El Tour (II): La consolidación de un mito

Continuamos con esta revisión apresurada del Tour y algunos de sus (mis) mitos fundacionales:

Los años gloriosos: 1989

El de 1989 fue, para mí, sin ningún género de dudas, el mejor Tour de la Historia, al menos de los que yo vi. Me acuerdo aún de casi todas las etapas, en particular, cómo no, del prólogo. Y eso que ese mes de Julio yo estaba en Alemania con mis padres y para seguir el Tour tenía que hacer auténtico encaje de bolillos, tragándome los insípidos, alemanes resúmenes de la carrera (en aquella época aún no había surgido Ullrich y el Tour a los alemanes les pillaba un tanto lejos) y andando cada día media hora, hasta la estación de tren de Maguncia (la ciudad más aburrida de Europa), para comprarme la edición diaria de la Biblia (El Marca) y enterarme mejor de lo que había pasado con Perico (hay que decir que si yo era fan de Perico, mi madre aún lo era más, con lo que mi pobre padre se pasaba la vida comprando el Marca y traduciéndonos el «parte» diario de la TV alemana a ambos).

La carrera comenzó, como supongo que Ustedes recuerdan, con fuerza: por motivos aún desconocidos, pero sin duda asociados a su masculina españolidad, Perico se presentó en la salida de la etapa prólogo con 2.40 minutos de retraso, lo que le permitió pasar en un solo día de maillot amarillo, en tanto ganador de la edición anterior, a farolillo rojo (puesto 198), a 2.53 minutos del líder. Antes de la primera etapa, en el prólogo de ocho kilómetros, Perico tiraba el Tour por la borda.

Al día siguiente se corría una contrarreloj por equipos (un invento absurdo de la organización del Tour para que Anquetil e Hinault les sacasen tiempo a los españoles, que claro, en venganza se inventaron el Kas y venga a ganar contrarreloj), y Perico, producto de la tensión que pasó durante la noche pensando «eres un idiota, has tirado el Tour por la borda�» (pensamiento en el que coincidía con toda la afición), había perdido un kilo de peso, lo que le produjo una terrible pájara que le hizo perder otros cuatro minutos y medio, situándose, si no recuerdo mal, a 7.23 minutos del líder. En sólo dos días, Perico había logrado descender del cielo al infierno, y en otros diez volvería a subir al cielo, en una épica remontada que consolidaría definitivamente su mito (¿se imaginan lo emocionante que es el Tour cuando el candidato español a ganarlo no sólo suelta hachazos, sino que luego le dan pájaras, llega tarde o le sale positivo en el control antidoping?).

Primero Perico logró quedar segundo en una larga contrarreloj previa al comienzo de la montaña, entre Fignon y Lemond, el americano que, parcialmente recuperado de los 35 perdigonazos que llevaba en el cuerpo, corría el Tour con un equipo ridículo. Perico nunca había sido contrarrelojista, bien al contrario (fíjense, en un prólogo de ocho kilómetros perdía casi tres minutos, así que ya me dirán), lo que añadía mérito al inicio de su remontada.

En las dos jornadas de los Pirineos la afición logró ilusionarse con las posibilidades de Delgado: el primer día, lanzó por delante a Induráin, entonces gregario de lujo, que ganaría la etapa, y sacó 30 segundos a Fignon y Lemond; el segundo día, protagonizó una importante escapada con la que recortar�a otros 3 minutos y medio, situándose «a tiro de piedra» de Fignon, el francés más francés (más desagradable) de todos los tiempos, un tío que se pasaba las ruedas de prensa riéndose de Delgado y acusando a Lemond (con toda razón, claro) de chuparruedas.

Tras algunas jornadas sin incidentes (recuerdo una etapa llana en que Fignon y Mottet se escaparon siguiendo la estela del coche oficial de Hinault, a quien le hacía ilusión que dos compatriotas ganasen la etapa, y el Tour, el día de la Fiesta Nacional francesa; al final la organización obligó a Hinault a dejar de cortarles el viento y, claro, el pelotón cogió a los fugados sin demasiados problemas; alucinante), el Tour llegó a los Alpes. Haciendo las cuentas de la vieja, uno podía pensar que si en dos etapas de Pirineos Perico recortaba cuatro minutos, en cuatro de Alpes debería coger a los demás ocho minutos, y por tanto ganar su segundo Tour, pero no fue así. La verdad es que Perico se había desfondado ya en las dos primeras semanas (no es de extrañar, con sus pájaras, sus retrasos y sus hachazos tan concentrados), y apenas pudo recortar más tiempo; de hecho, se acabó conformando con entrar en el podio, como animador de lujo de un Tour que se iban a disputar entre dos cadáveres renacidos, Fignon (ganador de dos ediciones a principios de los ochenta que ese año había ganado ya el Giro) y Lemond (ganador en 1986 y que habría acabado ganando, sin duda, cinco Tours de no ser por su condición de gregario del patético Hinault y, claro, su accidente de caza).

Recuerdo la última etapa de los Alpes, en la que Perico, desfondado, llegó a perder algunos segundos. Y la recuerdo porque estaba en casa de un clásico alemán (conservador a machamartillo y que me miraba con desprecio), un alemán maleducado y soez que osaba poner las noticias en repugnante idioma alemán, noticias que no interesaban a nadie salvo a él, en lugar de dejarme disfrutar del Tour en los canales por satélite que el tío tenía contratados: ¡qué insufrible egoísmo! Claro, al final le robé el mando y pasando de él puse el Tour, lo cual es posible que no le sentara del todo bien, dado que a fin de cuentas estábamos en su casa, viendo su televisión y usando su mando a distancia, pero por fortuna yo era «un inocente niño» que se podía permitir ese tipo de cosas en plan «ya se sabe, estos niños españoles no tienen educación» (sí, sí, lo que Usted diga, pero anda que no me tragué la etapa del Tour completa).

A lo que íbamos: el mejor Tour de la historia terminó como merecía, con una etapa contrarreloj cuya meta se situaba en los mismísimos Campos Elíseos. Fignon, ufano, estaba enormemente confiado con sus 50 segundos de ventaja respecto a Lemond, más que suficientes para una etapa de sólo 26 kilómetros. Tan confiado estaba el tío que se permitió hacer bromitas en el pelotón y dárselas de campeón sobrevenido (nunca olvidaré su particular saludo a los españoles el día anterior a la contrarreloj decisiva, detectó una cámara de Televisión Española y le asestó un espectacular escupitajo en mitad del objetivo; qué envidia, no conozco a nadie con tanta puntería; un campeón de pura cepa). Pero el día D, el día de la contrarreloj, Lemond apareció con un manillar de triatleta que, según las crónicas, fue el causante de su victoria final, por sólo ocho segundos. No podría describirles el infinito placer con el que viví, con el que toda España vivió, la llegada de Fignon a los Campos Elíseos, en mitad de un esplendoroso silencio, así como la entrega de premios, con su cara avinagrada. Había perdido el Tour por sólo ocho segundos. Ni que decir tiene que yo me pasé ocho meses celebrándolo.

Como ven, me enrollo como una persiana. Haremos un pequeño descanso mañana y más adelante continuaremos con esta revisión general (lo del descanso, más que nada, porque no querría perder definitivamente a todos los lectores de Chapapote Discursivo tan pronto, que por mí hablaba del Tour seis semanas seguidas).



2 comentarios en El Tour (II): La consolidación de un mito
  1. La historia de Perico e Induráin no se debería separar, ya que siempre he creído que lo de Induráin comenzó con Perico. Y precisamente has hecho referencia a la etapa reina de los Pirineos en la que Perico no atacó hasta que le dijeron que Induráin había llegado a la meta, con Anselmo Fuerte pisándole los talones. Siempre se ha hablado de la generosidad de Induráin dejando ganar etapas, pero Perico aunque no tuvo tantas ocasiones para demostrarlo como Induráin, en este caso demostró que para ganar no vale todo.

    Comentario escrito por JaviWoll — 08 de julio de 2003 a las 3:29 pm

  2. Eso es cierto, no recordaba que sólo sacó ese día 30 segundos, entre otras cosas, para asegurar que Induráin ganaría la etapa. Pasado mañana precisamente hablaré de Induráin y del Tour del 90, el último en el que Induráin fue de gregario de Perico (el que dicen que pudo ganar también).

    Comentario escrito por guillermo lópez — 08 de julio de 2003 a las 3:53 pm

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