Elecciones
País Vasco 2001
La
legislatura de los horrores
Los
dos años de gestión de Ibarretxe como cabeza del Ejecutivo
vasco han dejado un balance ciertamente espectacular en lo que se
refiere a la cohesión social en el País Vasco. No
recordamos ningún momento histórico en el que la gran
familia vasca, un pueblo tradicionalmente unido en la persecución
de sus objetivos comunes (monárquico en un principio, carlista
cuando era posible sacar partido, otra vez monárquico, luego
los más republicanos de todos los republicanos para pasar
a ser uno de los principales apoyos del franquismo en el momento
en que está claro que la guerra iba a ser ganada por los
golpistas, y el principal pueblo que invocó una inventada
tradición antifranquista para justificar sus chollos constitucionales),
esté tan dividido como en la actualidad.
Al
margen de la nulidad política de los años Ibarretxe,
pues la vida pública y la iniciativa política han
sido inexistentes más allá del problema criminal,
esta es la más trágica consecuencia de la legislatura
terminada: un inicio de conflicto civil vasco, entre una población
más dividida que nunca. La línea que separa a unos
de otros no es, sin embargo, la de constitucionalistas (absurdo
nombre a nuestro entender) - nacionalistas. Entre muchas personas
que tienen ideas diferentes en este asunto la discusión y
la convivencia es posible. La preocupante repartición de
la sociedad entre los que apoyan ciertas actividades violentas y
los que las rechazan es la que está llamada a ser fuente
de numerosos peligros.
Fruto
de la gestión a mitad camino entre el entreguismo y la contemporización
de Ibarretxe, se ha producido un fenómeno de radicalización
en ciertos sectores: aquellos que consideran justificado el empleo
del asesinato y la coacción para lograr objetivos políticos.
En la sociedad vasca hay un amplio porcentaje de ciudadanos (en
torno al 20% entre votos claramente entregados a esa visión
del mundo y aquellos que van a opciones limítrofes siendo
comprensivos con este fenómeno) que, desde el nacionalismo,
comparte la responsabilidad moral de cada vez más asesinatos.
Nos tememos, además, que cada vez más vascos del otro
lado deben empezar a plantear la posibilidad de una respuesta equivalente.
Ciertas reacciones, epidérmicas es cierto pero que esconden
un sentimiento que sin duda va creciendo, apuntan en esta dirección.
Probablemente se trata únicamente de cientos de personas,
como mucho de unos pocos miles, pero la deriva es preocupante.
De
esta situación es en gran parte responsable el Gobierno vasco,
con un Ibarretxe o un Josu Jon Imaz o un Balza que no han sido capaces
de transmitir la serenidad, la independencia respecto del nacionalismo
radical e incluso de su propio partido que es precisa para lograr
ser los legítimos y legitimados por sus actos representantes
de todos los vascos (algo que sí lograron, por ejemplo, Ardanza
y personas como Atutxa). Tras el asesinato de Fernando Buesa, en
un ejemplo de mezquindad política que refleja la catadura
de los personajes y que es un símbolo de cómo ha sido
entendida la gestión de Gobierno por el PNV en esta legislatura,
Ibarretxe convirtió la manifestación de Vitoria en
un mal remedo del Alderdi Eguna, con autobuses venidos de toda Euskadi
para apoyar a un lehendakari al grito de "Lehendakari aurrera"
mientras una familia destrozada por un atentado terrorista trataba
de expresar su repulsa.
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