ACTUALIDAD DE ESPAÑA OCTUBRE
DE 2003
30/10/03:
El eterno retorno
Parece
ser que en el País Vasco el PNV, acaudillado por el lehendakari
Ibarretxe, ha presentado un plan de "Libre Asociación"
con España cuyo objetivo último sería -¡oh
no!- la Secesión. Como partidos políticos, organizaciones
sociales, empresariado y medios de comunicación han venido
recordándonos desde hace meses y meses, este Plan es importantísimo,
terrible, por lo que constituye de desafío a la propia España
y al Estado de Derecho. Por tanto, las energías de todos
ellos deberían dirigirse a "evitarlo", por encima
de algunas nimiedades de la política cotidiana que preocupan
a los egoístas ciudadanos, como la vivienda, los impuestos,
la inmigración,
Sin
embargo, en LPD no creemos (o al menos yo no lo creo) que el llamado
"Plan Ibarretxe" sea una cuestión tan importante.
Ni siquiera es novedosa. De hecho, se limita a poner por escrito
lo que el PNV -o al menos la parte del PNV que manda- ha pensado
siempre, y desde hace cierto tiempo no ha tenido problema en verbalizar.
Ya saben, aquello tan peculiar de "lo de ETA es terrible, pero
¿y la insoportable presión asfixiante que sobre nosotros
ejerce Españaza qué?", y a partir de ahí,
todo lo demás.
Frente
a esta propuesta dialéctica tan sorprendente, Madrid (y lo
pondremos sin comillas porque es justamente Madrid quien más
se preocupa de estas cosas, o al menos la visión de España
que se tiene desde el Gobierno que actualmente se asienta en Madrid)
responde jugando con las mismas cartas (fundamentalmente porque
cree que es un asunto que le proporciona votos, y la oposición
tiene miedo de perderlos si no sigue el juego): el Plan Ibarretxe
es importantísimo, prioritario, etc., y todo lo demás
en segundo plano.
La
verdad es que cualquier persona con dos dedos de frente sabe que
el Plan Ibarretxe es irrealizable. Una boutade, en el mejor de los
casos. Una locura, en el peor. No hay ninguna posibilidad de que,
en el marco de un Estado democrático como España,
una parte del país pueda independizarse. Y menos en el contexto
de la UE. Es estúpido, es innecesario, es anacrónico,
y sobre todo es perjudicial para los que buscan la independencia,
si es que hay más de un 15% de la población de Euskadi
que realmente esté dispuesta a renunciar a todo (bonanza
económica, pertenencia al mercado común, y un largo
etc.) a cambio de casi nada (cuatro símbolos de nulo valor
real pero singular valor cultural - histórico de la Caverna).
En
realidad, lo preocupante no es el Plan Ibarretxe en sí. Dicho
plan no es sino la conclusión lógica de varios años
de sinsentidos labrados alrededor de un pulso surrealista entre
el Gobierno y el PNV en el que ambas partes enviaban mensajes totalmente
desprovistos del sentido de la realidad (discusión surrealista
pero que, no lo olvidemos, beneficiaba a ambos). El problema es
la conversión de España en una especie de híbrido
"Españaza por fuera, Españita por dentro"
que resulta profundamente irritante a los que ya en el pasado sentían
resquemor respecto de su pertenencia sentimental a un determinado
país, nación, patria, o marco jurídico - político,
como quieran Ustedes llamar al engendro. El problema, en resumen,
son los símbolos.
El
proyecto de España que se desarrolla a partir del siglo XVIII
siempre ha sido, con honrosas excepciones, un proyecto centralista,
pero también ha sido siempre (y aquí no caben excepciones)
un proyecto fracasado. El afán de concentrar todo el poder
político en la capital, de considerar a las provincias molestos
aditamentos sospechosos por su carácter levantisco, nunca
logró cuajar en España a causa, fundamentalmente,
de la enorme debilidad de dicha capital: Madrid, hasta hace un siglo,
se limitaba a ser una absurda ciudad de funcionarios en medio de
la nada. Teníamos un país en el que los Buenos mandaban
y los demás, en particular los más Malos, producían
para dar de comer a los Buenos. La situación de enorme precariedad
de Madrid como capital le obligaba a no ceder ni siquiera un ápice
de su poder a las provincias, a imitar -en realidad, a soñar
con- modelos europeos de Estado centralista que no tenían
nada que ver con España, como el francés.
Sin
embargo, de un tiempo a esta parte Madrid ha experimentado un gigantesco
crecimiento económico (motivado en parte por el asentamiento
de grandes multinacionales en la ciudad, necesario punto de partida
de cualquier empresa con intereses económicos en España
por razones obvias -cercanía al poder político, inserción
en el centro de la red de comunicaciones española, etc.-,
y en parte por un desarrollo acentuado del dogma de fe de la economía
española desde hace bastantes años, el ladrillismo)
que, como complemento del espeluznante aumento de la población
que vive la ciudad en los últimos cincuenta años,
ha convertido Madrid, por fin, en el centro no sólo político,
sino económico y cultural, sin que esta realidad admita discusión
por parte de los malvados periféricos.
Habría
sido este un buen momento para que Madrid, como centro de todos
los poderes conocidos (los de siempre -político, económico,
coercitivo- y un poder más difuso pero también vital,
el "poder simbólico", que aquí definiremos
como la capacidad que tiene un individuo o institución para
generar simpatía o adhesiones a su alrededor mediante el
uso de un sinnúmero de elementos o realizaciones culturales
que, se supone, definen a ambos), hubiera procedido a un "reparto",
hubiera sido el adalid de un proyecto común que los demás
percibieran como beneficioso. En realidad, los símbolos funcionan
así, generando empatía entre los que los generan y
los que los perciben como propios.
Lamentablemente,
el Gobierno está perdiendo una oportunidad única,
probablemente la haya perdido ya, de, una vez el miedo atávico
a la malvada, próspera y levantisca periferia debería
ser cosa del pasado, establecer puentes con la misma ofreciéndole
su participación en proyectos comunes para el bien del conjunto.
En lugar de eso, el Gobierno se comporta en la peor tradición
de los gobiernos centralistas y autoritarios que tantas veces han
asomado la pezuña en este desgraciado país: presentando
un modelo de España que es más bien Españaza,
generado desde el centro, sin admitir discusión alguna, pensado
desde el centro y sobre todo "para" el centro, una idea
casi medieval que opone la lúcida Corte con la vergonzosa
plebe de Provincias. Es un proyecto que, contrariamente a lo que
cabría esperar de un país asentado en la modernidad,
se fundamenta en los más rancios símbolos de siempre,
que ya en el pasado fueron un absoluto fracaso, que no generan empatía,
sino desconfianza en aquellos que diariamente los reciben como un
producto de consumo que no admite réplica, ni modificación
alguna.
Este
Gobierno nos está llevando, culturalmente hablando, a los
mejores tiempos del franquismo. Y por "cultura" no me
refiero tanto al casticismo y el tópico chabacano como principios
ordenadores de nuestra tradición cultural (que también),
sino a la idea de "Españaza una", la buena, la
de siempre, la que explica su existencia como respuesta a una serie
infinita de sospechosos, enemigos reales o inventados de cierto
proyecto español que deja fuera a la mayor parte de España
para quedarse con Españaza. Y no estoy hablando del Real
Madrid o de TVE, o al menos "no sólo", ni principalmente.
Estoy hablando de un proceso de implantación de determinada
idea de Españaza que dura años, que nos remite a lo
peor de la tradición española, y que genera susceptibilidades
en todos aquellos que no comulgan con sus preceptos (que son muchos,
pues "Españaza una" es un proyecto irritante por
irreal).
Evidentemente,
no estoy diciendo que haya motivos justificados para la aparición
de engendros como el Plan Ibarretxe. Estoy diciendo que si la comunicación
centro - provincias se establece como un proceso unidireccional,
con la idea de "yo mando, yo explico, yo defino las cosas,
y vosotros a callar", es más que normal que se generen
susceptibilidades en todas partes, y que los que ya en el pasado
habían mostrado desacuerdos que se salían de lo razonable
para entrar en el ámbito de la Caverna, como ocurre con el
nacionalismo vasco, ahora se atrevan a desarrollar sus locuras hasta
límites insospechados.
Guillermo
López (Valencia)
|