La ilusión populista

 Pierre-André Taguieff (2002). L’illusion populiste. De l’archaïque au médiatique. Paris: Berg International Éditeurs.

El populismo en política ha adquirido históricamente formas diversas. Desde el modelo contrario , en apariencia, al sistema político tradicional (y, sobre todo, al modelo de partidos políticos predominantes) hasta la pulsión racista y/o nacionalista que reúne voluntades en torno al líder, el populismo se fundamenta en una serie de características que relataremos brevemente a continuación, pero que pueden resumirse en la cercanía al “pueblo”, entendido como una entidad colectiva de sabiduría casi metafísica pero, al mismo tiempo, tradicionalmente ignorada, por parte de un líder providencial (más que de un partido político) que, a diferencia de los políticos tradicionales, se preocuparía por los intereses e inquietudes del pueblo, al que sería particularmente cercano. Tanto en la forma, esto es, en la interacción continua, mediada o no (a través de la televisión o en un mitin, por ejemplo), como en el fondo, es decir, sabiendo interpretar los deseos del pueblo y erigiéndose en portavoz de los mismos.

El populismo político, en resumen, supone siempre un desafío, aunque la mayor parte de las veces sea más aparente que real, al sistema político en su conjunto, por cuanto rechaza en diversos órdenes la política tradicional y la democracia representativa (aunque muchas veces acceda al poder mediante los mecanismos proporcionados por ésta) y por cuanto promete una serie de cambios sociales, políticos y económicos que supuestamente favorecerían los intereses del mítico “pueblo” desatendido por un sistema esclerotizado y dominado de las élites. En realidad, cabría definir el conjunto de la acción política, aunque esto suponga un cierto ejercicio de simplificación, en torno al doble eje populismo / elitismo (el libro de Irving Crespi “El proceso de opinión pública”, Barcelona , Ariel, 2000, profundiza en la explicación de este doble eje -así como en otras cuestiones fronterizas-, por si les interesa). El populismo renunciaría a la especialización y el conocimiento de los hechos proporcionados por las elites para apelar en su lugar a la voluntad popular, mientras que el elitismo tendería a administrar la complejidad social en la práctica a espaldas del gran público siempre que esto fuera posible, dada la insuficiente capacitación que se le atribuye a éste para tomar decisiones en la mayoría de asuntos públicos, en lo que constituiría uno de los mayores problemas de la efectividad de la democracia representativa: la incapacidad para profundizar en la misma en un contexto cada vez más complejo en el que la especialización tecnocrática lo invade todo (por ejemplo: ¿está el público realmente capacitado para tomar decisiones con conocimiento de causa en cuestiones de política económica, energética, etc.?). Cabría argüir que, en la práctica, la pulsión populista ha experimentado un doble proceso de acercamiento y alejamiento respecto de lo que constituye el sistema político tradicional:

  • Acercamiento merced a la espectacularización de la política propiciada por la omnipresencia de los medios de comunicación social, en particular la televisión, en un contexto de sociedad de masas que requiere, de una parte, una mediación sistemática por parte de los medios entre los representantes y los representados que invalida parcialmente la forma tradicional de hacer política (piensen por ejemplo en el absurdo de los mítines políticos en estados, salas de conferencias y plazas de toros llenadas casi exclusivamente por afiliados al partido, cuyo propósito real es efectuar una gigantesca representación ante el público “real” que accede a una versión fragmentaria del mitin a través de los medios, sobre todo, de nuevo, la televisión; otro día hablaremos con mayor profundidad de esto). Correlato de dicha espectacularización y de la importancia central de la telepolítica es la personalización del quehacer político, mucho más centrado en el líder que en el partido, dado que es el líder, y no el partido, el que puede plasmarse y representarse (a sí mismo y con él, también al partido) con nitidez a través de los medios. Este fenómeno ha comportado que cada vez más rasgos del populismo tradicional hayan invadido las formas “tradicionales” de hacer política propia de los partidos ubicados en el centro del sistema (por ideología y, sobre todo, por su incidencia social, manifestada a través de sucesivos procesos electorales), al mismo tiempo en que la complejidad social obligaba a los políticos populistas, de grado o por la fuerza, a adoptar decisiones continuamente determinadas más por la tecnocracia de las elites que por la voluntad popular, por más que se pretendan producto de esta última. Por eso, asistimos cada vez más a la aparición de abundantes hibridaciones que en el momento actual prácticamente son patrimonio de cualquier partido político, una especie de ficción populista representada de continuo a través de los medios.
  • Y alejamiento, por otra parte, porque uno de los fundamentos del populismo, su rechazo a las reglas y convenciones de la política tradicional y su voluntad revolucionaria (de nuevo, de palabra o también de obra), tiende a ubicarlo en los extremos ideológicos del sistema político, tanto en la extrema derecha como en la extrema izquierda. Por eso los partidos populistas en países democráticos, como el Frente Nacional de Le Pen, el VPÖ de Haider, la “Revolución Bolivariana” de Chávez o el PRD de López Obrador, tienden a ir más hacia los extremos conforme mayor profesión de fe hacen en el populismo, incluso con independencia de que la ideología que cimenta a sus partidos políticos sea en sí más o menos extrema (lo es más, en los ejemplos que adjuntamos, en los tres primeros casos que en el último)

El libro que aquí comentamos revisa estas y otras cuestiones relacionadas con el populismo. Escrito por Pierre-André Taguieff, prominente politólogo francés, combina inmejorablemente la dimensión teórica con su aplicación de diversos ejemplos prácticos que a continuación procede a categorizar. Y aunque la razón principal de publicar tal libro fue la presencia de Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas de 2002 (lo que tuvo por consecuencia un apoyo al actual presidente Jacques Chirac superior al 80%, pero también, y como lógica consecuencia directa, un nada despreciable apoyo de más de cinco millones de votantes, en torno al 18%, al extremismo de Jean-Marie Le Pen), cuestión que es profusamente analizada, ello sirve en cierta manera como excusa para analizar también todo lo anteriormente mencionado. Por desgracia, el libro no está publicado en español, razón añadida para hacerse eco de lo que en él se dice desde aquí (con aportaciones añadidas, justo es reconocerlo, de cosecha propia). Como conclusión, nos centraremos brevemente en una tipología expuesta en el libro particularmente esclarecedora, en la que Taguieff distingue dos formas básicas de populismo (que, de nuevo, pueden encontrarse, y de hecho se encuentran a menudo, asociadas en un mismo movimiento):

1) El populismo como movimiento-protesta, es decir, de rechazo a determinados aspectos de la política tradicional y la democracia representativa. Dos son las características fundamentales: en primer lugar, el antiintelectualismo, visto como rechazo a las elites que tradicionalmente han manejado el poder a espaldas del pueblo, y la defensa de la “sabiduría popular” como categoría de infalibilidad casi mítica. Y en segundo lugar, la hiperpersonalización del líder del movimiento como individuo especialmente dotado con las virtudes precisas para superar esa barrera percibida entre representantes y representados, por cuanto sabría interpretar perfectamente la voluntad del pueblo y, de hecho, a diferencia de las malignas elites generadoras de políticos “tradicionales”, también provendría del pueblo.

2)El populismo identitario, o nacional-populismo, o la fuerte asociación, por otra parte lógica, entre la apelación genérica de los dirigentes al “pueblo” y su constitución ideal como “nación” aquejada de todo tipo de peligros que podrían afectar a su genuina naturaleza, pensamiento expresado en el slogan del FN “Los franceses primero”, posteriormente copiado por casi todos los movimientos europeos de extrema derecha, entre ellos el español. En este caso, y tomando como ejemplo el Frente Nacional francés, Taguieff designa las siguientes características principales:

a)  La apelación política al “pueblo”, entendida como llamada personal del líder a sus fieles. El líder indiscutible del movimiento entendido como intérprete privilegiado de la voluntad popular, una especie de oculto “todo con el pueblo, pero sin el pueblo” (en este caso, las bases ideológicas y sociales).
b) Como consecuencia de lo anterior, la llamada al “pueblo” en su conjunto, en principio sin distinción alguna por clase social, tendencias ideológicas o categorías culturales, algo lógico si tenemos en cuenta la idolatrización aparente que se hace (tanto en dictaduras como en democracias) del “buen pueblo” español, francés, alemán, etc., en cada caso concreto. La idea es presentar el movimiento populista como interclasista y motivado por intereses e ideales superiores que abarcarían al conjunto de la nación.
c) Finalmente, en la misma línea, la llamada al pueblo “auténtico”, percibido como “sencillo”, “honesto”, “sano”, opuesto a la lucha de partidos y a los intereses de los partidos tradicionales, ajenos al pueblo. Se trata de una apelación notoriamente “antisistema” que intenta presentar al movimiento populista (y, al fin y al cabo, esta es la base de todo populismo) como un movimiento surgido “desde abajo”, producto de los auténticos intereses nacionales expresados por la sabiduría popular, y que de nuevo constituye un rechazo de las elites y los movimientos políticos tradicionales.
d) La apelación a la ruptura purificadora o salvadora, entendida esta como un doble movimiento de ruptura y de cambio. De ruptura con el sistema político que permita, como paso previo, hacer un “auténtico cambio”, opuesto a los “cambios de matiz” o el maquillaje de “hacer que todo cambie para que todo siga igual” que sería el producto habitual de la acción política.
e) Por último, la llamada a una unión del pueblo en torno al principio supremo de la unidad nacional, como precepto positivo pero, sobre todo, negativo, fuente de todo nacionalismo: esto es, afirmar la homogeneidad de la nación y el pueblo que la conforma en oposición a aquéllos que no forman parte de ella tal y como es definida, que pueden ser, según las circunstancias, los inmigrantes (o determinados contingentes de inmigrantes), los judíos, los homosexuales, etc.



8 comentarios en La ilusión populista
  1. Muy interesante entrada, de hecho. Creo que siempre es enriquecedor buscar las definiciones que Hobbes y Spinoza hacen de ‘pueblo’ y ‘multitud’ como conceptos contrapuestos. Obviamente, el populismo deriva de la idea de pueblo como unidad, como ‘voluntad general’ que hace posible la governabilidad. Para eso, es necesaria la exclusión de aquellos elementos que causan heterogenidad, como mencionas.
    La multitud, a su vez, se caracteriza por su diversidad y su imposible unidad. Paolo Virno dice que la singularización del individuo, en contrario de lo que pueda parecer, sólo se puede alcanzar en interacción con la colectividad, en la riqueza de la diversidad.

    En fin, que no creo que Taguieff comente nada nuevo, ya que se fue escribiendo durante la Ilustración. En los 70 los teóricos del Autonomismo italiano (Negri y Virno, principalmente) han resucitado el estudio de estos conceptos.

    Comentario escrito por Jaime — 05 de octubre de 2006 a las 4:30 pm

  2. Gracias por tus referencias, Jaime. Otra forma de catalogar positivamente al pueblo, o a lo que podríamos considerar su «evolución» lógica en una democracia mediada (el público), es la clásica distinción que se establece entre público y multitud, o entre público y masa, por parte de dos sociólogos americanos de mediados / principios de siglo. A ver, espera que busque mis apuntes de opiniòn pública y os copio&pego la distinción:

    Vale, ya está. Allá va:

    Robert Ezra Park:

    Público: a) formado por una pluralidad de individuos con intereses diversos; b) busca un consenso racional; c) se orienta por las opiniones dominantes en cada momento
    Multitud: a) se forma espontáneamente, en función de las emociones del momento; b) acción intensa, momentánea y desestructurada.

    Wright Mills:

    Público: a) Más o menos el mismo número de personas recibe y envía opiniones; b) es posible participar en la discusión de forma inmediata y efectiva; c) busca llevar a cabo acciones concertadas, incluso contrarias a la autoridad; d) el público es una entidad autónoma del poder en sus diversas formas (político, económico, mediático)
    Masa: a) muy poca gente (los medios) envía información a muchos individuos (la masa); b) de carácter pasivo (la masa no puede interactuar en la conversación, no puede responder a los media, o al menos no puede ofrecer una respuesta eficaz); c) la acción de las masas es controlada y manipulada fácilmente por instancias superiores; d) por tanto, la masa no tiene una verdadera autonomía del poder

    Y ya totalmente pasao de rosca (como lo estaba, en lo que concierne a ponerlo todo perdido de notas al pie, cuando escribía la tesis), allá va la cita de Wright Mills:

    Since ‘the problem of public opinion’ as we know it is set by the eclipse of the classic bourgeois public, we are here concerned with only two types: public and mass. In a public, as we may understand the term, (1) virtually as many people express opinions as receive them. (2) Public communications are so organized that there is a chance immediately and effectively to answer back any opinion expressed in public. Opinion formed by such discussion (3) readily finds an outlet in effective action, even against –if necessary- the prevailing system of authority. And (4) authoritative institutions do not penetrate the public, which is thus more or less autonomous in its operations. When these conditions prevail, we have the working model of a community of publics, and this model fits closely the several assumptions of classic democratic theory. At the opposite extreme, in a mass, (1) far fewer people express opinions than receive them; for the community of publics becomes an abstract collection of individuals who receive impressions from the mass media. (2) The communications that prevail are so organized that it is difficult or impossible for the individual to answer back immediately or with any effect. (3) The realization of opinion in action is controlled by authorities who organize and control the channels of such action. (4) The mass has no autonomy from institutions; on the contrary, agents of authorized institutions penetrate this mass, reducing any autonomy it may have in the formation of opinion by discussion. The public and the mass may be most readily distinguished by their dominant modes of communication: in a community of publics, discussion is the ascendant means of communication, and the mass media, if they exist, simply enlarge and animate discussion, linking on primary public with the discussions of another. In a mass society, the dominant type of communication is the formal media, and the publics become mere media markets: all those exposed to the contents of given mass media. (1956: 303 – 304)

    Comentario escrito por Guillermo López — 05 de octubre de 2006 a las 7:56 pm

  3. Supongamos que un candidato promete, no sé, un millón de puestos de trabajo, y otro pues… una ley de la memoria histórica. Se presentan a las elecciones (una persona, un voto) y el primero barre. ¿Es el populismo una enfermedad? ¿No será un palabro inventado por las oligarquías para denostar fenómenos democráticos en contra de su status quo?

    Por cierto, si el público no está capacitado para tomar decisiones de política energética, tampoco lo está el poder legislativo para aprobar leyes al respecto.

    Comentario escrito por alejo — 05 de octubre de 2006 a las 9:26 pm

  4. Pues ahí radica precisamente el interés del populismo, que a veces es puro extremismo demagógico y a veces tiene un auténtico pálpito revolucionario en el buen sentido, esto es, propiciar un proceso de toma de decisiones más cercano al ciudadano. El problema que yo veo al populismo como categoría política es que la mediatización sistemática de la vida pública acaba obligando a casi todos los dirigentes políticos a hacer «comunicación spin» (comunicación basura), en mayor o menor medida, lo que acaba asociándoles con formas más o menos extremadas de populismo, de tal suerte que cuando aparecen movimientos populistas cada vez son menos «populus» y más «istas», no sé si me explico, más basados en la forma que en el fondo.

    En cuanto al poder legislativo, la verdad es que no estoy de acuerdo, precisamente en eso se basa la democracia representativa: en delegar en unos representados que presumiblemente contarán con asesoramiento de expertos en la materia (y en realidad, ahí radica el problema que intentaba explicar en mi ejemplo: en adoptar decisiones importantísimas, cruciales para la vida de los ciudadanos, por parte de instituciones en esencia no democráticas; un ejemplo mejor que el de la política energética posiblemente sea el de los bancos centrales; ¿qué legitimidad democrática tiene el presidente del BCE? Muy, muy diluida).

    Un cordial saludo

    Comentario escrito por Guillermo López — 05 de octubre de 2006 a las 11:58 pm

  5. En el populismo pues caen todos. Desde los advenedizos (lease Chávez, LePen, Haider,…) hasta los más respetables (Aznar, Zapa, Bush,…).

    En cuanto al poder legislativo, pues no se, pongamos un ejemplo reciente: una reforma de la ley de propiedad intelectual donde los expertos en la materia son el osito Bautista, Perico Farré que asesoran a sus señorías… dígame a mí dónde queda el contrapeso favorable al público (que no masa aunque sus votos valen lo mismo).

    Comentario escrito por alejo — 06 de octubre de 2006 a las 4:39 pm

  6. Creo que ocurría algo un poco parecido a lo que alguien ha comentado cuando se aprobó la lay del jurado popular, y muchos se preguntaban qué clase de legitimidad podía tener un jurado compuesto por x cualquieras para decidir la libertad o la condena de alguien. En realidad tanta o más que un señor que por estudiar unas leyes tiene poder en muchos países sobre la vida o la muerte de sus conciudadanos.

    En cualquier caso el debate es tecnocracia vs. populismo si vamos a los extremos de ambos postulados. Ninguno me parece bueno. Acaso un delicado equilibrio entre ambos sea algo mejor

    Comentario escrito por l.g. — 06 de octubre de 2006 a las 7:46 pm

  7. ¿»Ciudadanía informada» tal vez?

    Comentario escrito por alejo — 07 de octubre de 2006 a las 6:20 pm

  8. si el votante no tiene suficientes conocimientos para decidir sobre temas especificos tampoco lo esta para elegir sus diputados.

    volvemos al viejo dilema del problema de la democracia representativa o directa.

    Tiene el mismo valor el voto de un analfabeto o analfabeto-funcional que otro que no lo sea ??

    Comentario escrito por bacus — 08 de octubre de 2006 a las 8:26 pm

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