonio a cachos.
Comentario escrito por Toneleitor — 11 de octubre de 2006 a las 5:36 pm
1) Yo no estoy muy convencido de que haya que remover la guerra civil. Una cosa bien distinta es remover la dictadura.
2) Es sumamente llamativa la coincidencia entre la visión del asunto de la derecha civilizada con la «izquierda». Eso es lo CT.
«Se trata de asumir que la historia de España es lo que es»
3) Esta frase tiene mucha miga, puesto que la principal objección que se le puede formular es la radical falsedad de la relación entre la República y la Monarquía Constitucional. Para asumir eso, que la historia de España es la que es, habría que hacer el duelo por la república. El duelo, que es lo que se hace cuando se asesina a alguien querido. El saber que se ha perdido para siempre. Pero para ello, insisto, hace falta un duelo, y no decir que la transición ha puesto punto final a esa querella sin vencedores ni vencidos.
Saludos.
Comentario escrito por popota — 12 de octubre de 2006 a las 4:53 am
Gracias por el artículo, Guillermo. Muy instructivo.
Comentario escrito por unodelos60 — 14 de octubre de 2006 a las 10:05 am
Hay una errata: Juan de la Cierva.
Creo que Guillermo se refiere a Ricardo, familiar del anterior.
Y yo creo que el autor es demasiado condescendiente al usar el verbo «glosar» con cualquier cosa escrita en Escolar.net
Pero mis opiniones de Escolar me las guardo.
Comentario escrito por Cavernícola — 15 de octubre de 2006 a las 1:01 am
Cierto, Cavernícola, ahora mismo lo cambio. Y lo peor es que tenemos un par de libros del ínclito D. Ricardo reseñados en LPD, por ejemplo: http://www.lapaginadefinitiva.com/dblibros/79
Un abrazo
Comentario escrito por Guillermo López — 17 de octubre de 2006 a las 1:09 am
Yo lo titularia memoria histérica. Por aquello de que la histérica fabula un pasado, para evitar recordar el trauma de lo hijo puta que fue papuchi, con sus correajes de falange y tal.
Comentario escrito por casio — 17 de octubre de 2006 a las 5:18 pm
Hay una pequeña errata. Has cambiado el nombre del señor Recarte. Es Alberto, no Alfonso.
Por lo demás, verdades como puños.
Un saludo.
Comentario escrito por Un pajarito sin cola — 18 de octubre de 2006 a las 11:19 pm