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2005

 

22/06/2005: La victoria moral de Schroeder se acerca

Desde una perspectiva española, charlar con alemanes de todo tipo y condición es en estos momentos una experiencia especialmente interesante e instructiva. Quien no tenga la posibilidad de hacerlo en vivo, tiene a su alcance en cualquier quiosco de la costa un remedo perfectamente válido: dar lectura al Feuilleton de la FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung) y comprar algún domingo la BAMS (Bild am Sonntag), lo que supone abarcar todas las contradicciones del alma alemana, desde las más elevadas y racionalizadas hasta las más bajas y zafias. Se decante uno por una opción u otra de aproximarse al estado psíquico de esta gente lo que se descubre con rapidez es que, de arriba abajo, de este a oeste, de clases populares a intelectuales y académicos, de izquierda a derecha, el país entero se encuentra sumido en una depresión colectiva (a la que cada cual, eso sí, da rienda suelta como puede, como sabe y como mejor le va) y que, además, la desmantelación del Estado del Bienestar es vivida tanto por unos como por otros como inevitable en su formato actual, sin que nadie sepa muy bien por qué haya de ser sustituido y sin que nadie sea capaz de concebir que nada bueno vaya a salir del cambio.

Políticamente, las consecuencias parecen claras. Inevitablemente, el SPD perderá las elecciones. Por no haber reformado, por haberlo hecho poco, por haberlo intentado o por haber avanzado demasiado. No se sabe muy bien. Pero lo que está claro es que perderá el poder, tras dos legislaturas de coalición con los verdes. Son los propios socialdemócratas los que, a estas alturas, parecen más satisfechos con este final. Lo cual no deja de ser sorprendente, pues uno había pensado siempre que los políticos, por definición, aspiran a mandar. Quizá, de nuevo, los anteojos españoles juegan aquí una mala pasada, pero no parece. Porque no, la cosa es exótica de veras. El SPD está encantado, en el fondo, con quitarse de encima el marrón. Y, los Verdes, no digamos. El propio Schroeder desea anticipar las elecciones, liquidando el calvario. Y, en parte, dando una lección de responsabilidad política y de dignidad: ante el constatado masivo rechazo de los ciudadanos a su agenda reformista, opta por renunciar al año y medio de mandato que le restaba y someterse al escrutinio y previsible fiasco en las urnas. No se entiende muy bien, la verdad, esta renuncia a plantear siquiera batalla. Y da muestra de la gravedad del estado de ánimo depresivo de esta pobre gente.

Mientras tanto, dos fenómenos muy interesantes para el conjunto de Europa empiezan a asomar. El primero de ellos es la aparición de la retro-izquierda, también, en la hasta ahora eximida República Federal Alemana. Que Oskar Lafontaine, antiguo hijo predilecto de Willy Brandt, ex secretario general del SPD y nº 2 del primer Gobierno Schroeder haya dejado llevar su enemistad personal con el canciller y el rencor que le supuso su paulatina pérdida de peso político a no sólo abandonar el SPD sino a convertirse en el icono de la retro-izquierda de talk show televisivo y de la Bild Zeitung podía tener un pase. Que, aprovechando la ola de descontento y la actitud de parte de las bases sindicales alemanas (en la línea de responsabilidad que es propia a estas organizaciones) se haya aliado con el PDS, heredero directo del SED (ese entrañable partido único del socialismo científico de la RDA), y sus cuadros jubilados para montar la revolución proletaria junto al icono populista de los ex comunistas, el sin par Gysi, empieza a ser excesivo. Las posibilidades de que el engendro alcance un buen resultado electoral, con Gysi haciendo sus simpáticas bromitas y Lafontaine rezumando odio para montar una buena izquierda lepenista en un país como la República Federal de Alemania, no son precisamente para estar tranquilos. Demuestran, una vez más, que la malaise que recorre las naciones europeas desarrolladas y ricas avanza imparable y que no sólo no se detiene sino que parece contagiarse con facilidad. Baste recordar para ver cómo han cambiado (a peor) los tiempos los descalabros electorales del SPD cuando pierde el poder: si su crisis de finales de los setenta permitió la aparición de Los Verdes (idealistas simpaticotes e inofensivos), en sintonía con los tiempos; su actual debacle parece que será la partida de bautismo de la retro-izquierda moderna encabezada por quienes fueron brazo político de la Stasi. En España estas modas temporales no se entienden bien, porque aquí hemos inventado una intemporal fórmula para dar salida al populismo de sacristía o de acería en crisis, según los casos, que se demuestra mucho más avanzada y vigente, flexible y adaptable: el nacionalismo. Que los alemanes, dentro de lo que cabe, todavía no hayan iniciado esa senda demuestra, con todo, que no están todo lo mal que podrían estar. Pero mejor no recordar lo que ocurre si esa deriva se inicia “a la alemana” (que no es disgregadora, sino más bien simpáticamente integradora, con lo que sería un nacionalismo, paradójicamente, de los que en España algunos chalados entienden como esas contadas excepciones, banderaza en Colón mediante, de nacionalismo “aceptable” o “bueno”). Ya puestos es casi mejor conjurar este riesgo, si no hay más remedio, proponiendo a los bávaros, por ejemplo, exportarles un modelo de nuestros nacionalismos disgregadores, de esa nuestra mezquina miseria de cada día.

El segundo elemento novedoso que traerá la debacle socialdemócrata, de consecuencias de fondo más importantes aunque hay que reconocer que menos entretenidas a primera vista, es la llegada de la CDU/CSU al poder. Y, en concreto, de Angela Merkel, una ossie sin gracia que se va a convertir, probablemente, en la política más poderosa de la historia de la Europa moderna. Porque controlará, y previsiblemente con mayoría absoluta (aunque la retroizquierda pueda jugarle una mala pasada si no sólo tiene un buen resultado sino uno excelente) el Bundestag, sumando a que controla ya con mayoría absolutísima el Bundesrat, y tiene al Tribunal Constitucional y a la mayor parte de los Länder a su vera. Y así será por al menos cuatro años. Nadie en la República Federal de Alemania ha concentrado nunca tanto poder desde Adenauer. Pero Adenauer era el canciller de media Alemania. Y de una Alemania que era sólo medio-soberana. Y además, para más inri, Merkel dispondrá también de un compañero de partido como Papa de Roma. ¿Alguien da más?

Este inmenso poder va a dar a la CDU/CSU la oportunidad pero también la obligación de acometer y culminar con éxito las reformas necesarias. Que serán tanto más dolorosas cuanto que una de las características de los seres humanos es que nos angustia mucho más la pérdida de lo ya disfrutado que no haberlo tenido nuca. Ahí radica el éxito de lo que podríamos llamar “vía española al Estado del Bienestar” (como hay tan poco que perder podemos aspirar a mantener las migajillas de que disfrutamos y sentirnos unos machotes mientras miramos a los alemanes por encima del hombro porque, pobres, “tienen la economía por los suelos”). Y ahí radica la dificultad mayor para Merkel. Reformar sin liquidar y sin que el pueblo alemán sienta que está perdiendo las que eran las bases de su pacto social y de clase sobre las que se reconstruyó la República será cosa ciertamente complicada. De ahí que, aunque encantados con recuperar el poder (y además todo el poder), tampoco en la oposición alemana reine en estos momentos, precisamente, una euforia desmedida.

ABP (València)

 
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