Los Mundiales… ¡Qué recuerdos!

Nací al fútbol relativamente tarde, en 1986, con nueve años (con «nací al fútbol» no quiero decir la mariconada de convertirme en furgolista, claro, sino que a partir de ese momento encontré un magnífico modo de pasar las tardes de domingo y similares). La verdad es que podría haber nacido un poco antes y habría disfrutado en su momento del España – Malta (qué clase de selección será la española como para que uno de los mejores partidos de toda su historia fuese ¡contra Malta!), y no digamos de la Eurocopa de 1984, con Arconada hundiéndonos contra la mejor Francia de todos los tiempos (claro está que remontándome demasiado en el tiempo corría un riesgo cierto de aficionarme a la Selección en el Mundial 82, y eso sí que no). Dos factores confluyeron en ese mágico año que me convirtieron en histérico del Zaragoza, mi equipo (que ganó la Copa del Rey de 1986 al Barcelona con un golazo de Rubén Sosa), y, en menor medida por aquello de invertebrar España, de la Selección.

El segundo factor fue, naturalmente, el Mundial de México, de largo el mejor Mundial que ha hecho la Selección hasta la fecha. Todas las personas de bien recordamos con pelos y señales lo acaecido en ese Mundial: el gol de Míchel a Brasil, que desde entonces pasó a ser un rédito más del victimismo español (a fin de cuentas, quedar segundos de grupo le supuso a España enfrentarse nada menos que con Dinamarca en octavos y con Bélgica en cuartos, mientras Brasil lo hacía con Polonia y Francia, rivales, al menos este último, con más glamour, tanto que, de hecho, acabaría cargándose a Brasil en los penalties); la espectacular tarde de Querétaro, 5 – 1 con cuatro goles de Butragueño. Y la infame eliminación contra Bélgica. Todo el puto partido atacando, con el cabrón del portero belga amargándonos la existencia (Jean – Marie Pfaff; jamás olvidaré ese nombre. ¿Usted no se despierta entre sudores fríos veinte años después recordando cómo lo paraba todo y con qué arte perdía tiempo?) y al final, eliminación en los penalties. Todo el mundo señaló con el dedo desde entonces a Eloy Olaya como El Culpable, porque fue el único que falló en la tanda, y «el que nos elimin» (así que del Más Listo fallando un penalty en el último minuto de la Eurocopa 2000 contra Francia ni hablamos y, de hecho, no hablamos. Al menos, la prensa de Madrid nunca lo hizo).

Ese Mundial fue también grande porque supuso la consagración definitiva de Maradona en su mejor momento y porque, por segunda vez, Alemania (entonces, la RFA), como ya hiciera en España 82, se cargaría en semifinales a la mejor Francia, insistimos, de todos los tiempos. Luego, en la final, tuve mi primera experiencia psicotrópica con lo que diez años después confirmaría fueron dos goles seguidos de Alemania, el primero de Karl Heinz Rummenigge y el segundo de Rudi Völler. La cosa yo la viví como sigue: ganaba Argentina 2 a 0 en la final. Alemania saca un corner, un calvo remata a gol y la cámara le enfoca corriendo hacia su campo, sin darse importancia, aplaudiendo a sus compañeros. Normal, pensé, aún les queda otro para empatar. Un par de minutos después, Alemania saca un córner y el mismo calvo remata a gol de la misma manera. La cámara le enfoca corriendo hacia su campo, sin darse importancia, aplaudiendo a sus compañeros (en realidad, el segundo gol lo marcó Rudi Völler, que no era calvo, pero es que mi TV era en blanco y negro) . Entonces yo no tenía totalmente claro lo que implica ser alemán y pensé «joer, qué pesaos, aún están repitiendo el gol del calvo». Acto seguido sacó Argentina de centro y marcó el tercero (hay que reconocer que lo de «sacó Argentina de centro» era un detalle que favorecía la interpretación de que el calvo, de hecho, había marcado dos goles seguidos y de la misma factura, y que por un momento Alemania había empatado el partido). Y a mí nunca me quedó muy claro, la verdad, si el calvo había marcado un gol o dos, porque joer, es que lo celebraba siempre igual, lo mismo cascaba el calvo solito cinco goles seguidos y ahí lo tenían, corriendo y aplaudiendo a der kamaraden, impasible el alemán.

Entonces yo pensaba que la Selección española era eso, un equipo que jugaba bien al fútbol y no tenía mucha suerte. Luego descubrí, en Italia 90, que, en realidad, lo de «jugar bien» no tenía por qué darse. Claro está que la selección de Italia 90 era la peor que recuerdo, con la única excepción de la actual. Entonces teníamos a Villarroya, Jiménez y Rafa Paz de titulares; ahora no tenemos defensa, tenemos al Niño Torres -¡Al «Niño» Torres!- como paradigma de delantero de calidad, y tenemos un centro del campo de «jugones» peor que el de la mayoría de las selecciones punteras del Mundial, pero oigan, a mí no me quiten la ilusión, que yo la victoria contra Francia la doy por supuesta, aunque sólo sea porque no hay nada que me dé más morbo que cargarme en cuartos a la selección más asquerosa de todo el Mundial, Brasil (que, además, son una banda, y nos los comemos sin bajarnos del autobús, joer).

En Italia 90 la cosa fue bastante soporífera, y sólo tuvo la gracia de los tres goles de Míchel contra Corea del Sur (el tío acabó el partido, se quitó la «roja», mostró a las cámaras una espectacular camiseta interior y se señaló al pecho mientras miraba a los periodistas diciendo «¡Me lo merezco!» en plan desaforado) y de cómo el mismo Míchel nos eliminaba en octavos frente a Yugoslavia (apartando la cara ante el chut de falta de Stojkovic en la prórroga). En EE.UU. 94 la cosa estuvo bastante mejor, con el espectáculo de Javier Clemente en su mejor momento, convocando a sus pretorianos contra viento y marea y haciendo un más que digno papel (se empató con Alemania en la primera fase y se cayó en cuartos contra Italia, con el recordado codazo de Tassotti a Luis Enrique en el minuto 94; desde entonces Tassotti fue un fichaje obligado en todas mis partidas de PcCalcio). En 1998 llegó la debacle en el «Grupo de la Muerte», el fin de Clemente y de Zubizarreta, y en 2002, con una selección buena y un cuadro ridículo (Irlanda en octavos y Corea del Sur en cuartos), la Selección perdió una de sus mejores oportunidades para, por una vez, colarse en semifinales.

De todas estas experiencias religiosas saqué una gran verdad: el tópico de que España siempre cae en cuartos de final es mentira. España cae en cuartos de final en el mejor de los casos, pero también es capaz de hacerlo en octavos, en la primera fase, e incluso en la fase previa. En realidad, dicho tópico se arbitró porque resultaba muy cómodo para dar imagen de «hemos llegado lejos» en las Eurocopas (donde, a fin de cuentas, no hay octavos de final), pero aun y así una somera revisión a los últimos 20 o 30 años arroja un balance desalentador. España llegó a la final en el 84, eliminada en la primera fase en el 88, no se clasificó en el 92, llegó a cuartos en el 96 y 2000 y volvió a caer en la primera fase (en la época de Iñaki Sáez, recuerden: «esa cosa debajo de una gorra no puede ser seleccionador») en 2004. En los Mundiales, la cosa es cuartos de final en el 82 y 86, octavos en el 90, otra vez cuartos en el 94, primera fase en el 98 y de nuevo cuartos en 2002. Llevamos 22 años sin llevarnos nada mejor que un «cuartos de final» bajo el brazo. Y en los Mundiales la cosa es aún más patática (lo mejor que nos ha pasado es la cuarta posición en 1950, y ya está). Incluso Portugal (tercero en el 66, creo recordar) lo ha hecho mejor que nosotros. ¡Ya basta! ¡Que un promotor inmobiliario se haga cargo de una vez de la Selección y comience a naturalizar sudamericanos!



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