Arrancamos un año interesante desde el punto de vista político, plagado de elecciones, y con el aliciente añadido de que las más importantes, las Generales de Marzo, contarán con candidatos inéditos en los dos grandes partidos. Tras la sobredosis política del año pasado, con el Prestige, la guerra y las Autonómicas como «fin de fiesta» de uno y otra a efectos prácticos, es posible que la ciudadanía, saturada ante tanta manifestación, tanta proclama y tanto «trabajar en ello», asista a la avalancha urnística con más desidia que otra cosa. La profesión política está en declive en España prácticamente desde que se consumó la Transición (la primera, no la Segunda), y la acumulación de procesos electorales en el curso político entrante posiblemente ahondará en esta percepción por parte de la opinión pública, máxime si tenemos en cuenta que el primero de los cinco procesos electorales, el de la Comunidad de Madrid, es producto de un lamentable show político proveniente de las anteriores elecciones, las Autonómicas.

Tras el escándalo de los tránsfugas socialistas es poco probable que el PP no logre revalidar su mayoría absoluta pese al patetismo de su candidata, Esperanza Aguirre, y de darse la sorpresa, con una nueva victoria de la «mayoría de progresos», la única incógnita es cuántos diputados socialistas descubrirán súbitamente, merced al motor inmobiliario de la bonanza econámica española (¿?), la vergüenza que les provoca el siniestro felipismo inherente a su partido y en consecuencia optarán, por una cuestión de dignidad, por apartarse de él.

Es curioso, y también meritorio, cómo el PP ha logrado darle la vuelta a la tortilla política en apenas tres meses, desde su peor momento con las manifestaciones contra la guerra hasta la actualidad. Primero con el relativo éxito de las Autonómicas, elecciones que el PP perdió pero resistiendo el desgaste de las lamentables actuaciones del presidente Ánsar (con lo que todo el mundo vio la «victoria» de las Autonómicas como un éxito personal de Ánsar, curioso análisis político propio de un país donde el gran líder nunca se equivoca); a continuación, y sobre todo, el escándalo de la Asamblea de Madrid, que en tanto no se demuestre con pruebas (pues no basta con sospechas razonables, por muy razonables que sean) la implicación del PP afecta en exclusiva al PSOE, y en cualquier caso lo deja en difícil situación por no haber asumido correctamente las responsabilidades que se derivaban de una deserción así (mayormente la dimisión de quien incluyera en las listas a dos personajillos como Tamayo y Sáez); por último, el Dedazo que aupó a Rajoy a la candidatura del PP, no por esperado menos salvífico (esperado el Dedazo, no la persona agraciada en concreto), tiene la virtud de apartar de la escena política al presidente Ánsar, situando en su lugar a alguien menos quemado políticamente y que pueda hacer de la estrategia del disimulo virtud suficiente como para recuperar el voto de centro hoy perdido a manos de la guerra y del hastío inherente a ocho años de gobierno del PP.

En estos momentos Rajoy es asumido, de hecho, no ya como candidato del PP, sino como próximo presidente del Gobierno. Es sorprendente cómo todo el mundo se toma con tanta naturalidad la mexicanización de la política española (una cosa es que el candidato designe al futuro candidato; otra muy distinta que el Presidente designe al futuro Presidente), obviando todo el autoritarismo y métodos dictatoriales propios del proceso de designación (todos hemos estado más de un año esperando a conocer al candidato mientras Ánsar, en la mejor tradición de los culebrones adolescentes, disfrutaba haciéndose el interesante). Pero cierto es que en estos momentos el estado comatoso del PSOE sitúa a Rajoy en inmejorable situación para alcanzar una nueva victoria, aunque no sea (Beckham no lo quiera) por mayoría absoluta.

A mi juicio, y creo que a juicio de casi todo el mundo, las esperanzas del PSOE están depositadas en lo que ocurra en Catalunya. Tras veinte años de pujolismo el candidato socialista, Pasqual Maragall, parte como favorito indiscutible a la victoria (de hecho, ya ganó en votos en el 99), y la principal duda es si será capaz de ganar con «mayoría suficiente» (una vez parece claro que CiU, que evidentemente no podrá formar una coalición con PP y ERC a la vez, tampoco llegará al poder con uno u otro) para gobernar sólo con Iniciativa, sin necesidad de pactar con ERC. De ser así, el proyecto de Maragall para Catalunya, hoy denostado desde la caverna, pero que a mí, particularmente, me parece bastante sugestivo y razonable en líneas generales, puede ser la señal de recuperación del PSOE ante las elecciones de Marzo.

En función de lo que pase en Noviembre en Catalunya, y también, obviamente, de otros condicionantes (el perfil que vaya adoptando Rajoy ante los más rutilantes logros de su antecesor, como la guerra o la precariedad laboral -probablemente un perfil bajo, del estilo de «Ánsar tiene razón en todo», pero con la boca pequeña-, o lo que suceda en el País Vasco con el Plan Ibarretxe, que a mi, personalmente, por decirlo con suavidad, me la refanfinfla, pero por lo visto a bastante gente le parece terrible, importantísimo y mayestático (otra vez hablamos de ello, o mejor dicho, de «no-ello»), se llegará a las elecciones de Marzo en una situación más o menos igualada, aunque en principio decantada hacia el PP.

Y tras las elecciones generales (y las andaluzas, que posiblemente se celebren al mismo tiempo por aquello de retroalimentar el voto autonómico del PSOE con el general, y viceversa -en sus sueños más perversos Maragall se ve haciendo coincidir, en tanto President, las autonómicas catalanas con las generales, beneficiándose del voto españolista del PSOE: ¡President hasta el 2020!), por fin, en principio, descenderá nuestro nivel de política en la sangre, con el exotismo de las elecciones europeas (el otro día me crucé por la calle con un tío que decía que le interesaban las europeas, desde entonces lo tengo en una cámara hiperbárica a la espera de que los más prestigiosos científicos del mundo mundial investiguen algo tan notable), y sólo nos quedará disfrutar del Mayor Espectáculo del Mundo (no, no se trata de la Liga ACB): las elecciones presidenciales de EE.UU., que se celebrarán en Noviembre, y en donde la guerra de Irak, a diferencia de lo que, por lo visto, ocurre en España, tendrá bastante tela que cortar (no sólo por los errores y sinvergonzonería de la Administración Bush sobre el particular, sino porque la guerra y el terrorismo igual ya no sirven como pantalla frente al espectacular desbarajuste económico provocado por su seria Administración tras los años de vino y rosas de impresentable Clinton).