ACTUALIDAD DE ESPAÑA MARZO
DE 2003
13/03/2004:
La despedida de Aznar
El
terrorismo es una cuestión criminal. El voto no tiene en
esencia nada que ver con acciones terroristas. Puede tenerlo sobre
la discusión en torno a las mejores formas de combatirlo.
Pero las masacres terroristas en sí mismas
son ajenas a consideraciones políticas. La legitimidad
democrática no se pone en juego por la dramática comisión
de un atentado. Las instituciones, por mucha que sea la dureza con
la que el terrorismo golpee a un país, no se ven afectadas
gravemente por estos actos.
Y,
sin embargo, el pavoroso atentado realizado, como puede afirmarse
cada vez con más certeza (siguiendo, como es nuestra costumbre,
al Ministro del Interior), por alguna célula de la Red Al
Qaeda va a lograr dejar una fortísima huella en el sistema
democrático español. No tanto porque haya tenido lugar
en un momento especialmente sensible, a tres días de las
elecciones, sino porque ha desencadenado en Aznar y sus Ministros
comportamientos absolutamente impropios de un Gobierno democrático,
precipitando así una gravísima crisis de legitimidad
en nuestras instituciones democráticas. Quienes desde un
primer momento nos asustamos al comprobar cómo las más
que discutibles actuaciones tanto del Ministro del Interior como
del Presidente del Gobierno nos dejaban mucho más preocupados
que la propia masacre hemos podido constatar cómo en las
últimas horas se ha desarrollado una espiral de salvajismo
político de naturaleza difícil de caracterizar que
ha superado la práctica totalidad de nuestros temores. Al
Qaeda no pone en peligro a España y su democracia, por muy
viles que puedan ser sus acciones. En cambio, lo que haga un Gobierno
democrático, si traspasa unos determinados umbrales de bajeza,
sí.
En
estos momentos es posible ya afirmar que el Presidente del Gobierno
empleó desde primera hora la muerte de dos centenares de
personas como instrumento de acción política contra
sus adversarios en las inminentes elecciones. No queda duda ninguna,
además, respecto al hecho de que todos los medios de comunicación
españoles y extranjeros, así como las cancillerías
de numerosos países europeos y la propia organización
de Naciones Unidas fueron presionados por el Gobierno español
(en algunos casos, por el Presidente del Gobierno en persona) para
que dieran por cierta la tesis gubernamental sobre la autoría
del crimen. Tesis más que discutible y que fue empleada desde
el primer momento, con los muertos todavía cayendo en los
hospitales, para dar la puntilla electoral al resto de partidos
democráticos españoles (y paralelamente para alejar
hipotéticas responsabilidades propias que algunos ciudadanos
pudieran considerar derivadas de las acciones
criminales del Gobierno español en los últimos tiempos).
Ideas que fueron instantáneamente difundidas por los medios
de comunicación públicos y afines, con una carga de
violencia contra, por este orden, PNV, ERC, PSC y PSOE ciertamente
inusitada, manifiestamente fuera de lugar y, a estas alturas puede
afirmarse ya sin que sea exagerar un ápice, absolutamente
antidemocrática.
A
estas horas de la jornada de reflexión (sin que dé
tiempo por ello a prácticamente nada, ni a que la ciudadanía
adquiera conciencia de qué ha pasado exactamente estos días)
se confirma la gravísima responsabilidad adicional del Gobierno
por estos actos al saberse que, además, la premisa de la
imputación (que dio pie a un ya de por sí lamentable
linchamiento) era radicalmente falsa. Asimismo, es público
y notorio que la falsedad de las explicaciones ofrecidas a la opinión
pública sólo ha empezado a reconocerse como consecuencia
de una brutal presión de algunos sectores de la opinión
pública española y de los medios de comunicación
internacionales.
Nadie
se atreve a imaginar que este cúmulo de despropósitos
haya sido consecuencia de una decisión consciente de Aznar.
Si así fuera estaríamos, sencillamente, ante una de
las actuaciones políticas de un Gobierno democrático
dirigida a decidir el voto en unas elecciones más abyectas
que la memoria humana puede recordar. Probablemente sólo
sería superada por el incendio del Reichstag de 1933,
dado que este último, aunque incruento, fue una acción
directamente organizada por el propio Gobierno para acusar de ella
a sus rivales políticos. La mera hipótesis de que
la desinformación haya sido consciente y de que responda
a una táctica política produce tal vértigo
que es mejor ni siquiera plantearla. A diferencia de lo que está
ocurriendo en otras esferas, una conclusión de tal naturaleza
requiere de una base derivada de un análisis de la intencionalidad
de estos actos. Es una suerte, ya que ello nos permite defendernos
psicológicamente con facilidad. En materia de asignación
de intenciones últimas es difícil que se nos saque
de nuestro error (si lo hubiera) caso de estar empeñados
en el mismo. ¿Cómo demostrar intenciones? ¿Cómo
demostrar dolo en estas actuaciones? Así que quedémonos
en la fe de que nunca un Gobierno español sería capaz
de tal cosa, abracemos la explicación de la incompetencia
y de la irresponsabilidad y confiemos ciegamente en que nunca nada
de esto tendrá que ser debatido.
Pero
lo más grave es que ni siquiera hace falta llegar a tanto.
Simplemente con que nos encontremos ante un mero error, alimentado
por el matonismo desarrollado por Aznar en sus comparecencias, nos
las habemos ante la mayor crisis a que se ha enfrentado la democracia
española desde el 23-F. Con el agravante de que la causación
de la misma está en la actuación del propio Gobierno
de la Nación.
En
estos momentos sabemos todos, gracias a que tenemos la posibilidad
de ver televisiones alemanas, inglesas, francesas o estadounidenses
o de leer ediciones de periódicos on-line escritos
en otras naciones, que el Gobierno ha tenido engañada (aunque
haya sido por mera incapacidad en el ejercicio de sus funciones)
a la ciudadanía sobre algo tan básico como la autoría
del brutal atentando. Y, para dar más gravedad al asunto,
enfrentando a los ciudadanos con motivo de su criminalización
de los nacionalismos democráticos e insultando y acusando
de lindezas matoniles a quienes (ciudadanos o los contados medios
de comunicación que han hecho gala de espíritu crítico)
osaban plantear otras hipótesis (recordemos que la postura
oficial del Gobierno ha sido acusar de irresponsabilidad y complicidad
con el terrorismo a quienes osaban cuestionar la autoría
de ETA, cuando no eran directamente vinculados a la comisión
de asesinatos o a la justificación de los mismos). Y todos
sabemos también que hemos sido vilmente manipulados, con
la connivencia de unos medios de comunicación que todavía
hoy ofrecen menos información sobre esta crucial cuestión
que los extranjeros, por los medios de distracción masiva
del Gobierno. Aprovechándose del duelo ciudadano, se ha hurtado
a la ciudadanía información vital, que ha sido sustituida
por manifestaciones con lemas revanchistas (afortunadamente obviados
por la mayoría), repetición en bucle de imágenes
de víctimas, macabras escenas del lugar de los atentados
más propias de una clase de anatomía forense que de
la información a la que teníamos derecho y, por supuesto,
abundantes datos de archivo sobre el historial criminal de ETA.
En
estas condiciones, con una población masivamente desinformada
sobre cuestiones tan cruciales, los españoles acudimos a
las urnas. Recae sobre nosotros la responsabilidad de reencauzar
nuestra democracia, puesta en peligro por el Gobierno, y de restituir
al Ejecutivo su legitimidad democrática, que el Gabinete
de Aznar ha perdido sobrevenidamente. Porque la legitimidad democrática
no avala cualquier ejercicio de la misma.Puede perderse de manera
irreversible. Y lamentablemente así ha ocurrido en España
en estas jornadas. También con el fuerte shock provocado
por esta constatación tendremos que votar otros muchos ciudadanos.
Con
todo, es importante tener bien presente una cosa. Votar mañana
es una salida, pero la próxma legislatura debiera ser la
más corta de la historia de nuestro país. Salga quien
salga elegido mañana, debiera limitarse a dilucidar con la
mayor transparecia posible el máximo de cuestiones referidas
a la barbarie terrorista del 11-M y, sencillamente, convocar de
nuevo a los ciudadanos para que voten con plena conciencia de cúal
es la situación y cúal ha sido la actuación
de Aznar y sus Ministros. Si, como es razonable pensar, Rajoy gana
las elecciones esta decisión se convierte, por pura vergüenza
frente a la manera en que lo haría (debido al comportamiento
de sus compañeros de partido miembros del Gobierno), en una
inexcusable exigencia democrática. Si la escalada de revelaciones
escandalosas diera un vuelco a la situación (hay que tener
en cuenta que en estos momentos en Naciones Unidas y la Unión
Europea la actuación del Gobierno español está
logrando remover todas las estructuras y conciencias, mientras casi
nadie logra salir de su asombro) y Zapatero se viera beneficiado
sería igualmente justo para con los ciudadanos que les diera
la oportunidad de votar ateniendo a las consideraciones que deben
ser tenidas en cuenta en condiciones normales (y no en el estado
de excepción democrática en el que nos encontramos)
en el debate político en un país civilizado. Los ciudadanos
tenemos derecho a poder elegir entre el PP y el PSOE (y IU, y PNV,
y ERC, y CiU, y ...), entre Rajoy y Zapatero sin que esta decisión
esté vinculada al aventurerismo carroñero de José
María Aznar López.
Andrés
Boix Palop.
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