Terrorismo (I): tipología y objetivos
Recientemente he tenido ocasión de profundizar (con motivo de una investigación colectiva de la que formo parte) en la cuestión del tratamiento informativo del terrorismo. Es, como a nadie se le escapa, una cuestión particularmente espinosa, de la que forman parte cuadro actores fundamentales: el Estado, los terroristas, el público y los medios de comunicación social. El terrorismo, como ruptura violenta de la cotidianidad informativa, supone en sí un modelo de comunicación de crisis. La cuestión es cómo reaccionar ante él por parte de los medios, cómo garantizar un tratamiento informativo autónomo respecto de los intereses del Estado (particularmente interesado, como es obvio, en hacer de los medios mera «correa de transmisión» de sus intereses) y, por supuesto, independiente de los terroristas. Al hilo de los tristes sucesos recientemente ocurridos en España en materia de terrorismo, intentaré resumir la cuestión en el plano teórico. En el presente texto trataré de hacer un a modo de tipología de grupos terroristas y resumiré los objetivos principales que, más allá del «programa de máximos» de los terroristas, busca alcanzar el terrorismo mediante la realización de atentados. En la segunda parte veremos el difícil papel de los medios de comunicación social ante el tratamiento informativo de lo relacionado con el terrorismo y, en particular, con los atentados en sí.
Tipología
Surgido como derivación del Terror jacobino durante la revolución francesa, el terrorismo se asocia desde entonces a la idea de revolución, incluso subsumiéndose en ella. Pero no es sino a fines del siglo XIX cuando el recurso a la violencia como forma de acción política, enfrentada tanto a dictaduras como a regímenes democráticos, pasa a generalizarse. Enrique Gil Calvo (El miedo es el mensaje. Madrid, Alianza Editorial, 2003. p. 252) distingue cinco ciclos históricos sucesivos en la propagación de los actos terroristas:
1)Desde 1880 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial, asociado al movimiento anarquista y al nihilismo eslavo.
2)Durante el período de entreguerras, protagonizado por el ascenso de los totalitarismos de diverso signo (bolchevismo soviético, fascismo italiano y nazismo alemán).
3)A partir del final de la Segunda Guerra Mundial, centrado en los movimientos de independencia de las antiguas colonias europeas, fundamentalmente en Palestina, Indochina y Argelia.
4)Iniciado por la revolución cubana, constituye una mímesis, profundamente influida por versiones extremas del marxismo (en particular, el maoísmo), de los anteriores movimientos de independencia en diversos países europeos y latinoamericanos. Por ejemplo, Sendero Luminoso en Perú, ETA y el GRAPO en España o las Brigadas Rojas en Italia.
5)La última fase se inicia en 1979 con la revolución islámica en Irán, y supone la asociación extrecha entre el terrorismo y el integrismo religioso, de raíz fundamentalmente islamista (aunque no siempre). El ejemplo más relevante lo constituye la red Al Qaeda, aunque también podemos citar algunos movimientos asociados con el cristianismo surgidos fundamentalmente en EE.UU.
Aunque la naturaleza de los actos terroristas siempre será en última instancia política, sí que pueden distinguirse rasgos y formas específicas de terrorismo que cabe diferenciar. Una primera diferenciación básica es la que se establece entre terrorismo interno y terrorismo internacional. Esto es, con independencia de las motivaciones de los atentados, se distinguen grupos terroristas cuyo ámbito de actuación se circunscribe a un Estado (del que, además, generalmente forman parte), como ocurre con la mayoría de grupos terroristas de raigambre nacionalista (ETA o el IRA, por ejemplo), así como con la mayoría de los movimientos ideológicos cuyo objetivo primario es provocar el colapso de un Estado al que también pertenecen (las Brigadas Rojas, el Grapo). Y de la misma manera, encontramos también grupos terroristas cuyo ámbito de actuación trasciende el de un Estado – Nación en concreto y, es más, sus atentados se realizan en países distintos (el país o países de los así percibidos “enemigos”) a los países de origen del grupo. Los ejemplos fundamentales son: el terrorismo palestino opuesto a Israel, de una parte, y Al Qaeda, grupo de actividades claramente imbricadas en una dimensión transnacional, centradas en un enemigo genérico (“Occidente”), por otra.
Una segunda diferenciación, sutilmente ligada a la conceptualización anterior, identifica también dos modelos fundamentales: el terrorismo “nacionalista”, cuyo principal objetivo es alcanzar la independencia de una pretendida “nación sin Estado”; y el terrorismo “revolucionario”, centrado en imponer sus preceptos ideológicos y su modelo social a un Estado o conjunto de Estados. Naturalmente, ambos modelos son complementarios, puesto que tanto el terrorismo de base nacionalista como el revolucionario (y muy especialmente este último) pueden abarcar un ámbito de actuación que transcienda el propio de un Estado-nación en concreto.
La tipología que podríamos establecer parte de esta subdivisión, pero añade un tercer elemento que ha adquirido singular importancia en la última década: el terrorismo de base religiosa, que podría subsumirse en el revolucionario o ideológico (y guarda claros vínculos en ocasiones con el nacionalista, piénsese por ejemplo en el terrorismo palestino). En definitiva, podemos distinguir entre tres tipos fundamentales de terrorismo (ideológico, territorial, religioso), partiendo de la asunción, naturalmente, de que muchos grupos terroristas pueden participar de más de una categoría. Finalmente, cabría hacer mención al terrorismo de Estado como una cuarta forma de terrorismo.
Objetivos
Los actos de terrorismo suponen en sí una situación de crisis y ruptura de la cotidianidad, que son justamente los dos objetivos fundamentales inicialmente buscados por las organizaciones terroristas: constituirse en centro de la atención pública y afectar, en la mayor medida que sea posible, a las instituciones del Estado, desde diversas perspectivas. Dichos objetivos corresponden, a su vez, al intento sistemático del terrorismo por alcanzar, mediante los atentados, una posición central en dos ámbitos asociados: el político y el mediático, que, siguiendo el estudio colectivo coordinado por David Paletz y Alex P. Schimd (Terrorism and the Media. SAGE: Newbury Park. 1992, pp. 35-45), podemos resumir en seis categorías principales, que a su vez evaluaremos desde el ejemplo histórico de los atentados islamistas contra EE.UU. el 11 de Septiembre de 2001:
1) Mostrar la fuerza del movimiento terrorista y la vulnerabilidad del Estado. La violencia terrorista parte casi siempre de una situación de desigualdad entre los recursos del grupo y los de su enemigo. Ese es el principal argumento de los terroristas para tratar de legitimar sus acciones, caracterizadas por la sorpresa, su imprevisibilidad y la subsiguiente sensación de inseguridad que tratan de causar en el público. En relación con esto, el 11-S buscaba demostrar cómo con escasos recursos (armas blancas que permitieran secuestrar los aviones y suficientes nociones de pilotaje para estrellarlos en los objetivos designados), pero utilizándolos sin ningún tipo de escrúpulos para hacer el mayor daño posible, era posible evidenciar la vulnerabilidad de la nación más poderosa del mundo. La posterior reacción de Bush y su Gobierno, magnificando el potencial de Al Qaeda para significar el peligro que representa y justificar así la “guerra contra el terrorismo” desatada por la Administración republicana, ha contribuido asimismo a asentar la supuesta capacidad del terrorismo islamista, en una dialéctica que tiene mucho de “creación del enemigo”.
2) Fomentar implícitamente el uso de elementos represivos por parte del Gobierno. Los atentados terroristas requieren una respuesta por parte del Estado que permita desmentir la vulnerabilidad mostrada e, idealmente, derrotar totalmente a los terroristas. En algunos casos, esta respuesta puede llevar al Estado a superar los límites que habitualmente se marca en el uso de la violencia, sean éstos más o menos laxos (es decir, se trate de una dictadura o de una democracia). En el caso del 11-S, la estrategia ha alcanzado, sin duda, un considerable éxito, tanto en el interior de EE.UU. (renunciando a parte de su sistema de garantías jurídicas aplicable a los detenidos, o a los simples sospechosos, por su supuesta pertenencia a grupos terroristas, reduciendo el ámbito de las libertades de expresión e información, otorgando a la presidencia del Gobierno federal plenos poderes para declarar la guerra, incluso permitiendo de facto la tortura, …) como en el exterior (el caso más evidente es la invasión de Irak de 2003, contraria a la legalidad internacional). Además, el éxito en este objetivo es vital para alcanzar también resultados en los dos elementos que siguen, es decir:
3) Desmoralizar al oponente y animar a los terroristas y a sus apoyos. Y
4) Aumentar las simpatías hacia el movimiento terrorista y su base ideológica entre el público. Ambos objetivos van a menudo asociados, sobre todo en el caso del terrorismo internacional (donde el público potencialmente proclive al que se dirigen no es directamente afectado por los atentados en sí). Nuevamente, el 11-S alcanzó considerable éxito en estos objetivos, aumentando el reclutamiento de terroristas en Al Qaeda y generando un “efecto de emulación” que conduciría, entre otros, a los atentados en Madrid (2004) y Londres (2005). Además de potenciar, por otro lado, los referidos excesos por parte de la Administración Bush, que han concitado un descenso considerable de la popularidad de EE.UU. en el mundo, sobre todo en el mundo árabe.
5) Radicalizar al público o polarizar la situación política para crear caos y miedo. Este objetivo se ha conseguido plenamente en EE.UU., donde buena parte de la población continúa bajo el efecto del shock del 11-S, y también, aunque en menor medida, en el conjunto de Occidente. Y lo mismo, aunque en otro sentido, cabe decir de la clase política estadounidense, en especial del Partido Republicano en el Gobierno, poderosamente asociado con la agenda política de los neoconservadores, cercana en muchos aspectos a posiciones propias de la extrema derecha.
6) Legitimar el uso de la violencia y presentar a los terroristas como héroes. Normalmente, el uso de la violencia consigue justamente el efecto contrario, como ocurrió, por citar dos casos, con el atentado de ETA en el centro comercial Hipercor de Barcelona en 1987 o el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997. Sin embargo, la reacción del Estado puede hacer que parte del público, sobre todo entre el “público objetivo” del grupo terrorista, acepte total o parcialmente ese uso de la violencia, o tienda a legitimarlo y presentarlo como representación de un conflicto político, etc. Es el efecto que jugaron los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) en el entorno de ETA. Si, además, hablamos de grupos con dimensión internacional, como Al Qaeda, de la misma manera que es mucho más improbable que el país atacado considere a sus atacantes como “héroes” y los juzgue dignos de admiración, las posibilidades de que desde el público propio (es decir, el mundo árabe) se incremente esta lectura aumentan.
Estos objetivos responden a la motivación básica de cualquier grupo terrorista, que es imponer sus objetivos políticos al Estado y a la sociedad, y hacerlo, además, merced al recurso a la violencia. Pero estos objetivos no pueden alcanzarse, o son mucho más difíciles de alcanzar, sin el concurso, normalmente involuntario, de los medios de comunicación social. Al mismo tiempo, son éstos los principales causantes de la pérdida de apoyo social y legitimidad por parte de los terroristas. Pueden jugar, por tanto, ambas funciones, de ahí que, como veremos en un texto posterior (mi capacidad para abusar de los lectores tiene sus límites), su papel en relación con el terrorismo se evalúe desde dos perspectivas radicalmente diferenciadas.
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Del esquema histórico de evolución del terrorismo que trazas se deduce que cada nueva oleada de terrorismo ha desplazado a la anterior. Es más o menos razonable que la utilización del terror para la consecución de ciertos fines políticos acabe, con el tiempo, evitando su empleo para otros (aunque en el pasado hubieran abusado de él). Este efecto de profilaxis explica que ETA sea un cadáver viviente desde el 11-S. Pero a los últimos Gobiernos de Aznar les gustaba alardear (bueno, les gustaba hacerlo hasta el 11-M) de que la desaparición de los atentados de ETA era consecuencia de su labor policial. Así como al Gobierno Zapatero le mola pensar que es por su política de diálogo. Obviamente, todo tiene que ver (si hablamos de presión policial, sobre todo tiene que ver Francia y el humor en que se encuentren sus responsables de Interior), pero hay cosas que importan más que otras. Y que ETA es un trágico anacronismo es algo que perciben hasta los etarras.
Por otro lado, hay una cosa que me llama la atención de los medios de comunicación, que siempre me la ha llamado, y es su tendencia a mirarse el ombligo. Hasta tal punto que a veces damos demasiado crédito a su propaganda. Cuando Guillermo escribe que «los medios de comunicación social (…) son (…) los principales causantes de la pérdida de apoyo social y legitimidad por parte de los terroristas», la verdad, creo que manifiesta demasiado entusiasmo por la causa. Del mismo modo, tampoco creo que los medios tengan demasiada capacidad real de evitar difundir los actos de terrorismo. Sí, claro, es «lo que los terroristas quieren», pero es también lo normal. Para eso están los medios de comunicación. Ahora bien, informar no veo en qué medida ha de suponer hacer el juego al terror en una sociedad madura. Más problemático es desinformar o retransmitir. En cualquier caso, supongo que de esto se tratará en el próximo post, que esperamos ansiosos todos los que queremos que sean crueles con nosotros.
Comentario escrito por Andrés Boix — 19 de enero de 2007 a las 12:06 pm
Cuidadito que te estás ganando un segundo post, que lo pongo como comentario y me quedo solo. Coincido plenamente con tu análisis en lo que concierne a evaluar qué es preferible (informar con luz y taquígrafos y correr el riesgo de que se les achaque «hacerles el juego a los terroristas» o callar – minimizar la información). De hecho, han sido precisamente los Estados los que, tradicionalmente, han intentado que los medios informen lo menos posible. El problema es cuando los medios informan haciendo seguidismo del Estado (algo hasta cierto punto inevitable), lo cual no significa que, por no hacer seguidismo, sean «neutrales» o mucho menos proterroristas.
La cuestión de la incidencia real de los medios, en un sentido u otro, es ciertamente compleja. Es obvio que son los medios los primeros interesados en dejar constancia del poder e influencia que tienen. Ahora bien, la verdad es que el terrorismo es en sí un acontecimiento mediático, que cumple muchas de las reglas de lo que es una gran noticia (sorprendente, repentina, espectacular, que genera incertidumbre y, por lo tanto, necesidad de más noticias, etc.). Y como en todo acontecimiento mediático, es lógico que los medios sean protagonistas y acaparen la atención del público. Ahora bien, ¿la valoración que hagan los ciudadanos del terrorismo varía sustancialmente según sea el tratamiento mediático? Creo que, hasta cierto punto, sí. La opinión pública no es la opinión publicada, pero esta última marca, también hasta cierto punto, el «estándar» de lo que la opinión pública percibe como opinión «normal» (y, muchas veces, tiende a ella).
Si tengo tiempo intentaré hacer un tercer texto hablando específicamente del terrorismo en España, pero tampoco quiero martirizar más de la cuenta.
Un cordial saludo
Comentario escrito por Guillermo López — 19 de enero de 2007 a las 12:36 pm
Hola jefe:
Yo me apunto a la amenaza del tercer ladrillo sobre el país favorito de la divina providencia, para lo cual aporto la siguiente bibliografía:
La embolia colectiva y la risa, de Guillem Martínez:
Hola. Estoy haciendo cola donde el médico. En la misma sala están los usuarios del logopeda. Son, en su mayoría, abuelitos y abuelitas a los que les ha dado un aire y han perdido el habla. Bueno. No han perdido el habla. La han substituido. Dicen cosas que no significan nada. Pero su cerebro entiende que, cuando las pronuncian, están articulando lo que están pensando con precisión retórica de Ciceron. El Ciceron que les sale, no obstante, les sale como muy cachondo.
Lo entenderán mejor si se lo describo. Sala. Abuelitos. Van con el uniforme del señor planetario que ha sufrido una embolia. Bastón, una mano cubierta por un guante, una pierna a su bola, etc. Conforme van llegando, se saludan. De forma muy costosa se dicen “bon día”. Que debe de ser la lección de la semana. Luego se ríen, pues, posiblemente, no saben lo que han dicho. Posteriormente, empiezan a hablar en su lengua. Uno dice “coño, coño, coño, coño”. Otro le contesta “swana, swana”, otro va y dice “drende, drende, drende”. Y se ríen más. Saben lo que les pasa, pero sólo lo reconocen si lo escuchan en el otro. Los acompañantes de los abueletes –sus hijos o sus nietos-, también se ríen. De pronto, llega un último abuelete. Un acompañante, cuando lo ve, va y dice: “Ostras. Es Manolo. ¿Seguirá con la manía de decir lo que siempre dice?”. Los abueletes y sus acompañantes forman aquí un silencio expectante, a la espera de que el abuelete Manolo, diga –o no-, lo-que-dice-siempre. Hasta yo estoy silencioso y expectante. EL abuelete Manolo llega, se quita el sombrero con la ayuda de su hija. Hace esperar sus palabras. Nos mira a todos, más contento que una anchoa y, en este momento, dice lo que, al parecer, dice siempre desde lo de la embolia:
-Eta, eta, eta. Eta.
Todo el mundo se parte el pecho. EL abuelete Manolo también. Los acompañantes de los abueletes proclaman la rumba con preguntas como “Manolo, ¿qué votarás?”, “¿Quién ganará el domingo, Manolo?”. EL pitote sube varios niveles. Ya somos varios los que lloramos de risa. En eso sale la enfermera a mandar parar. “¿Se puede saber qué es todo este ruido?”. Uno va y dice: “Manolo, díselo”. Manolo va y lo dice. La enfermera aguanta el tipo. Luego nos mira a y se ríe tanto que se sienta de cualquier manera en una silla. Se le ve el triangulillo. Manolo se lo comunica. A su manera. Una abuelita se ríe tanto que le da hipo. Manolo le pregunta si quiere un vaso de eta, eta, eta.
En la sala sucede lo mismo que en todas partes por aquí abajo. Se utiliza una palabra para hablar de todo. Se habla de todo con una palabra. No obstante, a) aquí se sabe que eso requiere tratamiento. Y, b), también se sabe que eso no deja de ser un chiste.
Comentario escrito por popota — 19 de enero de 2007 a las 9:01 pm
Distingues entre terrorismo interno y terrorismo internacional y ejemplificas el primero en el IRA y el segundo en «el terrorismo palestino opuesto a Israel». ¿Puedes concretar cuál sería la diferencia, a efectos de tu clasificación, entre estos dos movimientos, autodeclarados de resistencia anticolonial?
Comentario escrito por Bar Code — 22 de enero de 2007 a las 6:44 pm
Muy buena pregunta. El IRA circunscribe su actividad a su propio territorio y al territorio del Estado – Nación enemigo (Gran Bretaña), al estilo de ETA. Y aunque el terrorismo palestino podría considerarse que en principio actúa también así, observo las siguientes diferencias:
– En el caso de Israel – Palestina, los terroristas fundamentalmente se ocultan en territorio de su propio Estado y actúan en territorio del Estado enemigo. Hay una diferenciación más clara entre las dos acciones.
– El terrorismo palestino tiene contactos y es financiado por Estados extranjeros, algo que no ocurre con el IRA (en este caso se podría interpretar, como mucho, que recibía financiación privada de «benefactores» extranjeros a título particular, fundamentalmente de EE.UU.
– Aunque el enemigo del terrorismo palestino es Israel, dado que Israel surge como decisión de las potencias vencedoras en la II Guerra Mundial, en especial EE.UU., y dado que se percibe un doble rasero por parte de los países occidentales, sus acciones también se dirigen contra estos países. Algo que, de nuevo, no ocurre con el IRA.
– El terrorismo palestino tiene contactos mucho más estrechos con otras organizaciones terroristas que los que pudiera tener el IRA, y de hecho estas últimas actúan a menudo reivindicando sus acciones como represalias por el tratamiento de Israel y/o los países occidentales al pueblo palestino.
Un cordial saludo
Comentario escrito por Guillermo López — 22 de enero de 2007 a las 6:56 pm
De un lado tenemos una minoria tratando de imponer su vision del mundo. Terrorismo de estado, Control del capital, Control de masas, etc. Del otro lado tenemos a otra minoria con la misma agenda, pero medios mucho mas modestos. Y por ultimo, el pueblo, las masas de borregos, que no nos preocupamos por nada, mientras tengamos buen pasto y poco latigo.
1. Mensionas el terrorismo de estado, pero no lo analisas y lo pasas olimpicamente. Usualmente es el terrorismo de estado el que da origen al «Otro Terrorismo»
2. Todo el que tiene algo de poder , cataloga como terroristas a sus opositores.
3. Si un gobierno elegido democraticamente oprime a una minoria, y esa minoria se defiende atacando a la mayoria, se llama Terrorismo?
“efecto de emulación” que conduciría, entre otros, a los atentados en Madrid (2004) y Londres (2005)?????
Los atentados de Madrid y Londres, fueron una respuesta al apoyo de España e Inglaterra a la politica U.S.A.
Comentario escrito por Zarzal — 23 de enero de 2007 a las 10:36 am
Este tío se ha debido de caer en un zarzal bien afilado, tanto que le han perforado por múltiples puntos el cerebelo. Pensaba que imbéciles de este calibre no frecuentaban páginas como ésta. ¿Han cerrado rebelion.org, que vienen a enmerdar por aquí?
Comentario escrito por Bocanegra — 23 de enero de 2007 a las 7:55 pm
Este tío se ha debido de caer en un zarzal bien afilado, tanto que le han perforado por múltiples puntos el cerebelo. Pensaba que imbéciles de este calibre no frecuentaban páginas como ésta. ¿Han cerrado rebelion.org, que vienen a enmerdar por aquí?
Si solo quieren oir sus propias opiniones, para que se molestan en participar en un foro?
Espero que esto no sea la posicion oficial del foro
Comentario escrito por Zarzal — 24 de enero de 2007 a las 6:43 pm
En esta «historia de los coches-bomba» hace un repaso completo al terrorismo en todo el mundo:
http://www.elmundoalreves.org/Article.do?id=19181
El coche bomba, la fuerza aérea de los pobres
El coche bomba se convirtió en un arma parcialmente estratégica que, en determinadas circunstancias, era comparable a la fuerza aérea en su capacidad de derribar centros urbanos importantes y cuarteles generales al mismo tiempo que aterrorizaba a la población de ciudades enteras.
Mike Davis
“¡Vosotros no os habéis apiadado de nosotros! Y nosotros haremos lo mismo. Os vamos a dinamitar”. Advertencia anarquista (1919).
En un caluroso día de septiembre, pocos meses después de la detención de sus camaradas Sacco y Vanzetti, un vengativo anarquista italiano, llamado Mario Buda, aparcó su carro tirado por un caballo cerca de la esquina de Wall y Broad Streets, enfrente de la compañía J.P. Morgan. Se bajó despreocupadamente y desapareció sin llamar la atención entre la multitud que iba a almorzar. Unos pocas manzanas más allá, un asustado cartero encontró unas extrañas octavillas que avisaban: “ ¡Liberad a los prisioneros políticos o moriréis todos!”, firmadas por “American Anarchist Fighters” (Combatientes anarquistas de Estados Unidos). Las campanas de la cercana Trinity Church empezaron a sonar a mediodía y, cuando pararon, el carro- cargado de dinamita y trozos de metal- explotó convertido en una bola de fuego llena de metralla”.
“El caballo y el carro saltaron hechos migas” escribe Paul Avrich, el famoso historiador del anarquismo estadounidense que descubrió la verdadera historia. “Los cristales de las ventanas de las oficinas cayeron a la calle y los toldos de los doce pisos quedaron envueltos en llamas. La gente, presa de pánico, se vio envuelta en una nube de polvo que cubrió la zona. Thomas Joyce del departamento de valores, títulos bancarios murió en su despacho entre los escombros de las paredes. En el exterior, montones de cuerpos quedaron esparcidos por las calles.
Sin duda, Buda se disgustó cuando se enteró de J.P. Morgan no se encontraba entre los 40 muertos y más de 200 heridos- el gran jefazo de los ladrones estaba lejos, en Escocia, en su pabellón de caza. Aun así , un pobre inmigrante con algo de dinamita robada, un montón de trozos de metal y un viejo caballo había ocasionado un terror sin precedentes en el mismísimo corazón del capitalismo estadounidense.
Su bomba en Wall Street fue la culminación de medio siglo de fantasías anarquistas sobre angeles vengativos hechos de dinamita; pero asimismo fue una invención, como el Difference Engine de Charles Babbage, que superaba la imaginación de su época. Sólo después de que la barbarie de las bombas estratégicas se haya convertido en algo rutinario y cuando las fuerzas aéreas persiguen de forma rutinaria a los insurgentes entre los laberintos de las ciudades pobres, habría de realizarse por completo el potencial radical de la “máquina infernal” de Buda.
El carro de Buda era, en esencia, el prototipo del coche bomba: la primera utilización de un vehículo que no llama la atención, que pasa desapercibido en casi cualquier escenario urbano, para transportar enormes cantidades de explosivos de gran potencia hacia un objetivo determinado y valioso. No se reprodujo, hasta donde yo puedo establecer, hasta el 12 enero de 1947, cuando la Brigada Stern colocó un camión con explosivos en una comisaría de policía británica en Haifa, Palestina, matando a 4 personas e hiriendo a 140. La Brigada Stern (un grupo pro-fascista, liderado por Abraham Stern, y escindido del sionista y ultraderechista paramilitar Irgun ) pronto colocaría camiones y coches bomba para asesinar también a los palestinos: una atrocidad creativa, copiada de inmediato por los desertores británicos que luchaban al lado de los nacionalistas palestinos.
Desde entonces, los vehículos bomba se utilizaron esporádicamente- produciendo masacres famosas en Saigón (1952), Argel (1962 y Palermo (1963), pero las puertas del infierno sólo se abrieron de verdad en 1972, cuando el IRA- según dice la leyenda de forma accidental- improvisó el primer coche bomba con nitrato de amonio y fuel oil (ANFO, en sus siglas inglesas). Esta nueva generación de bombas, que requieren sólo de ingredientes industriales comunes y abonos sintéticos, resultan baratos de fabricación y sorprendentemente potentes, elevaron el terrorismo urbano desde el nivel artesanal al industrial y posibilitaron la puesta en marcha de campañas continuas contra los centros urbanos así como la destrucción completa de rascacielos de hormigón y bloques de apartamentos.
En otras palabras, el coche bomba se convirtió de repente en un arma semi-estratégica que, en determinadas circunstancias, era comparable a la fuerza aérea en su capacidad de derribar centros urbanos importantes y cuarteles generales al mismo tiempo que aterrorizaba a la población de ciudades enteras. En efecto, el camión bomba suicida que devastó la embajada estadounidense y los cuarteles de los marines en Beirut en 1983, superó- al menos en sentido geopolítico- al fuego combinado de los bombarderos y barcos de guerra de la Sexta Flota de Estados Unidos y obligó a la administración Reagan a retirarse de Líbano.
El uso sin tregua de los coches bombas de Hizbollah en Líbano durante los años 80 para oponerse a la avanzada tecnología militar de Estados Unidos, Francia e Israel, enseguida envalentonó a una docena de otros grupos para llevar sus insurgencias y jihads internas hasta las metrópolis. Algunos de los integrantes de las nuevas generaciones de preparadores de coches bomba se graduaron en escuelas de terroristas puestas en marcha por la CIA y los servicios de inteligencia pakistaníes (ISI, en sus siglas inglesas), con financiación saudí, a mediados de los 80 para entrenar a los mujahidines en el terrorismo contra los rusos que ocupaban entonces Kabul. Entre 1992 y 1998, 16 de los principales atentados con vehículos bomba en 13 ciudades diferentes mataron a 1.050 personas e hirieron a cerca de 12.000. Aún más importante, desde un punto de vista geopolítico, fue que el IRA y la Yama’a al-Islamiya infligieron daños por miles de millones de dólares en los dos centros principales que controlan la economía mundial- la City de Londres (1992,1993 y 1996) y el sur de Manhattan (1993)- y obligaron a que la industria mundial del seguro se reorganizara.
En el nuevo milenio, 85 años después de aquella primera masacre de Wall Street, los coches bomba se han convertido casi en algo tan generalizado a escala mundial como los iPod y el SIDA, abriendo cráteres en las calles de las ciudades desde Bogotá a Bali. Camiones bomba con suicidas, en otra época marca distintiva de Hizbollah, han sido introducidos en Sri Lanka, Chechenia / Rusia, Turquía, Egipto, Kuwait e Indonesia. En cualquier gráfico del terrorismo urbano, la curva que representa a los coches bomba ha crecido bruscamente, de forma casi exponencial. El Iraq ocupado por Estados Unidos es un infierno sin fin con más de 9.000 víctimas- principalmente civiles- atribuidas a vehículos bomba en el período de los dos años comprendido entre julio de 2003 y junio de 2005. Desde entonces, la frecuencia de los atentados con coches bomba ha aumentado dramáticamente: 140 por mes en otoño de 2005, 13 de ellos en Bagdad sólo el día de año nuevo de 2005. Si las bombas en las carreteras o IED (Improvised Explosives Devices) son las armas más efectivas contra los vehículos militares estadounidenses, los coches bomba son el arma elegida para la matanza de civiles chiíes delante de las mezquitas o mercados y para provocar una guerra sectaria apocalíptica.
Ante la amenaza de armas que no se distinguen del tráfico normal, los aparatos de la Administración y de las finanzas se están recluyendo en el interior de “anillos de acero” y “zonas verdes” pero el enorme desafío de los coches bombas parece insuperable. El robo de bombas nucleares, el gas sarin y el ántrax pueden convertirse en “nuestros peores miedos” pero el coche bomba es el instrumento cotidiano del terrorismo urbano. Antes de analizar su génesis, sin embargo, puede resultar útil resumir las características que hicieron del carro de Buda una formidable, y sin duda, fuente permanente de inseguridad urbana.
Primero, los vehículos bomba son armas que sorprenden sigilosamente al poder y que tienen una eficacia destructiva. Camiones, furgonetas o incluso todo-terrenos pueden transportar fácilmente el equivalente a varias bombas convencionales de 1.000 libras (N.T. unos 500 kg.) hasta la puerta de un objetivo principal. Además, su potencial destructivo está todavía en evolución gracias a los continuos pequeños ajustes que llevan a cabo sus ingeniosos fabricantes. Todavía tendremos que enfrentarnos al horror absoluto de remolques cargados con explosivos capaces de diseminar sus efectos mortales en 200 yardas a la redonda o de bombas cargadas de los suficientes residuos nucleares para convertir Wall Street en zona radioactiva durante generaciones.
Segundo, son extraordinariamente baratos: se puede masacrar a 40 ó 50 personas con un coche robado y unos 400 dólares de fertilizantes y material electrónico ilegal. Ramzi Yousef, cerebro del atentado del World Trade Center en 1993, se ha jactado de que su gasto mayor fueron las llamadas telefónicas de larga distancia. El explosivo, en sí mismo, (media tonelada de urea) costó 3.615 dólares y el alquiler diario de 59 dólares de una furgoneta Ryder de diez pies de largo (N.T.: unos tres metros). Por contraste, cada uno de los misiles de crucero que se han convertido en la forma de respuesta típica estadounidense a los ataques terroristas en el exterior cuesta 1 millón cien mil dólares.
Tercero, los coches bomba son muy sencillos de activar. Aunque todavía hay quien se niega a creer que Timothy McVeigh y Terry Nichols no contaron con ayuda secreta de algún oscuro gobierno u organización, dos hombres por medio de la típica cabina de teléfono- un guarda de seguridad y un granjero- planearon y ejecutaron con éxito el horrendo atentado de Oklahoma con libros de instrucciones e información obtenida en el circuito de venta de armas.
Cuarto, de la misma manera que las más “sofisticadas” bombas aéreas, los coches bomba actúan de forma indiscriminada: los “daños colaterales” son prácticamente inevitables. Si la lógica de una atentado es la de matar a inocentes y sembrar el pánico en el círculo más amplio para crear una “estrategia de tensión” o para desmoralizar a la sociedad, los coches bomba son el instrumento ideal. Pero de la misma manera resultan efectivos para minar la credibilidad moral de una causa y provocar el rechazo de sus bases de apoyo, tal como el IRA y la ETA en España han comprobado cada uno por su parte. El coche bomba es en sí mismo un arma fascista.
Quinto, los coches bomba son extremadamente anónimos y dejan escasas huellas y pruebas forenses. Buda se marchó tranquilamente a Italia, dejando a William Burns, a J. Edgar Hoover y al Bureau of Investigation (más tarde bautizado como FBI) que hicieran el ridículo siguiendo una tras otra pistas falsas durante una década. La mayoría de los continuadores de Buda han escapado asimismo a la identificación y la detención. El anonimato, además, anima enormemente a utilizar coches bomba a quienes les gusta ocultar su autoría material, entre otros a la CIA, al Mossad israelí, al GSD sirio, al Pasdaran iraní y al ISI paquistaní, todos ellos autores de grandes masacres con tales dispositivos.
Detonaciones preliminares (1948-63)
“Bombas de relojería de los rojos hacen volar el centro de Saigón” (Titular del New York Times, 10 de enero de 1952).
Los componentes de la Brigada Stern fueron alumnos aventajados de la violencia, judíos que se auto proclamaban admiradores de Mussolini y que se empaparon de las tradiciones terroristas del partido socialista revolucionario ruso anterior a 1917, del IMRO macedonio y de los camisas negras italianos. En su calidad de extrema derecha del movimiento sionista en Palestina- considerados “fascistas” por la Haganah y “terroristas por los británicos- fueron moral y tácticamente inmunes a las consideraciones de la diplomacia y de la opinión mundial. Gozaron de una feroz y bien merecida reputación por la originalidad de sus operaciones y lo sorpresivo de sus atentados. El 12 de enero de 1947, como parte de su campaña para evitar cualquier compromiso entre los principales responsables sionistas y el gobierno británico, hicieron explotar un potente camión bomba en la comisaría central de policía de Haifa, que produjo 144 víctimas. Tres meses después, repitieron la misma táctica en Tel Aviv, volando los cuarteles de la policía en Sarona (5 muertos) con un camión robado del servicio postal, lleno de dinamita.
En diciembre de 1947, a raíz de la votación en la ONU sobre la partición de Palestina, se desataron las hostilidades entre las comunidades árabe y judía desde Haifa a Gaza. La Brigada Stern que rechazaba cualquier reparto que no fuera la restauración de la Israel bíblica, procedía a hacer el debut del camión bomba como arma de terrorismo masivo. El 4 de enero de 1948, dos hombres disfrazados con ropa árabe condujeron un camión aparentemente repleto de naranjas hasta el centro de Jaffa y lo aparcaron cerca del New Seray Building, sede del gobierno municipal palestino y de un comedor de beneficencia para niños pobres. Se entretuvieron para tomar un café en un local cercano antes de escapar pocos minutos antes de la detonación.
“Una ensordecedora explosión” escribe Adam LeBor en su historia de Jaffa, “sacudió la ciudad. Cristales rotos y trozos de ladrillos cayeron sobre la Clock Tower Square. El interior del New Seray y las paredes laterales se derrumbaron en un montón de escombros y hierros retorcidos. Sólo la fachada neo-clásica se mantuvo en pie. Tras un momento de silencio, comenzaron los gritos. Murieron 26 personas y hubo centenares de heridos. La mayoría eran civiles, entre ellos muchos niños de los que comían en el comedor de la beneficencia”. La bomba no alcanzó a los dirigentes palestinos, que se habían traslado a otro edificio, pero la atrocidad consiguió aterrorizar a los residentes y creó las circunstancias para una eventual escapada.
Asimismo, provocó a los palestinos para devolver el golpe. El Arab High Committee disponía de su propia arma secreta: los rubios desertores británicos que luchaban a su lado. Nueve días después del atentado de Jaffa, unos de estos desertores, dirigidos por Eddie Brown- ex cabo de la policía, cuyo hermano había sido asesinado por el Irgún – se apropiaron de un camión del servicio de correos, lo cargaron con explosivos y lo hicieron explotar en el barrio judío de Haifa, hiriendo a 50 personas. Dos semanas más tarde, Brown, con un coche robado y seguido por un camión de cinco toneladas conducido por un palestino vestido de policía, consiguieron pasar los controles británicos y de la Haganah y se introdujeron en la parte nueva de Jerusalén. El conductor aparcó delante del Palestine Post, encendió la mecha y escapó en el coche de Brown. La sede del periódico quedó devastada y hubo un muerto y 20 heridos.
Según un cronista del suceso, Abdel Kader el-Husseini, los líderes militares del Arab Higher Committee quedaron tan impresionados por el éxito de estas operaciones- inspiradas involuntariamente por la Brigada Stern- que autorizaron una ambiciosa continuación en la que intervinieron seis desertores británicos. “En esa ocasión, se utilizaron tres camiones, escoltados por un vehículo blindado británico robado, con un joven rubio vestido de policía en la torreta”. De nuevo, el convoy atravesó fácilmente los controles y se dirigió hacia el Atlantic Hotel en la calle Ben Yehuda. Un curioso vigilante nocturno fue asesinado al enfrentarse a los terroristas, que huyeron en el vehículo blindado después de activar los explosivos de los tres camiones. La detonación fue enorme y las consecuencias graves: 46 muertos y 130 heridos.
Las facilidades para atentados semejantes- la posibilidad de pasar de una zona a la otra- se terminaron cuando los palestinos y los judíos se enzarzaron en una guerra total, pero un atentado final adelantó el brillante futuro del coche bomba como instrumento para asesinar. El 11 de marzo, se dejó entrar en el patio del muy vigilado complejo de la Jewish Agency a la limusina oficial del cónsul general estadounidense, con la bandera de las barras y estrellas y conducido por su chófer habitual. El conductor, un cristiano palestino de nombre Abu Yussef, esperaba asesinar al líder sionista David Ben Gurion, pero la limusina fue movida justo antes de que explotara; sin embargo, murieron 13 funcionarios de la Jewish Fundation Fund y 40 resultaron heridos.
El breve pero terrible intercambio de coches bomba entre árabes y judíos se fijaría en la memoria colectiva de su conflicto pero no alcanzaría el grado máximo hasta que Israel y sus aliados falangistas empezaron a aterrorizar Beirut occidental con bombas en 1981: una provocación que habría de despertar al dragón chií dormido. Mientras tanto, la continuación real se desarrolló en Saigón: una serie de atrocidades con coches y motocicletas bomba llevadas a cabo en 1952-53- reflejadas en el argumento de la novela de Graham Greene, El americano impasible (The Quiet American)-, que él describe como preparadas en secreto por el agente de la CIA, Alden Pyle, quien conspira para sustituir al Viet -Mingh (a quien se responsabilizaría de las bombas) y a los franceses (incapaces de garantizar la seguridad pública) por un partido pro-estadounidense.
En la vida real, el americano impasible, fue el experto en contrainsurgencia, coronel Edward Lansdale (con sus éxitos recientes contra los campesinos comunistas en Filipinas), y el verdadero dirigente de la “Tercera Fuerza” fue su protegido, el general Trihn Minh The, de la secta religiosa Cao Dai. Es indudable, escribe el biógrafo de The, que el general “instigó muchos atentados terroristas en Saigón, en los que se utilizó cargas de plástico con temporizadores colocadas en vehículos, o escondidas en los cuadros de bicicletas. En particular, el Li An Minh (el ejército de The) hizo explotar coches delante de la Opera House (Teatro de la Ópera) de Saigón en 1952. Aquellas bombas de relojería, según se ha sabido, llevaban 50 Kg. de metralla, de la utilizada por las fuerzas aéreas francesas, que no había explotado y los del Li An Minh habían recogido.”
Allen Dulles de la CIA, envió a Lansdale a Saigón unos meses antes de la atrocidad de la Ópera (inmortalizada de forma terrible en una fotografía de Life en la que se veía el cadáver de un conductor de rickshaw con ambas piernas amputadas) atribuida oficialmente a Ho Chi Min. Aunque Lansdale era bien consciente de que la autoría de estos sofisticados atentados era del general The (los explosivos estaban ocultos en falsos compartimentos cercanos a los depósitos de gasolina), sin embargo proclamó al señor de la guerra del Cao Dai como patriota comparable a Washington y Jefferson. Tras el asesinato de The, a manos de agentes franceses o de cuadros del Vietminh, Lansdale le elogió ante los periodistas como “un buen hombre. Era moderado, un excelente general, estaba con nosotros, y nos costaba treinta y cinco mil dólares.”
Bien fuera por imitación o por reinvención, los coches bomba sobresalieron más tarde en otra colonia francesa desgarrada por la guerra: en Argel durante los últimos días de los pied-noirs o colonos franceses. Algunos de los amargados oficiales franceses que prestaron servicios en Saigón en los años 1952-53 se convertirían en cuadros de la Organisation de l’Armé Secrete (OAS) dirigida por el general Raoul Salan. En abril de 1961, tras el fracaso de su insurrección contra el presidente francés Charles de Gaulle-que estaba dispuesto a negociar un acuerdo con los rebeldes argelinos-, la OAS se volvió hacia el terrorismo- con un auténtico festival de plastique – con toda la formidable experiencia de sus veteranos paracaidistas y legionarios. Sus enemigos declarados incluían al mismo De Gaulle, a las fuerzas de seguridad francesas, a los comunistas, a los pacifistas (entre ellos al filósofo y activista Jean-Paul Sartre) y en particular a los civiles argelinos. El más mortífero de sus coches bomba mató a 62 estibadores musulmanes que hacían cola para trabajar en los muelles de Argel en mayo de 1962, pero sólo sirvió para afianzar la resolución de los argelinos de echar al mar a todos los pied-noirs.
El siguiente objetivo del coche bomba fue Palermo, en Sicilia. Angelo La Barbera, capo de la Mafia del centro de Palermo, no cabe duda de que había prestado cuidadosa atención a las bombas de Argel e incluso puede que se sirviera de algunos expertos de la OAS cuando lanzó su devastador atentado contra su rival de la Mafia, “Little Bird” Greco, en febrero de 1963. El bastión de Greco era la ciudad de Ciaculli en las afueras de Palermo donde estaba protegido por un ejército de guardaespaldas. La Barbera superó este obstáculo con la ayuda del Alfa Romeo Giulietta. “Este elegante cuatro puertas familiar”, escribe John Dickie en su historia de la Cosa Nostra, “ fue uno de los símbolos del milagro económico italiano: ‘estilizado, práctico, confortable, seguro y accesible’, tal como decía la publicidad.” El primero de los Giuletta cargado con explosivos, destruyó la casa de Greco: el segundo, unas semanas después, mató a uno de sus principales socios. Los pistoleros de Greco respondieron, hiriendo en mayo a La Barbera en Milán. Como respuesta, el ambicioso lugarteniente de La Barbera, Pietro Tortea, y Tommaso Buscetta (que después se convertiría en el más famoso de los pentiti de la Mafia) colocaron otros mortíferos Giuliettas.
El 30 de junio de 1963, “el enésimo Giulietta abarrotado de TNT” fue abandonado en uno de los campos de mandarinos que rodean Ciaculli. Una bombona de butano con una mecha estaba claramente visible en el asiento trasero. Esa misma mañana, otro Giulietta había explotado en un pueblo cercano, matando a dos personas, así que los carabinieri tomaron precauciones y solicitaron ayuda de ingenieros militares. “Dos horas más tarde llegaron dos expertos en explosivos, cortaron la mecha y dijeron que el vehículo ya podía examinarse. Pero cuando el teniente Mario Malausa inspeccionaba el contenido del maletero, hizo estallar la enorme cantidad de TNT que contenía. Él y seis hombres más quedaron convertidos en jirones por la explosión que chamuscó y desnudó los mandarinos en un radio de centenares de metros.” (El lugar todavía hoy está señalado con uno de los varios monumentos a las víctimas de las bombas en la región de Palermo.) Antes de que esta “primera guerra de la Mafia” terminara en 1964, la población de Sicilia había aprendido a temblar ante la simple vista de un Giuletta y el coche bomba se había convertido en un instrumento permanente de la Mafia. Se utilizaron de nuevo durante una segunda, e incluso más sangrienta, guerra mafiosa o Matanza entre 1981-83, para volverse contra los funcionarios públicos a principio de los años 90 tras la condena de los dirigentes de Cosa Nostra en una serie de sensacionales “maxi-juicios”. “ El más famoso de aquellos coches bomba ciegos de cólera- presumiblemente organizado por ‘Tractor’ Provenzano y su célebre banda corleonesa- fue la explosión en mayor de 1993 que dañó la mundialmente conocida Galería de los Uffizi en el corazón de Florencia y mató a 5 peatones e hirió a otros 40.
“El Black Stuff”
“Pudimos sentir el temblor bajo nuestros pies. Después supimos que pasaba algo y escapamos de allí” (Palabras de un veterano del IRA sobre el primer coche bomba ANFO).
La primera generación de coches bomba- Jaffa-Jerusalén, Saigón, Argel y Palermo- eran suficientemente letales (con un resultado equivalente por lo general a varias cientos de kilos de TNT) pero exigía el acceso al robo de explosivos industriales o militares. Los fabricantes de bombas, sin embargo, eran conscientes de que existía una alternativa casera, muy peligrosa en su preparación pero que ofrecía casi posibilidades ilimitadas de destrucción a muy bajo costo. El nitrato de amonio es un fertilizante sintético asequible en cualquier lugar y un ingrediente industrial con extraordinarias propiedades explosivas, tal como se comprobó en la catástrofe accidental producida en la planta química de Oppau en Alemania en 1921- las ondas expansivas se percibieron a más de 150 km. y sólo quedó un enorme cráter en el lugar donde había estado la fábrica-; y en un desastre en la ciudad de Texas en 1947 (con 600 muertos y el 90 % de la ciudad dañada en sus estructuras). El nitrato de amonio se vende por medias toneladas y es asequible para el terrorista más escaso de dinero, pero el proceso de mezclarlo con fuel oil para producir un explosivo ANFO es algo más difícil tal como el IRA descubrió a finales de 1971.
“El (re)descubrimiento del coche bomba fue totalmente accidental”, explica el periodista Ed Maloney en su Secret History of the IRA, “pero su desarrollo por el IRA de Belfast no lo fue. La cadena de acontecimientos se inició a finales de diciembre de 1971, cuando el responsable general de la intendencia, Jack McCabe, resultó mortalmente herido cuando un artefacto experimental casero, constituido básicamente por una mezcla con fertilizante, conocido como black stuff , explotó cuando lo estaba manipulando con una pala en su garaje en las afueras de la zona norte de Dublín. Los dirigentes del IRA advirtieron de que era muy peligroso manipular la mezcla, pero Belfast ya había recibido un envío y alguien tuvo la idea de aprovecharlo colocándolo en un coche con una mecha y un temporizador y dejándolo en algún lugar del centro de Belfast.” La deflagración producida causó una gran impresión en los dirigentes de Belfast.
El “black stuff”- que el IRA pronto aprendió cómo manipular con seguridad- liberó al ejército clandestino de las dificultades para obtener suministros por la fuerza: el coche bomba aumentó su capacidad destructiva al mismo tiempo que reducía las posibilidades de que los voluntarios fueran detenidos o volaran de forma accidental. El coche bomba combinado de ANFO, en otras palabras, constituyó una inesperada revolución militar, si bien cargado de una potencial calamidad política y moral. “El enorme tamaño de los dispositivos”, subraya Moloney, “ aumentó en gran medida el riesgo de muerte de civiles en operaciones poco cuidadosas o chapuceras.”
El Consejo del IRA dirigido por Sean MacStiofain, no obstante, encontró demasiado atractivas las enormes posibilidades de la nueva arma como para preocuparse de que sus espantosas consecuencias pudieran volverse contra ellos. En efecto, los coches bomba reforzaron la ilusión de los principales dirigentes en 1972 de que el IRA estaba en la ofensiva definitiva que conduciría a la victoria sobre el gobierno inglés. Por ello, en marzo de 1972, se enviaron dos coches bomba al centro de Belfast seguidos de llamadas telefónicas de advertencia confusas que llevaron a la policía a evacuar a la gente en la dirección de una de las explosiones. Cinco civiles resultaron muertos y dos agentes de las fuerzas de seguridad. A pesar del clamor popular así como del cierre al tráfico de la zona comercial de la Royal Avenue, el entusiasmo de las brigadas de Belfast ante la nueva arma no disminuyó y el mando preparó un enorme atentado para paralizar la vida comercial cotidiana en Irlanda del Norte. MacStiofani alardeó de que iban a llevar a cabo una ofensiva de “ una ferocidad extrema y sin tregua” que acabaría con la “infraestructura colonial.”
El viernes 21 de julio, voluntarios del IRA colocaron 20 coches bomba y explosivos camuflados en la periferia del ahora prohibido al tráfico centro de la ciudad, con detonaciones programadas para que explotaran en cadena con un intervalo de cinco minutos. El primer coche bomba lo hizo delante del Ulster Bank en el norte de Belfast y amputó las piernas de un peatón católico. Las explosiones sucesivas afectaron a dos estaciones de tren, a la estación de autobuses Ulster de Oxford Street, a varios cruces ferroviarios y a una zona residencial de católicos y protestantes en Cavehill Road. “En el punto álgido de las explosiones, el centro de Belfast parecía una ciudad sometida al fuego de artillería: nubes de humo asfixiante rodeaban los edificios mientras se producían una tras otra las explosiones que casi ahogaban los gritos histéricos de los aterrorizados compradores.” Una serie de avisos telefónicos del IRA sólo sirvieron para producir un mayor caos, ya que la gente escapaba de una explosión para toparse con la siguiente. Siete civiles y dos soldados murieron y más de 130 personas resultaron gravemente heridas.
Aunque no se produjo un colapso económico, “el viernes sangriento” fue el comienzo de una campaña extraordinaria “contra las empresas” que infligió daños significativos en la economía de Irlanda del Norte, en particular en su capacidad de atraer inversiones privadas y extranjeras. El terror provocado aquel día obligó también a las autoridades a estrechar el “cerco de acero” en los alrededores del centro de la ciudad, convirtiéndola en modelo de futuros enclaves fortificados y “zonas verdes”. Siguiendo la tradición de sus antecesores, los fenian que iniciaron el terrorismo de la dinamita en los años 1870, los republicanos irlandeses, una vez más, añadieron nuevas páginas al manual de la guerrilla urbana. Aficionados extranjeros, en especial en Oriente Próximo, prestaron mucha atención a las dos innovaciones: la del coche bomba ANFO y la de su utilización en una campaña prolongada de atentados contra una economía regional en su totalidad.
Lo que se comprendió menos fuera de Irlanda, sin embargo, fue el enorme daño que los coche bomba del IRA inflingieron al propio movimiento republicano. El viernes sangriento acabó con la imagen popular de un heroico y desvalido IRA; produjo un profundo rechazo entre los católicos de a pie y dio al gobierno inglés un inesperado respiro en la condena mundial de la sangrienta masacre del domingo en Derry y en las detenciones sin juicio. Más aún, dio al Ejército la excusa perfecta para lanzar la masiva operación Motorman: 13.000 soldados acompañados por tanques Centurian entraron en las zonas “restringidas” de Derry y Belfast y recuperaron el control de las calles frente al movimiento republicano. El mismo día, un sangriento y chapucero atentado con coche bomba en el pueblo de Claudy, perteneciente al condado de Londonderry, mató a 8 personas. ( Los grupos paramilitares protestantes unionistas- que jamás avisaban y de forma deliberada tomaban como objetivo a civiles- proclamaron que el viernes sangriento y el atentado de Claudy habían sido represalias por su triple atentado con coches bomba durante la hora punta del 17 de mayo de 1974, que produjo 33 muertos, el número más alto de víctimas en un solo día durante el curso de los “disturbios.” )
La debacle de Belfast ocasionó la renovación de los dirigentes del IRA pero fracasó en acabar con el convencimiento casi ciego en la capacidad de los coches bomba para cambiar el curso de la batalla. Obligados a la defensiva por la operación Motorman y las consecuencias negativas del viernes sangriento, decidieron atentar contra el mismo corazón del imperio británico. La brigada Belfast planificó el envío a Londres de diez coches bomba a través del ferry Dublín-Liverpool, sirviéndose de voluntarios de refresco con historiales limpios, entre los que se encontraban dos jóvenes hermanas, Marion y Dolours Price. Surgieron problemas y sólo cuatro coches llegaron a Londres: uno de ellos fue detonado delante del Old Bailey ; otro en el centro de Whitehall , cerca de la residencia del primer ministro en el número 10 de Downing Street. 180 londinenses resultaron heridos y uno muerto. Aunque los 8 terroristas del IRA fueron detenidos, en los guetos de Belfast occidental fueron aclamados y la operación se convirtió en modelo para futuras campañas de atentados del IRA en Londres, que culminaron en las terribles explosiones que destrozaron la City de Londres y aterrorizaron a la industria aseguradora mundial durante 1992 y 1993.
La cocina del infierno (los años 1980)
“Somos soldados de Dios y ansiamos la muerte. Estamos dispuestos a convertir Líbano en otro Vietnam” (Comunicado de Hizbollah).
Jamás en la historia una sola ciudad ha sido el campo de batalla de tantas ideologías enfrentadas, alianzas sectarias, venganzas locales o conspiraciones extranjeras e intervenciones, como Beirut a principios de los años 80. Los conflictos triangulares de Belfast – con tres frentes armados (los republicanos, los unionistas y los británicos) y sus grupos disidentes- parecen sencillos en comparación con la complejidad, semejante a la de una matriusca rusa, de las guerras civiles de Líbano (chiíes contra palestinos, por ejemplo, maronitas contra musulmanes y drusos), en los conflictos regionales (Israel contra Siria) y en las guerras por delegación (Irán contra Estados Unidos), en último término en el marco de la Guerra Fría. En otoño de 1971, por ejemplo, había 58 grupos armados sólo en Beirut occidental. Con tal cantidad de gente intentando matarse unos a otros por razones muy diferentes, Beirut se convirtió para la tecnología de la violencia urbana en lo que una lluvia tropical supone para el desarrollo de las plantas.
Los coches bomba empezaron a aterrorizar regularmente al Beirut occidental de población musulmana en otoño de 1981, al parecer como parte de una estrategia israelí para expulsar de Líbano a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El servicio secreto israelí, Mossad, había utilizado con anterioridad coches bomba en Beirut para asesinar a líderes palestinos ( por ejemplo, al novelista Gassan Kanafani en julio de 1972) por lo que nadie se sorprendió especialmente cuando aparecieron las pruebas de que Israel estaba patrocinado las masacres. Según el especialista en Oriente Próximo, Rashid Khalidi, “ Una serie de confesiones públicas de terroristas detenidos dejaron claro que los coches bomba se estaban utilizando por los israelíes y sus aliados falangistas, para aumentar la presión sobre la OLP con el fin de que se marchara.”
El periodista Robert Fisk estaba en Beirut cuando un “enorme coche bomba produjo en la calle un cráter de 45 pies de profundidad y derribó un bloque entero de apartamentos. El edifico se vino abajo como una acordeón, ocasionando la muerte a más de 50 de sus ocupantes, la mayoría de ellos refugiados chiíes del sur del Líbano.” Varios de los terroristas capturados confesaron que las bombas habían sido preparadas por el Shin Bet, el equivalente israelí del FBI, o por la British Special Branch. Pero si semejantes atrocidades estaban dirigidas a aterrorizar a los musulmanes y a la OLP, tuvieron la consecuencia no deseada ( como pasó con los bombardeos posteriores de la fuerza aérea israelí con bombas de racimo sobre barriadas civiles) de transformar a los chiíes de aliados israelíes informales en enemigos decididos y astutos.
El nuevo rostro de la militancia chií era Hizbollah, creado a mediados de 1982 gracias a la amalgama del Amal islámico con otros grupúsculos pro-jomeiníes. Entrenados y aconsejados por el pasdarán iraní en el valle del Bekaa, eran al mismo tiempo un movimiento de resistencia de los nativos con raices profundas en los suburbios chiíes del sur de Beirut y el largo brazo armado de la revolución teocrática iraní. Aunque algunos especialistas defienden otras teorías alternativas, habitualmente se considera al Amal islámico /Hizbollah como los autores, con la ayuda de Siria e Irán, de los devastadores atentados contra las fuerzas francesas y estadounidenses en Beirut durante el año 1983. La diabólica innovación de Hizbollah fue el unir los coches bomba ANFO del IRA con los camicaces, sirviéndose de conductores suicidas para estrellar camiones cargados de explosivos contra bloques de viviendas o embajadas en Beirut, para después hacerlo contra los puestos de control israelíes y sus patrullas en el sur de Líbano.
Estados Unidos y Francia se convirtieron en objetivos de Hizbollah y sus patronos sirios e iraníes una vez que la Fuerza Multilateral establecida en Beirut- supuestamente para permitir la evacuación segura de la OLP de la ciudad- se convirtió, al principio de manera no oficial y con posterioridad públicamente, en aliada del gobierno maronita en su guerra civil contra la mayoría musulmana y drusa. La primera represalia contra la política del presidente Reagan tuvo lugar el 18 de abril de 1983, cuando un camión robado y cargado con unos 1.000 kilos de explosivos ANFO, de pronto, con un viraje súbito en medio del tráfico entró en el camino de la fachada oceánica de la embajada de Estados Unidos en Beirut. El conductor lanzó el camión por delante de la asustada guardia y lo estrelló contra la puerta del vestíbulo. “Incluso para lo que ocurre normalmente en Beirut”, escribe el ex agente de la CIA, Robert Baer, “se produjo un enorme onda expansiva que destrozó las ventanas. El buque estadounidense Guadalcanal, fondeado a cinco millas de la costa, se estremeció con las vibraciones. En la zona cero, el centro del edificio de siete pisos de la embajada voló centenares de metros por el aire, quedó suspendido durante lo que pareció una eternidad, para desplomarse finalmente convertido en una nube de escombros, gentes, muebles destrozados y papeles.”
Bien sea como resultado de una labor extraordinaria de información o por casualidad, el atentado coincidió con la visita a la embajada de Robert Ames, el responsable del servicio nacional de inteligencia de la CIA para el Próximo Oriente. Le mató (“su mano se encontró flotando a una milla de la costa, con el anillo de casado en el dedo”) y a otros seis miembros de la oficina de la CIA en Beirut. “Nunca antes la CIA había perdido a tantos funcionarios en un único atentado. Fue una tragedia de la que la Agencia nunca se recuperaría.” Asimismo dejó a los estadounidenses sin fuentes de información en Beirut, obligándoles a depender de los maltrechos servicios de inteligencia de la embajada francesa o de la estación de escucha británica en la costa de Chipre. (Un año después, Hizbollah remató su masacre de la CIA en Beirut cuando secuestró y ejecutó al nuevo jefe de la oficina, William Buckley). Como consecuencia, la Agenció no pudo prever la llegada del mayor de todos los atentados con vehículos bomba.
A pesar de la oposición del coronel Gerahty, comandante de los marines estadounidenses estacionados en el interior de Beirut, el consejero nacional de seguridad de Ronald Reagan, Robert McFarlane, en el mes de septiembre ordenó a la Sexta Flota abrir fuego contra las milicias drusas que estaban atacando a las fuerzas armadas libanesas desde las colinas de los alrededores de Beirut- metiendo a EE.UU. en el conflicto descaradamente a favor del reaccionario gobierno de Amin Gemayel. Un mes después, un camión de la basura Mercedes de cinco toneladas se abalanzaba contra los marines de guardia y se estrellaba contra la planta baja del “Hotel Beirut”, antigua sede de la OLP y convertido en cuartel del ejército estadounidense, cercano al aeropuerto internacional. La carga útil del camión era de unos 5.500 kg. de potentes explosivos. “Se puede decir que fue la mayor explosión no nuclear jamás producida, deliberadamente, sobre la tierra.”. “El impacto de la explosión”, continúa Eric Hammel en su historia de los marines, “en el primer momento hizo volar la estructura completa de cuatro pisos, arrancando los cimientos de hormigón de los pilares de apoyo, cada uno de 5 metros de circunferencia, reforzados por barras de acero de unos cinco centímetros. El edificio propulsado al aire se desplomó después. Una enorme onda expansiva y una bola de gas ardiendo se esparció en todas direcciones.” Los marines (y marinos) muertos fueron 241, la mayor pérdida de estos cuerpos militares en un solo día desde Iwo Jima en 1945.
Mientras tanto, otro camicace de Hizbollah estrellaba su furgoneta bomba contra los cuarteles franceses en Beirut occidental, destrozando totalmente su estructura y matando a 58 soldados. Si el atentado del aeropuerto fue una represalia contra los estadounidenses por ayudar a Gemayel, este segundo atentado fue probablemente una respuesta a la decisión francesa de suministrar a Saddam Hussein aviones supersónicos Etendard y misiles Exocet para atacar a Irán. Las ambiguas diferencias entre los agravios locales de los chiíes y los intereses de Teherán se difuminaron cuando dos miembros de Hizbollah se unieron a 18 chiíes iraquíes para atentar con un camión bomba contra la embajada estadounidense en Kuwait a mediados de diciembre. La embajada francesa, la torre de control del aeropuerto, la principal refinería de petróleo y un complejo residencial para expatriados también fueron objetivos en lo que claramente era una advertencia contundente para los enemigos de Irán.
Tras otro camión bomba contra los franceses en Beirut y nuevos atentados letales contra las avanzadillas de los marines, la Fuerza Multinacional empezó a retirarse de Líbano en febrero de 1984. Fue la derrota geopolítica más impactante de Reagan. En la cruda frase del periodista del Washington Post, Bob Woodward, “En esencia, nos volvemos con el rabo entre las piernas y abandonamos Líbano.” La potencia estadounidense en Líbano, añadió Thomas Friedman del New York Times, ha quedado neutralizada con “sólo 12.000 libras de dinamita y un camión robado.
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 24 de enero de 2007 a las 11:04 pm
http://www.lahaine.org/index.php?blog=3&p=15525
Coches bomba con alas. Historia de los coches bomba (II)
x Mike Davis
La universidad de coches bomba de la CIA (los años 80) :: Al Zarqawi no ha sido el iniciador del coche bomba terrorista en Irak; ese oscuro honor le pertenece a la CIA y a su hijo favorito, Iyad Allawi. El New York Times revelaba en junio de 2004: “Según han afirmado algunos ex funcionarios del servicio de inteligencia, Iyad Allawi, designado ahora primer ministro de Iraq, dirigió una operación desde el exilio para derrocar a Saddam Hussein en la que se envió a agentes a Bagdad a principios de los años 90 para poner bombas y destrozar instalaciones gubernamentales bajo la dirección de la CIA.»
“Los funcionarios de la CIA con los que trabajó Yusef le inculcaron celosamente una norma: nunca utilices las palabras sabotaje o asesinato cuando hables con un congresista de visita.”
– Steve Coll, Ghost Wars
La diplomacia de los cañones fue derrotada por los coches bomba en Líbano, pero el gobierno Reagan y, por encima de todo, el director de la CIA, William Casey, estaban sedientos de venganza contra Hizbollah. “Finalmente, en 1985, según cuenta Bob Woodward del Washington Post en su libro Veil, sobre la carrera de Casey “él preparó con los saudíes un plan para utilizar coches bomba para asesinar al líder de Hizbollah , el jeque Fadlallah, de quien creían que no sólo estaba detrás del atentado contra los cuarteles de los marines sino que estaba implicado en el secuestro de los rehenes estadounidenses en Beirut… Fue el propio Casey el que dijo “Voy a resolver el problema principal, fundamentalmente, siendo más resistente o cuando menos igual de resistente que los terroristas por medio de la utilización de sus armas: los coches bomba.
La CIA por sí misma, no obstante, se sintió incapaz de llevar a cabo los atentados así que Casey subcontrató las operaciones a agentes libaneses dirigidos por un ex oficial del SAS británico y financiados por el embajador saudí, príncipe Bandar. En marzo de 1984, un enrome coche bomba fue detonado a unas 50 yardas de la casa del jeque Fadlallah en Bir El-Abed, una barriada chií densamente poblada, en el sur de Beirut. El jeque no sufrió daños pero 80 vecinos inocentes y peatones fueron asesinados y 200 heridos. Fadlallah inmediatamente colocó una enorme pancarta en la que se leía: “Hecho por Estados Unidos”, colgada que atravesaba la destrozada calle, mientras Hizbollah devolvía el golpe en septiembre cuando un conductor suicida consiguió romper el supuestamente impenetrable cinturón de seguridad de la nueva embajada estadounidense en el cristiano Beirut oriental, matando a 23 empleados y visitantes.
A pesar del fiasco del atentado contra Fadlallah, Casey siguió siendo un entusiasta de la utilización del terrorismo urbano para conseguir los objetivos estadounidenses, en particular contra los soviéticos y sus aliados en Afganistán. Un año después de la masacre de Bir El-Abed, Casey consiguió la aprobación del presidente Reagan para una secreta directiva (La NSDD-166) que, según Steve Coll en Ghost Wars, inauguró “una nueva era de transferencia de avanzada tecnología militar estadounidense a Afganistán, la intensificación del entrenamiento de las guerrillas islámica en técnicas de sabotaje y explosivos, y atentados selectivos contra los militares soviéticos.”
A partir de entonces, especialistas de las Fuerzas Especiales estadounidenses suministrarían explosivos de alta tecnología y enseñarían las técnica más actuales de sabotaje, incluida la fabricación de coches bomba ANFO (nitrato de amonio-fuel oil), a funcionarios del servicio de inteligencia paquistaní (ISI) bajo las órdenes del brigadier Mohamed Yusaf. Éstos, a su vez, formaron a miles de mujahidin afganos y extranjeros, entre ellos a los futuros cuadros de al-Qaeda, en innumerables campos de entrenamiento financiados por los saudíes. “Bajo la dirección del ISI”, escribe Coll, “los mujahidin recibieron formación y explosivos maleables para la preparación de atentados con coches bomba, e incluso con camellos bomba, en las ciudades ocupadas por los soviéticos, normalmente dirigidos a matar soldados y jefes soviéticos. Casey los respaldó a pesar de las náuseas que producían en algunos agentes de la CIA.”
Los terroristas mujahidin, trabajando con grupos de franco tiradores y asesinos no sólo aterrorizaron a las fuerzas militares soviéticas con una serie de atentados devastadores en Afganistán sino que masacraron a los intelectuales izquierdistas de Kabul, la capital del país. “Yusaf y los escuadrones de terroristas especializados en coches bomba a los que preparó”, continúa Coll, “consideraban a los profesores universitarios de Kabul presas fáciles” y “asimismo, a las salas de cine y espectáculos culturales”. Aunque se sabe que algunos miembros del Consejo Nacional de Seguridad denunciaron las bombas y los asesinatos como “terrorismo sin paliativo”, Casey estaba encantado con sus resultados. Mientras tanto, “a finales de los años 80, el ISI había eliminado por completo a todos los partidos políticos de izquierda, seculares y monárquicos que se habían constituido al principio de la huida de los refugiados afganos para escapar del gobierno comunista.” Como consecuencia, las mayoría de los miles de millones de dólares que los saudíes introdujeron en Afganistán fueron a parar a las manos de grupos radicales islámicos patrocinados por el ISI. Fueron, asimismo, los principales receptores de la enormes cantidades de explosivos que la CIA suministró y de los miles de detonadores de efecto retardado del avanzado modelo E-cell.
Fue la mayor transferencia de tecnología terrorista de la historia. No fue necesario que los indignados islamistas tomaran cursos a distancia de Hizbollah cuando podían matricularse en una programa de doctorado de la CIA dedicado al sabotaje urbano en las provincias fronterizas de Pakistán . “Diez años después”, analiza Coll, “la extensa infraestructura de entrenamientos que Yusaf y sus colegas habían construido con el enorme presupuesto aprobado en la NSDD-166- campos especializados, manuales de formación para el sabotaje, y detonadores electrónicos de bombas, etc.- se conocían rutinariamente en Estados Unidos como “infraestructuras terroristas”. Además, alumnos de los campos de entrenamientos del ISI como Ramzi Yusef- que planeó el primer atentado contra el World Trade Center en 1993-, o su tío Khalid Sheik Mohamed, quien supuestamente planificó el segundo, pronto iban a aplicar sus conocimiento en todos los continentes.
Ciudades asediadas (los años 1990)
“La hora de la dinamita, del terror sin límite, ha llegado”
– Gustavo Gorriti, periodista peruano, 1992
Una mirada retrospectiva desde el siglo XXI deja claro que la derrota de la intervención estadounidense en Líbano durante 1983-84, seguida por la guerra sucia de la CIA en Afganistán, tuvo una más amplia y poderosa repercusión geopolítica que la pérdida de Saigón en 1975. La guerra de Vietnam fue, por supuesto, una lucha épica cuya impronta en la política interior estadounidense sigue siendo profunda., pero pertenecía a la época de la rivalidad entre las dos superpotencia durante la Guerra Fría. La guerra de Hizbollah en Beirut y el sur de Líbano, por otra parte, prefiguró (e incluso inspiró) los conflictos “asimétricos” que han caracterizado el milenio.
Más aún, al contrario que la guerra de los pueblos del tipo de las sostenidas por el NLF (Frente de Liberación de Nicaragua, en su acrónimo inglés) y los vietnamitas del norte durante más de una generación, los coches bomba y los terroristas suicidas son fáciles de exportar y espantosamente aplicables en multitud de escenarios Si bien las guerrillas rurales sobreviven en reductos abruptos como Cachemira, el Khiber Pass y los Andes, el centro de gravedad de la insurgencia mundial se ha trasladado desde el campo a las ciudades y sus barrios periféricos de chabolas. En este contexto urbano posterior a la Guerra Fría, el atentado de Hizbollah a los cuarteles de los marines se convirtió en el ejemplo dorado del terrorismo. Los atentados del 11-S, se puede alegar, fueron sólo una escalada inevitable desde los camiones bomba suicidas a los aviones.
Sin embargo, Washington, se ha mostrado remiso a reconocer el nuevo carácter militar que los potentes vehículos bomba ofrecían a sus enemigos o incluso a aceptar su sorprendente letalidad. Tras los atentados de 1983 en Beirut, el Sandia National Laboratory de New México comenzó una investigación intensiva sobre la física de los camiones bomba.
Los investigadores quedaron conmocionados por lo que descubrieron. Además de sus efectos mortales, los camiones bomba producían inesperados temblores terrestres.
“Las aceleraciones laterales propagadas a través del suelo producidas por un camión bomba excedían con mucho a las producidas durante el momento de máxima magnitud de un terremoto”. De hecho, los científicos de Sandia llegaron a la conclusión de que una deflagración cercana a una central nuclear podría “causar suficiente daño como para provocar una liberación radioactiva letal o inclusión una explosión”. Sin embargo en 1986, la Nuclear Regulatory Comisión se negó a autorizar la colocación de barreras contra vehículos para proteger las instalaciones de las centrales nucleares y no hizo nada para cambiar los obsoletos planes de seguridad previstos para evitar que unos pocos terroristas se infiltraran andando.
En su lugar, Washington parecía poco dispuesto a aprender ninguna de las obvias lecciones, ni de su derrota en Beirut ni de sus éxitos secretos en Afganistán. Los gobiernos de Reagan y Bush parecían considerar los atentados de Hizbollah como golpes de suerte y no como una pujante nueva amenaza que podría “volverse contra ellos” rápidamente por sus aventuras y desventuras imperiales contra los soviéticos. Aunque fuera inevitable que otros grupos insurgentes emularan enseguida a Hizbollah , los planificadores estadounidenses- responsables en parte- fracasaron en prever la extraordinaria “globalización” del coche bomba en los años 90 o la aparición de sofisticadas nuevas estrategias de desestabilización urbana que suponían. Pero a mediados de los 90, muchas más ciudades estaban asediadas por los atentados con bomba que en ninguna otra época desde el fin de la II Guerra Mundial, y las guerrillas urbanas se servían de coches y camiones bomba para asestar sus golpes en algunas de las más poderosas instituciones financieras del mundo. Cada éxito, además, envalentonaba a los distintos grupos para planear más atentados y para reclutar a más grupos con el fin de lanzar “sus propias fuerzas aéreas de los pobres.”
A principios de abril de 1992, por ejemplo, los escondidos maoístas de Sendero Luminoso bajaron del altiplano de Perú para diseminar el terror en las ciudades de Lima y Callao con coches bomba (N.T. sic en español ) cada vez más potentes. La revista Caretas destacó que “en un país minero los suministros de explosivos al por mayor son asequibles” y los senderistas (en español en el original) fueron generosos en sus regalos de dinamita para bombardear emisoras de televisión, embajadas extranjeras y una docena de comisarías de policía y establecimientos militares. Sorprendentemente, su campaña reprodujo la historia del coche bomba, ya que fue desde unas modestas detonaciones al potente atentado contra la embajada estadounidense para terminar con una masacre del tipo del Viernes Sangriento en la que se utilizaron 16 vehículos al mismo tiempo. El clímax ( y la principal contribución de Sendero Luminoso) fue el intento de volar una barriada entera de los “enemigos de clase”: una enorme explosión de ANFO en el elitista distrito de Miraflores, la tarde del 16 de julio, que mató a 22 personas, hirió a 120 y destruyó o dañó 183 viviendas, 400 negocios y coches aparcados. La prensa local describió lo ocurrido en Miraflores como “si un bombardeo aéreo hubiera asolado la zona”.
Si una de las virtudes de una fuerza aérea es su capacidad de recorrer medio mundo para sorprender a sus enemigos durmiendo, al coche bomba le salieron alas durante el año 1993 cuando grupos procedentes de Oriente Próximo atacaron objetivos del hemisferio occidental por vez primera. El atentado contra el World Trade Center del 26 de febrero fue organizado por el maestro en la fabricación de bombas de Al-Qaeda, Ramzi Yusef, en colaboración con un ingeniero kuwaití llamado Nidal Ayyad y unos inmigrantes del grupo egipcio Yama’a al- Islamiya, dirigidos por el jeque Omar Abdul Arman (cuyo visado, según se ha dicho, fue tramitado a través de la CIA). Su extraordinaria ambición era matar a miles de neoyorquinos con una potente explosión lateral que resquebrajara los cimientos de una de las torres del WTC y la derribara sobre su gemela. El arma de Yusef fue una furgoneta Ryder aparcada, con un artefacto mejorado de los clásicos utilizados por el IRA y Hizbollah.
“La bomba en sí misma”, escribe Peter Lange en su historia de los coches bomba “consistía en cuatro cajas de cartón llenas de una mezcla de nitrato de urea y gas, con papel de relleno. Las cajas estaban rodeadas por bombonas de cuatro pies de hidrógeno comprimido que estaban conectadas con cuatro mechas de combustión lenta de 20 pies de largo, recubiertas de tela. Yusef colocó sobre ellas cuatro frascos de nitroglicerina”. Los conspiradores no tuvieron dificultades para aparcar el coche cerca del muro de carga meridional de la Torre Norte, pero los explosivos no fueron suficientes ya que sólo produjeron un cráter de cuatro pisos en los cimientos, matando a 6 personas e hiriendo a otras 1.000 pero sin conseguir derribar la torre. “Nuestros cálculos en aquella ocasión no fueron precisos”, escribió Ayyad en una carta. “Pero prometemos que la próxima vez serán (sic) más exactos y el Trade Center será uno de nuestros objetivos.”
Dos semanas después del atentado contra el WTC, un coche bomba casi de la misma potencia explotó en el aparcamiento subterráneo de la Bolsa de Bombay dañando gravemente los 28 pisos del rascacielos y matando a 50 empleados. Otros 12 coches o motos bomba lo hicieron en otros objetivos prestigiosos, matando a otras 207 personas e hiriendo a 1.400. Los atentados fueron una venganza por los motines sectarios de unos meses antes en los que los hindúes mataron a centenares de musulmanes indios. Los atentados, según se dice, fueron organizados desde Dubai por el exiliado rey del hampa de Bombay, Dawud Ibrahim, por encargo de los servicios de inteligencia paquistaníes. De acuerdo con una de las fuentes, Dawud envió tres barcos desde Dubai a Karachi donde se cargaron con explosivos militares. Después se sobornó a agentes de aduanas indios para que hicieran la vista gorda mientras la “sopa negra” pasaba de contrabando a Bombay.
Se ha rumoreado que funcionarios corruptos también facilitaron el atentado suicida contra la embajada israelí en Buenos Aires, el 17 de marzo de 1993, que mató a 30 personas e hirió a 247. Al año siguiente, un segundo “mártir”- más tarde identificado como un joven militante de Hizbollah de 29 años del sur de Líbano- arrasó el edificio de siete pisos de la Asociación Israel-Argentina, matando a 85 personas e hiriendo a más de 300. En ambos casos, se siguió cuidadosamente el modelo de Beirut; de la misma forma que lo hizo el militante islamista que estrelló su coche contra los cuarteles generales de la policía en Argel en enero de 1995, produciendo 42 muertos y más de 280 heridos.
Pero los discípulos aventajados de Hizbollah fueron los Tamil Tigers de Sri Lanka, el único grupo no islámico que ha llevado a cabo atentados suicidas a gran escala. De hecho, su líder, Prabhaakaran, “tomó la decisión estratégica de adoptar los atentados suicidas tras analizar su efectividad letal en los ataques con camicaces contra los cuarteles estadounidenses y franceses de Beirut en 1983”. Entre su primera operación de ese tipo en 1997 y el año 2000 fueron responsables del doble de atentados suicidas de todo tipo de los llevados a cabo por Hizbollah y Hamás conjuntamente. Aunque incorporaron los coches bombas a sus tácticas militares habituales (por ejemplo, servirse de camicaces con camiones para atentados en los campos del ejército) su obsesión y el “más apreciado teatro de operaciones” en su lucha para la independencia de Tamil, fue Colombo, capital de Sri Lanka, donde realizaron en 1987 su primer terrible atentado con coche bomba en la principal terminal de autobuses, que carbonizó a montones de pasajeros que se encontraban en los atestados autobuses.
En enero de 1996, un Black Tiger- tal como se denomina a la elite de los terroristas suicidas- estrelló un camión que contenía 440 libras de potentes explosivos militares contra el edificio del Banco Central, provocando cerca de 1.400 víctimas. Veinte meses después, en octubre de 1997, en una operación más compleja, los Tigers atentaron contra las torres gemelas del Colombo World Trade Center. Consiguieron maniobrar a través de las barreras de seguridad y situaron un coche bomba al lado del Center, después atacaron a la policía con granadas y armas automáticas. El mes de marzo siguiente, un minibús conducido por un suicida, con bombas rellenas de metralla adosadas en los laterales, fue detonado en el exterior de la principal estación de tren en medio de un enorme atasco de tráfico. Entre los 38 muertos se encontraban una docena de niños que viajaban en un autobús escolar.
Los Tigers de Tamil son un movimiento nacionalista de masas con un “territorio liberado”, un ejército a gran escala e incluso un pequeña armada; además los 20.000 dirigentes de los Tigres recibieron entrenamiento paramilitar secreto en el Estado indio de Tamil Nadu desde 1983 a 1987 por cortesía de la primera ministra Indira Ghandi y de la CIA de la India- la RAW (the Research and Análisis Wing). Pero ese patrocinio literalmente explotó en el rostro de la dirección del partido del Congreso cuando el hijo y sucesor de Indira, Rajiv, fue asesinado por una camicace Tiger en 1993. En efecto, la vía demasiado frecuente del terrorismo por delegación, independientemente de que haya sido promovido por la CIA, el RAW o la KGB, ha significado “una vuelta al redil”, lo que ha sido más notorio en los casos de los “activos” de la CIA, el jeque ciego Rahman y Osama Bin Laden.
El atentado de Oklahoma en abril de 1995 fue una especie de respuesta diferente y alarmante, organizada por dos indignados estadounidenses, veteranos de la Guerra del Golfo en lugar de por grupos iraquíes o islamistas. Aunque los partidarios de la teoría de la conspiración han resaltado la extraña coincidencia de que Terry Nichols y Ramzi Yusef estuvieran juntos en 1994 en la ciudad de Cebú en Filipinas, el diseño del atentado parece inspirado por la obsesión de Timothy McVeigh con el diabólico libro de cocina, The Turner Diaries. Escrito en 1978, tras el Viernes Sangriento y antes de los sucesos de Beirut, la novela del neonazi William Pierce describe con obsceno entusiasmo cómo los racistas destruyen la sede del FBI en Washington con un coche bomba ANFO, después estrellan un avión que lleva una bomba nuclear contra el Pentágono.
McVeigh siguió al pie de la letra la sencilla receta de la novela (varias toneladas de nitrato de amonio en un camión aparcado) en lugar de la fórmula mucho más complicada del WTC de Yusef, aunque sustituyó el gasóleo mezclado con nitro por gasóleo para calefacción. A pesar de ello, la explosión que masacró a 168 personas el 19 de abril de 1995 en el Alfred Murrah Federal Building fue tres veces más potente que cualquiera de las detonaciones de camiones bomba que el Bureau of Alcohol, Tobacco y Firearms y otras agencias habían analizado en el campo de pruebas de New Mexico. Los expertos quedaron sorprendidos por la onda destructiva; “Equivalente a 4.100 libras de dinamita, la deflagración dañó 312 edificios, destrozó cristales a dos millas de distancia y el 80 por ciento de los heridos se encontraban fuera del edificio hasta a media milla de distancia”. Sismógrafos lejanos lo registraron como si se hubiera producido un terremoto de 6 grados en la escala Richter.
Pero la bomba de un muchacho normal como McVeigh, con su diabólica manifestación de la ingenuidad del bricolaje de las zonas tradicionales estadounidenses, no fue de ninguna manera la última palabra en potencia destructiva; en efecto, probablemente era inevitable que los tenebrosos juegos olímpicos de las matanzas urbanas fueran ganados por un equipo casero de Oriente Próximo. Aunque la lista de víctimas (20 muertos y 372 heridos) no fuese tan grande como la de Oklahoma, el enorme camión bomba que, en junio de 1996, supuestos militantes de Hizbollah colocaron junto a las Torres Khobar de Dahran- una zona residencial de viviendas para el personal de la Fuerzas Aéreas estadounidenses en Arabia Saudí- superó todos los récords en materia de explosivos, con un equivalente a 20 bombas de 1.000 libras. Además, el número de muertos hubiera sido mucho mayor que las ocasionadas en los cuarteles de los marines en Líbano en 1993, si un centinela de las Fuerzas Aéreas no hubiera dado la alarma que posibilitó la evacuación momentos antes de la explosión. Sin embargo la onda expansiva (provocada por el explosivo plástico militar) produjo un increíble cráter de 85 pies de ancho y 35 pies de profundidad.
Dos años después, el 7 de agosto de 1998, al-Qaeda reclamó el título de campeón del asesinato de masas al estrellar coches bomba contra las embajadas estadounidenses en Nairobi (Kenya) y Dar el-Salam (Tanzania) en una repetición de los atentados simultáneos de 1993 contra los marines y contra los franceses en Beirut. La embajada en Nairobi, situada cerca de dos de las calles más comerciales de la ciudad y sin el adecuado entorno de seguridad, era especialmente vulnerable, tal como el embajador Prudecence Bushnell había advertido infructuosamente al Departamento de Estado. En el suceso, los kenianos de a pie- quemados vivos en sus vehículos, lacerados por los cristales rotos o enterrados entre escombros humeantes- fueron las principales víctimas de la terrible explosión que mató a varios centenares de personas e hirió a más de 5.000. Otra docena de víctimas murió y casi 100 resultaron heridas en Dar el Salam.
La indiferencia total hacia las masacres colaterales causadas por sus artefactos, entre ellas las de inocentes musulmanes, es una marca de las operaciones organizadas por la red de Al-Qaeda. De la misma manera que sus precursores, Hermann Goering y Curtis LeMay, Osama bin Laden parece regocijarse ante las terribles estadísticas de los daños producidos por los atentados, en una carrera competitiva para conseguir explosivos más potentes que produzcan más muertes. Una de las más rentables de sus recientes franquicias (además de las líneas aéreas, los rascacielos y el transporte público) han sido los atentados contra turistas occidentales en países musulmanes fundamentalmente, aunque el atentado de Octubre de 2002 contra una discoteca en Bali (con 202 muertos) y los atentados de julio de 2005 contra los hoteles de Sharm el Sheik en Egipto (88 muertos) con seguridad mataron casi a tantos trabajadores locales como a antiguos “cruzados.”
La forma viene después del miedo (los años 90)
“El coche bomba es el arma nuclear de la guerrilla”
– Charles Krauthammer, columnista del Washington Post
¿Una explosión de mil millones de libras? Lo que equivale, por supuesto, a los efectos de tres o cuatro bombas atómicas del tamaño de las de Hiroshima (es decir, sólo una mínima parte de la potencia de una sóla bomba de hidrógeno). Alternativamente, mil millones de libras esterlinas (1.450 millones de dólares) fueron los daños que el IRA causó a la City de Londres en abril de 1993 cuando un volquete azul, que contenía una tonelada de ANFO, explotó en la Bishopsgate Road enfrente de la torre del NatWest en el corazón del segundo centro financiero mundial. Aunque sólo una persona resultó muerta y unas 30 heridas por la enorme explosión, que demolió una iglesia medieval y destrozó la estación de la calle Liverpool, el coste humano fue irrelevante comparado con el daño económico que era el verdadero objetivo del atentado. Mientras que las otras campañas de atentados con camiones bomba de los años 90- Lima, Bombay, Colombo, etc.- siguieron casi al pie de la letra el manual de Hizbollah, la bomba de Bishopsgate, que Moloney describe como “la estrategia de mayor éxito desde el principio de las hostilidades”, formaba parte de una nueva campaña del IRA al declarar la guerra a los centros financieros para obtener concesiones británicas durante las difíciles negociaciones de paz que duraron la mayor parte de los años 1990.
Bischopsgate, de hecho, fue la segunda y la más costosa de las tres explosiones de gran éxito, llevadas a cabo por la brigada de elite del IRA (más o menos autónoma) South Armagh bajo la dirección del legendario “Slab” Murphy. Casi un año antes, pusieron un camión bomba en el Baltic Exchange en el cruce de St. Mary que provocó una lluvia de cristales y escombros de un millón de libras sobre las calles aledañas, matando a 3 personas e hiriendo a casi 100. Los daños, si bien menores de los producidos en Bishopsgate, fueron también pavorosos: casi 800 millones, que superan los cerca de 600 millones de libras de pérdidas producidas por el total daños ocasionados durante los 22 años de atentados en Irlanda del Norte. Más tarde, en 1996, con las conversaciones de paz interrumpidas y el Consejo del Ejército del IRA rebelado contra el último alto el fuego, la Brigada South Armagh pasó de contrabando un tercer coche bomba a Inglaterra y lo colocó en el garaje subterráneo de uno de los edificios posmodernos cercano a Canary Wharf Tower, en las aburguesadas zonas portuarias de Londres, matando a dos personas y causando cerca de 150 millones de dólares de pérdidas- Los daños totales de las tres explosiones fueron al menos de 3.000 millones de dólares.
Como ha destacado Jon Coaffee en su libro sobre el impacto de las bombas, si el IRA como los Tigers Tamiles o Al Qaeda, sólo pretendía sembrar el terror y paralizar la vida en Londres, hubieran planeado las explosiones en hora punta de un día laborable-por el contrario las “detonaron en el momento en que la City estaba prácticamente desierta”- y /o hubieran atentado contra el centro de las infraestructuras de transporte, como hicieron los suicidas islámicos que volaron vagones del metro y un autobús londinenses en julio de 2005. En cambio, Slab Murphy y sus camaradas se concentraron en lo que percibían ser un eslabón financiero débil: la vacilante industria británica y europea de seguros. Para espanto de sus enemigos, tuvieron un éxito espectacular. “Los enormes desembolsos de las compañías de seguros” comentó la BBC inmediatamente después del Bishopsgate, “han contribuido a la crisis de la industria, incluida la casi quiebra de la líder del mercado mundial de reaseguros, la Lloyds de Londres”.
Los inversores alemanes y japoneses amenazaron con boicotear la City si no se mejoraban las medidas de seguridad y el Gobierno aceptó subvencionar los gastos de los seguros.
A pesar de la larga historia de atentados con bomba en Londres, realizados por los irlandeses que se remontaban a los Fenians y la época de la Reina Victoria, ni Downing Street ni la policía de la City londinense previeron la amplitud de esta escalada de daños dirigida con precisión a objetivos materiales y financieros. (En efecto, el mismo Slab Murphy se podría haber sorprendido; de la misma manera que las primeras bombas ANFO, el IRA tuvo un poco de suerte con estas superbombas.) La respuesta de la City fue una versión más sofisticada del “anillo de acero” (barreras de hormigón, altas vallas de hierro, y puertas impenetrables) que se construyó alrededor del centro de Belfast tras el Viernes Sangriento en 1972. Después del atentado de Bishopsgate, la prensa financiera fue un clamor en la exigencia de medidas de protección similares: “La City debería rodearse de una muralla al estilo medieval para prevenir los atentados terroristas.”
Lo se que llevó a cabo en la City, y más tarde en los Docklands, fue una red de restricciones del tráfico tecnológicamente más avanzadas y cordones de seguridad , que incluían “Cámaras de grabación automática de los números de las matrículas de los coches durante las veinticuatro horas del día, enlazadas a los bancos de datos de la policía”, y la intensificación de la vigilancia policial y privada. “En una década”, escribe Coaffee, “la City de Londres se transformó en el lugar más vigilado del Reino Unido, y quizás del mundo, con más de 1.500 cámaras de vigilancia, la mayoría de las cuales estaban comunicadas a un sistema ANPR” (Sistema automático de reconocimiento de matrículas).
Desde el 11 de septiembre de 2001, esta vigilancia anti terrorista se ha extendido por el centro de Londres, amparada en la benevolente actitud del alcalde, Ken Livingstone , con sus medidas para acabar con la congestión y liberar a la ciudad de los atascos. Según uno de los principales periódicos dominicales británicos.
“The Observer ha descubierto que el M15, la Special Branch y la policía municipal empezaron en secreto a desarrollar el sistema tras los atentados del 11-S. En efecto, el esquema de los controvertidos cambios iba a poner en marcha un sistema de defensa preventiva para proteger a una de las ciudades más importantes del mundo que entrará en funcionamiento de mañana en ocho días. Se da por supuesto que el sistema utilizará asimismo un programa informático de reconocimiento facial que automáticamente identifica a sospechosos o conocidos delincuentes que entren en la zona de las ocho millas. Se seguirán todos sus movimientos con precisión desde el lugar de entrada…Sin embargo, veteranos de la lucha por las libertades civiles en el pasado afirmaron que millones de personas habían sido engañadas sobre la doble función del sistema, pensado principalmente como medio de reducir la congestión de tráfico en el centro de Londres.
La incorporación en 2003 de este nuevo sistema de control óptico del tráfico al ya extensivo sistema de vigilancia por video asegura que cualquier ciudadano sea “captado por las cámaras de circuitos cerrados de televisión 300 veces al día”. Lo que facilitará a la policía detener a terroristas no suicidas, pero será poco útil para proteger a la ciudad de bien planificados atentados con vehículos bomba convenientemente camuflados. La “tercera vía” de Blair ha constituido una vía rápida para la adopción de un sistema de vigilancia orwelliana y para la expoliación de las libertades civiles, pero hasta que aparezca alguna tecnología milagrosa (y nada parece indicarlo por el momento) que permita a las autoridades “detectar” a distancia una molécula o dos de explosivos en la hora punta de tráfico, los coches bomba van a seguir viajando diariamente para hacer su trabajo.
El “rey” de Iraq (los años 2000)
“El domingo, los insurgentes detonaron 13 coches bomba en todo el país, ocho de ellos en Bagdad en un periodo de tres horas.”
– Noticia de Associated Press, 1 de enero de 2006.
Los coches bomba – unos 1.293 entre 2004 y 2005, según los investigadores del Instituto Brookings- han devastado Iraq como ningún otro país en la historia. Los más terribles, conducidos o colocados por los jihadistas han tomado como objetivo a los chiíes iraquíes delante de sus casas, mezquitas, comisarías de policía y mercados: 125 muertos en Hilla (el 28 de febrero de 2005); 98 en Mussayib (el 16 de julio); 114 en Bagdad (el 14 de septiembre); 102 en Blad (el 29 de septiembre); 50 en Abu Sayda (el 19 de noviembre), etc
Algunos de los artefactos fueron enormes, como el camión bomba robado con gasóleo que devastó Mussayib, pero lo que resulta más extraordinario ha sido su terrible frecuencia – en un periodo de 48 horas en julio de 2005, al menos 15 coches bomba conducidos por suicidas explotaron en Bagdad o en sus alrededores. El siniestro personaje que se supone está detrás de las peores de esas masacres es Abu Musab al-Zarqawi, el astuto terrorista jordano, de quien se ha dicho que ha criticado a Osama Bin Laden por su falta de celo en atacar a los enemigos interiores como los “infieles de la Chía”. Al-Zarqawi, se ha afirmado, aspira a un objetivo esencialmente religioso en lugar de político: el exterminio sin descanso de todos los enemigos hasta que el planeta sea gobernado por un único y justo califato.
Para conseguirlo, él- o quienes actúan en su nombre- parecen que tienen un acceso sin límite al suministro de vehículos bomba (algunos aparentemente robados en California y Texas, y enviados después a Oriente Próximo), así como de voluntarios saudíes y de otros países dispuestos para el martirio entre las llamas y los hierros fundidos, para llevarse por delante a unos pocos niños de las escuelas chiíes, vendedores de los mercados o “cruzados” extranjeros. En efecto, el suministro de graduados de las madrazas dispuestos al suicidio parece exceder en mucho lo que la lógica de los camicaces (perfeccionada por Hizbollah y los Tamil Tigers ) realmente exige. Muchas de las explosiones en Iraq podrían haber sido realizadas fácilmente por control remoto. Pero el coche bomba – al menos en la perspectiva implacable de Zarqawi- es sin duda un escalón hacia el cielo así como el arma genocida elegida.
Sin embargo, Al Zarqawi no ha sido el iniciador del coche bomba terrorista en las orillas del Tigris y el Eúfrates; ese oscuro honor le pertenece a la CIA y a su hijo favorito, Iyad Allawi. Tal como el New York Times revelaba en junio de 2004:
“Según han afirmado algunos ex funcionarios del servicio de inteligencia, Iyad Allawi, designado ahora primer ministro de Iraq, dirigió una operación desde el exilio para derrocar a Saddam Hussein en la que se envió a agentes a Bagdad a principios de los años 90 para poner bombas y destrozar instalaciones gubernamentales bajo la dirección de la CIA. El grupo del Dr. Allawi, el Iraqi National Accord, utilizó coches bomba y otros artefactos explosivos pasados de contrabando hacia Bagdad desde el norte de Iraq.. Un antiguo oficial de la CIA en la zona, Robert Baer, recordaba que uno de los atentados de aquella época hizo volar un autobús escolar y mató a los niños que iban en él.”
Según uno de los informadores del Times, la campaña de atentados, incluidas las muertes de los escolares, “fue sólo una prueba para demostrar sus posibilidades.” Esto permitió a la CIA pintar al entonces exiliado Allawi y a su grupo de sospechosos ex baazistas como una seria oposición a Saddam Hussein y alternativa al círculo (tan apoyado por los neocons de Washington) de Ahmed Chalabi. “Nadie tenía problemas entonces con el sabotaje en Bagdad”, reflexionaba otro veterano de la CIA. “No creo que nadie hubiera podido imaginar que las cosas iban a evolucionar como lo han hecho.”
Hoy, desde luego, son los coches bomba los que gobiernan en Iraq. En junio de 2005 en un artículo titulado “Por qué el coche bomba es el rey en Iraq,” James Dunnigan advertía de que estaba sustituyendo a las bombas en las carreteras (que “se descubren más frecuentemente y se desactivan mediante sistemas de detección electrónica”) como el arma más efectiva de “los insurgentes sunníes y de Al Zarqawi, de forma que “los terroristas están fabricando tantos como les es posible .” El reciente y “enorme crecimiento de propietarios de coche en Iraq- añadía- hace mucho más fácil el que los coches bomba se camuflen entre el tráfico.”
En este reino del coche bomba, las fuerzas ocupantes se han encerrado casi por completo en su ciudad prohibida, la llamada “Zona Verde” y en sus bien fortificadas y protegidas bases militares. Aquí no se trata de la City de Londres, protegida con alta tecnología con sensores que ocupan el lugar de los francotiradores, sino de un enclave totalmente medieval, rodeado por muros de hormigón y defendido por tanques M1 Abrams, helicópteros y un exótico cuerpo de mercenarios (Gurkas, comandos de la antigua Rodesia, ex miembros de las SAS británicas y paramilitares colombianos amnistiados). Lo que en otra época fue el Xanadu de la clase dirigente baazista, los diez kilómetros cuadrados de la Zona Verde, tal como la describe el periodista Scott Johnson, se han convertido en la actualidad en un parque temático de la forma de vida estadounidense:
“Mujeres en pantalón corto y camiseta que corren por las amplias avenidas, y restaurantes de pizzas de gran éxito se esparcen desde el aparcamiento de la extraordinariamente fortificada embajada estadounidense.” Cerca del Bazar de la Zona Verde, los niños iraquíes venden DVD pornográficos a los soldados. El jeque Fuad Rashid, imán de la mezquita local, nombrado por los estadounidenses, se viste como una monja, se ha teñido de rubio platino y afirma que la virgen María, madre de Jesús, se la aparecido en una visión (de ahí el atavío que lleva). Cualquier noche, quienes residen allí pueden oír karaoke, jugar al bádminton o frecuentar cualquiera de los varios bares camorristas, entre ellos un antro clandestino al que sólo se accede por invitación de la CIA”.
Por supuesto, fuera de la Zona Verde se encuentra la “zona roja” donde los iraquíes de a pie pueden, inesperadamente y al azar, volar en pedazos gracias a un coche bomba o ser bombardeados por helicópteros estadounidenses. No sorprende por ello que los iraquíes acaudalados y los miembros del nuevo gobierno estén pidiendo a voces ser admitidos en la segura Zona Verde, pero los funcionarios estadounidenses declararon a Newsweek el año pasado que “los planes para sacar a los estadounidenses de allí son pura fantasía.” Se han invertido miles de millones en la Zona Verde y en una docena más de otros enclaves estadounidenses, oficialmente conocidos como “campos permanentes”, e incluso prominentes iraquíes se han tenido que buscar su propia seguridad fuera de esas burbujas exclusivas de Estados Unidos. Una población que ha sufrido a la policía secreta de Saddam, las sanciones de la ONU y los misiles de crucero estadounidenses, ahora tiene que defenderse por sí misma para sobrevivir a los coches bomba que merodean por las barriadas chiíes pobres en busca de un martirio espantoso. Por la cuenta que nos trae, esperemos que Bagdad no sea una metáfora de nuestro futuro colectivo.
(Este artículo- un borrador preliminar de lo que será casi un libro- aparecerá el próximo año en Indefensible Space: The Architecture of the National Insecurity State (Routledge, 2007), editado por Michael Sorkin.)
Mike Davis es autor de los recientes: The Monster at Our Door: The Global Threat of Avian Flu (The New Press ) y Planet of Slums (Verso). Vive en San Diego.
Merece la pena leer los dos ladrillos anteriores
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 24 de enero de 2007 a las 11:06 pm
Y esto ya es de cosecha propia.
Guillermo, el problema es que hay terroristas movidos por intereses muy diversos, y cuanto más definas el terrorismo así en general, más flecos te van a ir quedando sueltos. Primero distingues entre t. ideológico, territorial e internacional, bien, pero luego les atribuyes características comunes a todos ellos. Ahí está el fallo.
Por ejemplo, respecto a «Fomentar implícitamente el uso de elementos represivos por parte del Gobierno», es algo válido para el terrorismo etarra, y el europeo en general (Grapo, Brigadas Rojas, IRA, Baadher Meilohff, o para el yanqui McVeigh) en ese esquema que teorizan de «acción-reacción-acción», pero a Al-Qaeda la restricción de libertades civiles en USA es algo que se la pela bastante, no entiendo que pongas como un éxito de ellos las medidas de control de los ciudadanos que se han establecido desde el 2001 en EEUU.
El islamista es un terrorismo fundamentalmente nihilista, que busca exterminar al enemigo a toda costa y su sueño no es otro que el de hacer explotar, si pudieran, bombas nucleares allí. En él, no hay descripciones teóricas sobre el Estado, ni representaciones de él como un Ente opresor de la libertad. Hay fieles e infieles, y poco más.
Esas pajas mentales anarcoides y libertarias son más propias de europeos y norteamericanos. Prueba de ello es que no distinguen entre civiles y funcionarios del Estado, siendo estos últimos para el terrorismo europeo-norteamericano los «lacayos del Estado» y representantes de éste a los que sí es legítimo matar, mientras que el asesinato indiscriminado de civiles suele ser un objetivo secundario y más con el objetivo de presionar a la opinión pública.
Un terrorista islamista quiere matar occidentales y le da igual que sean turistas, soldados, policías o señoras de la limpieza. En Bali, por ejemplo, no se me ocurre que tipo de represión del estado australiano pretendían lograr. Con los bombazos de Beirut querían expulsar del Líbano a las fuerzas americanas (y lo lograron) matando a todos los que pudieran, no provocarles para retroalimentarse de su represión.
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 25 de enero de 2007 a las 12:06 am
Guillermo,
A Gil Calvo se le olvidan otros terrorismos como el de la contra nicaragüense (uy, perdón, que esos eran luchadores por la libertad) o los pinitos del Binladillas contra los pérfidos soviéticos, mecachis.
Si tienes un ejército lo usas (las dos guerras mundiales sin ir más lejos, la primera utilza el terrorismo como escusa para ser desencadenada). Si no, pues con lo que tienes. ¿Sirve ello de justificación moral? En absoluto. Pero la diferencia entre un hada y una bruja es puramente ideológica.
Entonces no hablas de terrorismo sino de conflictos armados de mayor o menos escala (sí, en toda guerra la población civil es la que se lleva la peor parte) y entonces como consecuencia tienes que acabar estudiando los fenómenos de comunicación asociados a toda guerra (propaganda) y, ondiá, la distancia entre medios de comunicación y medios de propaganda en épocas de conflictos bélicos a gran escala es tan escasa que…
Comentario escrito por alejo — 25 de enero de 2007 a las 4:47 am
La definicion que prima en el mundo es la definida en el marco de la «Guerra contra el terrorismo» de g.w. bush.
Pero es una definicion para la prensa, para la propaganda. Los militares prefieren hablar de Guerras Asimetricas.
Es decir cuando los grandes les pegan a los chiquitos y les sale el tiro por la culata.
El ataque del 11 de sept fue una respuesta legitima al ataque de los gringos a Osama.
Comentario escrito por zarzal — 25 de enero de 2007 a las 2:40 pm
Un jeque multimillonario como Bin Laden es un chiquito… madre que descoyuntada anda la izquierda.
Al Zarzal éste no le echo más de 12 años.
Comentario escrito por Señor respetable con bigote — 25 de enero de 2007 a las 8:24 pm
SRCB
Bin laden le podra parecer enorme a cualquiera de nosotros, pero si lo comparas con USA, pues obviamente resulta ser un «Chiquito». «Guerra asimetrica» no es una definicion que me invente yo, es la que usan los Gringos.
Hace algunos años cuando Peleaba contra la union sovietica, Osama era considerado un Heroe, Si hasta Rambo fue a pelear a su lado a Afganistan.
Podria decirme alguien aqui desde que fecha empezo a ser el peligroso terrorista que es hoy dia?
Mi respuesta es bastante simple, desde que se opuso a los planes de USA
Comentario escrito por zarzal — 26 de enero de 2007 a las 3:57 pm