70 aniversario del Alzamiento

Tal día como hoy, hace setenta años, comenzó la Guerra Civil española. Sin afán de exhaustividad, convendría recordar una serie de cuestiones:

– Algunos opinan que comenzó, en realidad, en 1934. Hace 70 años el analfabetismo era una plaga endémica en la sociedad española. Hoy las cosas han mejorado. Pero la asociación entre «la Guerra Civil comenzó en 1934» y el analfabetismo funcional sigue siendo estrecha. Todo lo demás, la búsqueda de culpables en cualquier sitio siempre y cuando no correspondan a la derecha (y no la derecha democrática o minidemocrática, que también la había: la derecha de verdad, racial, española, hoy desaparecida aunque algunos quieran revivirla en plan Frankenstein) y el uso torticero de las fuentes historiográficas, no debería ser tomado en cuenta más allá que como fuegos de artificio de periodistillas de medio pelo obsesionados con enmendar el pasado para enturbiar y tergiversar el presente, probablemente porque no están demasiado orgullosos de su pasado (véase el caso emblemático de Pío Moa, ex terrorista).
– La guerra se cargó una democracia imperfecta para sustituirla por un régimen fascista. La doctrina del ataque preventivo («nos levantamos para evitar la revolución comunista») produjo los efectos contrarios a los que supuestamente buscaba (esto es, produjo la revolución social y el ascenso imparable del PCE y la URSS en la zona republicana, antes de la guerra muy poco importantes). No es cuestión de hacer historia contrafactual, pero parece bastante lógico pensar que la República, y su sistema de partidos, habrían avanzado, al mismo tiempo en que lo hacía la sociedad, hacia un régimen democrático sólido desde el final de la II Guerra Mundial, con independencia de lo que ocurriera en los años de dicho conflicto. Por último, es preciso señalar, frente a los fanáticos de la predestinación, que la guerra no era en modo alguno inevitable.
– La guerra fue un desastre en lo económico, lo social y lo político. Se llevó por delante 20 años de crecimiento (España no recuperó el PIB de 1936 hasta bien entrados los años 50). Se llevó por delante un régimen de libertades, por muy imperfecto que fuera, sustituyéndolo por una dictadura. Se llevó por delante, entre muertos y exiliados, a un millón de españoles, entre los cuales se contaba el grueso de la producción científica, cultural e intelectual de la época. Esto es si cabe más obvio que lo anterior, pero conviene recordarlo a fuer de eliminar cualquier delirio de asunción de un supuesto «mal menor».
– Los efectos de la guerra, 70 años después, siguen siendo muy importantes. Sin ir más lejos, en el modelo de Estado, y de democracia, perpetrado en la Transición, a la sombra de los militares y su afición por hacer pronunciamientos y dedicarse a su deporte favorito: invadir su propio país. Pero sus responsables ya no existen. El porcentaje de población que vivió la Guerra Civil desde la mayoría de edad ni en sueños sobrepasará el 1%. Conviene recordar esto para abandonar de una vez veleidades asociativas entre los españoles de hoy y los de hace 70 años. El país actual no tiene nada que ver, en casi nada, con el existente entonces. Y los españoles actuales no son herederos de ningún legado derivado de la guerra, ni siquiera aunque se empecinen en serlo. La guerra ha terminado, y el lamentable país que surgió de ella también. Y hace bastante tiempo, además.
– Así como el revisionismo sobre la guerra se ha puesto de moda en ámbitos directamente asociados con el terrorismo, la tertulia radiofónica y el papel couché, también la revisión histórica de esta materia goza de buena salud. Pero no deja de ser una engañifa. Las generaciones que hoy alcanzan la mayoría de edad ni saben, ni se interesan por el asunto, y si lo hacen no es, desde luego, desde la implicación emocional. Que es de lo que se trata. Probablemente nuestra generación, los que bordeamos la treintena, seamos los últimos de Filipinas en lo que a dicha implicación emocional concierne, por aquello de que tuvimos, o tenemos, abuelos que aún están traumatizados por la guerra y padres que lo están por el franquismo (y me permitiría decir que esto último me resulta incomprensible: ¡si gracias a la lucha feroz contra el franquismo, o a la asunción de responsabilidades dentro del mismo, llevan treinta años ocupando todos los puestos de decisión en todo!). Pero por si algunos de Ustedes, aun así, perseveran, allá van tres recomendaciones bibliográficas propias de alguien que no es especialista, ni de lejos, en la materia, es decir, libros más que conocidos: «La República española y la Guerra Civil«, de Gabriel Jackson, malignamente progre por simpatizante con la República; «La Guerra Civil española», de Hugh Thomas, malignamente progre por ecuánime; y «La Guerra Civil», de Anthony Beevor, malignamente progre por «Pequeño Thomas» cuarenta años después.



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