Friquismos (III): Tebeos (Actualizado)

Seguro que a estas alturas todos Ustedes habrán creído descubrir una gran verdad que rodea, enmarca y da sentido a la incesante y maniática serie de friquismos que hemos venido publicando en los últimos meses en esta, su casa medio abandonada. Dicha gran verdad podría verbalizarse como algo así: «este cabrón se ha sacado de la manga lo de los friquismos para hacerse el interesante, intertextual y multicultural», no en vano los dos temas que hasta ahora componían la serie, el continuo espacio-tiempo, por un lado, y la Historia, por otro, tienen más glamour que Marbella cuando aún estaba Gil y no se había convertido en un pozo de corrupción. Por momentos, diríase que este weblog se ha transmutado en una dictadura totalitaria encarnada en un Padrecito Gafapasta cualquiera.

Pues no, amigos, en este weblog, en las excepcionales e inusitadas ocasiones en que decidimos hacer algo, lo hacemos con todas las consecuencias. Y si abrimos una serie que lleva por título «friquismos«, en tanto en cuanto tales, designarán forzosamente, tarde o temprano, actividades o aficiones censurables, en sí nefandas e impropias de cualquier individuo que desee escapar a la condición de engendro social. Y ahora, precisamente en este artículo, llegó el momento de quitarnos la careta de respetabilidad de una vez por todas.

Puede que Ustedes no lo sepan (de hecho, casi seguro que Ustedes no lo saben), pero no todo en el mundo cultural que nos rodea es ópera, cine iraní o revolucionarias performances. Junto a estos espectáculos de masas, encontramos una serie de manifestaciones culturales, como por ejemplo el cine comercial, los conciertos musicales o el levantamiento de piedra, que se ubican claramente en el ámbito de la baja cultura. Pero tal vez hayan pasado en su vida por momentos espectacularmente lamentables que les hayan llevado a soportar trágalas aún peores. Pues bien, si en su hacinamiento cultural han llegado muy, pero que muy bajo, sí, a los abismos insondables, justo por encima del cine español, es posible que se hayan dado de bruces con el «noveno arte», uséase, los tebeos, una de tantas y tantas vías existentes para no dar un palo al agua y pretender, al mismo tiempo, dedicarse a actividades mínimamente formativas.

En cualquier caso, y para ser justos, cabría analizar al conjunto de los aficionados a los tebeos subdividiéndolos primero en dos compartimentos (no necesariamente estancos) diferenciados por criterios generacional – conceptuales:

– Por una parte, están los tebeos que todo el mundo leía cuando era niño, que en mi caso provenían casi siempre de esa magna factoría de las ideas que era la editorial Bruguera. Se trataba de un cómic de autor excepcionalmente bien definido (dado que casi todas las historias seguían unos criterios de secuencialidad cuya rigidez haría palidecer al mismísimo guionista de «Fortaleza Infernal 2»), barato, previsible y hondamente español en sus fundamentos (por cuanto casi todos los personajes que hoy forman parte de nuestra historia nacieron en plena España de Franco). Pero, claro está, había pequeñas diferencias entre unos autores y otros. Una cosa era devorar Mortadelos, echar una ojeada a Sir Tim O’Theo y carcajearse con Anacleto. Y otra muy distinta era leerse un Zipi y Zape como si la cosa revistiera el más mínimo interés. Básicamente, si Usted en el pasado disfrutaba con Zipi y Zape y similares, por decirlo suavemente, ya va siendo hora de que salga del armario. También podríamos citar, sobre todo si Ustedes están ya bordeando la treintena, monumentos al friquismo como la revista «Don Miki» (escrito tal cual, con un par), de la que se llegaron a publicar más de mil números en España. En una fase ligeramente posterior aparecía Superlópez, que en sus primeros números ofreció aventuras de excepcional calidad que irían degenerando a un ritmo imparable a partir del número 10 (y hasta la actualidad), en un bonito símil del Imperio español.

Una evolución lógica de la situación anterior era hacer Unión Europea desde la infancia a base de comprar tebeos de nefandos autores extranjeros, sobre todo franceses, como diciendo que dentro del cómic también había mid-cult, además de la mass-cult representada por Bruguera. Dicha mid-cult se centraba en la práctica en la conjunción del chauvinismo francés expresado por Asterix con el chauvinismo metrosexual francés del que Tintín era su principal realización (no en vano, el autor era belga en tanto francés). Algunos nunca pudieron superar esta fase de la infancia y acabaron inventándose una serie de tonterías sobre la «línea clara» y el «espacio europeo de decisión» opuestos, naturalmente, al Gran Satán. La razón de todo este destarifo discursivo era, como pueden Ustedes imaginarse, inventarse alguna excusa para seguir viviendo con sus madres hasta bien entrados los cincuenta.

Por último, cabe reseñar la incidencia en España de este mismo fenómeno de reconversión del fan con productos reciamente españoles, esto es, el Capitán Trueno, el Jabato, el Guerrero del Antifaz y, para los más exacerbados «Se rompe España», Roberto Alcázar y Pedrín, todos ellos emanados (salvo, quizá, Roberto Alcázar) de las fuentes nutricias del Príncipe Valiente, de Hal Foster.

– El cómic americano: como todos Ustedes saben, EE.UU. es un país de individuos incultos, ridículamente optimistas, horteras, vulgares y con un absurdo sentimiento de superioridad derivado de su PIB, sus logros científicos, la fortaleza de su sistema político y el portentoso tamaño de su ejército. Cabría esperar que sus realizaciones culturales obraran en consecuencia, y en efecto así es: el cómic americano se basa en la figura del superhéroe, que es un individuo ataviado con un pijama ridículo que, en plan übermensch, es capaz de todo tipo de proezas sobrenaturales. Normalmente, el superhéroe tiene una identidad secreta igualmente absurda por lo inverosímil (lo inverosímil que nos resulta a nosotros, cultivados europeos que aportamos al mundo los toros y el fandango, entre otras muchas cosas, que nadie se dé cuenta de que el superhéroe A y el delineante B son la misma persona). La versión más acabada del modelo es Superman, que inauguró en 1935 el género de los superhéroes, y su alter ego, Clark Kent. El tío se cambiaba algo el peinado, se quitaba las gafas, se ponía un ridículo pijama rojiazul y a vivir.

El mercado del cómic americano se basa en un auténtico equilibrio del terror entre dos compañías: DC, fundada en los años 40 (Superman, Batman y un puñado de perdedores acompañantes), y Marvel, fundada en los 60 (Spiderman y los infames X-Men, entre otros). En España fue Marvel quien siempre llevó la voz cantante, fundamentalmente porque las editoriales que gestionaban los pertinentes derechos eran, por lo común, más eficaces en su acceso al público, y de esta manera el chaval que se sentía fuerte y poderoso para dar un salto involutivo desde los disfraces de Mortadelo hasta los pijamas superheroicos lo daba, normalmente, hacia Marvel. Por fortuna, la mayoría de estos chavales, tan pronto como abandonaban definitivamente la infancia, o bien volvían a Mortadelo o bien se dedicaban a cosas más serias, como Gran Hermano, y así dejaban al mercado del cómic americano en el estado comatoso del que, en buena lid, probablemente nunca debería salir. Pero por desgracia siempre había una minoría de inadaptados sociales que continuaba, y continuaba, consumiendo cómics. Claro, no es tan sencillo justificar el tiempo y la inversión económica necesarias para ver dibujitos cuando tienes 25 años o más que cuando tienes 13 (salvo si te dedicas al arte conceptual), así que había que inventar algo, y nada mejor que agarrarse al rollete de designar las aficiones como «Noveno Arte». No es que nadie del entorno se lo crea, pero dado que la autosugestión es una fuerza muy poderosa tal argumentación permite mantener a estos individuos durante años o incluso décadas anclados en la infancia, generando muchas veces en el proceso una serie de efectos colaterales: considerable aumento de peso, profundo desapego por la elegancia en el vestir y por la higiene corporal y, de nuevo, asentamiento en el hogar familiar hasta bien entrados los cincuenta. Si la afición, en principio todavía más patética, no es propiamente por los superhéroes o similares sino por lo que se ha venido a denominar «cómic de adultos» la sintomatología es prácticamente idéntica salvo por el detalle de que el individuo extiende su pasión por el porno también al «Noveno Arte».

Y, tal vez se preguntarán Ustedes, ¿cómo es posible que alguien como el autor de este weblog, que como es evidente no comparte ninguna circunstancia con los especímenes analizados, sea aficionado a los cómics? Seamos serios, señores; algunos nos dedicamos a elaborar investigaciones mu serias sobre el mundo que nos rodea, es más, vivimos parcialmente de ello, y si para acometer dichas investigaciones con mayores garantías de éxito es preciso descender a los infiernos del friquismo tebeístico, se desciende.

Actualización: un amable lector me hace llegar una precisión de todo punto necesaria que procedo a reproducir:

El problema surge en que al clasificar los tebeos, cómics o como los quiera llamar se ha olvidado de un subgénero que últimamente ha adquirido bastante importancia. Se trata del manga o cómic japonés, un subgénero nacido para los pseudorrebeldes que odiamos todo lo americano por ser tal y a los que el cómic español nos parece demasiado lineal o infantil. Desde mi punto de vista no debería dejar de ponerlo, pues si el cómic americano ha creado una generación de treintañeros gordos que aún viven con sus padres, el manga va a crear (pues es un fenómeno relativamente más reciente) otra generación dedicada a ver series de dibujos como dragon ball, pokemon o naruto que se pasan horas y horas por foros de internet discutiendo sobre si esta técnica es mejor que aquella otra y que van a jornadas dedicadas a jugar a RPGs de videoconsola en un idioma que nadie entiende solo porque los acerca más a japón (la tierra deseada, el edén de todo mangaka). Esta gente, que se gasta 120 euros en una figura de un videojuego solo porque está hecha de resina (porque no es ni exclusiva ni limitada) y que acaba cogiendo los libros de texto por la contraportada mientras maldice a los occidentales por editarlos al revés también se merece un rinconcito en nuestros corazones.

Gracias por su paciencia.
Atentamente khispa.



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