Tu mejor amigo, tu banco
Hoy he tenido una mañana ajetreada, plagada de transferencias, pasos por ventanilla y maletines (nunca un diminutivo estuvo tan justificado como en esta ocasión). En resumen, hoy he tenido el gran placer de pasarme por mis dos bancos, el que muy amablemente me permitió vivir bajo un techo en un principio suyo y ahora, cada mes más, mío, y el banco que gestiona con honradez y eficacia mis menguados ingresos. El objetivo era doble: por un lado, pagar, un mes más, mi hipoteca. Por otro, mejorar el estado de mi cuenta bancaria «normal». Y he de decir que las gestiones han sido un éxito.
De una parte, nada más volver a mi piso he podido ejercer, por heptagésimo séptimo mes consecutivo, el bonito ritual de abrazarme candorosamente a un ladrillo más de dicho piso, que es, como los 76 ladrillos que le precedieron, a partir de ahora, mío y sólo mío. Tal vez dentro de un año pueda incluso entrar en la cocina como diciendo «mira, estoy en territorio conquistao», quitando por fin el anagrama, ahora mismo ubicado en mitad de mi nevera, de la institución financiera hasta ahora titular de facto de dicha cocina (total, dirán Ustedes, sólo entro para coger hielos para el whisky; ¿Y acaso les parece poco?). Y de otra parte, mucho más importante, he logrado multiplicar mis excedentes contables en un grado exponencial de tal calibre que dudo que aun una empresa española en Latinoamérica se resistiera a firmar. Un 1000%, esto es, de un total inicial de 1 euro a un final de 1000 (¡y ni siquiera soy promotor!).
Pero el motivo de este post no es darles envidia (¡Tengo 1000 euros y sólo quedan 23 días para mi nueva nómina! ¡Chínchense Ustedes!), ni hacer una nueva profesión de fe en el mileurismo como modo de vida, sino comunicarles mi estupefacción al comprobar, un día más, el grado de empatía, cariño y profundo aprecio, no ya de mí hacia mis fiadores, sino de mis fiadores hacia mí. Resulta que, según reza en la publicidad promocional del banco que comparte conmigo el piso (que es el banco de Don Emilio, para entendernos; por si Don Emilio lee esto: hola, Don Emilio, qué guapo es Usted, qué porte, que inteligencia, ¡si es que no puedo dejar de decirlo!), la noción de «cliente» tenía en el pasado una connotación negativa, según la cual el cliente venía a ser alguien que pedía, reclamaba, exigía cosas. Pero ahora ya no. Es momento de superar esa visión anacrónica de lo que es un cliente para sustituirla por una relación de amistad, confianza y cariño entre el antaño cliente (en adelante, «Amado») y la institución financiera (a partir de ahora, «Amante»). Se trataría, no de una mera transacción económica, no de un trasvase de sucio dinero de un lado al otro (generalmente, de un lado al otro), nada tan vulgar. No, amigos, se trata de los sentimientos, de saber que cuando entras en tu banco, tú confías en él y ellos confían en ti. Porque te quieren. Y el amor todo lo puede.
Don Emilio, no soy digno
de que entres en Tu casa,
pero una palabra tuya bastará
para renegociar la hipoteca a 75 años
Así que, llevado de los sentimientos (afortunadamente no soy metrosexual, porque veía en cualquier momento al pobre hombre de la ventanilla asestándome un ósculo, tal cual, empujado por la pasión), mi banco me ha acogido con el profundo cariño de siempre, permitiéndome disfrutar de todos sus servicios (comisiones por transferencia; comisiones por mantenimiento; comisiones porque él lo vale… Ya lo relatamos en otro lugar), y anunciándome uno más: como parece que la autogestión anárquica (hacerlo todo por teléfono, por Internet, o por cajero automático, que para eso tenemos NTIC, joer) todo lo puede, a partir de ahora el horario para pagar recibos no domiciliados ya no será todas las mañanas hasta las 10’30 horas, como hasta la fecha, sino «martes y miércoles de la segunda y tercera semanas de cada mes, de 8’30 a 10 horas» (sugiero añadir «siempre y cuando haya un eclipse al menos anular de sol e Izquierda Hundida haya presentado ese mismo día una proposición no de ley para solidarizarse con algo», para que sea más emocionante). ¿El motivo? «Ofrecer un mejor servicio a nuestros clientes». Más menguado, pero agárrense: «mejor». ¿Todavía mejor? ¿»Más mejor»? ¿Cómo es posible que mi banco me quiera tanto?
Nadie ha dicho nada aún.
Comentarios cerrados para esta entrada.