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NOVIEMBRE DE 2004

 

27/11/2004: Aznar no apoyó el golpe de estado contra Chávez, pero no descartamos ninguna posibilidad

El Ministro de Asuntos Exteriores del I Gobierno de Rodríguez Zapatero, Moratinos, es el primero en mucho tiempo que pinta más o menos algo a la hora de decidir la política exterior de nuestro país. Era algo inevitable, dado su perfil (quieran que no, el tipo es uno de esos entes extravagantes que conforman el cuerpo diplomático de un potencia que, en ese terreno, está al nivel de Ghana, como es España, y además era el Gran Representante de la Unión Europea para Palestina, o algo así, nombre rimbombante bajo el que se esconde la triste realidad de la UE en la zona: paño de lágrimas de Arafat y organización encaragda del pago de las obras que periódicamente destruían los israelíes). Y una novedad en la política exterior española, dados los últimos casos. Por ejemplo, Ánsar, con buen criterio, creó escuela (véase el caso italiano, fiel copia de su modelo) a partir de una ejemplar deducción lógica: "si yo soy cojonudo, ¿quién mejor que yo para encargarme de la diplomacia del país a alto nivel?". Como inapelable corolario, el PP puso a sujetos como Abel Matutes, Josep Piqué o Ana de Palacio para funciones de mera gestión burocrática al servicio de las líneas marcadas por el Gran Líder, confinándoles politicamente a un espacio de decisión ínfimo que podemos definir respectivamente como el retiro, la escuela de la reverencia a Bush y la explicación pública de las virtudes de la guerra ("bajará el petróleo, luego es una buena medida").

Moratinos, en cambio, tiene ciertas ideas propias sobre cómo conducir la política exterior de España. Lo cual, evidentemente, es un desastre en sí mismo. Lo hace, además, con el aval del profesional del asunto, tras haber superado unas oposiciones españolas específicamente ideadas para garantizar sus capacidades en la gestión de la cosa. Con estos elementos, podemos ponernos a temblar.

De momento, la mayor inconveniencia provocada por Moratinos ha sido su afirmación de que el Gobierno de Aznar apoyó el fallido golpe de estado contra Hugo Chávez en Venezuela. Tal salida de tono, que sería digna de tenerse en cuenta si hubiera sido una denuncia de semejante actuación debidamente explicada y documentada, pierde todo valor por haber sido hecha en un debate televisivo (habrá que analizar un día con seriedad las bondades de un formato como el de 59', porque es ya una evidencia que se les atraganta a los políticos profesionales que, fruto de los nervios y de la ansiedad porque se les acabe el tiempo, acaban soltanto más o menos lo que piensan de verdad) sin mayores aclaraciones y ampliaciones. Queda, en tal caso, confinada a las miserias del más miserable juego de la zancadilla política, tanto más odiosa cuanto que juega con asuntos de verdadera importancia. Más o menos como las interesadas y siempre repugnantemente ventajistas que el PP realizó en la oposición respecto de los GAL. Entre la mal entendida razón de Estado y la cutrez que nuestros políticos asocian a lo que ha de ser el debate público, así acaban quedando las cosas. Lo que, cuando hablamos de terrorismo de estado y de golpismo internacional es, la verdad, francamente decepcionante.

Moratinos y el Gobierno tienen dos opciones. O callarse (lo cual puede merecer un juicio ciertamente crudo en el plano moral, como de nuevo es obligado calificar los silencios cómplices respecto de la guerra sucia, pero que al menos no ahonda en la herida añadiendo al descrédito ético el ridículo político) o contar y denunciar lo que sabe, si es que han accedido a información que documente fehacientemente tales imputaciones. Lo grave del asunto es que, aunque nosotros no descartemos ninguna posibilidad y, como siempre, aceptemos la versión de Ángel Acebes (Aznar no apoyó el golpe, sino a Chávez, pues en todo momento se preocupó, como en el 36, por la defensa de la legalidad constitucional) hay ciertos datos molestos (reuniones, llamadas a embajadores, coalición con los americanos, falta de condena pública del golpe y de la disolución de las instituciones democráticas venezolanas que pudieran entenderse coherentes con los ímprobos esfuerzos privados de Aznar por salvar el pellejo y el cargo de Chávez...) que permiten dudar.

Y, como con el 11-M, ante la aparición de estos datos, sería de miserables descartar alguna posibilidad. De manera que Aznar no apoyó el golpe, o, como dice Moratinos, sí lo apoyó. Es más, puestos a no descartar ninguna posibilidad, tampoco conviene perder de vista una tercera: que España no apoyara el golpe sino que, directa y sencillamente, lo organizara en compañía de los ricachones venezolanos y los americanos. Hay al menos un dato que apunta a una importante implicación de los servicios secretos españoles en la operación: que fracasó.

ABP (València)


 

 
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