LA
BATALLA DE LA OPINIÓN PÚBLICA
II.
Los efectos de las manifestaciones en la política española
Un
ejercicio gratuito de violento sopor verbal
En
el caso de España, podemos afirmar que hay una percepción
mixta de desaliento y cabreo paulatinamente aumentado ante la
aparente inutilidad de las manifestaciones para modificar la posición
de nuestro Gobierno. La percepción es mixta, y contradictoria
en sus dos manifestaciones, justamente por las consecuencias del
rechazo: el Gobierno no nos ha hecho caso puede significar "las
manifestaciones no sirven para nada", pero también
"¿cómo es posible que un Gobierno representativo
haga caso omiso de nuestra protesta?". Esto, que es una obviedad,
genera un doble efecto de deserción (de participar en las
manifestaciones, no un cambio de postura a favor del Gobierno)
y también de radicalización (lo cual quiere decir
ejercer el "terrible acoso" en el que patéticamente
se ha refugiado el PP, como si la cosa no fuera con ellos). Conviene
plantearse para qué han servido las manifestaciones, qué
valoración merece la reacción del Gobierno a las
mismas, y hasta qué punto este rechazo de la opinión
pública a una guerra recién finalizada tendrá
consecuencias en el largo plazo. Vayamos por partes:
1)
Efectos en el corto plazo:
-
La guerra, a día de hoy, es el eje único de la política
y la actualidad españolas, y lo lleva siendo desde hace
más o menos tres meses. Esto, desde la perspectiva de un
enfrentamiento con el Gobierno, supone un enorme desgaste y pérdida
de credibilidad. Los movimientos electorales suelen producirse
no mediante cambios virulentos sino a través de tendencias
de fondo que evolucionan lentamente a lo largo de varios meses.
En este sentido, no puede decirse que ninguno de los errores del
Gobierno en solitario haya supuesto un cambio de tendencia electoral
que vaya más allá de lo anecdótico, pero
la confluencia de todos ellos sí que puede estar conformando
una tendencia de fondo en la que más adelante ahondaremos,
pero cuyos efectos en unas elecciones son previsibles.
-
La guerra ha producido crispación, en buena parte gracias
a la irresponsabilidad del PP, criminalizando las manifestaciones
y haciendo alusiones totalmente prescindibles a conceptos tales
como la Unidad de España. Esta crispación ha provocado
paulatinamente una pérdida de credibilidad de la clase
política en su conjunto, que sólo ha logrado estar
en su lugar en contadas ocasiones, pero sobre todo ha provocado
la pérdida de credibilidad del Gobierno, particularmente
en uno de los ejes de su política: la lucha antiterrorista.
Aunque en el momento actual, con todo el foco de la atención
pública puesto sobre la guerra en Irak, no se perciban
sus efectos en este asunto particular, no es baladí recordar
que los ejes de la crítica de la opinión pública
al Gobierno Ánsar son los mismos del discurso político
de los proetarras: el acoso a los partidos constitucionalistas,
particularmente el PP, en el País Vasco "no es para
tanto" y "El PP utiliza tácticas filoterroristas
que vulneran la legalidad", apoyando la guerra e ilegalizando
Batasuna (más la clásica retahíla de referencias
a la falsedad del sistema democrático en lo concerniente
a la acción policial y la soberanía del "Pueblo
Vasco"). Es ocioso apuntar que la política del Gobierno
no es la misma en ambos casos, y la situación tampoco.
Pero perdiendo credibilidad en lo concerniente a la guerra, también
lo hace en lo que se refiere al conflicto en el País Vasco.
-
La guerra, por último, en cuanto a sus principales efectos,
ha generado un movimiento heterogéneo de la opinión
pública en la que los actores sociales tienen mucha más
importancia que los políticos, que desmiente con firmeza
las pretensiones de apatía y desinterés por la política
por parte de los ciudadanos, en particular los más jóvenes.
Hoy por hoy, la continuidad de este movimiento mediante nuevas
manifestaciones es una incógnita, si bien es previsible
que en una situación previa a unas elecciones, y con noticias
relativas a la posguerra que no cesarán de surgir en los
próximos meses, no desaparezca como por ensalmo.
2) Reacción del Gobierno
Ante
un rechazo tan mayoritario de la opinión pública
no sólo -ni principalmente- ante un asunto de política
internacional -la vulneración de la legalidad internacional
por parte de EE.UU.-, sino ante la posición destacada de
nuestro Gobierno en dicho asunto de política internacional,
el Gobierno tiene varias opciones:
-
Rectificar, acercándose en mayor o menor medida a la postura
de la opinión pública, esto es, no necesariamente
rechazar de plano la guerra sino al menos mantener una postura
neutral en el proceso, ejercida, por ejemplo, mediante una eventual
abstención en el Consejo de Seguridad de la ONU y una acción
política movida por la necesidad de recuperar el consenso
en la UE.
-
Intentar aumentar el apoyo de la opinión pública
explicando su postura. Es lo que ha hecho, a grandes línas,
Blair en Gran Bretaña, no sólo en el Parlamento
sino mediante comparecencias públicas, participación
activa en diversos medios de comunicación,
Una postura
así requeriría un fuerte esfuerzo pedagógico
por parte de los gobernantes, un énfasis continuo en argumentos
mínimamente creíbles que apoyen sus razones, y una
cierta búsqueda del consenso con la oposición política
y la opinión pública (por más que no implicara
una rectificación de fondo, sí al menos una moderación
en las formas). En este asunto hay que convenir que es una postura
muy complicada, a la luz de la aparente ausencia de argumentos
convincentes que apoyen el uso de la fuerza para evitar los supuestos
peligros que la justifican, pero al menos tiene un efecto positivo:
aunque el rechazo de la opinión pública no varíe
demasiado, sí se modera, y el desgaste político
de los gobernantes es mucho menor.
-
En realidad, las dos anteriores resumen las dos posiciones básicas
que puede adoptar un Gobierno democrático en relación
a su opinión pública. Pero el Gobierno Ánsar
ha seguido una particular Tercera Vía que parece sustentarse
en dos pilares:
o
Firmeza: no rectificar en lo más mínimo los planteamientos
del Gobierno, por absurdos que puedan resultar a la opinión
pública. Pero además
o Oscurantismo: No intentar explicar las razones en virtud de
las cuales se supone que la firmeza del Gobierno tendría
justificación, por no haberlas o por considerar que son
contraproducentes para defender la posición del Gobierno
ante la ciudadanía.
En
ambos casos el resultado es el mismo: el divorcio cada vez mayor
del Gobierno y una parte sustancial de su opinión pública,
resultado de una estrategia genérica de respuesta ante
las adversidades basada en el axioma, dicho con crudeza, "el
público es tonto". El Gobierno, en apariencia, está
convencido de que a la hora de la verdad el desinterés
de los ciudadanos por la política hará olvidar lo
ocurrido en los últimos meses, gracias a una estrategia
propagandística cada vez más zafia y evidente (cuya
eficacia se fundamentaría en el axioma anteriormente referido)
a través de los medios de comunicación afines, y
en diversas ideas fuerza encaminadas a desviar la atención
(la criminalización de los manifestantes sería la
más importante) y minimizar el impacto visual de las manifestaciones.
Es,
sin duda, un error de bulto, pues ahonda en una de las principales
razones de enconamiento de la opinión pública con
el Gobierno: la zafia manipulación de la información,
de la realidad, e incluso del lenguaje puede que consiga convencer
a una parte pequeña de la ciudadanía, pero desde
luego indigna a los contrarios al Gobierno, no sólo a los
que lo son por convicciones ideológicas anteriores al comienzo
del show de la guerra sino también a los que en un momento
dado podrían haber vuelto al redil electoral de un Gobierno
más sensible a la opinión pública y que en
estos momentos, por incompetencia de la oposición, permanece
probablemente en la abstención. El Gobierno no sólo
minusvalora sistemáticamente la capacidad del ciudadano
para interpretar de forma independiente los datos que se le aportan,
sino que ni siquiera ha tenido en cuenta que, en cualquier caso,
la implicación del grueso de la ciudadanía en este
asunto es mucho mayor, y en consecuencia su interés por
la información, y por tanto su capacidad de interpretarla
de forma contraria a como podría desear el Gobierno, en
cuanto receptor, también. Con su actitud el Gobierno no
ha operado como alguien que cree en lo que hace y dice y se siente
incomprendido por su opinión pública (imagen que
sí ha logrado dar Blair), sino como alguien que conscientemente
está mintiendo a los ciudadanos y reacciona con irritación
al constatar que éstos se han dado cuenta y se movilizan
en protesta.
3)
Efectos a largo plazo
Si,
como defendemos al principio, la oposición a la guerra
se convierte en una tendencia electoral de fondo (y el PP, y Ánsar
en particular, han hecho todo lo que estaba en su mano para que
así fuera), es muy posible que las elecciones del 25 de
mayo, particularmente las elecciones autonómicas, sean
leídas como una especie de plebiscito al Gobierno; en tal
caso, aunque no se produzca un descalabro del PP, bajando por
debajo del 30% en intención de voto, sí que es posible
encontrarnos una caída importante, con la pérdida
del poder en una o dos comunidades autónomas de peso (Madrid
y/o Comunidad Valenciana); lo cierto es que a la hora de la verdad
la única manifestación de la opinión pública
que preocupa realmente a los partidos políticos, y es lógico
que así sea, es su representación formal, expresada
en el voto: todas las demás representaciones (sondeos,
"opinión publicada", manifestaciones callejeras)
preocupan en tanto en cuanto puedan tener un efecto sobre la intención
de voto. En este sentido, sería un ejercicio fundamental
de salud democrática que, en efecto, las manifestaciones
contrarias a la guerra tuvieran un impacto electoral más
o menos importante sobre el partido en el poder el 25 de Mayo,
y por una razón muy sencilla: lo contrario (un efecto minimizado
en las elecciones, una dilución del movimiento social generado
a raíz del desafortunado papel de España en el conflicto)
sería enviar un mensaje nítido a la clase política:
"haced lo que queráis, el público ladra pero
no muerde". Un mensaje que desactivaría de facto el
peso de la opinión pública en el debate político
español, en la convicción de que, en realidad, la
gente es voluble, poco firme en sus convicciones, fácilmente
manejable mediante estrategias de propaganda más o menos
zafias, etc. Y no debemos leer esto como una estrategia espúrea
de debilitamiento electoral del PP, simplemente como la constatación
de que, en cualquier democracia mínimamente consolidada,
un divorcio entre el Gobierno y la opinión pública
tan grande como estamos viviendo en España ha de tener,
como simple reflejo de la credibilidad del sistema democrático,
una consecuencia en las urnas que además dé pie
al Gobierno a rectificar al menos en las formas de su acción
política, y a la ciudadanía a presenciar una asunción
seria de responsabilidades por parte de sus representantes políticos
(a día de hoy en España ni siquiera ha dimitido
el Ministro de Fomento pese a su brillante gestión de los
dos principales asuntos que han recabado la atención de
su ministerio, Prestige y AVE), cosas que hasta ahora no han ocurrido.
III.
Conflicto de legitimidades y prospectiva
Guillermo
López (Valencia)
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