Los problemas del modelo de Televisión Digital Terrestre
En los últimos dos años hemos tenido ocasión de asistir al proceso de concesión de licencias de Televisión Digital Terrestre (TDT) en los ámbitos nacional, autonómico y local. Un proceso que, sin duda, supondrá un importante aumento del pluralismo (desde un punto de vista cuantitativo, esto es, del número de cadenas disponibles para el espectador), pero que también implica aumentar de modo exponencial la dispersión de un mercado tradicionalmente muy estrecho (circunscrito, hasta hace bien poco, a tres televisiones privadas de ámbito nacional y un número indeterminado de televisiones locales, la mayoría de ellas emitiendo en un régimen de alegalidad). Son cuestiones que se debatieron en la jornada sobre radio y televisión digital en la Comunidad Valenciana, organizada por Andrés Boix, en la que tuve el gusto de participar hace un par de semanas.
Además de las televisiones públicas, la TDT ha supuesto, en el ámbito nacional, la creación de seis consorcios de televisión, cada uno de los cuales dispone de cuatro canales. En cada comunidad autónoma la TDT supone un mínimo de dos licencias de ámbito autonómico y un número mucho mayor de licencias de TDT local. Este proceso de concesiones ha asumido, en todos los ámbitos, las reglas desgraciadamente habituales en España:
– Partidismo: las concesiones de TDT en cada comunidad autónoma han seguido con gran fidelidad el guión de apoyo a los grupos afines, bien se trate de grupos de prensa, radio o TV preexistentes o bien de grupos creados ad hoc. El resultado es, por resumir el proceso, que en las CC.AA. gobernadas por el PP las licencias se han dirigido al diario El Mundo, la cadena COPE y Libertad Digital y en las que manda el PSOE el Grupo PRISA (Localia) campa a sus anchas. Además, naturalmente, de la sobreponderación de los grupos locales afines en cada caso. Por poner el ejemplo que conozco mejor, en la Comunidad Valenciana las dos licencias de TDT autonómica se han otorgado a la Cadena COPE (Popular TV) y al diario Las Provincias (LP TV), propiedad del grupo Vocento, mientras que el diario Levante-EMV y Localia apenas conseguían alguna licencia de ámbito local, en menor número que otros grupos afines, como Libertad Digital TV.
– Incumplimiento de la ley: es tradición en España que la legislación aplicable en el sector de los medios audiovisuales sea desproporcionadamente dura para, a continuación, no aplicarla nunca o aplicarla con enorme arbitrariedad. La estrechez de las leyes supone un desafío para la creatividad jurídica de las empresas, que se saltan la legislación sistemáticamente hasta que la Administración acaba adaptándola a los hechos consumados. Esta tradición, extraordinariamente útil para, en su caso, hacer la vista gorda o hundir al medio díscolo, funcionó a toda máquina en las TV generalistas “convencionales”, donde se marcó en principio un límite accionarial del 25%, sistemáticamente incumplido merced a preciosos trabajos de orfebrería legal tanto en Tele 5 como en Antena 3 (en este último caso a raíz de la entrada de Telefónica, a finales de los noventa). Por supuesto, el legislador acabó por convalidar estas prácticas, mientras miraba hacia otro lado ante otra situación irregular de distinta naturaleza (el predominio accionarial del grupo Prisa en Canal + y Localia – a efectos prácticos otra TV de ámbito nacional-, que suponía una práctica monopolística, por ser accionista mayoritario en dos sectores legalmente incompatibles).
Pues bien, exactamente eso es lo que está ocurriendo con las licencias de TDT desde el mismo momento de la concesión: el régimen de incompatibilidades se soslaya mediante todo tipo de artimañas, muchas ellas de trazo particularmente grueso. En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, se han otorgado licencias locales a distintos grupos en un total de 14 sectores. Pues bien, concesionarios de licencias de TDT en 13 de los 14 sectores se han agrupado posteriormente en un consorcio de TV (Televisión del Mediterráneo) que constituye, en la práctica, un canal de ámbito autonómico. Algo similar a lo ocurrido en otras comunidades autónomas. Se trata de un fenómeno que a buen seguro se reproducirá, corregido y ampliado, tan pronto como los diversos concesionarios de TDT comiencen a emitir.
– Consolidación de situaciones de dominio: por último, y aunque es evidente que el desarrollo de la TDT supone una clara oportunidad de desarrollar el medio televisivo y aumentar el grado de pluralismo, el proceso de concesión de licencias ha contribuido a perpetuar y profundizar el predominio de los principales grupos mediáticos existentes, que ya ocupaban una posición de fuerza en el mercado de la televisión y/o el de otros medios. La TDT ha servido, en este contexto, fundamentalmente para garantizar la expansión comercial y el perfil multimediático de las empresas mediáticas españolas, más que contribuir a la creación de otras nuevas. Se trata de un proceso hasta cierto punto lógico (a fin de cuentas, son las empresas mediáticas las principales interesadas en desarrollar contenidos, en la TDT o en otros soportes, y las que atesoran mayor experiencia y capital humano para acometer dicho desarrollo), pero que en España se ha producido posiblemente con un afán excesivo por favorecer a los que ya parten con ventaja, precisamente por las razones expuestas; afán que sólo admite la excepción de la afinidad ideológica con el poder político encargado de otorgar las concesiones. Por último, en los casos (fundamentalmente en el ámbito local) en que la TDT sea más o menos ajena al ecosistema mediático tradicional, se detecta una clara preponderancia de empresas provenientes del sector inmobiliario, ansiosas por invertir los beneficios de años y años de adoración al ladrillo, especulación y recalificación, en clara consonancia con lo ocurrido en otros sectores económicos y en una bella metáfora del desarrollismo español (el poder político recalifica terrenos para loor y gloria de empresarios de la construcción, que posteriormente obtienen una licencia de TDT otorgada por el poder político merced al músculo financiero conseguido a raíz de las recalificaciones, además de la hermosa amistad fraguada en algunos casos entre el empresario y el político en el fragor del proceso).
Pero, con independencia de los problemas o insuficiencias que pudieran detectarse en el régimen de concesión de licencias de TDT en España, lo cierto es que la TDT supone un claro aumento del pluralismo mediático, extraordinariamente desarrollado en la última década merced al impacto de la digitalización, así como a la aparición de nuevos medios no directamente relacionados con este proceso (los diarios gratuitos). Frente al mercado existente en España hará unos diez años (caracterizado por un claro predominio de un número reducido de cadenas de televisión, emisoras de radio y publicaciones impresas), el existente en la actualidad implica, en particular en el caso que nos ocupa, la televisión, un contexto de competencia mucho más intensa:
– Competencia, obviamente, en el propio medio. El espectador de televisión cuenta con un mando a distancia mucho más desarrollado que el que estaba a su disposición hace no tanto tiempo. Esto, por sí solo, implica una lucha por la audiencia en unos términos considerablemente más inhóspitos de lo acostumbrado (la definición de “éxito” ha pasado del 40% al 20% en las grandes cadenas generalistas, y seguirá descendiendo conforme se desarrollen las nuevas concesiones de TDT). La propia naturaleza de la TDT, de carácter gratuito, implica, además, reducir en buena medida la dicotomía que parecía estar creándose en el medio hace una década entre los dos modelos de TV generalista (de carácter gratuito, pensada para el gran público, programas mainstream, abundante telebasura y plagada de publicidad) y temática (de pago, especializada, para un público de alto poder adquisitivo y, supuestamente, nivel cultural en consecuencia, con escasa o nula presencia de la publicidad). Aunque dicha dicotomía continúa existiendo (sobre todo, en lo que concierne a la publicidad), dado que el pluralismo que posibilita la TDT ya implica en sí cierto grado de especialización temática y que la abundancia de la oferta supone también la reducción de los precios de la TV de pago, parece que el escenario será más igualitario de lo previsto tal y como quedó esbozado en su día.
– Competencia, además, con otros medios, particularmente con la difusión de contenidos a través de redes digitales (sobre todo Internet). Dichas redes permiten un grado de especialización mucho mayor que el proporcionado por los medios convencionales, incluida la televisión, y además otorgan al espectador un alto grado de independencia para consumir unos contenidos u otros. La aparición y desarrollo de los nuevos medios tiende a fragmentar la audiencia, tanto en el consumo de fuentes informativas, mucho más dispersas y variadas que en el pasado, como en el consumo de productos de ocio (piénsese, por ejemplo, en la incidencia de los videojuegos o los sistemas de comunicación interpersonal en Internet en el tiempo de ocio del público, en especial el público más joven). En consecuencia, hablamos no sólo de un menor porcentaje de share (porque se reparte entre más televisiones), sino de una menor audiencia global.
– Finalmente, y en relación con el desarrollo de Internet y la digitalización, el modelo de programación televisiva se está viendo afectado por la capacidad de los espectadores para desarrollar su propia programación a la carta. Y no hablo aquí tanto del propio pluralismo de la oferta, o la posibilidad de comprar programas específicos de televisión (el pay per view), sino de, abreviando, “la música se muere”, o la capacidad del público para hacerse con todo tipo de archivos audiovisuales a través de Internet (pagando una cantidad o gratuitamente, mediante redes P2P). Hablamos aquí, por lo tanto, de productos de ocio, películas y series de ficción programadas por las televisiones, pero también disponibles en estas fuentes. Parece poco probable que el espectador que puede acceder gratuitamente a una película prefiera comprarla mediante pay per view o verla con incesante publicidad. Lo mismo cabe decir de las teleseries (donde, además, juega en contra de la TV la tiranía temporal de la programación, la obligación de ver la serie semana a semana, y en un momento concreto de la semana). No por casualidad es el fútbol el único producto de pay per view con un éxito apreciable (aunque quepa poner en tela de juicio su rentabilidad, dados los altos precios de los derechos del fútbol). ¡Si incluso el cine pornográfico, durante años emblemático de la TV de pago y el pay per view, palidece ante el empuje de las televisiones locales e Internet!
Podemos concluir haciendo referencia al modelo de financiación. Los canales de TDT, dado su carácter gratuito, dependen del mercado publicitario. En España la inversión publicitaria ha venido creciendo en los últimos veinte años a un ritmo cercano al 20% anual. Además, tradicionalmente la publicidad se ha volcado con la televisión, no en vano el único medio que tiene un índice de penetración mayoritario en el conjunto del público (cercano al 90%, mientras que la radio tiene poco más de un 50% e Internet y los periódicos se ubican en torno al 40% del total). Ambos factores, como es lógico, favorecen las aspiraciones puramente económicas de los concesionarios de TDT. La cuestión es si el mercado publicitario dará abasto suficiente para todos y si continuará volcado hacia la televisión. La respuesta, en ambos casos, es “no”.
Parte del éxito de las televisiones generalistas, como comentábamos hace unos meses, proviene de su reducido número. Se trataba de un mercado muy estrecho y que concentraba una gran audiencia, de ahí el interés de los anunciantes. En los próximos años, sin embargo, el mercado será mucho más fragmentado y concentrará una audiencia significativamente menor, en términos tanto absolutos (por deserción de los espectadores hacia otros medios) como relativos (la audiencia porcentual de cada cadena). Y habrá que ver, además, si en esos términos el mercado publicitario sigue igual de volcado hacia la televisión, en lugar de distribuirse más equitativamente (el caso más notorio es el de Internet: con un índice de penetración superior en España al 40% sólo recibe en torno al 2% de las inversiones publicitarias).
¿Qué puede pasar, si ocurre lo previsible y la inversión publicitaria no es suficiente para todos? Podemos asistir en los próximos años al cierre de un sinnúmero de concesionarias de TDT, así como su integración, legal o ilegal, en los grupos más fuertes. Probablemente será una pena, porque disminuirá el grado de pluralismo que en un principio proporcionaba la TDT y beneficiará además a los grupos que ya ostentan una posición de predominio en el mercado. Pero lo cierto es que, salvo crecimientos exponenciales de la inversión publicitaria (que sólo pueden derivar de un fastuoso incremento del PIB y/o de la población), muy poco probables, el mercado no da tanto de sí.
Comentarios cerrados para esta entrada.
Guillermo, no te lo he comentado antes. Enhorabuena por el rediseño.
Un abrazo,
JC.
Comentario escrito por José Carlos Rodríguez — 10 de enero de 2007 a las 9:04 am
Al hilo de lo que comentas al final de tu currado e interesante texto, me da la sensación de que, dada la necesidad de financiación y los previsibles problemas de supervivencia de muchos operadores locales (los que lo sean de verdad) en condiciones dignas, así como dada la relativa escasez de buen producto audioavisual (comparado con la proliferación de ventanas, que crecen a un ritmo mayor que el que lo hace la producción audioavisual), habría que cuestionar alguno de los criterios que han regulado la asignación de frecuencias locales: el famoso 3-1 (tres operadores privados por uno público en cada demarcación), que habría sido mucho mejor si hubiera sido un 2-2. La prueba es que en no pocos lugares ya había un par de teles locales públicas funcionando en la demarcación. Creo que gran parte de los posibles avances en una televisión local de servicio y de calidad aceptable reside en la capacidad de los entes locales de desarrollar políticas de integración comarcal que tengan éxito.
Comentario escrito por Andrés Boix (LPD) — 10 de enero de 2007 a las 9:23 am
Sí, y poner un impuesto especial y obligatorio para mantener los 2 públicos de TDT, más los autonómicos, y los nacionales…, y de paso que los curritos de las TDT públicas sean funcionarios….
Saludos
Comentario escrito por asertus — 10 de enero de 2007 a las 1:11 pm
El problema de partidismo atañe más al estado de las autonomías que a la TDT, que no tiene culpa de nada.
Comentario escrito por viajera — 10 de enero de 2007 a las 9:43 pm
sobre la publicidad, si el mercado cada vez será menor, puede que quepa la posibilidad de que las empresas más que interesarse en que el anuncion «lo vea to quisky», (modelo de pocas cadenas Publicidad cara), traten de averiguar los perfiles de los espectadores de cada show y comprar publicidad sólo en los momentos o programas que sean vistos por espectadores más rentables, poca audiencia pero mucha importancia del espectador.
A lo mejor se compensan los precios de publicidad, atendiendo no sólo la cantidad de espectadores sino atendiendo simultaneamente a la cantidad e idoneidad del perfil del espectador, que sería posible tras una diversificacion de la programacion.
¿por que pagar un precio para que el anuncio lo vea millones de personas si el mercado esta formado por muchos menos?.
Comentario escrito por esfumato — 11 de enero de 2007 a las 9:16 am
Y el porno? Dónde está el porno?
Dónde se ha visto una tecnología como esta que no haya porno abundante?
:)
Comentario escrito por fernand0 — 11 de enero de 2007 a las 12:28 pm
Es totalmente acertado lo que comentas, esfumato. Es el modelo al que indefectiblemente ha de tenderse. Y además plantea un problema interesante, que es el de la validez del actual sistema de medición de audiencias, pensado para un modelo de televisión que paulatinamente dejará de existir, o en todo caso convivirá con el que estás planteando, mucho más fragmentario y volcado hacia audiencias específicas. El actual de Sofres es una pequeña aberración (más pequeña, eso sí, que el EGM) que hincha las audiencias y es fácilmente manipulable (no hay un solo programador de televisión que no quiera invitar a cenar a un espectador con maquinita de Sofres, o eso o partirle las piernas, que también sirve).
El problema es que este último modelo de televisión es mucho más caro, se trate de programas de producción propia o (normalmente) externa. En el primer caso, lo normal será que las productoras se pongan de acuerdo con un buen número de cadenas (especialmente locales) para desarrollar un programa concreto. Pero, en uno y otro caso, lo que está claro es que las preferencias del espectador en tanto individuo serán muy tenidas en cuenta (lo cual no quiere decir que la actual TV no se base en las preferencias del espectador, pero aquí cualquiera que se salga del espectador «tipo» y ponga las televisiones generalistas a ciertas horas del día huirá despavorido).
Un cordial saludo
Comentario escrito por Guillermo López — 11 de enero de 2007 a las 4:18 pm