Friquismos (II): Historia

Continuamos el ritmo frenético de esta serie de friquismos, tras el análisis de la Ciencia Ficción, con su segunda y, si quieren, más enjundiosa parte (o menos friqui). Que yo recuerde, desde mi más tierna infancia me he pasado hondonadas y hondonadas de horas con este friquismo, hasta tal punto de que no soy más español porque si lo fuera estaría obligado a llevar bigotillo racial, y hay fronteras que aún no estoy dispuesto a franquear. Mi historia con la Historia tiene momentos entrañables (cuando tenía tres o cuatro años mi padre conseguía que anduviera horas y horas por los más acreditados montes del Pirineo a base de contarme interminables capítulos de la Historia de España, convenientemente sazonados con anécdotas y chascarrillos, es decir: verdadera Historia) y momentos patéticos (cada vez que me leo un libro sobre la Guerra Civil me dan ganas de echarme a llorar en plan Hefestión). De hecho, el único motivo por el que no estudié la carrera de Historia fue que de mayor no quería morirme de hambre, pero es una asignatura pendiente que arrastro desde hace años.

Luego uno ve que inevitablemente la disciplina científica consiste en hacer microestudios, pasarse horas y horas visitando archivos locales o registros de ayuntamiento, y se le quitan a uno las ganas de dedicarse a ello, la verdad. Pero sin cosas como estas nunca podríamos hacernos una composición de lugar mínimamente operativa de los grandes acontecimientos (por ejemplo, las cifras de muertos por la represión de ambos contendientes en la Guerra Civil, una de las miles de cuestiones polémicas de nuestro Eterno Retorno particular).

La verdad es que hasta hace relativamente poco tiempo mi interés por la historia se circunscribía a lo que intuyo es común a los aficionados en la materia sin mayores pretensiones, esto es: siglo XX (sobre todo, claro, la II Guerra Mundial) y la Historia de España, en particular a partir del siglo XV (o sea, el Imperio, o la época que merece la pena). En el primer caso, para qué vamos a engañarnos, la cosa está extraordinariamente asociada con un fenómeno que la desaparición del servicio militar obligatorio ha dejado en horas bajas: contar batallitas como trasunto y continuación del consumo de historia bélica. Podría contar miles de anécdotas al respecto, pero me contentaré con dos: la primera, una apasionada discusión a gritos entre un amigo y yo sobre los tanques rusos en la Guerra Civil española (él, inocente, se puso a hablar del T-34, hasta que indignado le hice saber que en realidad se trataba del T-28, que el T-34 no entró en servicio hasta el comienzo de Barbarroja y bla bla bla. Lo que más me ha jodido es descubrir meses después que en realidad el tanque ruso en cuestión era, al menos en los primeros años de la Guerra Civil, el T-26, aunque coincidirán conmigo en que cualquier valoración que siga el criterio científico «Precio Justo» continuará otorgándome la razón).

La segunda tiene más miga: habíamos quedado en Valencia con un amigo de Cádiz, persona extraordinariamente culta, moderada, incluso diría que pacifista militante, para una cena de confraternización que caminaba por los derroteros habituales hasta que a alguien se le ocurrió medio sacar el tema de la Guerra Fría. A los diez minutos esta misma persona se había hecho un hueco en el mantel, había conseguido un bolígrafo, y se dedicaba a dibujar (sobre el mantel) un completo mapa del dispositivo aliado previsto en el caso de una invasión soviética (en la época de la crisis de los misiles desplegados por Reagan en los países de la OTAN, principios de los ochenta): que si los rusos disponían de una superioridad aplastante en armamento convencional y tropas, razón por la cual los yanquis pretendían utilizar armas nucleares tácticas, pero claro, entonces los rusos (que no distinguían entre tácticas y estratégicas) se dedicarían a arrasar con bombas termonucleares las ciudades occidentales; que si el objetivo aliado era preservar a toda costa Amsterdam, que si España participaría en el operativo con tal y cual fragata, … todo ello profusamente explicado en el susodicho mapa del mantel, sobre el cual estábamos volcados cuatro individuos con un brillo fanático en los ojos. Tengo muchas más anécdotas de este tipo, y si les soy sincero para mí el detalle más entrañablemente carpetovetónico es que en todas las ocasiones en que este tipo de polémicas se plantean, en todas, las mujeres presentes en el evento guardan un prudente silencio mientras nos miran (y se miran entre sí) con una a mi juicio inexplicable expresión de desaliento y melancolía.

En cuanto a España, aunque posteriormente me he dedicado a trabahar en ellou de manera mucho más dispersa (en los últimos dos años me ha dado la fiebre por la historia antigua, fascinante por la escasez de datos, obviamente, con que contamos: por ejemplo, no sabemos apenas nada de Cartago porque los jodíos romanos se aseguraron concienzudamente de que así fuese; y de los Pueblos del Mar qué les voy a contar, sabemos menos de ellos que de las razones exactas por las que esta mañana se han reído en mi banco cuando les he pedido que me perdonen los intereses de mi hipoteca, pero inexplicamente las instituciones financieras no siempre se comportan así), para mí España, como para Fraga en el 77, es «lo único importante».

Pocas historias más fascinantes, y más deprimentes, de principio a fin, que la de nuestro país, que levantó un imperio imposible en pocas décadas para después quedarse postrado por su peso hasta fechas muy recientes. La metrosexualidad de la anterior frase obedece a dejar clara una gran verdad: hablar de la Historia de España acaba siendo, casi siempre, hablar de la Historia del Nacionalismo del Estado Español, sea «a favor» o «en contra». Lo cierto es que vivimos en un país a medio hacer, continuamente desgarrado entre diversas visiones, a veces complementarias, pero por lo general discordantes o directamente incompatibles, que nos mantienen a la intemperie en muchos aspectos y nos impiden avanzar como sociedad madura (podríamos definirlo, sí, en un alarde de originalidad, como «España invertebrada»). Cuando, tras treinta años de crecimiento, de relativa normalización en lo económico y, sobre todo, en lo social, incluso en lo político en muchos aspectos, uno comprueba que la histeria de las dos Españas vuelve a aparecer, una y otra vez, a veces dan ganas de tirar la toalla (o de sacar los 30.000 T-72 y 10.000 Mig-29 que tengo escondidos debajo de mi cama y arreglar el asunto de un plumazo típicamente español, que también). Sirva como muestra esta cita extraída del libro de Anthony Beevor sobre la Guerra Civil española:

El 3 de junio [de 1931], los obispos españoles enviaron al presidente del gobierno provisional una carta colectiva denunciando la separación de la Iglesia y el Estado y protestando por la supresión de la enseñanza obligatoria de la religión en las escuelas (p. 32)



6 comentarios en Friquismos (II): Historia
  1. Guillermo:

    ¿Me podrías recomendar alguna web sobre la guerra fría?

    Por cierto que hay un cuento de Isaac Asimov que cita lo que tú comentas sobre la ausencia de datos sobre Cartago, con el añadido de que los romanos no sólo destruyeron toda la información, sino que además les inventaron una leyenda negra de sacrificios humanos y otras lindezas.

    Respecto a lo de España… Pues que quieres que te diga, yo creo que lo mejor sería un referendo «clarity needed», estilo Quebec (creo que maketo power ya lo propuso) y lo que sea, que suene. Imaginaos el tiempo y energía que podríamos dedicar a hospitales, carreteras, artículos en LPD, etc. si no estuviéramos siempre a vueltas con lo mismo.

    Gracias

    O rei Javi

    Comentario escrito por O rei Javi — 29 de noviembre de 2005 a las 6:10 pm

  2. Sobre la guerra fría de antes de JC

    AUTOR: Kienitz, Friedrich-Karl
    TITULO: Pueblos en la sombra : los rivales de griegos y romanos / Friedrich-Karl Kienitz ; versión española de Elena Bombín
    PUBLICACION: Madrid : Gredos, Cop. 1991
    DESCRIPCION: 350 p., [12] p. de làm. : il. ; 24 cm
    COL·LECCION: Manuales (Gredos) ISBN: 84-249-1455-4

    Comentario escrito por refiinitivo — 29 de noviembre de 2005 a las 8:09 pm

  3. Bueno, en este país lo provisional suele acabar siendo definitivo, así que quizás mejor invertebrados y funcionando que vertebrados y rompiéndonos huesos cada dos por tres.

    Y ahora en plan friki, lo de los sacrificios de primogénitos fenicios y cartagineses no fue una invención romana. En muchos yacimientos han aparecido los «tofet» donde los sacrificaban y pruebas de los sacrificios. Curiosamente creo que en la Península Ibérica todavía no se ha encontrado ninguna de estas estructuras en las colonias fenicias o cartaginesas… ¿Se volvieron un poco hefestiones ante la reciedumbre que rezuma nuestra península por cada uno de sus poros? ¿O ya se repartían las suficientes yoyah como para no entrenerse en naderías de niños pequeños?

    Comentario escrito por mikecanonpower — 30 de noviembre de 2005 a las 8:21 am

  4. Que casualidad, Guillermo, el cuento de Asimov al que se reifere «O rei Javi» es al que te hacía yo referencia hace unos días en el foro, sobre un visor que permitía contemplar el pasado, al hilo de tu articulo sobre el libro de Arthur C. Clark. El hombre es un historiador obsesionado con Cartago, y todas sus esperanzas pasan por poder ver con sus propios ojos qué ocurrió realmente.
    El mundo es un pañuelo.

    Comentario escrito por Zimmerman — 30 de noviembre de 2005 a las 3:10 pm

  5. Ese mesmo, Zimmerman.

    Aunque parece que al final sí que sacrificaban niños. En fin…

    Por si le interesa a alguien, yo encontré los cuentos completos de Asimov a cinco euros el volumen (dos volúmenes), en el VIPS.

    O rei

    Comentario escrito por O rei Javi — 30 de noviembre de 2005 a las 4:16 pm

  6. Hola Guillermo.

    Te escribo desde la habitación de un hotel de Murcia que oh! milagro, tiene WI-FI. Parece que España comienza a modernizarse.

    Si quiere droga dura en vena con respecto a la WWII (y sus blindados) le recomiendo el excitante juego «Panzer General III: Stretcher Earth». La campaña alemana en Rusia con todo detalle. Emule a grandes proceres de la Estrategia Mundial como Zhukov, Koniev, Guderian y Von Manstein…

    Y llegue a la conclusión que donde se ponga un Tiger II aleman o un buen KV-1 sovietico…(el T-34 es el mejor tanque de la WWII, lo admito), pero admiteme que los blindados alemanes de finales de la guerra eran acojonantes…

    Comentario escrito por Garganta Profunda — 01 de diciembre de 2005 a las 11:26 pm

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