ACTUALIDAD DE ESPAÑA AÑO
2004
24/06/2004:
La deriva autoritario-reaccionaria del feminismo ZP
El
Consejo de Ministros, si nadie lo remedia, ha decidido proseguir
con la deriva demagógica que, en materia de justicia penal,
creíamos que ya había llegado a cotas máximas
con el Gobierno del Partido Popular (eso sí, siempre con
el apoyo sumiso del PSOE en aras de respetar el sacrosanto Pacto
por la Justica). Los años de Aznar dejaron el Código
Penal de 1995 irreconocible a base de incrementos de penas a mansalva
para la pequeña delincuencia y medidas represivas introducidas
con calzador con la intención de hacer frente a preocupaciones
sociales del momento. Daba igual que se tratara de ablaciones de
clítoris o de perros-asesinos. Era indiferente que el problema
fueran los malos tratos o la violencia callejera. La solución
pasaba siempre por tipificar conductas (que, por lo demás,
muchas de ellas ya eran delictivas, pero todo daba igual) e incrementar
penas. Y, como de pasada, por introducir medidas de represión
respecto de la libre expresión de ciertas ideas (nacionalistas)
y de las pretensiones de articularlas políticamente.
El
PP ya inició una alocada carrera por convertir el Derecho
penal en la única solución del problema, cuya gravedad
es imposible minimizar, que supone que haya hombres con tendencia
a matar a sus novias, mujeres, o a las cajeras del Supermercado
de la esquina. La llamada violencia de género (denominación
política y yanuizadamente correcta que tampoco se sabe muy
bien a qué se refiere, en concreto, porque parece claro que
ni comprende toda la violencia doméstica, ni se puede ceñir
sólo a la violencia doméstica) es una realidad.
No
parece complicado pretender convencer a la población de que,
junto a la educación y medidas de apoyo de todo tipo, es
necesario también punir ciertos comportamientos. Es una desgraciada
necesidad, dado que las imperfectas sociedades humanas no han alcanzado
todavía solucionar ciertos problemas por otras vías
que la expeditiva medida de recluir por largo tiempo en condiciones
de para-animalidad a algunos de nuestros congéneres. La aceptamos,
con pesar. Porque no hay más remedio. Pero siempre como ultima
ratio, con un exquisito respeto a las debidas garantías
(y muy particularmente a la presunción de inocencia) y atendiendo
a las necesarias consideraciones de proporcionalidad. O eso creíamos.
En
los últimos años la histeria colectiva que parece
haberse apoderado de medios de comunicación y clase política
nos ha hecho perder la perspectiva. Y, más grave, nos ha
hecho perder esas referencias, pocas, tan básicas. La situación
viene ya de hace tiempo y sus tenebrosas consecuencias (mediatas
e inmediatas) están apareciendo ya por doquier. Quienes trabajan
con el Derecho penal saben que la situación está llegando
a cotas realmente preocupantes y francamente inaceptables en un
Estado de Derecho. Que se manifiestan en situaciones como las denunciadas
no hace mucho por no pocos Colegios de Abogados (que señalan
algo tan sencillo de entender en su gravedad como que a día
de hoy es más fácil acusar en casos de violencia doméstica
que defender, dada la práctica inversión de la carga
de la prueba producida) o por los los jueces barceloneses (que han
alertado de cómo se han convertido en habituales las denuncias
falsas por maltrato para, al amparo de una legislación que
dificulta enormemente la defensa de cualquier acusado, obtener ventajas
procesales y de fondo en pleitos de otra índole -económica,
normalmente, por la cuestodia de los hijos, en otras- entre cónyuges).
Y que dan idea de un panorama realmente alarmante. Lo que torna
la ausencia de respuesta social frente a estos excesos en, sencillamente,
aterradora.
Y,
mientras tanto, al Gobierno socialista no se le ocurre otra cosa
que dar una vuelta de tuerca más pero, rizando el rizo de
la demagogia y del empleo del Derecho penal a la manera del régimen
nacionalsocialista alemán (con explícitos fines "educadores"
y estableciendo distinciones según la condición personal
de los sujetos), preparando una Ley Integral contra la Violencia
Doméstica que prevé medidas de "discriminación
positiva" acompañadas del consabido e inevitable aumento
de penas y eliminación de garantías.
Vamos
a dejar de lado la vergonzosa tendencia, que prosigue, de incrementar
gratuita e irresponsablemente penas así como de convertir
cada vez más conductas en delictivas. Porque, a estas alturas
del desbarre, es casi lo de menos. No es ya que estemos llegando
al extremo absurdo de que cualquier discusión doméstica
que llegue a la emisión del consabido grito (tan reprobable,
por otra parte, pero tan poco significativo, por motivos evidentes
derivados del acaloramiento y de la tendencia sanguínea de
toda discusión castiza) de "te voy a matar" haya
de suponer una pena de más de dos años de cárcel
(¿a alguien sensato le puede parecer una medida así
ponderada y proporcionada?, conviene recordar que con esas penas
el ingreso en prisión es imposible de soslayar, de forma
que estaríamos enviando dos añitos a la cárcel
a cualquiera por unas amenazas que, un un 90% de los casos, carecen
de todo fundamento efectivamente amenazante y que se emiten de manera
si se quiere alegremente preocupante, pero sin que parezca normal
encarcelar a la gente por ello). Es que, según las pretensiones
avanzadas, se quiere distinguir entre que la amenaza venga de un
hombre o una mujer para modular la pena. Es decir, que cuando dos
personas realizan una misma conducta, el reproche que ésta
ha de merecer se hace depender del sexo del sujeto agente y, también,
del sexo de la víctima.
Al
parecer, la constatación (fría estadísitica
mediante) de que por cada 100 casos de violencia ejercida por hombres
hay unos 40 de violencia ejercida por las mujeres (y téngase
en cuenta el sesgo introducido por la tendencia de ciertos parricidas
varones de suicidarse a continuación, que al parecer no se
da prácticamente nunca cuando el autor del crimen es una
mujer), ha hecho pensar a los redactores de la ley que aplicar un
Derecho penal de checa a tanta gente no es conveniente y
han tratado de reducir su ámbito de aplicación sólo
a los varones.
Desgraciadamente
es una aspiración de una grosera inconstitucionalidad. La
alucinente sensación que provoca asistir a discusiones de
estas características, con personas sensatas e inteligentes
pretendiendo hacer comulgar a la sociedad con el empleo de la discriminación
positiva en el Derecho penal, hace pensar que tiene que haber algo
más. Hay voces que apuntan, de hecho, a que la barbaridad
en vías de ser perpetrada es una maquiavélica maniobra
de las gentes de ZP para provocar una agria discusión de
la que a la opinión pública sólo llegaría
un run-run muy difuminado que vendría a ser algo así
como "ZP quiere proteger a las mujeres y los cabrones del PP
defienden a los asesinos". Semejante confianza en la profunda
imbecilidad del electorado, por común en los políticos
españoles, podría llevar a dar verosimilitud a la
teoría de la conspiración. Sin embargo, la verdad,
es tan repugnante imaginar siquiera que alguien pueda de veras querer
convertir el sistema judicial español en la más odiosa
representación de todo lo que es una época ignominosa
sólo para lograr tal efecto que habrá que dictaminar
que estamos ante un caso, lamentable, de pura y llana incompetencia,
falta de sensibilidad y desconocimiento de las pautas básicas
que han de inspirar la política criminal en un Estado de
Derecho.
ABP
(València)
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