Benedicto 16.0
Ya conocen el tópico del poli bueno-poli malo. El primero suele ser el conciliador que pone el flexo en la cara del interrogado y le pregunta que si le molesta la luz o le suena la nariz, que con las esposas usted no va a poder, caballero. El otro espera detrás dejando claro que entre morder la yugular o la aorta se queda con las dos opciones. Ese contraste hace que la víctima se eche en los brazos del más simpático, aunque ambos jueguen a lo mismo.
Esto no sólo se hace en los calabozos de cine o en aquellos reales que sigan con el plan antiguo, sino también en la cosa pública. Tenemos ejemplos muy recientes. Durante cierto tiempo Felipe González fue el amigo de los niños y los perros mientras Alfonso Guerra se encargaba de echar espumarajos por la boca. Hablando de perros, Aznar tuvo a su dóberman Cascos y a algún que otro guardián, de esos prestos a la dentellada en los tobillos o donde pillaran mientras el presidente perfeccionaba su catalán en la intimidad. Así que el españolito-de-a-pie-sentado-o-en-un-vehículo-cualesquiera desviaba su atención hacia el ogro. Una vez que el monstruo caía, las cartas se ponían sobre la mesa. Así teníamos a un González que deletreaba el abecedario hasta pararse en la X, que de ahí no pasaba, o a un Aznar que pedía a gritos una camisa de fuerza para poder trabajar en ellouuu con comodidad. Ustedes seguro que recordarán más muestras de esta técnica de despiste.
En los últimos años, la Iglesia también la ha utilizado. JP II era el más bondadoso a este lado del Vaticano, el Papa almibarado a cuyo lado Emilio Aragón parecía un pecador de la pradera. Por detrás estaban los afilados caninos de Ratzinger y ese mensaje de “que voy p’allá”. Y claro, alma de cántaro, se quedaba usted con el polaco, que como mucho le iba a dar unas collejas. El poli bueno se nos ha ido con todos sus camarlengos y avíos. Como siempre que uno de los dos desaparece de la escena, la situación empieza a clarearse hasta la transparencia.
Ratzinger siempre ha sido la otra cara de JP II. Wojtyla ponía la sonrisa de dentífrico y los besos en el suelo de los aeropuertos y en la mejilla de todo niño que se cruzase en su camino. Tras esa imagen sólo había un fondo reaccionario y ultraconservador, o sea, la Iglesia (me asombran aquellos que la confunden con una ong, un partido o una asociación de barrio y solicitan más progresismo). Pues ya tenemos ese fondo en la superficie. El Santo Padre malo matiza el papel que representaba el Santo Padre bueno. Ahora todo está claro. Este moderno Benedicto 16.0 ya no tiene que fingir. La película Torquemada tenía primera y segunda parte. Dicen que es un Papa de transición, así que lo mismo tenemos una trilogía. Perdón, una trinidad.
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