DESDE
LA CHOZA MULTICULTURAL
Un
intento de denunciar las mentiras comúnmente aceptadas como
verdades fundamentales del Sistema
Frente
a la oleada ideológica uniformizadora que recorre el mundo,
un ventanuco de crítica al Sistema.
Frente al gran capital oligopolístico generador de desigualdades,
nuestras recetas macroeconómicas de andar por casa.
Frente al imperialismo cultural aniquilador de la diversidad, tolerancia
y mestizaje.
Las
Pirámides de Egipto, el Modelo
Tras
siglos y siglos de dudas y experimentaciones, un paradigma económico
al parecer definitivo está ocupando el conjunto del mundo
mundial: se trata de la visión neoliberal de la globalización,
en virtud de la cual entraremos en un régimen de competencia
absoluto regido por la sabia mano del mercado que nos llevará
al modelo de prosperidad "más mejor" que en el
mundo ha sido.
Sin
embargo, las recetas macroeconómicas ideales (al suprimirse
los aranceles, obstrucciones y, mayormente, impuestos de los Estados
las empresas pueden contribuir a la prosperidad de todo el mundo
creando empleo), como los planes de batalla geniales, raramente
superan el primer día de aplicación práctica.
Las cosas, y cada vez en mayor medida, tienden a funcionar así:
Imaginemos
que el empresario -para ocultar su identidad, parafraseando a los
Simpson, lo llamaremos Bill G. o, mejor, B. Gates- se dirige ufano
a una importante entrevista con J.M. Ánsar, presidente del
Gobierno de uno de las diez mayores economías del mundo (la
décima, claro). Bill G. está pensando montar en el
país, que llamaremos E. Cañí, la sucursal en
Europa de su multinacional de software y servicios de la información.
Llega
un momento de la discusión en que B. Gates está a
punto de levantarse, pues José María À. no
está dispuesto a aceptar el punto cuatro de las exigencias
(sí, exigencias) de Bill G., a saber, que José María
À. le permita pagar un 20% de impuestos (cuando le correspondería
un 35%). José María À., con firmeza, le hace
saber que puede meterse su propuesta por donde considere oportuno,
pues no en vano ¿no es España C. el adalid de la flexibilidad
laboral, que le permitirá a MicroS. contratar esclavillos
por cuatro perras y echarlos cuando quiera sin ningún problema?
Sí,
contesta B. Gates, pero esclavillos tengo por todas partes y además
Musampa Bokassa, dictador del bello país tercermundista de
Absurdochistán, le ofrece no sólo esclavos aún
más baratos, sino además pagar sólo un 5% de
impuestos.
Al
final J.M. Ànsar tiene que acabar cediendo, no sólo
con B. Gates sino con todas las multinacionales, o exponerse a que
cada vez más empresas como M.Soft se vayan a países
tercermundistas (incluso las que ya están firmemente asentadas
en E. Cañí desde hace décadas), sin contribuir
a la prosperidad de dichos países desde el momento en que
pueden no pagar impuestos (y si lo hacen, éstos van directamente
al bolsillo de los dirigentes del país) y contratar esclavos
en condiciones laborales irrisorias.
Ése
es, exactamente, el problema. Las empresas están globalizadas
pero los ciudadanos y los Estados no. Y ante un panorama tan desequilibrado,
en el que las empresas se benefician de la enorme competencia entre
Estados por ofrecer las mejores condiciones económicas para
evitar un mal mayor (el aumento del paro), y se benefician, además,
de la competencia desleal de dictaduras en donde los derechos laborales
tienden al mismo estatuto que el de los siervos de la gleba, las
cosas sólo pueden empeorar. Hasta la fecha Occidente no ha
notado demasiado los efectos de la globalización gracias,
fundamentalmente, a que viven de los réditos del Estado de
Bienestar y a que poseen el privilegio de contar con la tecnología,
las infraestructuras, el capital humano y la seguridad más
adelantadas. Pero sí se está notando, y mucho, en
las jóvenes generaciones, que han de enfrentarse a un mercado
laboral en condiciones draconianas para el común de los ciudadanos,
aumentando la precariedad, reduciendo los sueldos hasta niveles
ridículos (pues sólo así, se supone, pueden
sobrevivir "nuestras" empresas contra las de "ellos"),
y malbaratando el tan cacareado "capital humano".
Sistematizando
algo este chapapote que nos retrotrae a los mejores tiempos del
Politburó, los principales elementos del problema son los
siguientes:
- Contrariamente
a lo que cabría suponer en un principio, la globalización
no beneficia al Tercer Mundo, o al menos no lo beneficia si asumimos
que "beneficiar" va más allá de instaurar
un mercado laboral precario en el que los sufridos trabajadores
son despedidos y contratados en masa por unos sueldos míseros
que colocan las multinacionales en una subasta "a la baja"
(cientos de países ofreciendo menos dinero por más
horas). En este contexto, lo que se crea no es clase media, sino
clase baja (reproducción del modelo argentino).
- Se
supone que, en tal caso, la globalización debiera beneficiar
al Primer Mundo, pero tampoco, puesto que aunque el PIB no ha hecho
más que crecer en los últimos veinte años las
condiciones de trabajo empeoran continuamente: la clase media, tras
unos años de bonanza propiciados por Papá Estado,
se está convirtiendo en clase media - baja, con peores sueldos
y peores trabajos (sobre todo peores en lo que toca a la eventualidad:
contratos precarios).
- ¿A
quién beneficia entonces? A las empresas, naturalmente, y
a la clase alta que recibe los dividendos de dichas empresas. El
Estado, en un régimen de competencia con otros Estados por
las mismas multinacionales, tiende a mantener o subir los impuestos
sobre las rentas del trabajo, y a bajar el impuesto de sociedades,
porque así se lo piden las omnipotentes empresas.
- El
Estado está atado de pies y manos porque no puede enfrentarse
a las multinacionales (salvo, y cada vez menos, los más fuertes),
y su respuesta para tener al público contento se limita a
mantener las excelentes condiciones laborales del sector público,
que además cada vez aumenta más su peso específico.
De esta forma, se está creando una surrealista brecha en
cada país, donde los privilegiados son los trabajadores del
sector público por el hecho de serlo (y tener, en consecuencia,
seguridad laboral y un sueldo aceptable, sólo aceptable).
En el pasado uno optaba por la seguridad, y las mejores condiciones
laborales, del sector público, o por intentar enriquecerse
en el sector privado (más sueldo y más trabajo, menos
vacaciones, menos seguridad, pero "si eres bueno prosperarás").
Ahora el dilema ya no existe, pues cada vez está más
claro que en el sector privado las cosas van aceleradamente a peor,
mientras Papá Estado sigue resistiendo en el sector público
(son muchos votos directos); comparativamente no hay color entre:
o
Auxiliar de Ayuntamiento (secretario, sector público):
200.000 ptas. limpias "para toda la vida", previa oposición.
No se extrañen de que CEAC, el baremo para estas cuestiones,
no deje de bombardearnos con anuncios ridículos ("venga,
llámame").
o Ingeniero industrial (se supone que un puesto altamente cualificado,
sector privado): 150.000 ptas. para los seis meses que dura el
contrato, con suerte (suerte en lo tocante tanto al dinero como
a la duración), "pero no te preocupes, tú vales
mucho, si trabajas bien -o sea, si trabajas 60 en lugar de 40
horas- prosperarás en esta empresa, y bla bla bla".
En el 90% de los casos, es falso, pues ¿para qué
hacer fijo a alguien, salvo que realmente sea excepcional, si
tenemos unos cuantos chavalotes dispuestos a trabajar en las Pirámides
del Faraón con un contrato de prácticas con suerte
aún peor que el anterior?
- Es
injusto, en este sentido, que los beneficios del Estado de Bienestar
sean la causa aparente de su desplome (demasiados gastos fijos para
un Estado que no tiene ingresos suficientes). Si no hay ingresos,
no es de los ciudadanos de donde, una vez más, hay que sacarlos,
pues
- aunque
esto sea de perogrullo, el Estado debe legislar para sus ciudadanos,
no para las empresas. No hay falacia más repugnante que la
que afirma que "las cosas son así, y hay que adaptarse",
o que en la globalización aparentemente casi todos vivamos
peor que antes y haya que asumirlo con cristiana resignación.
Si es preciso legislar, por una vez, en contra de las sagradas empresas,
aprovechando sus beneficios para beneficiar a los ciudadanos, vía
subsidios directos (por ejemplo una renta mínima para cada
ciudadano) o marco laboral menos desequilibrado, se hace.
- Todo
esto suena muy bonito, pero ¿cómo se hace? ¿Cómo
mejorar las condiciones laborales, apretar algo las tuercas a las
empresas vía impuestos, si habíamos quedado en que
entonces todas las empresas, y el trabajo (por precario que sea)
se irán con Pepito o Jaimito, generalmente dictadores tercermundistas
que expolian a su población? Pues lo único que se
me ocurre es adaptarse políticamente a la nueva situación;
pero adaptarse políticamente no es hacer lo que dice el FMI;
es asumir que el principal de los poderes sigue siendo el político,
y en consecuencia, ejerciéndolo. La única solución
posible, por tanto, es una acción concertada transnacional
de los Estados que, en lugar de hacerse la competencia entre ellos,
cree un marco laboral y fiscal mínimamente favorable a sus
intereses, pues no olvidemos que las empresas no viven de fabricar,
sino de vender, en concreto, en los mismos Estados a los que expolian
primero aprovechándose de sus dificultades para adaptarse
a la globalización.
La
solución, por tanto, tal y como yo lo veo, no es aguantarse
y asumir que las empresas harán lo que quieran y el mercado,
en su infinita sabiduría, proveerá (obligando a mejorar
las condiciones laborales para que no desaparezca el consumo), pues
esta solución nos llevaría a argentinizarlo todo y
sustituir un modelo de clase media "opulenta", el occidental,
por una mísera clase media (occidental y oriental) que será
la que consuma lo suficiente para que el cotarro siga funcionando
(diez chinos hacen un occidental "opulento", en términos
de consumo). Recordemos que la Unión Europea es el mercado
más grande del mundo; quizás va siendo hora de que
sus instituciones abandonen la retórica barata del "FMI
way of life" para centrarse en eliminar los abusos de las
empresas dejando claro quién debería mandar aquí,
por la vía que sea (colocando aranceles draconianos a aquellas
empresas que deslocalicen sus industrias, colocando un impuesto
del 60% sobre los beneficios, obligando a las multinacionales, en
suma, a "renacionalizarse" en la UE).
Guillermo
López (Valencia)
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