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Nos adentramos, y somos conscientes de ello,
en mares procelosos. Calificar de idiotología al marxismo es, probablemente,
desacertado, pues se trata de un pensamiento político trabajado, con una base
doctrinal potentísima y que ha sido aplicado, con los excelentes resultados
que pueden verse en Corea del Norte, Cuba, China, Polonia o la misma madre
patria Rusia, en numerosos países durante muchos años. Es más, nos cuesta
calificar como disparate una
ideología que ha permitido ligar a tanta gente necesitada (incluido algún
redactor de esta página como el que esto escribe) y que no tenía otra salida
que pontificar sobre la plusvalía, el materialismo dialéctico y las contradicciones
de las sociedades capitalistas si pretendía comerse alguna rosca. Sin embargo
hay otros motivos que nos hacen pensar que el marxismo, en realidad, era una
gran tontería inflada pero que, al ser ideada por un alemán, todo el mundo
se la tomó en serio.
Los orígenes. Siglo XIX. Europa. Un fantasma recorre el Viejo Continente.
Los hijos de la burguesía acomodada que, al no ser los primogénitos no heredan
la gestión de los menesteres paternos, tienen mucho tiempo libre y deciden
emplearlo en leer libros y analizar el pensamiento político de Occidente.
Las consecuencias de semejante actitud no son excesivamente perniciosas en
países como el Reino Unido (donde inventan la sociedad victoriana, los
clubs y las reuniones sociales), Francia (que ve cómo las fuerzas vivas
se dedican a crear repúblicas, imperios y monarquías sin parar) o España (no
tenemos palabras que permitan condensar el siglo XIX español) pero resultan
demoledoras en Alemania, ya que en la entonces Prusia su población, cuando
se ponía manos a la obra, lo hacía con todas las consecuencias. Como en el
XIX tocaba pensar y elucubrar (la estabilidad política es enorme gracias al
invento de la burocracia prusiana) toda una generación de instruidos alemanes
se puso a ello y han logrado martirizar a generaciones y generaciones de filósofos,
traductores y lectores. Tras la estela de una personalidad señera como Hegel,
que logró sembrar el terreno de la “derecha hegeliana” y la “izquierda hegeliana”,
y acunado en esta última aparece Marx.
Las diferencias entre la izquierda hegeliana
y la derecha hegeliana no se han analizado nunca en profundidad. Al parecer,
y resumiendo, Hegel inventó un gran concepto, que llamaremos “el eso” y que
era todo. Nada podía entenderse sin “el eso”. La derecha identificó “el eso”
con Alemania, como habría hecho todo buen alemán y como de hecho hizo el propio
Hegel, en versión Imperio, eso sí. Esta situación permite afirmar que, probablemente,
el nazismo es la versión más acabada de la derecha hegeliana en su modelo
postindustrial si no profundizamos en el análisis de las verdaderas bases
del pensamiento nacionalsocialista. Aunque errónea, la afirmación muestra
la fuerza épica que ha tenido siempre el concepto de "el eso". Por
el contrario la izquierda hegeliana se caracterizó por tratar de buscar otro
ser incorpóreo que cumpliera mejor los cometidos de un “eso” como Dios manda.
Marx acabó por encontrarlo y para él “el eso” es el proletariado.
El proletariado. El concepto de proletariado es básico para el marxismo,
pues en él se basa toda la teoría y, sobre todo, permite hablar en las reuniones
empleando términos tan chulos como “lumpenproletariado” que epatan mucho y
te hacen sentir importante (en general el truco es coger cualquier palabra
que tenga una connotación negativa y añadirle el sufijo, largo pero resultón,
-proletariado, lo que permite construcciones como subproletariado o vangaalproletariado).
El proletariado es todo y debe confluir en una voluntad universal que imponga
un nuevo orden que satisfaga sus necesidades, que son las de todos (no olvidemos
que el proletariado es “el eso” y, en consecuencia, es todo). El problema
de las grandes construcciones de teoría política es que inevitablemente tropiezan
con la existencia de intereses en conflicto y todas ellas pretenden una composición
idónea de los mismos. El marxismo, gracias a su “eso” particular, logró zafarse
de esa peligrosa dinámica y construir un modelo de sociedad donde no hay intereses
encontrados. Como el proletariado, en realidad, representa todos los intereses,
sólo los suyos deben ser tenidos en cuenta. Aquí aparece el principal escollo
de la construcción marxista, pues con ese presupuesto de hecho la conclusión
más lógica es que el marxismo ha de aparecer por sí sólo, sin que nadie lo
busque. Precisamente Marx, con lógica germánica, sostenía exactamente esto
(afortunadamente, pues cuando un alemán pone manos a la obra no hay quien
le pare) y en consecuencia no se dedicó más que a propagar la buena nueva.
Todo ello se basa en el estudio, cómo no, de las contradicciones del modelo
de acumulación de capital, y si bien las conclusiones que extrajo no pueden
considerarse especialmente afortunadas, no cabe duda de que el análisis que
Marx realiza del capitalismo industrial es excelente. A partir de ese momento
una nueva rama del saber había surgido, y con ella más problemas todavía.
Desviaciones marxistas. Casi más importante que el marxismo en sí son
las desviaciones que ha sufrido. En primer lugar el marxismo ha permitido,
dado que propugna un análisis de la infraestructura social que nos iluminará
sobre los motivos que mueven a ésta hacia “el eso”, que todas las ramas del
saber se beneficien de su influjo. Hay una historiografía marxista, una psicología
marxista, una física cuántica maxplanquista y hasta un deporte marxista (el
practicado con excelentes resultados en la RDA, que analizaba la infraestructura
biológica del éxito deportivo, concluía que residía en ser hombre y convertía
a sus atletas femeninas, con impecable lógica marxista, en hombres). Todo
puede ser analizado desde una óptica marxista y crear una rama específica.
Este es el motivo del éxito del marxismo en todas las disciplinas universitarias,
en las que es básico crear y pertenecer a escuelas. ¿Cómo desaprovechar algo
como el marxismo, que sin grandes esfuerzos permite desarrollar una y hasta
varias corrientes doctrinales? Porque gracias a que Marx nunca pasó a la acción
la génesis de la práctica marxista ha correspondido a muy diferentes sujetos.
Esto permite al verdadero estudioso iniciar apasionantes discusiones sobre
el maoísmo, el leninismo, el estalinismo, el castrismo, el trotskysmo y muchas
más divertidas variedades. El marxismo es un mundo de grandes posibilidades
que cualquier intelectual universitario sabe aprovechar.
Culturilla marxista. El marxismo, en la actualidad, ha perdido su significado
político. Los ejercicios de buena voluntad basados en la bondad intrínseca
del proletariado han sido un fracaso. Ciertos estudiosos descubrieron con
pavor, cuando vieron a un proletario después de años de pontificar sobre él,
que el sujeto en cuestión era incapaz de agradecer los beneficios que la sociedad
organizada al modo marxista le proporcionaba y que sorprendentemente no se
ponía de buena gana a trabajar por el bien de la sociedad del materialismo
dialéctico. En vista de que todos esos intelectuales tampoco estaban por la
labor de arrimar el hombro y aportar ellos el trabajo necesario las experiencias
meramente voluntaristas fueron un fracaso. La nueva constatación del fiasco
de la concepción rousseauniana del ser humano condujo, como casi siempre,
a buscar las viejas y eficaces soluciones de Hobbes. Dado que los proletarios,
en su ignorancia, no eran capaces de asumir los beneficios del marxismo éste
fue impuesto por la fuerza con una eficacia fuera de toda duda. Estas experiencias
están a punto de acabar en todo el mundo, pues el germen del imperialismo
capitalista ha acabado por triunfar en un mundo donde ya no hay valores. ¿Todo
el planeta está colonizado? No, todavía hay un grupo de resistentes que, amparados
eso sí, en las comodidades de la sociedad de consumo, resisten
aún y siempre al invasor. Se trata de los últimos reductos de culturilla marxista,
que siguen reivindicando al Che, Castro, a las dictaduras populares
etc. Se les reconoce fácilmente porque tienen tendencia a hablar con pasión
de los excepcionales sistemas sanitarios o educativos de Cuba o Polonia, que
permiten a sus habitantes disfrutar de una esperanza de vida y un nivel de
alfabetización casi del 80% de países como España. Pero, más allá de reivindicaciones
de tipo sentimental, el marxismo es hoy un cadáver político. “El eso” ha acabado
siendo un muerto. Probablemente nunca fue mucho más.
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