Terrorismo (II): el papel de los medios
Todos los objetivos fundamentales de los atentados terroristas que designábamos en el post anterior han de ser canalizados, de una u otra forma, a través de los medios de comunicación. El silencio de los medios dificulta sobremanera la consecución de estos objetivos, y por eso los terroristas desarrollan sus acciones teniendo siempre muy presente el contexto en el que éstas se producen y el impacto que tendrán en la opinión pública. Al mismo tiempo, la exhibición mediática del terrorismo es necesaria para evitar que la situación se enquiste, es decir, que los terroristas, si bien no ganan apoyos ni fuerza, tampoco los pierden. Además, los medios cumplen un papel fundamental en la tarea de sensibilizar a la opinión pública y evitar que el público, o una parte del mismo, pueda sentir cierta simpatía y afinidad por los terroristas desde la distancia. Es decir, el papel de los medios es ambivalente, y la forma en la que enfoquen el tratamiento informativo del terrorismo resultará crucial para minimizar o suprimir los efectos buscados por los terroristas, e incluso subvertirlos y hacer que sus atentados se vuelvan contra sus intereses. Al mismo tiempo, los medios han de buscar jugar su papel como instancia autónoma de los otros dos participantes:
- Instancia autónoma de los terroristas, por supuesto, superando las eventuales presiones y amenazas, que pueden llegar, y de hecho llegan a menudo, a la eliminación física.
- E instancia autónoma respecto del Estado, lo cual no quiere decir posicionarse en una imposible equidistancia entre el Estado democrático (si el Estado no es democrático, es seguro que los medios, al menos los medios de dicho Estado, carecerán de casi cualquier autonomía, en especial respecto de asuntos que afectan tan directamente a la seguridad del Estado) y la violencia terrorista. Pero sí quiere decir evitar el seguidismo sistemático y las presiones del Gobierno para que los medios acaten únicamente su estrategia.
En relación con la necesidad de los medios de alcanzar un espacio autónomo en el tratamiento del terrorismo, podemos encontrar dos posicionamientos fundamentales de los medios en su manera de operar: la visión de los medios como “cómplices de los terrroristas” y la de los medios como “agentes del Estado”. Y estos, a su vez, están estrechamente ligados con la disyuntiva entre visibilidad e invisibilidad respecto de los atentados y el terrorismo en sí:
– Los medios como “cómplices de los terroristas” y el tratamiento informativo extenso. Cualquier acontecimiento reflejado por los medios adquiere instantáneamente relevancia, convirtiéndose en parte de la agenda pública, a su vez muy dependiente de la agenda mediática. Al irrumpir en el espacio público violentamente, los terroristas buscan generar un acontecimiento de gran importancia. Pero, sobre todo, buscan un acontecimiento mediático. Es su manera de manipular la agenda pública, obligando a los demás actantes (el poder político, los medios de comunicación y el público) a seguir una historia generada por los propios terroristas mediante el recurso a la violencia.
En un contexto en el que la capacidad efectiva de los terroristas para alcanzar directamente sus objetivos políticos mediante la violencia y conseguir la derrota del enemigo parece cada vez más improbable, los medios pasan a ser el principal vehículo de sus aspiraciones -en especial, nuevamente, si nos referimos al terrorismo de ámbito internacional-. Por eso, entre otros factores, los terroristas buscan espectacularizar lo máximo posible sus actos violentos, no sólo cuantitativamente -esto es, aumentando el número de víctimas de los atentados-, sino cualitativamente, es decir, realizando atentados específicamente diseñados para su cobertura mediática, cuyo ejemplo emblemático es el 11-S, evento retransmitido en directo a nivel global, en una especie de siniestra mezcolanza entre realidad (los asesinatos) y ficción (la manera de cometerlos).
Al mismo tiempo, los medios serían los primeros interesados en poder narrar acontecimientos de primer orden, rupturas profundas de la cotidianidad que implican una grave crisis y suscitan un profundo miedo -y una no menos profunda necesidad de adquirir información por parte del público- que les permiten concitar la atención pública en mucha mayor medida de lo habitual y, en consecuencia, aumentar considerablemente tanto las cifras de audiencia como los ingresos. Cabría concluir, en consecuencia, que en estas circunstancias medios y terroristas se realimentan mutuamente. Por último, el tratamiento informativo de los medios acaba tendiendo inevitablemente a la espectacularización del atentado por una serie de factores que no tienen necesariamente que ver con el sensacionalismo, sino con la urgencia por informar.
En resumen, y citando la frase proferida por Margaret Thatcher en una conferencia en 1985 (cuando era primera ministra británica), dadas las concomitancias, aunque sean involuntarias, entre medios y terroristas, y dado el beneficio que estos últimos adquieren de su presencia en los medios de comunicación, “tenemos que privar a los terroristas del oxígeno de la publicidad de la que dependen”; es decir, la publicidad proporcionada por los medios. Se define cualquier tipo de publicidad como positiva para los terroristas, ignorando la crucial importancia que para deslegitimar sus acciones puede tener una visibilidad negativa. Los defensores de esta visión de las cosas, y más en general el Estado que ha sido objeto de un atentado terrorista, buscan conseguir dos objetivos complementarios: el silencio de los medios en todo aquello que pudiera resultar beneficioso para los terroristas -según el criterio de los gobernantes- y la cerrada cooperación con las estrategias discursivas del Estado en la narración de este tipo de acontecimientos.
– Los medios como “agentes del Estado”: el silencio o la visibilidad condicionada. Los atentados terroristas suponen indudablemente un desafío al poder del Estado, y también a las características de las sociedades abiertas ligadas a los regímenes democráticos. No cabe duda de que en estas circunstancias el posicionamiento ideológico de los medios será mucho más cercano al del Estado que al de los terroristas. Además, el hecho de que el desafío sea más aparente que real desde la perspectiva de “vencer al Estado” supone, como hemos visto, una centralidad aún mayor de los medios de comunicación en este tipo de acontecimientos. Ambos factores pueden acabar generando un entorno de “solidaridad democrática” cuyo principio básico es acatar la estrategia del Estado, no sólo en su manera de combatir el terrorismo, sino también en su manera de gestionar la crisis desde el punto de vista de la comunicación.
Este estado de las cosas puede desembocar fácilmente en un seguidismo sistemático de los medios respecto de los poderes públicos, invulnerables a la crítica por la propia inadmisibilidad de dicha crítica. Ejerciendo la autocensura, si es preciso, los medios pueden acabar convertidos en meros voceros privilegiados del poder político. Este es un proceso fácilmente detectable, sobre todo ante los atentados de mayor magnitud, y hasta cierto punto lógico; a fin de cuentas, es evidente la común visión, en lo esencial (el rechazo absoluto de la violencia terrorista), del Estado y los medios de comunicación. Pero, además, dada la premura con la que es preciso informar, la necesidad de adquirir información por parte del público (y, en consecuencia, de los mediadores entre el público y el poder, es decir, los medios), y el poder que también atesora el Estado en tanto fuente principal de la información, los medios se hallan en una situación de dependencia respecto de los gobernantes en la que su discurso, en un primer momento, tendrá que resultar necesariamente afín.
El problema es la prolongación de esta situación y, sobre todo, el aprovechamiento que pueden hacer los poderes públicos de esta comunión de intereses con los medios para imponer su agenda política en cuestiones que se asocian sistemáticamente con la lucha antiterrorista, e incluso para legitimar excesos en sí antidemocráticos, pero que suceden ante un silencio cómplice de los medios, temerosos de ser tachados de “amigos de los terrroristas” según la lógica que veíamos anteriormente. Es justo esto lo que sucedió en EE.UU. tras el 11-S, lo que trató de hacer el Gobierno español tras el 11-M, y lo que había hecho, con cierto éxito, en los años inmediatamente anteriores.
Los medios, en consecuencia, tienen que jugar un papel extraordinariamente complejo: parece claro que en cualquier sistema democrático es inaceptable la ocultación de datos relevantes para el público, y también afecta a la salud del debate público plural una aquiescencia sistemática entre el poder político y los medios de comunicación. Pero persiste la duda, asimismo, de si otorgando toda la relevancia a los atentados terroristas, y al terrorismo en su conjunto, no se está colaborando en los objetivos básicos de los terroristas, propiciando así la comisión de nuevos atentados. Por otra parte, la espectacularización de los hechos y la conversión de la violencia en un acontecimiento mediático, a la que contribuyen tanto los terroristas como los medios, puede acabar generando cierto alejamiento en el público respecto de la gravedad objetiva de los hechos, una suerte de relativización de la violencia. Finalmente, y como conclusión, cabría decir que si bien es cierto que a corto plazo resulta razonable que los medios y el Estado se apoyen mutuamente desde diversos puntos de vista (en la percepción de los hechos y en su comunicación al público), mantener esta actitud en el largo plazo resulta contraproducente, porque:
a) la lógica de la lucha antiterrorista invade otras esferas de debate público, enviciándolas y reduciendo su dimensión plural;
b) no sólo el debate público, sino el sistema democrático en su conjunto, puede verse gravemente afectado por medidas abusivas de distinta naturaleza, adoptadas por el Estado y validadas por los medios;
c) la lógica del miedo y la incertidumbre invade la vida cotidiana de los ciudadanos, que acaban sustituyendo la búsqueda de reivindicaciones por la búsqueda de seguridad;
d) lo anterior supone, como veíamos en el post anterior, la consecución de dos de los principales objetivos de los terrroristas, pero, además, la asunción del discurso del poder por parte de los medios les permite erigirse ante sus seguidores en partícipes de un conflicto en el que ambas partes, y no sólo ellos, siguen reglas del juego contrarias a los procedimientos democráticos (piénsese en cómo instrumentalizó el entorno etarra el asunto de los GAL, o piénsese, más recientemente, en lo que significa a los efectos una actuación contraria a un sistema jurídico garantista como la que ha llevado a cabo el poder judicial con el etarra De Juana Chaos); y, finalmente:
e) en el largo plazo, tanto los medios como el Estado pueden sufrir una fuerte pérdida de credibilidad ante el público, lo cual, ocioso es decirlo, también beneficia a los terroristas.
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Sobre el tema del terrorismo y los medios hay una cosa que está clara: los medios deben mostrar las consecuencias de los atentados, o sea, las víctimas y el daño que provoca, y no aquello que los terroristas señalen como causa de sus actos. En este caso hay que mirar el dedo, y no la luna. Cualquier reivindicación debe ser ejercida por los cauces legales indicados, y no debe pasar a la agenda política por el hecho de estar subrayada por un atentado.
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 28 de enero de 2007 a las 6:48 pm
Otra cosa que no hay que hacer es situar las declaraciones de Otegi y las del presidente del Gobierno en el mismo plano, tal cual ha hecho el Sindicato del Crimen mientras duró «el proceso», que esa es otra, tras escuchar a ZP este fin de semana, a ver quién es el guapo que sabe si hay proceso, no, sí, un peu…
Comentario escrito por Álvaro — 29 de enero de 2007 a las 11:48 am
La ley del embudo: para los amigos el lado ancho, para los enemigos el lado estrecho. El mismo Partido Popular que respalda cada mes las manifestaciones de los peones negros contra la instrucción del 11-M dice ahora que es inaceptable en un país democrático presionar a los jueces con la gente en la calle.
Comentario escrito por Carlos Arrikitwon — 31 de enero de 2007 a las 4:21 am
María San Gil
El día 24 de enero, María San Gil, máxima responsable del PP vasco, advirtió que si la Audiencia excarcelara a De Juana ello “sería un escándalo democrático”, porque la sociedad “no puede ceder ante un terrorista que ha asesinado a 25 personas”. ¿Estaba María San Gil de ese modo cuestionando, ingiriendo o presionando a los magistrados de la Audiencia con el fin de que su veredicto se ajustara a las teorías del PP? En todo caso, San Gil lo que sí hizo fue una exhibición de ignorancia supina o de voluntad manipuladora.
Martínez Pujalte, el del fondo sur
El mismo día 24 de los corrientes, el diputado Vicente Martínez Pujalte afirmó que si la Audiencia concediera prisión atenuada a De Juana, estaríamos ante una decisión judicial de “prisión ligth”. Equivaldría –añadió este hooligan del fondo sur en el Congreso de los Diputados- a una victoria de quien había planteado un “chantaje” al Estado de Derecho. ¿Estaba Martínez Pujalte intentando condicionar a sus señorías de la Audiencia Nacional?
Ángel Acebes
Asimismo, y antes de conocerse el auto de la citada Sala de lo Penal, el secretario general del PP, Ángel Acebes, incrementó la presión a los jueces: “El Estado de Derecho no puede doblegarse ni someterse al chantaje terrorista, porque esto tendría unas consecuencias gravísimas (…) Si se abre la puerta, será para todos: para un terrorista, un violador o un asesino. Por eso el Estado de Derecho no puede ceder”. ¿Estaba Acebes –maestro consumado en el arte del simplismo y doctor honoris causa en el de la demagogia- interfiriendo en la labor de los magistrados?
ETC…………………………………………………………
¿Amnesia?
Pues bien Rajoy, aquejado una vez más de amnesia -lo que le impide recordar sus argumentos del 23 de enero pasado y contribuye a que se olvide de otros parecidos de compañeros suyos del PP- dijo ayer para replicar a Zapatero: “Es un disparate decir que se puede criticar a la justicia” cuando “el abc de la democracia es que no se puede ni presionar ni chantajear a los jueces”. ¿Amnesia? No, en esta ocasión, parece más bien un síntoma de caradura.
Comentario escrito por Carlos Arrikitwon — 31 de enero de 2007 a las 4:31 am
¿Y de que manera las manifestaciones de los peones negros, por erróneas o conspiranoicas que nos puedan parecer, suponen una presión para los jueces?
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 31 de enero de 2007 a las 7:06 pm
Hablado de jueces, Alfons López, vocal del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a propuesta de CiU, ha presentado una demanda contra Francisco José Hernando, presidente del CGPJ y también del Tribunal Supremo. Le acusa de irregularidades en el nombramiento de un magistrado para la sala de lo civil y penal del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Hasta aquí, nada excepcional: otro ejemplo más de cómo de independiente es la Justicia española. Lo divertido empieza cuando lees la demanda. Copio y pego dos de los mejores párrafos.
“El Presidente del Consejo, Sr. Hernando, es un secreto a voces, puesto de relieve en numerosos votos particulares del Vocal recurrente, gestiona el cargo de Presidente junto con su “guardia pretoriana” (el grupo de Vocales propuestos por el PP), al modo en que un señorito andaluz administra su cortijo, es decir, sintiéndose amo y señor del territorio, supeditando el interés general al imperio de sus intereses de grupo y partido; el Sr. Hernando y su grupo manipulan el lenguaje llamándose así mismos “la Institución” o “El Consejo”, en una identificación-fusión de personas y entidad bajo el cual tratan de ejercer un dominio absoluto de todos los aspectos del organismo en que ejercen las funciones directivas. 1. (…)
1. En el “lenguaje de pasillo” del grupo de vocales del PP, el recurrente forma parte o está encuadrado en el “bando rojo-separatista” compuesto por los vocales propuestos por los grupos parlamentarios del PSOE, IU (los “rojos”) y CIU (el “separatista”, el recurrente). A sensu contrario, o por deducción, al Sr. Hernando le correspondería el título de “caudillo” del “bando nacional”.
Comentario escrito por Carlos Arrikitwon — 01 de febrero de 2007 a las 5:38 am
Veamos el papel de los medios en la noticia terrorista del día:
El País: «Un demacrado De Juana pide al Gobierno que vuelva a las conversaciones de paz»
El Mundo: «Prisiones abrirá una investigación por la foto a De Juana en el hospital»
ABC: «De Juana pide en «The Times» que se reabra el proceso»
La Razón: «De Juana dice en «The Times» que sólo abandonará la huelga a cambio de «libertad total»»
El País y ABC coinciden en que lo importante era que el pacifista pide la reapertura del Prozess: pero ABC lo dice de manera neutra, mientras que el Faro de los Progres añade el epíteto «demacrado»: no dice nada de que no se arrepiente de sus asesinatos, como bien violado por algún violador mental (esto tenemos que leerlo bien avanzado el artículo), sino que nos cuela un adjetivo a fin de que nos dé lástima el angelito. ¿Habría puesto el mismo adjetivo si se tratara de, efectivamente, un violador y pederasta?
La Razón no menciona la petición de redialogar en su titular, sino que nos muestra a un chantajista que exige libertad total. Por su parte, El Mundo no dice nada de sus peticiones ni condiciones, sino que pone la pelota en el lado del Gobierno (¿quién ha dejado que se le sacaran fotos?), y nos habla de su comparación con los violadores en el subtítulo.
Comentario escrito por bocanegra — 05 de febrero de 2007 a las 3:15 pm
El que los medios colaboran con los «terroristas», es una idea creada por el estado, para acallar toda posible critica, es simplemente una forma de censura.
El estado usa a los activistas violentos, para demonizar y desligitimizar una idea o causa.
Veamos un ejemplo hipotetico: Medio ambientalismo , un grupo terrorista pone una bomba para oponerse al calentamiento global, ergo los medio ambientalistas son terroristas, o a lo minimo promotores del terrorismo.
Comentario escrito por Zarzal — 06 de febrero de 2007 a las 11:39 am
Esa es una idea paranoica, Zarzal. Lo siguiente será decir que en realidad ese grupo terrorista que pone una bomba está formado por agentes del servicio secreto para desacreditar dicho movimiento.
Y para evitar tal descrédito los grupos ambientalistas o cualquiera que sea su ideología, lo tienen muy fácil: basta con que muestren su absoluto rechazo por dicho atentado. Tal como hacía por ejemplo el PCI respecto a las Brigadas Rojas.
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 08 de febrero de 2007 a las 9:55 pm
SRCB
Los medios como “agentes del Estado”: el silencio o la visibilidad condicionada: … los medios pueden acabar convertidos en meros voceros privilegiados del poder político.
…el aprovechamiento que pueden hacer los poderes públicos de esta comunión de intereses con los medios para imponer su agenda política en cuestiones que se asocian sistemáticamente con la lucha antiterrorista.
Me gustaria saber cual es su interpretacion de esta parte del articulo?
P.D
«Esa es una idea paranoica, Zarzal». NO es un argumento.
Poner palabras en mi boca, como el cuento de los agentes infiltrados, TAMPOCO es un argumento
Comentario escrito por Zarzal — 09 de febrero de 2007 a las 3:17 pm
Se puede señalar también que los grupos terroristas tienen su propio entorno mediático para asegurarse de que sus acciones no caigan en silencio, y la correspondiente propaganda distorsionadora asociada. Todos, occidentales o islámicos. La frase de Thatcher se demostró, cuando menos en España, como una teoría errónea. ¿No fue en este país donde durante años los asesinatos de ETA fueron poco menos que sueltos y breves? Curiosamente, sus años más activos.
Los medios tienen el deber primario de informar, de transmitir la realidad. Y creo que pocas realidades hay más evidentes que una bomba o un muerto. Si al Estado le molesta la realidad, que intervenga en ella, pero no en sus comunicantes. Eso sí, ojalá hubiera más información y menos interpretación.
Comentario escrito por Kun — 12 de febrero de 2007 a las 8:48 am
COpio y pego:
cuál debe ser la estrategia informativa democrática respecto al terrorismo.
La de los terroristas ya lo conocemos, y es de una habilidad y eficacia indudables: lo prueban la huelga de hambre del etarra, y la “entrega” de los acusados de Jarrai de ayer (cuya relación planificada señalé ayer). Prueban que ETA no sólo tiene una estrategia eficiente para ocupar las primeras planas con sus mensajes, y ello a pesar de la pobre información que hay en esos mensajes (se reducen a uno: yo sigo aquí), sino que además ETA se beneficia de que los grandes medios de comunicación, que están indudablemente en su contra, carecen de una estrategia común contra un enemigo nada banal ni imaginario.
El resultado de este desconcierto es evidente: los terroristas consiguen utilizar a los medios que ellos mismos quieren destruir como cajas de resonancia de su propaganda.
Naturalmente, hay personas y colectivos que se erizan como puercoespines al oír la expresión “estrategia común” contra ETA o contra lo que sea. Tal cosa podría significar una amenaza al derecho de información, que para los periodistas es un deber. Sin embargo, los medios de comunicación obervan algunas estrategias comunes ante ciertos fenómenos sociales. Por ejemplo, no se informa sobre suicidios, no se revela la identidad de los delincuentes y víctimas menores de edad, nunca se adopta el punto de vista del agresor en un caso de violación o de maltrato doméstico, y mucho menos se le entrevista por si sus razones para violar o asesinar a su cónyuge tuvieran interés informativo. En estos casos, y en muchos otros, se acepta tácitamente el principio de que el hecho en sí es la única información relevante. Y que cualquier otro enfoque puede convertirse en propaganda de actos indeseables como el suicidio, la violación o la agresión doméstica.
En política pasa más o menos lo mismo cuando lo que peligra es, precisamente, la posibilidad de la política. ¿Pensó alguien en entrevistar a Tejero la siniestra noche del 23-F? Sin embargo, ¿no era interesante conocer sus razones para secuestrar a punta de pistola a todo el Congreso y al Gobierno? Por el contrario, todos los diarios y medios de comunicación importantes de España cerraron filas en la defensa de la Constitución y el boicoteo a los golpistas. Es decir, se aplicó un consenso o estrategia común. Y eso que Tejero y los demás golpistas no habían matado a nadie.
En Gran Bretaña, que tantas veces se nos cita como ejemplo a imitar con relación al conflicto del Ulster, los medios de comunicación más influyentes aceptaron la propuestas gubernamental de negarse a ser utilizados por el IRA. Durante largo tiempo, los portavoces del Sinn Fein padecieron el ninguneo informativo, y sin duda eso privó de mucha eficacia al terrorismo, privado del efecto multiplicador de la propaganda de sus “razones” y de la aceptación de sus portavoces. Los medios se limitaban a transmitir a su público el contenido de las declaraciones de Adams y compañía, sin convertirlo en foto de primera plana un día sí y otro también.
Obsérvese el contraste con la actitud de los medios españoles respecto a Batasuna. No se ha reflexionado, creo, en la posibilidad de que el auto de ilegalización de ese partido quedara en papel mojado desde el momento en que los medios de comunicación compitieron por dedicarle más y más tiempo y espacio a las declaraciones y ruedas de prensa de Otegi, Permach, Barrena y compañía. La prensa asumió un papel neutral sin el menor sentido. El espectáculo de esos matones rodeados por docenas de cámaras, micrófonos y grabadoras manejadas por periodistas ansiosos era y es, dicho sea de paso, la expresión patética de una profunda impotencia, de una acongojante banalización del problema, y de una actitud sensacionalista demasiado habitual, rozando el servilismo. Los medios de comunicación han colaborado así, de grado, por miedo o por inercia, a transmitir a la sociedad la sensación de que cada comparecencia de Batasuna o ETA (comunicados, ruedas de prensa, Zutabes, Aritxulegis y demás parafernalia) era un acontecimiento trascendental para adivinar un futuro que se hace inimaginable sin ETA desde el momento en que se le concede la batuta de la orquesta informativa. El hecho es que ni una sola de esas ruedas de prensa fingidas, sin preguntas –esta lamentable sumisión de los medios al matonismo o la chulería de los poderosos-, ha servido ni una sola vez para que se rompiera el guión de la previsibilidad, la rutina y la redundancia de las estupefacientes declaraciones del matonismo organizado. Han sido actos de propaganda transmitidos -¡gratuitamente!- por los medios de comunicación, no actos de información.
A pesar de que el momento político actual, tan ligado a la militancia o apoyo de los grupos mediáticos al gobierno o a la oposición, no sea muy propicio para desarrollar un debate al respecto, se hace indispensable, creo, pensar en esta pregunta: ¿qué deben hacer los medios y los periodistas para no ser manipulados por ETA y ponerse sin quererlo a su servicio? Concretando: ¿qué aporta, para acabar con ETA, la divulgación masiva de la foto de De Juana como una víctima de las llamadas cárceles de exterminio? (Don José Blanco queda eximido de ofrecernos una respuesta; también es demasiado previsible y propagandística)
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 14 de febrero de 2007 a las 10:06 pm
Posiblemente la sociedad española preferiría que los atentados del 11-M hubieran sido cometidos por etarras. Dentro de la desgracia, sería más cercano y comprensible. Una gran parte de la opinión publica se inclinaría por ver ante el tribunal a una docena de terroristas vascos con actitud chulesca y desafiante, amenazando al tribunal de muerte, manteniéndoles la mirada a los familiares y reivindicando un objetivo claro y comprensible por todos como seria la autodeterminación de Euskalerria.
Nuestro país vive vacunado contra un terrorismo antiespañol que está equipado ideológicamente y que posee un apoyo social considerable. Sin embargo no está preparado contra una violencia desmedida, masiva, antioccidental e indiscriminada. La sociedad española no comprende porque ahora esos radicales islamistas no ofrecen un discurso orgulloso de sus acciones y asiste sorprendida a un espectáculo contradictorio.
Contra estos monstruos no sirven banderas, ni españolismo, ni manifestaciones, ni nada convencional. Estos hombres son herramientas de muerte dispuestas al suicidio a la vez que condenan sus propios atentados. La contradicción que representan es enfermiza y agudiza el miedo que provocan. Niegan a Al-Qaida, aseguran que es un error su incriminación y se muestran preocupados ante el aparente equívoco judicial del que son víctimas.
El atentado del 11-M fue un peaje de sangre que se pagó a cambio de la ridícula foto de las Azores. La implicación personal de Aznar en aquella guerra, que ahora querrían borrar de la memoria colectiva, convirtió a nuestro país en territorio de conflicto. Que la opinión publica prefiera terroristas reconocibles cuyo siniestro juego sea el maniqueo golpe en la jaula de metacrilato, es lógico, pero que a ese juego se presten los de siempre, los de la conspiranoia y sus portavoces es un claro síntoma de hijoputismo estructural.
Acebes continúa con sus afirmaciones infectas acerca de la autoría de los atentados. Hace dos días afirmaba que “tres años después, aun no se sabe cuales fueron los explosivos, ni quienes los responsables”. La falta de vergüenza de este castellano es de proporciones bíblicas. Desde que España ingresó en el club de los buscadores de armas en Irak, el Ministro del Interior de aquel entonces, él mismo, dispuso de todos los mecanismos para interceptar cualquier posible atentado islamista. Desde esos días, Acebes supo que España estaba amenazada por Al-Qaida y por eso autorizó el envío de policías españoles a Guantánamo a fin de obtener la información que, obviamente, no lograron. Él lo sabia, lo sabe y la verdad le perseguirá toda la vida, lo acepte o no, pida perdón en público o no lo haga. Debe saber que se acaba el tiempo de pedir perdón y aceptar la realidad. En concreto 4 meses.
Comentario escrito por Carlos Arrikitwon — 21 de febrero de 2007 a las 10:07 am
Guillermo, no sé si es apropiado utilizar estos comentarios para esto, pero permíteme que aproveche que nos das la oportunidad de contactar por esta vía con uno de los máximos especialistas españoles del mundo de los medios de comunicación para preguntarte qué piensas de lo de García. Me refiero tanto a las cosas que dice como a la actitud de TVE. La verdad es que no sé muy bien qué pensar de este asunto y tu opinión, dado todo lo que sabes y que sueles acertar casi siempre, me interesa mucho.
Comentario escrito por Marta Signes — 26 de febrero de 2007 a las 12:15 pm