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Julio de 2004: Por naturaleza o por vicio

Por si alguno de Ustedes, despistadillo, todavía no lo sabía, la Conferencia Episcopal Española se ha despachado a gusto sobre la homosexualidad, dejando bien clarito que, para todo buen cristiano, el asunto es cristalino: los homosexuales lo son por naturaleza, en algunos casos, pero también por vicio. Que hay mucho sarasa suelto al que lo que pasa es que le gusta demasiado el asunto sexual, y Dios los cría, criaturitas, y ellos se juntan.

Nada nuevo, y la cosa no pasaría de una afrenta más del rojerío masón a la Ley de Dios si se limitaran a juntarse a la vía tradicional. Pero la Conferencia Episcopal ha tenido que aparecer y poner los puntos sobre las íes porque la cosa, en España, tras la implantación de un Gobierno a las órdenes de Ben Laden, va a ir un paso más allá de la provocación: ellos se juntan y el Estado pretende, si se cumple la promesa de ZP, reconocer tal unión. Vamos, que los maricones y las bolleras van a poder casarse como si tal cosa. Como los matrimonios decentes, los de verdad. ¿Cabe imaginar mayor depravación que una institución santa como el matrimonio, un sacramento, contaminado por mariconazos y lesbianazas?

Aunque la Iglesia no haría mal en tranquilizarse un poco. Que el Estado reconozca efectos a esas uniones en su ordenamiento y ámbito de influencia no obliga a la Iglesia a hacer lo propio. Cada cual a lo suyo, que ellos se preocupen de la Ley de Dios y se limiten a sus cosas, sin miedo. El Estado no puede liquidar el matrimonio tal y como lo entiende la Iglesia, pues sólo a ella compete, en su ámbito, regularlo. Para quien se lo crea, que son cada vez menos. Y luego, los ciudadanos, democráticamente, organizamos las maneras de conviviencia desde el Derecho civil de la forma más sensata posible. Que suele ser, por lo demás, bastante diferente a la que preconiza la Iglesia católica. Pero eso, la verdad, no viene al caso. Porque las relaciones entre Derecho y moral privada, contingentes como son, pueden hasta provocar coincidencias puntuales con los más exóticos e irracionales credos.

Por último, ha señalado la Iglesia española que se empieza así y se acaba aceptando la convivencia no ya de dos mariconazos sino de tres o cinco. O de veinticuatro. O sea, del vicio al por mayor. Y, en este punto, la verdad, hemos de darle la razón. Porque es cierto que, desaparecida la vieja idea de matrimonio y el motivo último de su protección jurídica (la consideración social de que una determinada unión era la forma más apta de lograr descendencia y su óptima socialización para asegurar la supervivencia del cuerpo social), certificado jurídicamente (como ya lo está socialmente a todos los efectos) que el matrimonio no es a día de hoy más que una unión de convivencia entre quienes voluntariamente desean inciar un proyecto de vida en común, es cierto que la evolución lógica es ampliar la tolerancia y el respeto jurídico a quienes desean hacerlo más allá de las limitadas fronteras de la vida de pareja. La poligamia, y en general cualquier tipo de unión voluntaria y libre, aunque incluya a más de dos personas, ha de ser aceptada (y, por supuesto, no debiera ser un delito). Y, en la línea apuntada por la Iglesia, ¿por qué no aceptarla también como matrimonio, con una regulación que garantice la libertad de sus integrantes?

ABP (València)