Breve historia de la literatura de viajes

La publicación hace un lustro de “Sitios a donde no pienso ir: París”, revolucionó el mundo de los libros de viajes. Hasta entonces suponían bien un viaje interior asentado con firmeza en el viaje exterior, en el caso de los mejores, o un relato de paisaje y paisanaje escrito con más o menos oficio según el talento del autor. Abajo del todo quedaban los itinerarios turísticos disimulados a duras penas. Sin embargo, con esa obra, Arturo González se enfrentaba al viaje de varias formas. Primero negándose a hacer el trayecto por repulsión al lugar de destino, justificando tal decisión en sus mal fundamentados prejuicios. Luego realzaba esos prejuicios hasta convertirlos en teorías. Al final los aplicaba a otros sitios de alrededor de la ciudad protagonista, aunque algunos muy lejanos, en los que sí había estado, casi siempre por motivos de trabajo o yendo a regañadientes por cuestiones familiares o asuntos de faldas. Su lema, mezcla del unamuniano “que inventen ellos”, y el sartriano “el infierno son los demás” era “que viaje Perry Mason”.

Así, en “Lugares a donde no pienso ir: París”, muestra una Teruel apocalíptica y desordenada. Parte de la historia de “Los amantes de Teruel”, aunque con datos equivocados, lo que hace dudar incluso de que haya pisado esa tierra. Gracias a unos datos sobre matrículas de coches logra pasar con suavidad a un pasaje centrado en Fuengirola, donde habla de cómo hacer un espeto de sardinas perfecto. Hace el Camino de Santiago por la Ruta de la Plata sin moverse de Estepona, mediante las conversaciones por teléfono con un joven sobrino que en ese momento está en Londres. La correspondencia de dicho familiar con una amante italiana que se encuentra en Berlín gracias a la beca Erasmus da lugar a una serie de episodios centroeuropeos. Por un lado se acerca la Galia mediante el recuerdo de los tebeos de Astérix. Una comparación con los tipos de nieve de Sierra Nevada, donde el autor estuvo durante un puente de la Constitución, atrae a Austria por el otro lado. Conecta todo ese frío con una reflexión sobre el mastín del Pirineo, perro que tuvo una de sus ex-novias, con lo que también pone una pica en Perpiñán. Con un agudo artículo acerca del género negro y la obra de Henning Mankell, diserta sobre Suecia, Dinamarca y aprovecha para realizar una encendida diatriba, arrabalera en ocasiones, sobre el norte de Francia.

Recordemos algunos logotipos o símbolos visuales conocidos. Por ejemplo el de Tabacalera. O el antiguo de los años ochenta del equipo de baloncesto Atlanta Hawks. Ambos se basan en un dibujo “fuera” que deja “dentro” lo que interesa. En un caso la “T” de Tabacalera. En el otro la cabeza de un halcón. En ambos casos, los elementos dibujados “fuera” no cuentan con formas definidas ni belleza alguna. Su labor es envolver. De la misma forma, el descabellado rodeo de Arturo González, consigue envolver y dejar “dentro” a París. Tras sus idas y venidas sin sentido ha conseguido dibujar elementos aparentemente toscos que, sin embargo, voilà –nunca mejor dicho- ofrecen un París que jamás fue tan París.

La Ciudad de las Luces se aparece entonces al lector alejada de los tópicos, desprovista de ideas preconcebidas, nueva ante lo ojos pero sin perder un ápice de su carácter e historia, algo así como servir un delicioso plato predilecto de manera inigualable en un restaurante maravilloso que no se conocía. Subir a la Torre Eiffel, pasear por los campos Elíseos, Montmartre o el Barrio Latino se convierte en el despliegue de un selecto banquete. La conclusión supuso una renovación en este tipo de literatura: aquel que está demasiado implicado, absorbido por el vórtice del tornado y subiendo por el embudo carece de la capacidad de observación del que allá en la lontananza observa con unos prismáticos. La crítica, y también muchas personas cultas y con un criterio sólido, elevaron este libro, y con razón, a los altares.

Un año después llegó a las librerías “Puerto Rico: yo estuve allí”. Todo el mundo esperaba una exposición del país caribeño similar a la realizada con París. Arturo González sorprendió con un planteamiento diferente. Aportó en este caso la visión del turista ocasional. Y en este caso del turista ocasional y borracho al menos un 65% del tiempo, resacoso o dormido el resto. De esta manera la obra está plagada de lugares comunes, trivialidades, bobadas y anécdotas manidas. La acumulación de estos elementos va creciendo hasta hacerse insostenible, hasta desbordar. Llega a hacer chascarrillos con los términos Puerto Rico y Puerto Hurraco. Los últimos capítulos se dedican a repetir y exagerar lo ya expuesto. El resultado es un gigante de tópicos, un coloso de vulgaridad e ignorancia jamás observado hasta entonces. Justo ahí se produce el milagro. Todo aquello que no refleja el texto es Puerto Rico. La excelencia del viaje y la literatura, el alma de la antigua colonia española y ahora estado asociado de E.E.U.U. están captadas con el genio que sólo puede aportar la insinuación y la sutileza, hasta tal punto que la esencia de esta zona del mundo se materializa en lo no escrito. El autor parece crear un libro basura, pero no lo crea, sino que lo elimina de la única forma posible, exhibiéndolo primero y tirándolo después al contenedor, digámoslo así, de la hipérbole. Queda entonces otro libro, no oculto por inexistente, no ilusorio por hipotético, sino tan evidente, sencillo y claro que se construye al instante en cuanto se cierra el que parecía real.  Puerto Rico se erige pleno y sin necesidad de una sola sílaba una vez se ha amputado su negación impresa negro sobre blanco.

Se publica por fin el tercer libro de esta serie de viajes: “Extravío con mozzarella”. Arturo González describe en esta obra una serie de viajes históricos que estaban basados en lamentables geografías, como las conquistas de Alejandro Magno o el conocido de Colón a las Indias. Desde la antigüedad a la edad moderna hace un repaso por mapas incompletos o cartas de navegación faltas de conocimientos. De lo histórico, pasado y general pasa a lo anecdótico, actual y particular. Y lo hace de forma suave, progresiva, lenta, hasta construir una tela de araña donde buques españoles hundidos hace siglos abrazan a familias canadienses que se pierden con su roulotte al ir hacia el Niágara, donde ejércitos desorientados en el desierto y hostigados por los asirios dan la mano a pícaros taxistas madrileños que tardan una hora en recorrer medio kilómetro, donde caravanas de mercaderes que vuelven sin querer al lugar de donde partieron miran de frente a alpinistas de fin de semana que intentando conquistar una cima coronan otra más difícil sin pretenderlo. En un extremo la primitiva observación de las estrellas, en el otro las instrucciones del GPS del coche.

Esta red de delicadeza extraordinaria consigue mostrar, puesto que todos los caminos conducen a ella, la mejor interpretación de la ciudad de Roma realizada hasta la fecha. Lo poético convive con lo narrativo en armonía perfecta. La vida en esa ciudad queda exaltada hasta resultar palpable. No queremos destripar el contenido de este libro que recomendamos con fervor, pero se trata del único libro de viajes donde no se va hacia el lugar descrito, sino que el lugar va viniendo hasta que, de pronto, ha llegado: helo aquí. Roma pura.

Una buena noticia para terminar. El autor ha adelantado que su siguiente trabajo se basará en los apuntes recopilados en un cuaderno en blanco de papel reciclado que enviará por Seur a mil puntos del globo, con la indicación de que se abandone en un monumento señero. Unos empleados empaquetarán el cuaderno de nuevo para que continúe su odisea. Lo que traiga, desde mordiscos, apuntes o garabatos hasta churretes, señales de pisadas o manchas de fluidos, servirán para la elaboración de lo que ha calificado como un ensayo metaliterario sobre los propios libros de viajes.

Sólo cabe preguntarnos con qué vuelta de tuerca nos sorprenderá Arturo González en esa próxima entrega y esperar que alguna editorial se anime a publicar las obras reseñadas en edición de bolsillo.

Comments

  1. billete de ida wrote:

    Falta el enlace a amazon para comprar los libros, porque en guguel no los encuentro…

  2. Il Venturetto wrote:

    Recuerdo que, tras la publicación y el merecido éxito de “Puerto Rico: yo estuve allí”, apareció un advenedizo escritor de segunda fila que, cual Avellaneda del tres al cuarto, quiso continuar el viaje situando al propio Arturo González en un San Juan postapocalíptico y lleno de evidentes referencias a Tordesillas.

    El bueno de Arturo González optó por la mayor y anunció que, como ya hiciera Cervantes con su Quijote, él mismo iba a continuar su obra acabando con el personaje principal (él mismo) al final del relato, cogiendo una melopea tal que no le iba a reconocer ni la madre que lo parió.

    Según tengo entendido, la borrachera se la cogió, pero olvidó el propósito de la misma y así pudo finalmente escribir el relato de Roma.

    Lo que sí es seguro es que ambas guías turísticas estuvieron merecidamente varias semanas entre los libros más vendidos de no ficción.

  3. Airos wrote:

    ¡Auténticas bofetadas por escribirle los prólogos, señora!

  4. engelson wrote:

    Estupendas reseñas. Si algo ha tenido siempre González es la habilidad para epatar mientras nos informa, tal vez sea literatura de viajes, a mi me gusta pensar que lo sensible es efímero, cómo un viaje inacabado no se sabe bien porqué, si es que es posible pensar tal cosa en estos días

  5. Sra González wrote:

    Creo que Planeta ha comprado los derechos de la edición de bolsillo de las 3 obras y de la que está por venir.

  6. Arturo González wrote:

    Quiero agradecer al autor de estas reseñas su apoyo, pues me debo a los lectores. Me gustaría hacer una corrección si me lo permite. Al final no voy a enviar el cuaderno por Seur, ya que el patrocinador será MRW. Gracias a todos por vuestras palabras.

  7. tartamundos trotamud wrote:

    ¡Qué elegante siempre Arturo González!

    Rectísimas las rayas de sus pantalones.

  8. Pogrom Pom Pom wrote:

    Espero con ansía el cuarto libro: «Templos del Reguetón», donde se toma como punto de partida las tesis del milenarismo de Fernando Arrabal y se acaba yaciendo con dos jamelgas de raza incierta en un lupanar de Bombay, como debe ser.